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En los últimos años, al parecer, cada vez más gente que vive y trabaja en el sector que cubre la ciclorruta de la 11 usa la bicicleta como medio de transporte. Como ha dicho Carlos Pardo, lo que antes era patrimonio de celadores y jardineros, hoy es una opción para gomelos. En el último año, creo, esto ya dejó de ser moda para convertirse en alternativa razonable más allá de sentirse bien con el planeta o estar acorde con las últimas tendencias.
Pero todo viene con un precio. Resulta que la ciclorruta de la carrera 11 es una maldición para los peatones. En su diseño e implementación se privilegió a los carros pues en vez de quitarles espacio a estos se les quitó espacio a los peatones. El estrecho andén debe ser compartido por ambos y en varios segmentos no existe ni siquiera andén «para peatones», solo ciclorruta. Y los ciclistas usan esta ciclorruta sin ninguna consideración ni consciencia de este privilegio. Así que se comportan con la misma arrogancia de los carros, espantan a los peatones, no frenan, los gritan, quieren andar a toda y sin detenerse. Y los peatones se comportan como lo harían con los carros: les ceden el paso por miedo o porque se resignan a que ese metro de asfalto —que les quitó su espacio pero no lo saben— es intransitable y caminar por ahí sería falta de sentido común o a las normas de tránsito. Conforme crece el uso de la bicicleta, crecen estas costumbres y terminará por crecer el odio a las bicicletas. Eso es muy triste.
Ahora hay también otro elemento: la popularización de las «bicicletas» motorizadas. Estas, lo he visto, se promocionan como «libertad»: no tienen pico y placa pero siguen siendo veloces y culebreras sin necesidad de pedalear. ¡Y si son eléctricas, cómo no, son ecológicas! Estos vehículos que por definición son automotores ya fueron asimilados a la categoría de motocicletas según un concepto del Ministerio de Transporte. Por eso mismo, dice el concepto, estas «bicicletas» deberían llevar placa y su conductor debería tener licencia para manejar moto y pagar SOAT, factores que van en detrimento de la tal «libertad». ¡Y sin embargo las promocionan como si no necesitaran nada de eso! Pero además, al tratarse de motos (no bicicletas), de acuerdo con el parágrafo 2 del artículo 68 del código de tránsito, las «bicicletas» motorizadas simplemente no pueden andar por ciclorruta. No obstante, por ahí se las ve. Y van rápido, muy rápido, tanto como pueden.
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En la noche de ayer iba por la ciclorruta de la 11, frente al Gimnasio Moderno. A lo lejos divisé la muy brillante luz de una de esas motos llamadas Biológica. Tal vez porque era mi cumpleaños decidí que era hora de enfrentar por primera vez esta situación. Así que me paré en el carril. La moto no llegó a frenar del todo, así que me golpeó. En la moto había dos mujeres que me gritaron loco, quítese, etc. Yo les dije que debían bajarse de la ciclorruta y andar por la calle porque estaba en un vehículo motorizado.
Dijeron que no podían andar por ahí porque un policía les había dicho que no podían andar por la calzada sin seguro y sin placa. Yo insistí en que se trataba de un automotor. Respondieron que no era así, que era una bicicleta eléctrica. Eléctrico, en efecto, con motor eléctrico, usted no está haciendo ningún esfuerzo para hacerla mover. Que si quería arreglar el país, que cogiera oficio, que si no tenía nada mejor que hacer… me dijeron lo que ya es típico.
Pronto apareció un hombre en defensa de las señoritas. Hizo suyos los mismos argumentos, dijo que eso no le hacía daño a nadie, que dejara de joder. El tipo terminó llamando al 123 afirmando que yo estaba «agrediendo» a las señoritas. Desde otro lado otro hombre me decía que si me creía muy varón por andar molestando a dos mujeres, que lo hacía por eso. Después aparecieron otros ciclistas y peatones que se pusieron a mi favor. Alguno incluso afirmó haberlas visto pasar frente al Andino «como unas locas». Entonces se sintieron insultadas.
La policía llegó, un agente identificado con el 77062. Dijo que le habían informado «desde tránsito» que los vehículos que no superaran los 50 kilómetros por hora podían transitar por la ciclorruta. Yo no lo podía creer. La mujer de la moto señalaba el velocímetro de su moto: «solo alcanza 30 km/h». Falso: en el sitio web, la marca Biológica afirma que estos vehículos pueden andar a 40 km/h y eso es algo que uno sabe muy bien si se los ha cruzado. Seguían parando otros ciclistas, les reclamaban a las de la moto que habían tenido accidentes chocando contra vehículos así. Alguien más le dijo al agente que existía el concepto aquel del Ministerio. El tombo simplemente repetía «50 km/h, 50 km/h, es lo que me dicen». Yo le cité el concepto, le cité el código. Pero nada. «En internet usted encuentra cualquier cosa». Finalmente le dejó el número de mi cédula a la señora para que me denunciara por agresión y retención.
De pronto quedé solo. Entonces llegó otro agente, que no se dejó tomar el número: era el policía malo. Para él, por las ciclorrutas podían transitar vehículos con motores de menos de 50 centímetros cúbicos. Le dije «este vehículo tiene un motor eléctrico que no se mide en centímetros cúbicos», a lo que él respondió con algún «por eso le digo». Y me exigió ver la tarjeta de propiedad: «esto es un papel, esto lo hubiera podido hacer yo, esto no tiene sello, usted pudo haberse robado esta bicicleta y qué». Y que si seguía alegando me iba a llevar al CAI. Ya todos sabemos cómo funciona esa técnica… Ah, por supuesto: no le pidió la tarjeta a la de la moto, que por cierto no la tenía. Ni placa, ni seguro, ni nada de lo que debería tener. Humillado, decidí seguir mi camino, con las risas de todos de fondo, antes de tener la dicha de vivir una noche de perros el día de mi cumpleaños.
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Varias conclusiones:
La ley no sirve para nada. Pero eso ya lo sabíamos, ¿no? Y, cómo no, tampoco sirve de nada discutir con tombos.
Las bicicletas eléctricas son, como las motos, un resultado de la movilidad de mierda, de la sobrepoblación de carros que no da espacio para que el transporte público colectivo, el modo de transporte más usado en Bogotá, funcione como debería. Estas señoras dijeron vivir «en el sur» y necesitar visitar a sus hijos. Y a la gente hay que creerle. La moto eléctrica simplemente les soluciona el problema de la velocidad y de la economía.
La reglamentación sobre bicicletas con motor no la conocen ni los policías ni los que las usan ni los que las venden. O todos se hacen oportunamente los de la vista gorda. ¡Pero las bicicletas eléctricas no están en ninguna zona gris! ¡Tienen su lugar y sus deberes!
Los que andamos en bicicleta tampoco sabemos nada de nuestros deberes y límites o los deberes y límites de los demás. ¿Serviría saberlo? Ante la arbitrariedad de los tombos igual no parece significar nada a la larga.
Uno, como hombre, también acaba siendo víctima del patriarcado. ¡Pero cierto que no se puede decir eso! Aquí el hecho rápidamente se volvió un episodio de agresión de un macho asqueroso y desocupado contra dos inofensivas mujeres que querían ir a cuidar a sus hijos y no de un ciudadano que exigía que se cumplieran unas normas, que se usara el más elemental sentido común o que dejaran de ser abusivas.
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Me gustaría contar con la ayuda y apoyo de otros enfermos de la movilidad y la bicicleta en caso de que acabe emproblemado por una denuncia injusta. De verdad, de verdad verdad, no me gusta ser el loco del pueblo si creo tener toda la hijueputa razón.
Por lo demás, que cuenten conmigo para sacar a los vehículos motorizados de las ciclorrutas y los andenes.
En la casa nunca hubo carro. En la casa nunca hubo un montón de cosas que sí había en otras casas «normales», es decir, las de mis compañeros del colegio o mis familiares, que vendrían siendo mis pares de clase socioeconómica. Mientras otras cosas fueron llegando, conforme las leyes del mercado y el progreso económico lo permitían, el carro nunca llegó. Nunca hubo carro y mucho menos voluntad de tenerlo. Tampoco hubo horno microondas.
Después de la primera revascularización que le hicieron a mi papá (1984), el cardiólogo le dijo que ahora sí debía comprarse un carro «para hijueputiar» y liberar todo ese estrés que mágicamente se le había convertido en ateromas. Por mucho tiempo, con ese argumento, intenté convencer a mi papá de que «compráramos» un carro. Es que no tenerlo se volvía otra razón para configurarme como el tipo más raro del curso: papá anciano, no le gustaba el fútbol y sí la música clásica, no estaba bautizado… ¡y no tenía carro! Pero nunca pasó.
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Cuando mi papá volvió a tener muy serios problemas coronarios (1994), las órdenes del nuevo cardiólogo fueron dos: comer sin grasa y limitando las harinas, y caminar al menos una hora diaria. En los primeros días acompañé a mi papá a dar vueltas lenta y monótonamente en un parque al lado de la iglesia del barrio. Durábamos una hora exactamente.
En poco tiempo las caminatas se volvieron nuestra forma principal de desplazamiento, como cuando íbamos juntos a mi academia de música en El Polo. Una vez nos fuimos a pie desde nuestra casa en Los Alcázares hasta Unicentro a buscar discos. Para mi eso era una distancia extraordinaria. En el camino nos encontramos al esposo de una prima, que iba en carro, en un trancón en la 9; ya entonces había trancones en Bogotá, curiosamente. Lo recuerdo ahí, viéndonos con esa combinación de desprecio, envidia y admiración con la que tantas veces he visto que juzgan a mi papá al contemplar su austeridad.
Era la austeridad de quien camina para desplazarse.
Han pasado veinte años desde entonces y mi papá no ha dejado de caminar un día. Aunque cada vez más lento, sigue haciéndolo erguido, solitario, como es él.
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Solo podemos desplazarnos si desplazamos nuestro cuerpo. Nuestra primera forma de independencia es cuando podemos desplazarnos torpemente por medio de nuestro propio cuerpo, nuestro frágil cuerpo, el accidente que nos hace individuos. y por eso todos somos peatones, a todos nos iguala serlo. El mundo, sin embargo, parece estar armado para privilegiar una forma específica de desplazamiento: el motorizado.
No se trata solamente de que puedan faltar andenes o que no sean suficientemente anchos. Algunos dirán que faltan puentes peatonales para cruzar las amplias autopistas. La realidad es otra: es que lleguemos a pensar eso mismo, que lo que falta son unas construcciones que demandan que la gente que va a pie deba esforzarse físicamente para que los que van en carro se ahorren uno o dos minutos de trayecto.
La realidad es que la gente cruza la calle con miedo porque sabe que quienes van en carro muy difícilmente disminuirán la velocidad pues ante todo usan la máquina con la que se desplazan como una amenaza para disuadir el paso de la gente, un espantador de «bestias». Y dirán que esa gente es imprudente, atravesada, y que si los cogieron fue por eso. «Por eso los matan», me gritó una vez una conductora energúmena a la que «me le atravesé». A mí me sonó a «por eso las violan». «¿Quieres morir?», gritaba una exnovia desde su carro a los peatones que pasaban frente a ella.
El peatón y su fragilidad no son prioridad y muchos peatones terminan actuando en consecuencia, alienados, para que el río siga su curso.
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Algunos dirán que una ciudad bien planeada exige segregación para carros y personas. Sin necesidad de decir que eso es algo que está muy lejos de suceder realmente en Bogotá, yo simplemente quiero ir más lejos, tan lejos como pueda, porque quiero ser radical.
El hombre del tanque se enfrentó con la fragilidad de su cuerpo a una fila de auténticas máquinas para matar.
Frente a la arrogante violencia de estas máquinas que matan, hagamos lo mismo. Quedémonos quietos frente a ellas, retándolas, retando a quienes las manejan. Caminemos despacio para reivindicar la velocidad con la que también somos capaces de llegar a cualquier lado. Busquemos esa mirada de quienes desprecian la austeridad de nuestro propio cuerpo. Dejémoslos desnudos, como estamos nosotros, los que no nos desplazamos con esa coraza asesina.
Cuando estaba en segundo (1989) nos pusieron de tarea de matemáticas hacer un conjunto con «los animales». En mi conjunto de animales incluí la mofeta al lado de la gallina, el elefante o cualquier otro animal legítimo, es decir, europeo, estadounidense o exótico para esas mismas nacionalidades. (Algunos activistas de la biodiversidad en Colombia señalan cómo aquí uno se aprende las letras del abecedario con animales que no son de aquí sino justamente con esos animales de allá. Pero esa es otra historia.)
Para quienes no sepan qué es o cómo se ve una mofeta, aquí les muestro la foto más linda que encontré en internet:
Aunque la mayoría conoce a la mofeta como cierto «apestoso zorrillo»:
Al presentar la tarea, la profesora me puso mala nota porque «la mofeta no existe» y yo me estaba inventando animales. Creo que además incluyó una anotación en el cuaderno de control para informar a mis papás de que su único hijo estaba delirando. Eso acabó en reunión con ellos, que aprovecharon para mostrarle que había errores conceptuales en lo que estaba enseñando sobre conjuntos. Por mi parte, y por mi cuenta, llevé el tomo de una enciclopedia o diccionario que tenía, especializado en animales, aunque tristemente no recuerdo el nombre, y le presenté la entrada de la mofeta. Pero la vieja no hizo nada. Ni se disculpó, ni me cambió la nota y, lo peor de todo, no me dio la razón. No me dio la razón.
Siempre salgo con esta anécdota cada vez que alguien me dice que tengo problemas con la autoridad, que soy un resentido o cualquiera de esas cosas que siempre me dicen. Lo cierto es que casi siempre tengo problemas con la arbitrariedad: la de los policías, la de los cajeros que llaman a la gente que vieron colarse frente a uno, los profesores que tienen favoritos o los jefes que actúan por capricho.
La buena noticia —y de verdad espero que lo sea para ustedes— es que ando en el plan de abrir un restaurante. ¡Pero por ahora no hay más detalles!
¿Para qué hablar de eso? Antes de armar el plan de negocios del restaurante es necesario hacer una investigación de mercado. Y como Javier, que es mi socio, y yo somos tan buenos obsesivos y amantes de los datos por los datos, nos pusimos a ver manzana por manzana, cuadra por cuadra, puerta por puerta, cuántos restaurantes hay en la zona, qué ofrecen, a cuánto lo ofrecen y a cuántas personas podrían atender. Hasta hoy hemos recogido esta información para algo más de cien restaurantes en la zona de Quinta Camacho, donde pensamos que quede el restaurante. Esos datos después se tabulan, se geolocalizan, se corren en un modelo matemático complejísimo y, en resumen, nos sirven para tomar una serie de decisiones o para echar un gran carreto que logre convencer a nuestros inversionistas de que invertir en un negocio de comida más en ese sector tendrá un buen retorno en cachimoni.
Recoger estos datos en una mugre planilla no es tarea fácil, básicamente porque la planilla hace pensar que somos encuestadores. Pero cuando ven que no lo somos e igual estamos ahí mirando, se ponen nerviosos. Hasta ahora no nos había pasado nada extraño (a excepción de un pequeño incidente en el restaurante suizo Divino, que es además carísimo, no vayan) hasta que hoy nos tocó enfrentar el eje más gomelo del sector: la carrera 9. Decidimos que, por el perfil de la zona, para no llamar tanto la atención, íbamos a quedarnos un rato en cada lugar, pedir una cerveza, ver por encima e irnos.
La primera —y a la larga última— parada fue el restaurante La Herencia, un lugar donde sirven algunos platos colombianos o de inspiración colombiana. Después de pedir la cerveza, salí a contar mesas en el primer piso y después en el segundo. Estamos anotando cuántas mesas y cuántos puestos por mesa hay, así que llevamos esos datos en una matriz. Yo me anoto los datos en la mano. Estando en el segundo piso apareció la administradora y preguntó si me podía ayudar en algo. Guardé silencio un rato y, mirando al salón y no a ella, le pregunté cuál era la capacidad del segundo piso. Me dijo que era de sesenta mesas. Anoté, bajé las escaleras, miré el otro salón, anoté y volví a la mesa con Javier.
A la vista de todos anoté el resto de datos que nos faltaban en la planilla. Seguiamos hablando, yo seguía tomándome la cerveza; veíamos pasar a los meseros, a la gente de las otras mesas, la desastrosa decoración de día de las brujas —que no le puede quedar bien a ningún lugar—, comentamos cuando la administradora botó unas alcaparras…
Y de pronto llegó un par de policías directamente a nuestra mesa. Cédula, requisa, que muestre lo que llevo ahí, que explique qué estaba anotando. La verdad y nada más que la verdad: mesas y puestos. Los tombos siguieron ahí y no devolvían las cédulas. Yo ya estaba emputado, pero quería emputarme más, sobre todo con la administradora. Comencé a decirles a los meseros que la llamaran, pero nada. Cada vez que pasaba les exigía que quería hablar con ella, les decía que quería saber si este era un tratamiento normal para con los clientes o si simplemente se trataba de discriminación. Cuando dije que esto era discriminación el mesero respondió inmediata y contundentemente: «sí».
Las cédulas no volvían. Poco después regresó el mesero con un papel y un esfero y dijo «por favor anote aquí sus datos para que la administradora se ponga en contacto con ustedes». Entonces, ahí sí, me emputé mucho más y le dije que de ninguna manera nos íbamos a ir sin hablar con la administradora, que finalmente se hizo presente para decirnos que nuestra actitud era sospechosa. Le expliqué que estábamos recogiendo información a simple vista y tomando una cerveza. La señora respondió diciendo que le parecía sospechoso que no la hubiera mirado a la cara para preguntarle el dato de los puestos. También habló de los videos, del cuadrante, de las amenazas, etc. Volví a increparla sobre lo recurrente de una actitud de este estilo con los clientes, haciendo cada vez más escándalo.
Finalmente, en medio de todo eso, pedimos la cuenta. El restaurante está decorado con libros y la cuenta la entregan dentro de un libro cualquiera. Para mayor ironía, el libro en el que nos entregaron la cuenta fue Crimen y castigo. Pero olvidé algo: la administradora había dicho que no nos iba a cobrar por «la molestia».
Salí del restaurante muy emputado a desamarrar las bicicletas. Me quedé esperando a Javier, que salió un rato después. Me contó que había hablado con los policías para explicarles qué estábamos haciendo, previendo que esta situación podría repetirse en todos los restaurantes de la carrera 9. Salimos y cruzamos varias palabras sobre los alegatos nuestros, de los tombos y de la administradora. Estábamos emputados y preocupados, pero también con una cierta sensación de diversión porque por fin nos habían cogido.
Nos dirigimos al siguiente restaurante, que es Itano’s. No había mesas. Nos quedamos esperando un rato. Le dije a Javier que aquí sí, de una, debíamos llamar al administrador y pedirle los datos directamente. Ahí la pregunta es si sí se puede confiar, ya que desconfían de nosotros por hacer preguntas. Pedimos cervezas pero no alcanzaron a llegar con el pedido cuando el mesero dijo que afuera nos buscaban dos policías. Javier y yo nos miramos con cara de no poder creerlo.
Cuando salimos estaban ahí los mismos tombos. «Usted está detenido por atentar contra propiedad del Estado», me dijo. Yo lo miré todavía más estupefacto. «Hay un video que lo incrimina y aquí mi compañero dice que lo vio a usted rompiendo el espejo de la moto». Le dije que me gustaría ver el tal video. «El video lo podrá ver en la audiencia con el fiscal. Le voy a leer sus derechos…». Y sí, me leyó mis derechos, como en serie gringa, pero sin ponerme esposas y sin meterme en una patrulla empujándome la cabeza. En ese momento me quedó clarísimo que estaban hablando muchísima mierda.
Nos fuimos caminando. Mientras tanto llamé a mi abogado, quien me confirmó que todo era irregular e indirectamente me dio a entender que seguramente querían plata. Me dijo que no podía estar allá hasta después de las cinco. Me programé para pasar hambre. Le conté a Javier y llegamos al CAI de Lourdes, donde iba a ser «detenido». Cuando entré había dos jóvenes esposados. Me senté en una silla a la que le faltaba una pata, así que me puse de pie y empecé a tuitear:
estoy en el cahp de lourdes, detenido arbitrariamente. ¿algún abogado puede venir a ayudarme? por favor rt.
Algunos lo tomaron como una broma, otros lo tomaron en serio. Algunos se preguntaron qué era CAHP y otros afirmaron que en Lourdes no había CAI. Pronto recibí una llamada de Frank, que me habló de una amiga de él, abogada. En Twitter alguien le decía a Paula que me ayudara. Más ironías…
¿Por qué necesitaba un abogado? Porque mi ignorancia me volvía indefenso. El sentido común —y, cómo no, estar convencido de que no había roto ningún espejo— me daba a entender que esto era completamente irregular. Pero no tenía forma de discutirlo, aunque tenga por pasatiempo increpar a los policías por sus arbitrariedades monumentales. El patrullero me llamó y me pidió mis datos. Mientras tanto fui anotando los números de las chaquetas de cada uno de los tombos que había en el CAI; pueden jugar al Baloto con esos números, tal como lo sugirieron. Cuando le dije que mi profesión era historiador y que vivía cerca de donde todo había comenzado, el tipo cambió el tono y me llamó para que saliéramos.
Afuera del CAI el patrullero insistió en que confesara que yo había roto el espejo. Dije que no. Me dijo que me había visto. Pero después me preguntó que si no había sido yo entonces quién. Ahí apareció Javier, con quien comenzó a hablar el patrullero, intentando convencerlo de que había sido yo porque yo había quedado muy bravo en el restaurante. Javier me defendió. Mientras tanto yo hablaba por teléfono con Carolina, una abogada tributarista que ya estaba buscando jurisprudencia y normas para saber qué había que hacer. También recibí llamada de Claudia, una periodista, que a su vez había llamado a una ONG de abogados.
Nadie apareció. Y, como era de esperarse, el tal video que me incriminaba tampoco. «La vieja se aculilló», dijo el tombo refiriéndose a la administradora de La Herencia. Me devolvieron mi cédula y nos dijeron que tuviéramos cuidado con la forma de hacer la investigación porque qué tal que algo así nos pasara a nosotros cuando se abriera el restaurante… Esa siempre es la moraleja de los tombos.
No quiero concluir nada. Simplemente voy a decir una vez más que la Policía es el peor esperpento de este país, que no confío en absolutamente nada de lo que dicen o hacen, ni en su forma de ver las cosas, que aborrezco el modo como tratan a la gente, desde su condescendencia hasta sacar el arma para ganar una discusión, como ya me pasó y como seguramente le ha pasado a tanta gente con peores resultados.
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¡Este post tiene tanto que ver con el anterior!
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Gracias a todos los que me ayudaron y me acompañaron hoy.
Me gustaría saber qué hay que hacer, si es que hay algo que se pueda hacer, para que esto no se quede así y para que podamos salvarnos de las sistemáticas arbitrariedades de los tombos.
Declaración de suficiencia moral: En Bogotá me han robado unas seis veces. Dos veces me han robado el celular en la calle. Una vez me lo sacaron del bolsillo en Transmilenio. Dos veces, en dos meses, se entraron a mi casa y robaron varios artículos electrónicos. La segunda vez, inclusive, fue a mano armada y permanecí encerrado en un baño sin saber qué le podía estar pasando a mi papá. Otro par de veces me robaron un discman sacándomelo del bolsillo. También tengo varios amigos y conocidos a los que han robado de mil maneras. Aún no sé de heridos o muertos. También he sido víctima de atraco en Medellín (allá fue mi primera vez) y Buenos Aires, Argentina. Hago esta declaración para demostrar que tengo autoridad moral para firmar lo que sigue. La hago porque sé bien cómo piensan… como medida de precaución.
Creo saber por qué fue popular: porque habla mal de Petro. Qué obviedad. Pero también sé que fue popular, y no creo que en menor medida, porque a muchos les debió sonar a que sí hay razones, y muchas, para vivir crónicamente con miedo en Bogotá, que se necesita mano dura y que ojalá algún día podamos hacer lo que algún día se resumió con «volver a la finca». Entonces escribo esto por si acaso, para desmarcarme de eso, si es que alguien lo pensó, pero sobre todo para ampliar la idea.
Por ahora le apuesto a sacar a Petro de este tema. Por más que el alcalde haya quedado sonando, como dijo Lewin, «como una mamá preocupada», si él se queda, el tema se vuelve, como ya se volvió, una nueva ronda de buscar razones para demostrar que es pésimo alcalde. (Originalmente había escrito «despolitizar», pero de lo que voy a hablar es claramente un asunto político.)
Sobre todo le apuesto a no hablar de Petro porque el tuit tiene un fondo más grande, que era lo que más me interesaba, y se refiere a una idea que desde hace rato me da vueltas en la cabeza: Bogotá, sin importar quién la gobierne, es una ciudad que se tiene miedo a sí misma. Obviamente no es la única ciudad con esa condición —otro ejemplo muy claro es Buenos Aires—, pero eso es algo que no importa.
He hablado aquí de la prohibición, implícita o explícita, de hacer fotografías en lugares públicos y cómo la gente ha hecho suyas esta y otras reglas porque son reglas y no porque puedan tener algún sentido. Como están las cosas, creo que es casi imposible considerar que está cercano el día en que suficiente gente se cuestionará si ciertas reglas de verdad tienen sentido o se hará preguntas sobre su origen y los supuestos en que se basan o sobre sus alcances. Digo esto porque casi siempre la gente exige más represión suponiendo que como son «gente de bien» nunca les va a tocar (en últimas eso puede ser, como ha sido, una realidad), porque esta es una ciudad de espíritu prohibitivo.
Creo —y esto es una obviedad monumental para cualquier sociólogo y quizá politólogo— que el miedo está relacionado con la arbitrariedad de las normas y la incapacidad estructural de la sociedad para cuestionarlas. El miedo es otra forma de regla implícita, una suposición frente al futuro que se interioriza y comienza a prohibir permanentemente hacer cosas, usar la libertad. Con miedo de por medio, actividades triviales como ir a una determinada calle, salir a una determinada hora y hasta expresar una idea se vuelven imposibles.
El camino que va del miedo individual al miedo colectivo y a la prohibición no es muy corto. Voy a ilustrarlo. Aunque es un gran mirador de Bogotá, muchísimo mejor que Monserrate, el cerro de Guadalupe es un lugar con muy mala reputación porque para llegar o salir hay que pasar cerca del sector de Los Laches, un barrio que, en la psicogeografía local, está lleno de maleantes. Hace poco fui con unos amigos a la cima del cerro, un domingo casi minutos antes de que fueran las 5 de la tarde. Valdría la pena dar detalles sobre la luz que hubo esa tarde, pero nos tuvimos que ir porque los policías que había comenzaron a rondarnos a los que estábamos ahí diciendo que teníamos que irnos. Entre mis amigos y yo comenzamos a preguntar por qué a diferentes policías y ahí comenzaron a salir las más diferentes razones: porque es inseguro, porque nos quedábamos bajo nuestra propia responsabilidad y finalmente porque no está permitido quedarse en el cerro después de las 5. No está permitido. Y lo dice un policía entonces debe ser verdad. Claro, claro. Así, Guadalupe seguirá siendo un lugar inseguro, no solo porque lo sea, digamos, efectivamente, sino porque los mismos policías dicen que es así, que se lo advirtieron y que, si llegara a pasarle algo, usted ya sabía.
Lugares así hay miles en Bogotá. Para muchos, gente que me parece insoportable, es incluso Bogotá toda. Son lugares prohibidos consuetudinariamente, sobre todo por los prejuicios que crea el miedo. Son miedos prestados, miedos magnificados, con bases reales incuestionables, las mismas que se muestran con indignación cuando se ridiculiza la idea de «percepción». No vale la pena cuestionar el pánico del que robaron, asaltaron, amenazaron o el que mataron porque es suficiente evidencia para saber que algo está mal. Pero sí que vale la pena preguntarse por el miedo a lo que aún no ha pasado y a no confundir ser precavido con renunciar a la libertad o a la tranquilidad, ni siquiera a favor de la represión de un régimen sino de darle el poder a quién sabe quién para no dejarnos llevar la vida en paz.
Los invito a usar la ciudad sin miedos y mucho menos pensando que es una aventura valerosa. Los invito a caminar de noche, a exigir que deje de ser una ciudad oscura y sin vida nocturna, a motivar a las tiendas para que sigan abiertas porque la gente sigue ahí, sin miedo. Los invito a salir del centro comercial, aunque ese espacio ya ganó, justamente por lo seguro y contenido que es. Los invito a no vivir tanto de la esperanza de gentrificación, a ver si nos damos cuenta de que la ciudad es, sobre todo, como es. Los invito a caminar de noche con Hernando Gómez Serrano, pornomiseria aparte, o con Antonio Manrique. Los invito a leer lo que dice el grupo Stalker sobre los territorios reales, los lugares donde aún no se ha consolidado nada y solo pueden entenderse, ahí sí como dice el lugar común, si se está ahí mismo. Casi siempre el mayor riesgo al caminar son los perros. En fin, esa es la forma en que los invito a no tenerle miedo a Bogotá para que las cosas comiencen a cambiar. Si el alcalde propuso guardar el celular como forma de cultura ciudadana, yo los invito a hablar donde quieran, incluso cerca de los CAI, donde los policías consideran que eso los amenaza (los policías nos tienen miedo a los ciudadanos) y correrán a «tomar precauciones», a pedirle rutinariamente el documento para verificar que no tienen antecedentes y a pedirle que deje de hablar o que lo haga lejos de ahí. A mí ya me pasó una vez.
Convencer no siempre pasa por hacer que el interlocutor asuma como propias las posiciones de uno. A veces convencer es simplemente hacer que el otro se quede callado, tal vez pensando que lo que antes sostenía puede ser insostenible o necesita trabajo. Pero si es difícil cambiar de parecer, es mucho más difícil, hasta el punto de lo imposible, hacer que otros cambien de parecer. Siempre hay premisas ocultas en nuestros razonamientos (o errores cognitivos o ideologías, les ponen muchos nombres), unas bases que nos llevan a pensar una cosa y no otra frente a la misma situación o los mismos hechos o evidencias.
En el juego de la argumentación hay montones de supuestos y el principal es que todos somos «racionales». La argumentación es una de esas ilusiones de nuestra ilusoria experiencia racional —sea por «naturaleza», por «cultura» o como momento de la vida—, la ilusión de que permanentemente estamos evaluando evidencias. Pero la argumentación es en realidad un juego con unas reglas, con unos supuestos, una forma de comportarse en el diálogo, una forma de expresar lo que se dice. La argumentación es un estilo, un modo. Tal vez no todo lo que podamos decir argumentando lo podamos decir de otra manera. En cambio hay muchas formas de convencer. (Ahora vuelva al párrafo anterior y siga leyendo una y otra vez, indefinidamente.)
***
Bienvenidos al club de la argumentación. En el club de la argumentación nunca peleamos contra los que sostienen un argumento.
La primera regla del club de la argumentación es que se pelea contra los argumentos, no contra la persona que los sostiene.
La segunda regla del club de la argumentación es que se pelea contra la forma de hacer los argumentos, no contra la persona que los sostiene.
Atacar a la persona y no al argumento es una conducta tipificada desde hace mucho como falacia ad hominem, «contra el hombre». (Hay muchos tipos de falacias.) Todos sabemos, por experiencia, que hacerlo es bastante práctico y sumamente efectivo para convencer al gran público, pero no es adecuado si se está en el club de la argumentación. De hecho es gravísimo porque va contra las primeras dos reglas.
Un ejemplo: Miguel es un tipo que se dedica a hablar mierda. Un día encuentra, con mucho interés, que una antigua compañera de universidad está hablando con mucha propiedad sobre moda y estilo. La compañera —que se llama, digamos, Vanessa— sostiene que las mujeres del país se visten con «mal gusto», algo reprobable porque dicho «mal gusto» es la manifestación estética de la visión machista de narcotraficantes o terratenientes ganaderos. Miguel interpela a Vanessa diciendo que no encuentra suficiente el argumento de la ubicación socioeconómica de dicha estética, pues esto solo reflejaría que vestirse bien o mal es cuestión de llevar una vida acorde con lo legal; y señala que el argumento parece basarse más bien en una idea de la relación entre lugar en la sociedad y legitimidad, o sea, que es una posición clasista, si acaso moralista, y que a esta altura de la vida y de la historia no tiene sentido juzgar a la gente con posiciones de ese estilo, sin bases objetivas. Vanessa le responde a Miguel pidiéndole que se calle, ya que resulta evidente, por la forma como él se viste, que no sabe nada sobre cómo es vestirse bien. Vanessa también pudo haber dado por terminada la discusión aduciendo que Miguel tiene sobrepeso, se afeita poco, nació en Bogotá, vive en Colombia o que su nombre suena a Miguey. Pero al final Vanessa opta por decir que Miguel es «un resentido lleno de carencias» y da a entender que por esto no deberían tenerse en cuenta sus argumentos. En fin, atacó a la persona, no al argumento. Por cierto, no era difícil despachar lo que decía Miguel porque no era tanto un argumento sino un juego de espejos en busca de la reducción al absurdo.
El abuso de ad hominem haría de un programa como Hora 20 algo mucho más aburrido. Sería muy fácil despachar a Navarro Wolff porque es cojo y habla con una papa en la boca, a Gómez Buendía porque no pronuncia correctamente la r, a Rangel porque chasquea como comiendo papaya cuando acaba las frases o a Juan Carlos Flórez porque tiene un acento amanerado o porque no se lavó bien los dientes. Hasta ahora, por suerte, quizás, no se ha llegado a este nivel de estupidez que haría ver peor —como un niño de preescolar— al atacante que al atacado.
Pero con el tiempo uno aprende a disfrazar este mismo tipo de descartes falaces con fórmulas más sofisticadas. Entonces aparece otro tipo de falacia —que también tiene su nombre en latín porque fue tipificada desde hace mucho—, que llaman tu quoque. Tu quoque significa «tú también» y se usa cuando la validez de un argumento se ponen en duda porque quien lo sostiene no hace lo que dice el argumento, porque no es coherente.
Un ejemplo: Diana es una madre joven que tiene un hijo de siete años, llamado, digamos, Isaac, que lleva una larga cabellera rizada. Un día Diana dice, en una conversación casual, que lo mejor para que a los niños no les dé piojos es que lleven el pelo corto. Agrega que lo leyó en una revista donde citaban un estudio que mostraba una mayor incidencia de piojos en niños con pelo largo, aunque no mucho más. Su interlocutora, oportunamente, le señala a Diana que está equivocada porque si fuera cierto Isaac llevaría el pelo corto. Diana se siente mal, se calla y tal vez regresa a la casa a calvear a Isaac.
Un ejemplo más fácil: un hombre infiel dice que la infidelidad es mala. Agrega que es así porque sale muy cara. En respuesta, le dicen que se equivoca al decir que la infidelidad es mala porque él mismo es infiel. En consecuencia la infidelidad es buena, aun si sale cara. ¿Se diferencia de decirle a alguien que está equivocado porque tiene mal aliento?
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Hay una forma específica de tu quoque que es muy común. La llamo «costal de papa» por una anécdota personal. Un día hablaba de cualquier cosa con Alejandro Peláez y acabamos hablando de la izquierda o de Chávez o algo así. Entonces él me pasó un video en que entrevistaban a un funcionario de Chávez que afirmaba cualquier cosa que afirmaría alguien de izquierda o chavismo o lo que sea que sea eso. El periodista encontró la forma más elevada de dejar callado al chavista: «¿y entonces por qué está vestido con [marca de ropa fina]?». El funcionario se quedó callado. Lo dejaron callado. Le pregunté a Peláez si acaso le daría validez a las afirmaciones del funcionario chavista si mejor estuviera vestido con un costal de papa.
A diario se invalidan los argumentos de izquierda porque los sostienen personas que están «bien vestidas», viven en barrios ricos y no parecen estar pasando hambre ni tener origen pobre. Hace poco, justamente en Hora 20, interpelaron a León Valencia preguntándole cuánto ganaba mensualmente. Valencia respondió que ganaba 10 millones de pesos y la reacción de, por ejemplo, Laura Gil, fue decir que era «izquierda zarrapastrosa». La idea es que alguien con esa cantidad de ingresos o patrones de gasto no puede ni debería ser de izquierda o, más exactamente, andar ventilando ideas de izquierda o argumentos a favor de estas.
Lo curioso es que cuando aparece gente, digamos, coherente —Pepe Mujica— el antiargumento costal de papa se vuelve en su contra, ya no para señalar la invalidez de la idea por incoherencia sino porque cómo alguien que vive como un pobre va a gobernar un país. Y eso no es muy diferente de joder porque usa sudadera o monta a caballo con sombrero. Pero es más curioso que nunca se use un argumento así para hablar de coherencia con los supuestos valores de la derecha. Casi nadie invalida a «la derecha» denunciando que no salgan a hacer etnocidios o que vivan en barrios de clase media dado que ser de derecha es cosa de ricos.
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Predicar pero no aplicar nunca es grave al argumentar si se está en el club de la argumentación. Predicar y no aplicar es desastroso para el ejercicio político porque simplemente la política no es cosa de argumentar sino de hacer, de hacer para obtener respaldo y ser muy hábil con la retórica, donde caben todas las trampas. La retórica es el todo vale.
¿Van a destruir las reivindicaciones de un movimiento que aparentemente es de izquierda porque los que jodían con eso oyen música en un iPod, como hicieron con los que ocuparon Wall Street? Más altura, por favor, no me traten como a un niño. Bastante se puede decir en contra de los supuestos de la izquierda antes de andar señalando esas nimiedades. O despáchenlos por feos; pero entonces estén dispuestos a convencerse si les sale alguno bonito.
¿Van a joder a un gobernante de izquierda por regalarle un país a unas multinacionales? Eso tiene más sentido. Pero el problema nunca es la coherencia porque el verdadero problema es que no haga lo que quiero que haga. Pero esa es otra historia.
Hace varios años ya, cuando comenzaron a aparecer los traductores en línea, The Economist mostró un ejemplo de cómo esos traductores volvían nada lo que uno los ponía a traducir. Hacían traducir, digamos, algún pasaje del inglés al francés, del francés al alemán y después de nuevo al inglés. Y el resultado era, por supuesto. un desastre. Pero un desastre muy divertido.
Se me ocurrió hacer el mismo experimento pero con algo más de imaginación, como si fuera un viaje de costa a costa del viejo mundo, de Portugal a Japón.
La frase con la que arranqué fue «viajemos de Portugal a Japón con Google Translate». Después de sucesivas traducciones al portugués, de nuevo al español, después francés, holandés, alemán, polaco, lituano, bielorruso, letón, estonio, ruso, chino, coreano, japonés, la última versión, nuevamente en español, fue «viaje de Portugal a la interpretación de Japón y Google». En este mapa puede seguir el recorrido y ver cómo se fue transformando. ¡Acompáñenme!
Braudel, teta que da de mamar en algún momento a todos los historiadores, define al empresario de una manera muy escueta. Aquel que en Colombia ahora se define (autodefine, normalmente) como constructor de país es, para el historiador francés, un organizador. No dice mucho más. Pero me gusta más la definición de papá Braudel, sobre todo porque, a diferencia de la otra, da a entender algo.
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Hacer cualquier cosa, organizar la hechura de algo, es como hacer camisetas. Ser empresario es como hacer camisetas. Cuando hice camisetas con otra gente —es decir, cuando fui empresario—, sencillamente buscamos «camisetas» en el directorio, llamamos y averiguamos quién nos hacía el trabajo más barato. Después preguntamos qué colores tenían y nos hablaron en términos fáciles de comprender: «el rojo, el azul, el amarillo». ¿No tiene negro? «No, es que el negro no circula tanto». Entonces no se puede hacer negro esta vez. Cagada y otra vez será. «Usemos azul oscuro en vez de negro, la gente no se da cuenta».
Cuando llegamos con la camiseta azul la gente pregunta por la camiseta negra y decimos que se agotó. Y eso es parcialmente cierto: se agotó antes de que la compráramos nosotros. Unos lo piensan dos veces y la compran. Otros saben bien qué quieren y no hacen negocio. No nos hacen el negocio. Al final se venden muchas camisetas y disfrutamos la aventura. (A estas aventuras ahora le dicen emprendimiento porque la palabra tiene al mismo tiempo un significado con sabor a irse de aventuras a territorios desconocidos pero un significante afín a la seriedad que supuestamente tiene una sociedad anónima o compañía limitada.)
Después queda el sabor de que lo que se hizo no se parece tanto a lo que se buscaba, de que se quiere mejorar el producto. Esa vez había que hacerlo rapidito y facilito porque Rock al Parque era la semana siguiente y la oportunidad estaba ahí y no se podía dejar ir porque así son los negocios. Pero cuando se llama de nuevo la respuesta es la misma de la vez pasada: «el azul, el rojo, el verdelimón, del verdecali de pronto hay algunas, el amarillo…». ¿Y no tienen amarillo ocre? «No, señor. Es que ese no circula». ¿Azul rey? «No se vende casi». ¿Verde oliva? «De pronto nos llega un pedido». ¿Vinotinto? «No, pero hay turquesa, que lo lleva mucho». ¿Gris? «Ja ja ja, ¿quiere parecer un ratón?».
Digamos que se logra averiguar cuánto cuesta un rollo de tela. Pero después de hacer cuentas, alcanzaría para hacer un millón de camisetas. Un millón de camisetas blancas con el logo de la administración de turno. O un millón de camisetas negras, aquel color que no se vende casi, para tenerlas guardadas, quién sabe en dónde, por toda la eternidad.
La alternativa es negociar los acabados. ¿Realmente tiene que ponerle cuatro capas de plastisol a la camiseta para que quede agrietada? «Claro, porque si no se va a ver la tela». ¿Si le digo que esa capa del estampado va con PMS 209 usted me entiende? «Sí, tranquilo que aquí le dejamos ese morado igual así como el que usted puso». Trajimos esta camiseta que conseguimos en otro lado más barata… «No, señor, es que esa es tela burda. Vea: puede ver a través. En cambio la nuestra es tela de excelente calidad, que abriga, véala a trasluz, no puede ver nada, es como cuero». ¿Y el cuello tiene que ser de un centímetro de diámetro y no dejar respirar? «Claro, es un cuello de calidad, que no se desjeta, con triple refuerzo que se fija bien al cuello y le va a durar toda la vida, más que la tela de la camiseta».
No es fácil hacer camisetas. O sí es fácil, pero hay que ser chambón. Pero no una vez, no un poquito, sino eternamente chambón porque nadie sabe nada sobre el otro lado y nadie del lado del triste empresario, el organizador, tiene el suficiente poder para cambiar las circunstancias. Si se quiere hacer camisetas bonitas hay que esperar que alguien importe camisetas bonitas de China. O podría importarse una tela de tal color y mandar a hacer la camiseta en un taller en Bellavista que quién sabe si siga ahí la próxima semana. Y la camiseta ya no costaría tanto sino dos veces tanto. O tres. Tal vez un día se habrán vendido suficientes camisetas chambonas para haber reunido suficiente dinero para cambiar las circunstancias.
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Hacer libros es como hacer camisetas: hay que buscar en el directorio a ver qué tienen. Pero casi todos tienen lo mismo porque muy poca gente produce o importa bobinas de papel o tiene máquinas litográficas pequeñas y mucho menos rotativas. Todos tienen lo mismo, es decir, bond blanco o beige (o equivalente propalibros), propalcote y, de pronto, propalmate. Y por consiguiente casi todos hacen lo mismo.
Las cosas no cambian mucho si uno hace salida de campo a las plantas. Allá el gerente de calidad solo sabe que en su máquina entran papeles de tales gramajes. Después es fácil darse cuenta de que es el gramaje del papel que les sale más barato importar: por eso nos dicen. Siempre nos dirán, por eso, que muchas cosas no se pueden hacer. A veces no «se puede» porque no es razonable económicamente para ellos. Por ejemplo, un formato con un centímetro menos de lo normal. O un troquel. A veces no «se puede» porque eso nadie nunca lo ha hecho antes y es imposible que a alguien se le haya ocurrido. Por ejemplo, imprimir el otro lado de una carátula. «¿Con un color de proceso? ¿Por qué? ¿Para qué? No entiendo, no entiendo, ¡no entiendo!». O barnizar los filos de las páginas. O encuadernar con cartón burdo de esqueleto de bloc.
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¿Cuántas camisetas chambonas hay que hacer antes de poder hacer camisetas como las que uno siempre quiso hacer? ¿Cuántos libros convencionales, intrascendentes o cuántos best-sellers vergonzosos? ¿Cuánto arroz chino hay que vender antes de poder montar el restaurante con concepto e ingredientes de primera calidad que uno siempre soñó?
Acabo de tener una discusión con mi jefe porque «tercamente» cambié la grafía de una sigla en un documento. La sigla no era cualquier cosa pues es el nombre de un tipo de documento que todos los institutos de investigación adscritos o vinculados al Ministerio de Ambiente deben crear. El nombre del documento es Plan Institucional Cuatrienal de Investigación Ambiental y suelen llamarlo Picia o PICIA. Mi jefe dice que debe usarse la primera forma mientras yo me inclino por la segunda.
Según mi jefe, que sigue el Diccionario Panhispánico de Dudas, cualquier sigla de más de cuatro letras debe escribirse como un siglónimo. Un siglónimo es una sigla que se vuelve palabra, de manera que los siglónimos se escriben usando minúsculas. Un ejemplo es Unicef, sigla que corresponde a United Nations International Children’s Emergency Fund. En consecuencia debería ser Picia porque es una sigla de más de cuatro letras que además puede leerse como se escribe, como una palabra; de hecho la palabra picia está en el diccionario de la Real Academia.
Mi lógica es más sencilla pues tiene una sencillez que le falta cada vez más a la Real Academia a la hora de reglamentar el idioma. Para mí, si es sigla (es decir, si cada letra corresponde a la inicial del nombre, por ejemplo ONU, FARC), va en mayúscula, aun si puede o no leerse como se escribe, aun si tiene más de cuatro letras. Y si es un acrónimo (es decir, la palabra usa varias letras de cada palabra, como en el caso de Ingeominas o Ecopetrol), va en minúsculas.
Pero la verdad es que mi jefe tiene razón porque sigue la norma: «Las siglas que se pronuncian como se escriben, esto es, los acrónimos, se escriben solo con la inicial mayúscula si se trata de nombres propios y tienen más de cuatro letras … o con todas sus letras minúsculas, si se trata de nombres comunes». Así que el problema podría ser otro: ¿es Picia o es picia? ¿El Plan o el plan? ¿El Plan del Instituto Humboldt o el plan de uno de los institutos adscritos o vinculados al Ministerio de Ambiente? ¿Cuándo el plan es un nombre propio?
(Bueno, definitivamente no es Farc ni Onu, como escriben en Semana o El Tiempo.)
Estas preguntas pendejas suelen no serlo cuando uno es el gestor del lenguaje en general y del institucional en particular. Esas mayúsculas acaban proyectando valores y significados o tienen desempeños tipográficos que producen efectos agradables o desagradables. Por ejemplo, se espera de un diseñador con sensibilidad tipográfica que use versalitas en vez de mayúsculas a la hora de componer siglas.
Al final quedará Picia, con mayúscula, porque corresponde a que siempre hablamos del Plan Institucional, con mayúscula.
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El inglés es una lengua de palabras cortas, casi siempre monosílabas, y su desempeño es como el de una lengua aglutinante: sin género, sin declinaciones, casi sin preposiciones, una misma palabra puede ser sustantivo, verbo, adjetivo y adverbio. Parece natural que conviertan palabras largas en sílabas y un conjunto de palabras en siglas o acrónimos. Parece que les resultara insoportable usar palabras enteras, por lo que el latín y el griego han padecido la descriteriada y asemántica tijera del inglés corriente en nombre de la economía del lenguaje: bus, dino, mini, tech, holic, matic, icious, etc. En español parece ser una costumbre cada vez más frecuente: el súper, la bici, el cole, deli, etc.
Las siglas también toman cada vez más fuerza en el español, en los ámbitos de la academia y de las organizaciones. Los documentos, los procesos y los cargos dejaron de llamarse por sus nombres. Me parece innecesario, me parece que empobrece el lenguaje, nos pone a hablar como bebés balbuceantes. Y tipográficamente aparecen adefesios como D+T o CyT. Mi opinión respecto al uso de siglas es que solamente deben usarse para los nombres propios o para expresiones demasiado largas, como las que ocuparían todo un renglón o más.
El otro lado de las cosas es que las siglas han desplazado a las abreviaturas, que eran originalmente soluciones taquigráficas (tienen su origen en los procesos jurídicos, como casi todo lo que tiene que ver con escritura) y que son la pesadilla de los que tienen que verse con paleografía o la composición tipográfica. Por las abreviaturas existen los nombres de las notas musicales o las voladitas.
Adenda: Según Fernando Ávila, las siglas deberían escribirse siempre en mayúsculas con el fin de distinguirlas de palabras homónimas. Y pone como ejemplo SOPA. Gracias a Julián Ortega por este dato.
El 30 de septiembre de 2011, a raíz de la encuesta sobre ajiacos ideales (cuyos resultados todavía me comprometo a publicar algún día, mientras tanto contribuyan, el formulario sigue abierto) me entrevistaron en Radio Nacional de Colombia sobre el ajiaco, su historia y sus costumbres. Esta es la transcripción de la entrevista, un favor que me hizo Paola Vargas.
Juan Pablo Calvás — El verdadero nombre del Juglar del Zipa es Miguel Olaya y está con nosotros a esta hora para hablar del ajiaco porque resulta, Deisa [Rayo], que este hombre es un investigador del ajiaco. Es lo que llamaríamos un ajiacólogo, un experto en ajiacos.
Andrés Amador — O sea que me va a regañar.
JPC — Pues cuando le contemos que usted le echa arracacha, arvejas, zanahoria y costilla de res a su ajiaco le va a dar un colapso nervioso. Y que el color es rojo.
AA — ¿Así dije yo?
JPC — No. Lo del color no, pero lo de la arveja, la arracacha y zanahoria, sí. Miguel Olaya, buenos días. Bienvenido a Radio Nacional.
Miguel Olaya — Buenos días. ¿Cómo están?
JPC — Bueno, señor, hablemos del ajiaco. Primero que todo, ¿por qué razón hace usted una encuesta sobre el ajiaco ideal?
MO — Porque yo quiero entender cuál es la diferencia de criterios de la gente. La gente se imagina algo cuando piensa en ajiaco pero estas ideas son muy diferentes entre sí y cada uno cree que es una válida. Yo personalmente creo que tiene que ser así porque además hay muchas variantes del ajiaco. Pero quería tener la certeza. (Bueno, con esta encuesta no voy a tener la certeza, solamente una idea de qué es lo que la gente está pensando.) Y, en particular, porque quiero saber dónde está mi versión del ajiaco dentro de todas esas ideas.
JPC — Claro, pero entonces usted está haciendo como… algo parecido a lo que pasaba en un concurso de televisión hace un tiempo, Cien colombianos dicen. Entonces, lo que diga la gente. ¿Pero eso puede llevar a la receta original, a la receta del ajiaco ciento por ciento ajiaco?
MO — El problema de eso es que no hay una receta original o única de ajiaco porque ajiaco es una palabra genérica que es equivalente a sancocho. Ajiaco es cualquier sopa con tubérculos y carnes. Incluso hay versiones con plátano.
JPC — ¿Pero cómo así? ¿Y entonces en qué momento se convierte en lo que conocemos? ¿O por qué razón nosotros tenemos una asociación directa a ajiaco hacia esa sopa pero en realidad es un sancocho?
MO — Porque en algún momento una de estas versiones, de estas variantes de ajiaco, se vuelve la versión establecida. Eso toca ver cómo se fue generando. Lo que sí podemos decir es que la primera referencia a un ajiaco parecido a lo que probablemente todos tenemos en mente cuando pensamos en ajiaco solamente aparece en un libro de recetas llamado Manual práctico de cocina para la ciudad y el campo, que es de 1923, o sea que es bastante reciente. E incluso esa versión tiene un aspecto raro y es que dice que hay que espesarlo con calados, como una changua. Pero la que más, más se parece —o sea, una sopa de papa con pollo y alcaparras, por definirlo así— aparece en 1937. O sea que es una versión al parecer muy reciente. Quien sabe en qué momento apareció el primer ajiaco parecido al que usualmente conseguimos, pero esto es la primera pista que tenemos, digamos, la que queda consagrada en un libro, como una versión oficial.
Deisa Rayo — Quería preguntarle si usted tiene, de pronto, una medición más bien por lo rico. Es decir, finalmente la comida se califica es por el sabor. Entonces, dentro de esa receta, ¿cuál es el ajiaco más rico, el que tiene qué ingredientes? De pronto usted no ha hecho esa medición por ese lado y no por la originalidad o por, no sé, o por la creatividad.
MO — Eso sería otro tipo de investigación, otro tipo de preguntas. En la encuesta yo incluí la pregunta sobre cuál es su paradigma de ajiaco y supongo que con esa pregunta también estoy resolviendo cuál es el que le parece más rico.
JP — Pero pues es que aquí todos dijimos “mi mamá”. Yo no sé. Manuel, ¿el suyo es el de su mamá?
AA — Es una referencia.
Manuel Arias — Es el de mi mamá, sí.
JP — Claro, pues es que el mejor ajiaco es el de la mamá de uno.
MO — Sí, mucha gente ha dicho eso. Y yo puedo decir que el ajiaco que yo hago es una versión modificada de la que me dio mi mamá por lo mismo, porque me parecía muy bueno. Aunque haya otros referentes. Pero volviendo a esto, también preguntando qué es lo que uno espera que vaya en el plato se puede entender qué tipo de sabores se van a parecer más a eso rico que uno tiene en mente. Por eso hablo de ajiaco ideal. Y los ingredientes, los sabores que predominan, la textura, todo eso es lo que le da forma al ajiaco rico. Pero ya tocaría buscar todos los ajiacos, todos los posibles ajiacos reales, y no estos ajiacos teóricos, y ponerse a calificar con algún criterio. A mí eso me parece realmente muy difícil.
AA — Claro, muy subjetivo.
MO — También porque lo que a uno le parece rico a otra persona no.
AA — ¿Es decir que mi ajiaco, el sancocho trifásico con todos los juguetes, es como el abuelito del ajiaco?
JPC — Sí, le está hablando Andrés Amador el que le echa arracacha, arvejas y zanahoria al ajiaco.
AA — No, no. En mi casa le echaban eso. Yo ni siquiera el huevo lo sé hacer.
MO — No sé si sea un abuelito porque además hay todas estas versiones que coexisten.
AA — El eslabón perdido, tal vez.
MO — Pues lo que le puedo decir es que en la versión del siglo XVI, en unas crónicas de conquista, hablan de echarle carne de venado y carne de chivo, plátano, yuca. O sea, nada que se le parezca al ajiaco actual. Actualmente hay unas cinco variantes que combinan cuatro ingredientes básicos. Entonces estas versiones son: solo papa; papa, arracacha, zanahoria y arveja; papa, arracacha y zanahoria; papa, arracacha y arveja; y papa y arveja.
AA — Miguel, ¿se puede hablar de que el ajiaco, como muchos platos en cada región, adoptó las costumbres, la culinaria y los productos de la zona? O sea, hay ajiaco bogotano, el tradicional, el que aparentemente conocemos, ¿pero también habría ajiaco en el Tolima, ajiaco en la costa, ajiaco en cualquier región del país?
MO — Sí. Existen recetas de ajiacos boyacense, cartagenero, tolimense y santanderano. Todos tienen en común, como ya dije, que son una sopa de alguna carne con algún tubérculo, una cocción húmeda de esos ingredientes. Ahí las preguntas que hay que hacerse es cómo se fueron definiendo, cómo se usaron esos ingredientes, es decir, cuál es la razón de usarlos. Y en concreto el ajiaco en su variante bogotana o santafereña usa ingredientes que en algún momento fueron bastante caros, pues el pollo, la crema de leche y las alcaparras son exquisiteces. Pero hoy uno sabe que si lleva en la bolsa del mercado todos estos ingredientes es porque va a hacer ajiaco. Lo otro es el uso de guascas, que es una hierba que ataca a los cultivos, es una maleza, pero únicamente se usa para hacer el ajiaco. Y otro aspecto que hay que tener en cuenta es que se usan las tres variedades de papa que se encuentran en el mercado. Se consiguen unas cinco variedades, aunque hay infinitas variedades de papa. Pero en este diálogo entre la producción de ajiaco, y otros productos que usen papa, y el mercado, se definen el uno al otro. Entonces solamente encuentro las papas que me sirven para el ajiaco y solamente puedo hacer ajiaco con las papas que consigo en el mercado.
JP — A ver, Miguel Olaya, también conocido como @juglardelzipa en Twitter: yo ahora quiero resolver una duda gigantesca que me llega a la mente en medio de esta conversación y es por qué razón usted quiere desentrañar los misterios del ajiaco. ¿Hay detrás de esto un interés académico? ¿Usted está preparando una tesis doctoral sobre el ajiaco o el sancocho en Santa Fe desde la conquista a nuestros días? ¿Por qué razón querer descubrir la realidad detrás del ajiaco?
MO — Porque me encanta. Siempre me ha gustado el ajiaco. No tengo ningún interés académico o al menos no lo estoy haciendo dentro de una investigación académica. Tal vez puede ser mi deformación profesional porque estudie historia y siempre tiendo a orientar mis inquietudes por ese lado. Pero es más bien porque yo quiero hacer un ajiaco mejor y he estado perfeccionando y buscando elementos para mejorar eso, para, digamos, complacer al público del ajiaco.
MA — Miguel, dentro de esta receta que usted está preparando y que quiere hacer el mejor ajiaco, una duda que me sale a mí es, dentro de las preguntas que hacia Juan Pablo, si el pollo va desmechado o entero.
DR — Sí, eso es fundamental.
MA — Porque uno lo ve en distintas presentaciones y uno no sabe cuál es la correcta.
DR — Yo, entero.
JPC — Yo soy honesto. A mí me llega a salir una presa entera como en el ajiaco de la casa de Deisa y yo simplemente no como. Me retiro. Es más, Deisa, nunca me invite a su casa a comer ajiaco. Jamás.
DR — Es que se sirve diferente. Porque normalmente esa presa de pollo iría al lado.
JPC — No, horrible. No justifique. A mí eso me parece una canallada.
MA — Entonces, ¿cuál es la correcta dentro de lo que usted ha investigado, Miguel?
MO — Yo puedo decir que a mí me gusta desmechado en pedazos grandes.
JPC — Muy bien, es usted un gran ajiacólogo.
MA — ¿Pero qué indica la historia que usted ha averiguado?
MO — Dependiendo de la versión uno encuentra que las presas se cocinan junto con las papas o que se usan únicamente los cuartos traseros del pollo, o sea las patas —los perniles, que llaman— y no la pechuga. Y tiene sentido porque los perniles son más sabrosos que la pechuga. Pero si uno quiere comerse una parte más delicada entonces se come la pechuga. Y todo eso depende de cómo se quiere comer uno las cosas que va a hacer. Y, de nuevo, es la idea de ajiaco, o la idea del plato que se nos ocurra, y lo que finalmente nos sirven lo que va a definir esa diferencia entre si me gustó o no me gustó. O si esto sí es un ajiaco o es otra cosa con un nombre que no se merece.
JPC — Pero eso no quita, Miguel, que el ajiaco de la casa de Deisa sea horrible por el solo hecho de que le sirvan a uno la pierna entera.
DR — Hágame un favor. Es como si usted se toma un caldo de costilla con la costilla desmenuzada. ¡El caldo de costilla es con la costilla ahí!
JPC — ¡Ay, Deisa! ¡Cómo compara eso! ¡Me le apagan el micrófono a Deisa!
DR — ¿Ah no? Ya. Con esta comparación cierro la discusión. Tiene que ir la presa adentro.
JPC — Venga, Miguel, ¿usted en medio de esta investigación se ha encontrado con que existe una ortodoxia del ajiaco, que existe como un grupo de gente como, prácticamente, el facismo del ajiaco?
MA — La logia.
MO — Sí. Sí porque hay mucha gente que rechazará versiones que difieran o que se distancien mucho de esta, digamos, versión canónica. Sobre lo que hay que llamar la atención aquí es que hay muchas versiones de ajiaco, o sea, de idea de ajiaco, incluso de la variante santafereña como ya dije. Entonces ahí hay que hacerse preguntas sobre cómo se estableció una versión, cómo predomino una versión sobre otras y en qué lugares predomina más una cosa y si eso está ligado a una idea de clase social o de origen geográfico. Esas serían preguntas interesantes, en las que habría que avanzar si esto fuera una investigación científica y sistemáticamente realizada. Esta encuesta —no es una encuesta, es solamente un sondeo— es para darme una idea, puede ser un punto de partida para algo.
JPC — Venga, Miguel. Me cuentan internamente una cosa, ¿qué sus ajiacos son famosísimos?
MO — Los promociono mucho en Twitter y entre mis amigos más cercanos.
JPC — ¿Y usted hace reuniones de ajiaco? Gira todo en torno a un plato.
MO — En general hago reuniones con comida; yo soy cocinero también. Entonces me gusta cocinar para compartir con amigos o para conocer gente. Y uno de los platos que más hago es el ajiaco. Y alguna vez que estuve desempleado vendí ajiacos en mi casa con un esquema de marca y mercadeo y así hice famoso mi ajiaco en Twitter, que era mi principal fuente de clientes.
JPC — Pues revisemos rápidamente Twitter antes de despedirlo, Miguel. @CristinaVelezV dice: “mi tia elegantísima que vivía en Nueva York cogía las guascas para el ajiaco del separador de Park Avenue”. Por lo que usted decía, porque es una maleza, ¿no?
MO — Sí. La guasca se consigue en las jardineras de los andenes. Siempre dicen que es lo más difícil de conseguir pero si uno se pone juicioso en otro país, las encuentra. Y tiene nombre raros. En Argentina se llama albahaca silvestre y en inglés es gallant soldier.
JPC — @elpalabrista dice que yo represento el fundamentalismo del ajiaco. No: es que el ajiaco es como es y punto. Don Miguel Olaya, muchas gracias por estos minutos. Algún día lo invitaré a comer ajiaco donde mi mamá, que es el mejor del planeta.
MO — Muy bien. Muchas gracias. Además me dijo que era una versión de un ajiaco muy famoso, que es el del restaurante Mora.
JP — Bueno. Pero eso es lo que usted y yo hablamos internamente. Los oyentes no sabían eso. Pero sí, esa es la versión. Don miguel, gracias, chao.
Magia, píldoras, «¡vamos!», nada que perder, el Opus, Caperucita roja, bazuco, niñas perdidas en el bosque, rastrojos, helado de lulo, τετέλεσται, ¡Oh, libertad!, «Tu papá me cae bien», Alcaraván, guarapo, La Mayorista, «lávate los dientes», «nunca he estado en Coveñas», vikingos, hamaca, tobillo, Oatmeal, Zelda, tzatziki, wikileaks, «tu matica, mi matica, el chat», Nouveau défi, «llévame», ceibas, «ajá», Marinos, narcoterraza, El Machetico, alcachofas, John, pichar, Otraparte, buñuelitos y empanaditas, El Poblado, «mucho taco», Counting Crows, mortero, cometa, medias veladas, Ubaque-Cáqueza, «demás que», la loma del Campestre, Aurora, María, cultura Metro, Arví, Fenicia, Cantaleta, Te busco, botas, «perfecta imperfección», pintar paredes, La niña Juani, Firehouse, peye, pájaros, «bueno… esto es Bogotá», peces, reinado, baile de tío, Ara ararauna, Urocyon cinereoargenteus, retraso, Diane Lane en Rumble Fish, Envigado F. C., Quiero una chica chonqueta, ardillas, Carepaisa…
Mi pelo —mi cabellera, mi vello facial, mi abundante vello corporal, en ese orden— ha definido mi vida. Me ha hecho sentirme vanidoso o dejado, apreciado o rechazado, bonito o feo. Nunca realmente cómodo.
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Mi cabellera es un montón de pelo de varios colores que al final parecen café muy oscuro. Aunque en el nivel agregado puede decirse que soy crespo, si se ve cada pelo individualmente podemos ver que no son crespos ni ondulados sino en zig-zag. Sobre mi frente se ve más rizado que atrás. Los pelos de atrás tienden a bajar lisos, o más exactamente rectos, pues no caen sino que siguen erectos. Nunca he encontrado un corte de pelo que me haga sentir realmente cómodo. A veces hay días en que todo parece muy bien, pero son muy escasos. Casi siempre me gusta como me veo cuando salgo de la ducha, cuando está aplacado por la humedad y se ve brillante y con alguna forma. Pero eso es una ilusión pasajera. Después se seca y aparece quemado, opaco. Las cremas para peinar han ayudado un poco desde que comencé a usarlas hace unos cinco años. Pero en general es un desastre.
En el colegio, entre los 14 y los 16 años, usé el pelo largo. Me decían «La Mota», «Afrid», «Disco», «Kramer»… Una vez, en un paseo en San Agustín, uno de los montadores del salón comenzó a sacudirme el pelo mientras hablaba con un profesor. Yo le grité pidiéndole que parara pero el man seguía. El profesor me dijo «tolere». Me quedé sentado, emputadísimo, preguntándome por qué carajos tenía que aguantarme la montadera, esta y tantas más, por esta y otras razones. Debía ser cuestión de poner la otra mejilla: el profesor estaba a cargo del área de religión. Entonces tomé aire y le mandé al profesor un puño en la boca del estómago. El puño, por supuesto, iba en realidad para el que me estaba jodiendo. Pero a él le tocó recibirlo de manera simbólica. Quedó sin aliento y yo le dije «tolérelo». No me echaron. Esa noche me iban a dejar sin comida, pero al final comí. El profesor era un amigo más y yo tenía privilegios por ser inteligente y esas cosas.
A los 17 años me calveé. Por varios años duré calveándome regularmente cada vez que me aburría del pelo. No he dado con un peluquero que pueda resolver el problema de mi pelo, de domarlo, de darle forma, de proyectarle un futuro. La mayoría de peluqueros opta por dejármelo bajito, «juicioso». Varias veces he ofrecido mi melena tan larga como me la llego a aguantar (a veces un año entero sin cortar) y en vez de hacer algo maravilloso con eso, la solución casi siempre es bajarla a su mínima expresión, donde ya no se ve crespo pero tampoco liso, porque eso es imposible. Así que es imposible hacer algo maravilloso con mi pelo, al menos algo con lo que me sienta conforme.
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Mi barba comienza en la mitad del cuello y acaba un centímetro o menos debajo de los ojos. Mi barba apareció como bozo a los diez años y como pelos aislados en el mentón a los once o doce años. Una vez me quité los pelos del bigote con una crema para depilar que tenía mi mamá. El miedo era, como siempre, que no desaparecieran sino que se volvieran más gruesos. Pero igual lo hice. Y lo hice y lo hice. Hasta que a los catorce fue necesario comenzar a afeitarse, aunque no con mucha regularidad. Pero qué aburrido era afeitarse, afeitarse para acabar con tres pelos con el único fin de que en el colegio no me la montaran por tener bozo.
A los quince o dieciséis pasó lo peor porque comenzó a crecer un lanugo asqueroso entre el área razonable de la barba y los ojos. Me comparaba con horror con mis tíos maternos, especialmente con uno que tenía una mancha gris en todo el rostro. Veía en él mi futuro, un futuro lleno de pelos que iba a hacer falta controlar, cortar, dejar a raya, que nunca iban a desaparecer. Mi barba era, pues, invertida. Por mucho tiempo intenté aplicar la fórmula que según mi mamá le había garantizado no tener vellos en los brazos: restregarse piel de calabacín con regularidad. Ella en verdad no tenía pelos en los brazos. En mí no funcionó o no lo hice tantas veces como hubiera sido necesario. Y me demoré mucho en adoptar la otra solución. Un día en que comprendí que la «buena presentación personal» era fundamental por la magnitud de lo que tenía que hacer, me hice depilar los pómulos con cera. No dolió mucho, pero me dejó quemaduras. La depilación abrió una nueva puerta a la montadera: ahora era el man que se había hecho quitar sus pelos. Pero el lanugo desapareció y se convirtió el pelos normales, gruesos y un poco menos abundantes.
No me afeito con regularidad. No me gusta usar cuchilla porque me maltrata la piel. Prefiero pasarle la máquina a los pómulos, con cierta regularidad. Pero la máquina de afeitar que usaba, una que olvidó un chino con el que compartía pieza en París, la dejé en Buenos Aires. A veces, simplemente, me la dejo crecer indefinidamente hasta que la cara se ve sucia y, reuniendo ánimos, me la vuelvo a perfilar. La barba hace parte de mi identidad. Cuando no llevo barba me dicen que parezco menor o que me veo más cachetón. O que simplemente no soy yo. Es difícil darle forma porque es crespa y rebelde, porque salen pelos mirones entre el mar de aparente regularidad. Hace mucho, unos ocho años, no me afeito a ras todo el rostro. Odio ver cómo la piel queda brillante y ese sentir en exceso de la piel sin vellos. También, por alguna razón, asocio esa sensación con «ser guiso». Una idiotez, pero algo que evado.
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Tengo pelos en todo el cuerpo. En la nuca, en los nudillos, en el culo, en las rodillas y detrás de ellas, en el pecho, en el abdomen… Nunca me han incomodado. A veces recorto los de alguna zona. Nunca me he depilado ni he pensado en hacerlo. Pero los pelos caen y caen sobre las cosas, en la ducha, en la ropa, en la cama… No tengo problema con mis pelos. Yo no.
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Un día, en el chat de Facebook, López, uno de los montadores del colegio, me habló. Él, que nació en la misma fecha que yo, pero es un año más viejo, volvía a joderme doce años después con mis pelos, con mis muchos pelos.
Tener empleados «negros» (o de cualquier «raza») no es racista. De hecho lo que suele considerarse racista es no tener ni un empleado «negro». Del mismo modo, en algún contexto, tener solamente empleados «negros» podría ser considerado racista. A veces solamente se considera racista tener empleados «negros» que se dediquen únicamente a oficios considerados indignos (hasta ahora hablaba de cualquier tipo de empleo), es decir, los que nadie quiere hacer pero que alguien debería hacer, o sea, los que «nadie» hace justamente por la posibilidad de que haya gente que sí.
En la práctica es muy difícil escapar de estos círculos cognitivos, estas autorreferencias en que un «dato» —como raza, origen, ingreso o lugar en el mundo— está fuertemente correlacionado con los otros. En la práctica, insisto, es muy difícil marcar una diferencia clara entre el estereotipo —o la caricatura— y la realidad. O, mejor «la realidad». En la práctica todo suele seguir como está por mucho tiempo, como ha estado ya por mucho tiempo. Por eso dejar de ocupar el lugar usual en el mundo acaba casi siempre en lo que algunos, en el mejor de los casos, entienden como «perder la esencia»: los negros dejan de bailar sabroso, los indígenas ya no usan más emplastes para curar, los mestizos renuncian al paseo de olla. Ese tipo de cosas. En el peor de los casos no lo llaman perder la esencia sino arribismo, trepamiento y otros nombres horribles. ¿Los blancos? Ellos siempre han sido blancos. Pero por fortuna hacia allá vamos todos por la vía del progreso.
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Es una composición. Parece un cuadro de Fra Angelico. Hay un punto de fuga en el centro, que se pierde en el valle verde. Hacia él, con ángulos muy agudos, se orientan los muebles blancos, los bordes de la piscina. Y en cada lado hay una negra vestida de blanco, robusta, erguida, sosteniendo una bandeja con tetera y tazas. Quedan dos negras como resultado de duplicar uno de los lados de esta composición simétrica. Ellas se miran frente a frente, de manera perpendicular a la cámara. Hacia el lente sí miran las cuatro mujeres que son centro del cuadro y que le dan su título: «Las mujeres más poderosas del Valle del Cauca».
Las mujeres poderosas tienen nombre. Las negras también, pero no salen ahí. (Me gustaría tener evidencia para asegurar que es más probable que salga el nombre de las mascotas, incluso si no salen en la foto.) Desde luego, las negras no son esclavas porque en este país ya no hay esclavitud. Con seguridad, a las negras les pagan por servir el té y las otras tantas cosas que hagan.
Las negras son negras porque el Valle del Cauca era en la Colonia una región productora de oro adonde, por eso mismo, como es lógico, hubo que llevar muchos esclavos. Los negros se volvieron parte del paisaje e imaginario sociales y ocupan un lugar en particular en el que pasan de ser esclavos sin alma a sirvientes inmóviles, sin voz y sin carácter. Es decir, objetos, como en esta foto. Pero no, por favor, no sigamos diciendo estas cosas, que es hilar muy fino. Mejor digamos que los negros se vuelven gente que da sabor y color al Valle, que aportaron (en pretérito: acción concluida) la música y la sazón («sabor a negro», decía cierta cocinera de Twitter sobre las empanadas que de allá vienen) que distinguen a la región.
Por lo demás, las negras son más pintorescas que otras «razas» que podrían desempeñar ese oficio en otros lugares de Colombia y además sirven bien a la imagen de racismo global: los blancos son poderosos y los demás deben servirles. ¿Gente mestiza? Bueno… es que no genera tanto contraste. Condimente esto con buenas intenciones y el manido cuento de que los empresarios andan derramando empleo y dignidad con una cornucopia (y a cambio, si se lo «piden», usted debe posar en una foto como si fuera un mueble) y lista la composición.
En El péndulo de Foucault, Umberto Eco parecía advertirnos sobre el inminente establecimiento (que no venida, ellos ya habían llegado) de gente como Dan Brown o el enfoque cada vez más exobiológico, espectral y conspiratorio de Discovery y History Channel. Si hoy hicieran una película sobre El péndulo, seguramente dirían que es un plagio de El código Da Vinci. Ahora bien, Dan Brown dice —al menos de dientes para afuera— que todo lo que cuenta en sus novelas es la pura verdad, basada en documentos que existen. Los canales, por su parte, sostienen todo lo que dicen porque lo dice alguien, alguna autoridad. En suma, lo que originalmente Eco mostraba como un chiste acabó por volverse realidad. Quién sabe cuánta gente se lo ha tomado en serio, quién sabe cuántas veces han llamado a Eco para explicar, con mucha solemnidad, con aura de verdad, temas como textos perdidos que cambiarían el destino de la humanidad, sectas ocultas con planes macabros de dominación que ya están en marcha, desdoblamientos y sinestesia entre gemelos y, por supuesto, viajes a tierras desconocidas y los seres fantásticos que allí habitan.
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El enfoque cada vez más popular de freakonomics parece una copia de Allegro ma non troppo, de Carlo Cipolla. Pero en serio. ¡Y con datos! ¿Realmente, a pesar del título y de la introducción, era tan fácil leer este panfleto de Cipollla como algo «en serio»? (Y cuando digo «en serio» quiero decir que es algo que se expresa con una solemnidad que hace suponer que todo lo ahí afirmado pretende ser una descripción de «la verdad», de revelaciones, como expresa la etimología de esta palabra en griego.) Pues al parecer sí: el artículo de Wikipedia en español sobre Cipolla todavía dice que él «exploró el controvertido tema de la estupidez formulando su famosa Teoría de la Estupidez». En efecto, el artículo de Cipolla es formalmente muy sólido y cada ley se interrelaciona elegantemente con las otras. Al final nos resume todo con un gráfico cartesiano muy hermoso, del estilo del political compass. ¡Pero es jodiendo, maldita sea!
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Todo iba bien y nos reíamos, como quien lee una carátula de Barcelona. Hasta que dijo que era en serio. Cuando eso sucedió fue necesario hacer otra cara al leer «el país progresa», la conclusión a la que llegó Alejandro Gaviria después (o no, incluso antes: está en el título) de presentar unos gráficos hechos a partir de una robusta serie histórica de datos, principalmente antropométricos, relativos a las concursantes del Reinado Nacional de la Belleza. (Esto también nos lleva a la pregunta sobre cómo los obtuvo y a la respuesta tentativa de que fue con chimpancés.)
Si el tema es en serio, si hay que tomárselo en serio, con solemnidad, todo parece ser muy preocupante. No hablaré sobre la proyección de valores machistas en las conclusiones o la selección de los temas de estudio. No sugeriré nada sobre cómo se validan estereotipos clasistas o racistas desde el mismo planteamiento de este tipo de investigaciones, incluso antes de llegar a conclusiones. Simplemente haré algunas preguntas válidas a partir de las reglas, los supuestos y los postulados de las ciencias duras y su arma fundamental, la estadística.
¿La muestra sí es representativa? ¿Representan quince mujeres por año las características o la influencia de o en la economía y la cultura en todo un país? No porque, entre otras cosas, el grupo no abarca una variable definitiva como el sexo.
¿Un dato como la longitud del ancho de las caderas es suficiente para concluir (o si quiera suponer) que la «raza negra» es más predominante o ha logrado «mezclarse más» hoy que hace cuarenta años? ¿Se controló rigurosamente esta variable —con otro estudio, por ejemplo— para poder concluir que «raza» y ancho de cadera estaban estrecha y concluyentemente relacionadas? ¿El ancho promedio de la cadera nacional tiende al ancho promedio de la cadera «negra»? Y una pregunta sobre las implicaciones ideológicas de una afirmación como que mientras menos racismo haya hay más progreso. ¿De dónde saca eso? ¿En qué se basa? ¿Por qué se está comprometiendo con unos valores? Por último: si bien las tetas han disminuido de tamaño, ¿no corresponderá el tamaño de las caderas a una nueva tendencia en cirugías?
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Cada vez que alguien de las llamadas ciencias sociales se aventura a hacer extrapolaciones y generalizaciones a partir de un puñado de observaciones localizadas con la discutible y subjetivista técnica de la etnografía o análisis de discurso, que sobreinterpretan las palabras de un texto —que son simplemente datos, entiéndanlo, y estos nunca mienten—, lo que hay que hacer es llamarlos charlatanes y gente sin rigor.
En las ciencias sociales nunca se usan herramientas ni estrategias metodológicas que permitan llegar a conclusiones que de verdad merezcan este nombre, nunca abarcan en sus estudios suficiente tiempo, suficiente muestreo estadístico, suficientes diferencias, nunca comparan. En cambio sí pierden el tiempo intentando describir cosas que quieren ver más complejas de lo que en realidad son. Lo que es peor: nada de lo que dicen suele tener provecho técnico, no da elementos que sirvan para orientar a la sociedad por el camino del progreso.
Pero lo peor de todo es que los científicos sociales tienen una manía terrible que es coger como objeto de estudio cualquier bobada que se les aparece, como reinados de belleza o futbolistas, y a partir de eso buscan hablar de valores de la sociedad, de cambios de paradigma, de dispositivos de dominación y otras chácharas posmodernas, por poner problema, por figurar por ahí en la prensa como formadores de opinión.
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Quizá Gaviria se refería a otra cosa cuando dijo que era «en serio»: que los datos no son inventados, que su procesamiento fue tan riguroso como el de cualquier estudio «serio» (sobre cosas serias), que las gráficas se hicieron con STATA y no con Excel.
Quizá Gaviria no hablaba en serio cuando dijo que no era en serio.
“When I use a word,” Humpty Dumpty said, in rather a scornful tone, “it means just what I choose it to mean — neither more nor less.”
Dijo Catalina Ruiz que el amor está hecho para la mujer que todo lo tiene. Que para tener hijos puede buscarse un especialista en fertilidad, que la independencia laboral le da para el sustento. El amor, le respondí, se lo puede dar un perro, porque el perro, aunque no está dando amor, parece estar dando amor. La búsqueda constante y la fidelidad de un perro por su amo son simplemente manifestaciones del instinto de una especie gregaria, condenada además por los humanos a vivir una infancia eterna, dócil y sometida. Y la ama (estamos hablando de mujeres que no necesitan nada más que eso) entiende bien que eso es amor o devoción. Porque, y esta es la raíz de todo, el amor de otra persona solo existe en uno, como una interpretación de algo que alguien más hace, probablemente sin intención. Si usted se siente amado, se siente amado. Y si no, no. Nunca es responsabilidad de uno hacer sentir al otro que lo están amando porque eso es simplemente imposible.
Pero he dicho todo esto sin problematizar el contenido de la palabra amor. Pero es que es una palabra tan común y tan caspeada como cualquiera del vocabulario de las ciencias sociales (discurso, poder, estructura…), una de esas palabras que todo el mundo usa sin preguntarse qué entiende por ella ni qué le van a entender cuando la use. Pero además es una palabra tabú, que designa algo supuestamente puro, inconmensurable, indescriptible y, sobre todo, sagrado, cuya existencia es incuestionable y que solo se siente cuando se siente. A nadie le gusta que le digan que es, por ejemplo, una reacción química en el cerebro o una construcción social. En el colegio, Castro me dijo una vez que debería haber una máquina que le dijera a uno si está enamorado o no.
Y sin embargo, de nuevo, el amor es fundamental. Quién sabe qué amor, qué idea de amor, pero es fundamental. La gente no vive feliz sin amor, sin amar ni que la amen. ¿Pero qué carajos es eso? ¿Qué carajos quieren decir con todo eso? Algo, desde luego, alguna noción existe, pero no es nada que puedan describir, definir, concretar y a veces ni siquiera señalar. Está en su esencia práctica el no aceptar limitación semántica alguna (referente, significado, significante, excepto la palabra misma), ni siquiera por el bien de nada. Se daña, dicen. Pero entonces sucede algo más interesante y con frecuencia aberrante: si no es declarado, no existe. Así de paradójico y así de complicado.
Cuando a mí me dicen «te amo» yo honestamente no sé qué hacer y me pongo nervioso. Solamente entiendo que ha de ser algo muy importante, que no es algo que se le dice a cualquiera o en cualquier circunstancia, que debería estar orgulloso u honrado y que debería coger esas palabras con pinzas y dejarlas en un lugar seguro. Y por eso yo difícilmente digo eso. Una vez para una clase leí un cuento cubano que se llama «No le digas que la quieres» o algo así. La idea era leerlo críticamente, leerlo a la luz de los hábitos de pensamiento sobre el amor o el cariño. Se lo di a leer a Diana después de nuestra primera vez. A ella le gustó y probablemente se enamoró más. El cuento dice que todos los amigos le dicen a otro amigo, que va a perder la virginidad con la novia, que no se le ocurra nunca decirle que la quiere; o que la ama. Pero el tipo al final lo hace porque «es inevitable».
En mi caso decirlo no es inevitable, es algo que hay que pensar y meditar, que es fruto de la voluntad propia, más allá de que en el fondo se pueda sentir un dolor —por cierto, pasajero— en el estómago. Y porque aún no sé qué es con certeza, pero sigo creyendo que es sagrado y no merece ser usado en vano. ¡Pero sobre todo es algo que siento y hago, maldita sea! Y si usted no entiende que la amo por las cosas que hago, pues nunca lo va a entender. Si no lo vio en la mirada o en el gesto o en la caricia, nunca lo va a ver. Y si decidió que no lo quiere ver ni en mí ni en nadie, pues mucho menos. No me culpe por no querer sentirse amada como yo la amo. No me diga que estoy atrofiado, que tengo una forma enferma de amar. No me juzgue si no saqué todas mis ideas sobre el contenido de esa palabra de una emisora de canciones hechas para vender, sino de un papá y una mamá que, según todo indica, se quisieron desde que ya estaban viejos hasta que ella se murió. Si no es capaz de sentir o entender que la aman es su problema, no el mío.
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Adenda:
El 7 de marzo escribí esto: «ser una cosa que fracasó en su intento de comunicar algo muy sencillo que no sentía hace rato».
Me parece bien que El Tiempo se haya subido al bus de la visualización de información. Lo malo de cuando los medios se suben a esos buses es que casi nunca lo hacen de una manera comprometida y seria, al menos honesta, sino por moda, porque hay que ir a la par con las «nuevas tendencias». Y aquí podría decirse que no se les puede exigir nada, que son empresas, que van al ritmo de las cosas, que en este país las noticias van a mil. Y todo eso es cierto pero no debe justificar chambonerías.
Hoy salió en la página de El Tiempoun «mapa multimedia» sobre el tema de los homicidios en Bogotá. El mapa es pertinente porque ahora dicen que la ciudad se volvió insegura e invivible y mucha gente se indigna cuando les hablan de que es un tema de percepción: creen que hablar de percepción es negar que sí suceden robos, asaltos y homicidios. Como la ciudad es un espacio fácil de representar (una silueta basta) y como los homicidios suceden en un lugar concreto, un mapa es un recurso útil para presentar cantidades, particularidades, relaciones, secuencias, etc. Cada homicidio, cada punto muestral, cada dato, se vuelve un alfiler con el que se pincha el mapa que está colgado en la estación de Policía y al final aparece un dibujo, que es una mancha, una distribución, algo que pone a pensar.
Sobre este mapa hay dos preguntas muy sencillas para hacerse. La primera es dónde están los datos y la información. En concreto, el mapa solamente presenta cinco datos: la cantidad de homicidios que ocurrieron en el primer semestre de 2011 en Bogotá (760); el número de homicidios que tuvieron lugar «el primer día de la semana», que hay que suponer que es el lunes (28,9% = 220); y el número de homicidios efectuados con arma blanca (62,7% = 477), con arma de fuego (34,2% = 260) y con otras armas (3% = 23). Hay otra pestaña con otros datos, pero no hablaré de eso. ¿Las manchas rojas representan algo? ¿Cuál es el significado del rojo? «Alta». ¿Alta qué? ¿Tasa de homicidios? ¿Incidencia de homicidios? ¿Con respecto a qué? ¿A la zona? ¿A todo Bogotá? Eso no aparece. Solo queda el rojo, que significa peligro. Es una señal que va más allá del dato de la cantidad de homicidios, un dato que, solo, tampoco dice nada.
Porque los datos solo dicen algo cuando se los compara. Y esa es la otra pregunta: ¿con qué están comparando esto? ¿Qué hace que haya manchas rojas y manchas verdes? ¿Qué es alto y qué es bajo? Y con respecto a lo que había antes, ¿aumentó o disminuyó? ¿Se desplazó? Ni idea. No sabemos si 760 (más o menos 10,8 homicidios por cada 100.000 habitantes) es mucho o poco, más allá de que todos creamos que cualquier asesinato es inaceptable. Y ver un mapa lleno de manchas rojas en un momento en el que todos nos dicen que la ciudad es invivible solamente refuerza la idea de que la ciudad es invivible y que tarde o temprano nos van a matar. O que hay zonas de miedo, terrenos vedados por donde es mejor no pasar.
¿Qué se debió haber hecho? En vez de representar los homicidios como manchas continuas, como amebas multicolores, la visualización debió haberse basado en el carácter discreto del dato: un homicidio es uno solo. Así, cada punto muestral pudo ser un círculo con transparencia de, digamos, 5%; pudo ser de color rojo, si querían. Superpuestos unos sobre otros —si llegara a ser así, si hubiera dos homicidios en el mismo punto—, los puntos crean una mancha más oscura en el lugar donde más casos ha habido. El tono final del punto arroja información sobre el número de homicidios pues cuando llegue a un nivel de opacidad de 100% significará que hubo 20 homicidios en ese punto, es decir, 3% del total de la ciudad en ese semestre. ¿Y qué más podría decirse? ¿Por qué no incluir la información específica sobre cada homicidio, del mismo tipo de la que se encuentra en la segunda pestaña? Así podríamos encontrar dónde se concentran los homicidios por riñas y dónde los ajustes de cuentas. O darnos cuenta de que no existen patrones geográficos aparentes. ¿Y qué tal si los puntos muestrales van apareciendo en una secuencia de tiempo? ¿Qué tal que los homicidios se hayan estado moviendo de zona? Etcétera. Que los datos hablan por sí mismos es una forma de decir las cosas: es claro que hablan mucho mejor si se los hace hablar más y mejor.
Lo intertextual: la relación implícita o explícita entre los textos —entendiendo texto en su concepto universal— en el espacio y el tiempo. Quiero relacionar tres columnas distantes entre sí que aparecieron en El Espectador. En su orden, «¿Indecente? Solo si se hace bien», de Catalina Ruiz y publicada el 10 de septiembre de 2010, «Escalafones», de Francisco Gutiérrez y publicada el 11 de noviembre de 2010, y «173 kilómetros de cadáveres», de Alfredo Molano y publicada el pasado domingo 13 de febrero.
La columna de Catalina trata el tema de los actos terroristas como obras de arte. Mejor dicho, como composiciones que buscan crear efectos, crear imágenes imborrables, aunque desagradables y dolorosas, por supuesto. Esta es una idea difícil de comprender, asimilar o compartir para quienes piensan que el arte debe transmitir lo bello mostrando lo bueno y lo verdadero. En suma, los atentados del 11 de septiembre de 2001 eran una obra de arte por su composición, porque «había sido pensado visualmente»: con imágenes —visuales o narrativas— se crean los acontecimientos, las historias que se cuentan.
Gutiérrez llama la atención sobre la toma del Palacio de Justicia en noviembre de 1985 como el acontecimiento que encabeza la lista de lo que «los colombianos» consideran las peores tragedias de la historia. Y ahí está, de nuevo, una imagen: la luz de un edificio en llamas, que contrasta con el negro del cielo nocturno, simboliza toda una historia de insensatez y crueldad, el acontecimiento. Pero Gutiérrez, sin minimizar la tragedia del Palacio, habla de tragedias más horribles, considerando otros criterios. Finalmente llega a la conclusión de que la peor tragedia del país es el desplazamiento. ¿Pero qué imagen hay de esto? Gente que mendiga en la calle, una caricatura de Antonio Caballero, una idealización de la vida en el campo: ¿dónde están los millones de desplazados? ¿Es posible imaginarse tal cosa?
Finalmente Molano nos invita a construir una imagen que voy a amplificar: un viaje por carretera, de Bogotá a Tunja (o de Cali a Popayán, o de Medellín a Honda), con una fila de cadáveres, uno detrás del otro al lado. Esa sería la imagen de las personas asesinadas por los paramilitares «si se fusilaran de uno en uno»: una fila de 135.000 cadáveres. Molano imagina más: un pueblo grande como Yarumal, Zarzal o Guaduas. Creo que solo he visto una imagen remotamente parecida a eso en la película Hotel Ruanda:
Pensando en eso construí un mapa en el que uso el Parque Tercer Milenio como referencia para un cementerio de 135.000 cadáveres en tumbas de 1,7 por 3,2 metros, un cementerio de 733 mil metros cuadrados. A su lado, para que nos hagamos una idea, para que amplifiquemos la imagen, las áreas de la Universidad Nacional, de los parques Nacional y Simón Bolívar, del Country Club y el cementerio Jardines del Recuerdo.
Alguna vez vi en la séptima una imagen parecida a la que propone Molano. Era un monumento temporal a víctimas de la izquierda, una fila de ladrillos blancos que partía de la Plaza de Bolívar e iba mucho más allá. Cada ladrillo tenía el nombre de una persona muerta. En Colombia, como dice Posada Carbó, no hay monumentos.
Me llamaron a hacer parte del dolor que como parte de la comunidad (uniandina o colombiana) se supone que debo sentir por el asesinato de Mateo Matamala y Margarita Gómez en Córdoba. Asistí a la ceremonia en la que plantaron dos guayacanes en el patio de la Facultad de Ciencias. Hubo mucha gente y lágrimas. Yo mismo me sentí conmovido, identificado, como siempre me siento, con alguien al que se le acaba de morir alguien. O se le ha muerto: la muerte es un recuerdo.
Desde ese día, en las pantallas de información que hay en toda la Universidad, pasan un fondo negro con los nombres de los muertos y la consigna «mantendremos su memoria». Yo no sé cómo hacerme cargo de esa responsabilidad institucional. Y poco me interesa: mi simpatía realmente no llega hasta allá.
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Anoche hicieron un segundo homenaje, digamos que más espectacular (coro, luces, proyección) y por lo tanto menos íntimo que el primero. Poco necesario, creo. No asistí.
No asistí pero sé que María Emma Wills, profesora y compañera de trabajo (o de dependencia), leyó un discurso para la ocasión. Acabo de leerlo y quedé con una sensación muy jarta por este pasaje:
Frente a las preguntas de por qué [mataron a] Mateo y Margarita, sólo resta reiterar que las víctimas no están en falta. No se merecían jamás lo que les ocurrió. No hicieron nada que ameritara sus muertes. Sus homicidios, injustos como los de tantos otros, no tienen más motivación que la insensatez de los armados, su enorme desprecio por la vida y la aún oprobiosa corrupción que les ofrece laa condiciones para prosperar. Si bien las muertes de Mateo y Margarita no tienen explicación razonable, como comunidad académica, sus asesinatos sí nos imponen un compromiso: la necesidad de comprender y descifrar, sin tapujos, un país que aún se deshace ante nuestros ojos.
La misma sensación jarta que tuve cuando oí al brigadier general Luis Pérez Albarán diciendo «básicamente todo apunta a que fue una equivocación porque estos jóvenes fueron asesinados sin mediar ningún otro hecho» o cuando vi en la portada de Semana el conciso y contundente titular: «Víctimas inocentes». Dejemos de lado la palabra víctima, que está suficientemente cargada con el mismo valor que tiene la palabra inocente (por oposición a culpable). Hablemos simplemente de muertos y preguntémonos: a la luz de nuestros valores supuestamente modernos y civilizados, y teniendo en cuenta que no existe la pena de muerte en este país, ¿cabe hablar de muertos justos?
Frente a esta pregunta mucha gente dirá que sí y señalará los cadáveres reventados de Reyes y Jojoy. Dirá, no necesariamente en este orden, que eran objetivo militar o que se merecían tal cosa por haberle causado tanto daño al país, incluyendo tantas muertes. En otras palabras, respectivamente, «murieron en su ley» o «la debían». Como cuestionar muertes de este estilo me convertiría en objetivo militar —justificaría mi muerte, sería una «explicación razonable»—, no diré nada más al respecto.
Pero hay que insistir en que, en otras circunstancias, otros señalarán los cadáveres de los rateros de los que eficientemente se deshacen ciertas iniciativas de seguridad privada (incluyendo a la guerrilla) en Bogotá y otros rincones inhóspitos del país. Pero es que un ratero la debe, un ratero es culpable, un ratero es mala persona. No es como nosotros, personas de bien. Y así se suele seguir: el tipo ese que se viste raro, el marica que usa arete, la vieja que se lo da a todo el mundo, el man que mete cosas raras, el barbudo que no va a misa y lee libros raros, el bobo que se metió con la hembrita del duro. Y así. Todos pueden terminar muertos por una causa justa, siempre y cuando alguien suponga que hay causas justas para matar a la gente. Sencillamente, cuando se habla de muertos inocentes, se acepta que puede haber o incluso debe haber muertos por culpables.
Tan natural como parece hablar de la merecida muerte de Reyes y Jojoy, este hábito de pensamiento se cuela en muchas afirmaciones cotidianas. A veces se presenta en forma de referendo para defender a nuestros niños, a veces salta convertido en «la gran permisividad de un sistema que cree que el crimen tiene horario». La gente no sabe a qué forma perversa de arbitrariedad le juega cuando comienza a decir las cosas de esa manera, pero justamente en esa forma de hablar se encuentra el germen de muchas muertes.
Ernesto Yamhure hace eco de Uribe —pleonasmo— y dice que hay que «recuperar a Bogotá». Esta es la primera llamada oficial de un proyecto uribista que llama a tomarse a Bogotá. Digo que la llamada es oficial porque hasta ahora, como nos tenía acostumbrados el uribismo, todo era simplemente un «sentir popular» que fue llegando cada vez más arriba, hasta ser escuchado. Lo cierto es que a Samuel Moreno —o al Polo— comenzaron a hacerle zancadilla desde antes de que fuera elegido, comenzando por el mismo Uribe, pero también participaron Mockus y, por supuesto, Peñalosa. Por eso mismo, inmediatamente, el resultado de las elecciones de 2007 fue leído en clave de «perdió Uribe» y «los bogotanos castigaron a Peñalosa». Desde entonces la gestión de Moreno, aparte de lo que pueda considerarse «cierto», ha sido saboteada sistemáticamente. Con siete millones de mentes debidamente imantadas, trucadas, la profecía se hizo fácilmente realidad.
Parte del problema es justamente lo que pueda considerarse «cierto». Es el típico caso del doble rasero; además ser del Polo es comenzar con desventaja. No pretendo defender a Moreno, como no buscaría atacarlo si no tuviera alguna base importante. Por cierto, no voté por él. Pero sí voy poner un manto de duda sobre su supuesta falta de gestión o el supuesto hecho de que la ciudad se está cayendo, que son los dos caballitos de batalla, tan bobos como poderosos. Pienso que, más allá de que en los contratos haya corrupción —eso que nunca, pero nunca se había visto—, las obras no se hacen de la noche a la mañana y una obra en dos vías principales, por donde además circula el 80% del transporte público, necesariamente va a traumatizar la ciudad. (Dirán, claro, que en kilómetros es sólo el 25% de lo que ya está construido.) Que no las hagan todas al tiempo, dicen. Entonces dirán que por qué no las hace al tiempo para agilizar. No hay escapatoria. Cuando las obras estén terminadas la gente se olvidará, así como bien le pasó a Peñalosa, otro al que en su momento amenazaron con firmas y revocatorias, pero no con cacerolazo, porque esa es una costumbre importada de Venezuela o Argentina hace poco tiempo. De la inseguridad, el tercer caballito de batalla, ni siquiera vale la pena hablar: es una tendencia nacional.
Bogotá es desde hace rato escenario de contienda política, desde que gobernarla se volvió sexy. Que el tal voto de opinión es maduro y solo atiende razones es pura mierda. Lo malo es que la leyenda negra cumplió su propósito principal de desprestigiar al Polo y, sobre todo, de presentarnos la alternativa natural: Uribe. No tiene que ser Uribe mismo, claro, aunque muchos hayan eyaculado de la emoción al oír hablar de esa posibilidad. Pero es que para eso hablan de doctrina y publican libros, para eso todos los posturibistas y metauribistas que estaban desmarcados de Uribe hoy trabajan en la presidencia, incluso de presidente. Lo de hoy es el microuribismo y los uribistas, una vez más, harán realidad el mito de que la alcaldía de Bogotá es el segundo cargo público del país e integrarán la ciudad al circuito ideológico y burocrático del uribismo con el sencillo argumento de que es lo contrario del Polo, que no solo es terrorista de civil (modo nacional de discurso), sino unos ineptos y corruptos administrando (modo local de discurso, alternativa a «ahí está la oposición en Bogotá, este no es un gobierno autoritario»).
De manera que no es, para ellos, recuperar la capital, sino consolidar un proceso de toma que comenzó desde hace tiempo y que pasó por acabar también con el Polo. Aunque dicen, claro, que se acabó solito. A los verdes —o sea Mockus y Peñalosa— les pasó también, como puede recordarse con el tema del caballo con muletas y los mimos antiterroristas. Así que Bogotá, incluida en el gran círculo burocrático e ideológico del uribismo, será gobernada desde 2012 por algún manzanillo inepto pero bien arrodillado, de los que compone el salpicón pegado con babas que es el Partido de la U. Un títere de similares características a las que iba a tener Juan Lozano cuando quiso hacer de Peñalosa en 2003. Pero esto es diferente porque Uribe es el camino, la verdad y la vida, un hacedor de milagros, un hombre cercano al pueblo que acaparó los medios en irregulares y nunca antes vistos ocho años consecutivos de gobierno, que multiplicaba panes y peces con el infinito poder de la televisión en sus consejos comunales. Podrá llenarse la ciudad de policías que llevarán a la cárcel a las personas que parezcan deprimidas o a las que tomen fotos. Podrá no volver a haber obras públicas, podrá no solucionarse ese gran problema que ahora llaman movilidad, exclusivo de Bogotá, erradicado del resto del mundo. Sobre todo, acabaráse definitivamente lo que Peñalosa llamaba megalomaniáticamente «nuestro proyecto de ciudad». Pero el alcalde será el vicario de Uribe en la tierra y así todos serán felices. Eso también es voto de opinión.
A lo mejor a Samuel Moreno le termina pasando como a Pastrana. ¡Ah! Pero Pastrana no gobernó una ciudad importante.
Eso sí, mis condolencias a David Luna. Tal vez lo premien por haber sido un excelente idiota útil moviendo «la opinión». O tal vez, como ahora dicen, sea el elegido.
Los Simpson son un asco desde hace como doce años. Bueno, no son un asco. Simplemente son otra cosa muy diferente, que por cierto me da asco y no me provoca ver ni por dos minutos. Estos Simpson de ahora tienen unos objetivos de «crítica» que no tenían antes. En algún momento a algún director de temporada se le debió ocurrir que en vez de historias corrientes la premisa de cada capítulo debía ser siempre meterse con algún producto, personaje o tendencia de «la vida real» para darle palo o tenerlo de invitado. Buena fórmula, al parecer, porque desde entonces Los Simpson son noticia: «Selma será lesbiana», «Bart se divorciará de su familia», «Los Simpson se meten con Facebook».
Entonces hace unos meses la noticia fue que cogieron una canción pendejísima y la usaron para musicalizar la tradicional entrada, además de modificar toda la historia de la entrada. Ahora salen con que Banksy, el trasgresor, hizo una entrada «muy fuerte» en que se «critica» a la Fox y sus prácticas de producción de merchandising, comenzando por la misma animación de la serie. Por cierto, de esto ya se habían burlado ahí mismo en el episodio de la película de Tomy y Dally, en esa época en que Los Simpson sí eran buenos.
Suponiendo que Banksy sea alguien —y que efectivamente tenga intenciones legítimas de emancipar a la sociedad contemporánea del consumismo y la represión estatal—, el personaje habrá dicho: «¿Me pidieron una entrada? Pues voy a hacer la entrada más brutal y radical, me voy a cagar en todo y voy a desenmascarar la naturaleza explotadora y esclavizante del mercadeo de Los Simpson y de Fox». Mientras tanto en Fox dicen «Banksy nos hizo el favor. Ya tenemos noticia». El efecto es así: la noticia no fue que hubo autocrítica de Fox (o de los productores de Los Simpson a Fox) sino que Banksy apareció en Los Simpson. Y es que cuando el criticado se apropia de la crítica, ésta se neutraliza y deja de doler. Eso en estos casos se llama cinismo.
El año pasado estuve dos veces en urgencias y no pienso volver a pasar por la experiencia foucaultiana de pasar ocho horas retenido, examinado cada dos horas por un médico diferente, que me hace preguntas absurdas —aunque tengan mucho sentido para ellos— como qué tanto me duele «de uno a diez», para al final recibir un reporte que dice en griego lo que yo ya sabía que tenía, porque por eso mismo estaba ahí. En diciembre, por ejemplo, llegué por un intenso dolor de espalda que comenzó de repente y me dejó en el suelo. Ocho horas después salí del hospital apenas aliviado, con una receta de analgésicos y un reporte que simplemente decía «lumbalgia», es decir, dolor de espalda.
La semana pasada comencé a sentir un intenso dolor abdominal que incluso en la noche del jueves no me dejó dormir. Pronto me recomendaron tomar buscapina. Y que fuera al médico, que fuera pronto, que fuera a urgencias. Pero no voy a volver a urgencias. El dolor desapareció súbitamente el viernes por la noche. Y días después comenzaron otros dolores inconexos. Me sentía enfermo, mal. Pero he estado acostumbrado a muchos dolores diversos desde hace diez años.
Pedí una cita con un médico y acabo de volver, con el nombre de una enfermedad, un nombre absurdo, y una receta médica. Según el médico, un hombre agresivo y vehemente, la colección de síntomas inconexos e irregulares que he coleccionado durante los últimos diez años son típicos del «síndrome de causa desconocida». Y el tratamiento es una pequeña dosis diaria (12,5 mg) de un antidepresivo llamado Amitriptilina. Mientras tanto el médico parecía leyéndome el tarot, me revelaba toda mi experiencia con médicos como si la conociera: exámenes que dicen que estoy bien y mientras tanto los dolores, los síntomas, siguen.
Yo estaba maravillado y feliz. Era como si me revelaran un secreto que habían estado guardándome por años, como si me dijeran cuál era mi identidad y un plan de vida. Hoy me siento como cuando me dijeron que mi mamá tenía cáncer. El mundo da vueltas por un rato y de pronto se frena en un lugar donde todo tiene un significado nuevo y es imposible volver al estado anterior. Toda la vida pensaba que era una cosa tal y ahora no es así. Tengo un síndrome. O eso me dijo el médico.
Guardé las pepas en la mesa de noche. Buscaré otra opinión.
Desde mucho antes habían estado hablando de revolución. El pueblo, el mismo que supuestamente —y hasta realmente— exige que Uribe siga gobernando a Colombia hasta su muerte, al no poder hacer oír su voz en las urnas, se levantaría sin organizarse, se convertiría en poder popular y cambiaría el rumbo de la historia. Un golpe civil y popular tendría lugar en el momento en que la Corte dijera que el referendo no va. Su violencia sería legítima, dicen algunos intérpretes, pues también es una manifestación de la voluntad popular. Entonces, por segunda vez en la historia se tomarían el Palacio de Justicia, obligarían a los magistrados a cambiar su voto o los ejecutarían sumariamente. «Todo el poder es suyo, Presidente», le diría a Uribe un personaje hasta entonces desconocido.
2.
La gente, como los opinadores y candidatos uribistas —o sus combinaciones—, hablaría de que la Corte no escuchó al pueblo porque se cree de mejor familia y se detiene en los pequeños detalles. El resultado sería una guerrilla como el M-19, que reivindica historias, que habla de politización de la rama judicial o de un sistema injusto mediado por instituciones ridículas como un Congreso de partidos, cuando debería ser corporativo. El grupo luchará por la institución de una nueva forma de gobierno. Sería muy popular.
3.
¿Quién estaba a la diestra de Uribe cuando murió? ¿Y quién más cerca? El líder nunca habló de alguien y nunca dio un nombre pues el Nombre era el Hombre y el Hombre era Él. Había algunos sucesores in pectore, de los que todos hablaban. Pero así no funciona el estado de opinión, en que el Hombre es el profeta y habla al mismo tiempo para el pueblo y en nombre del pueblo. Si el Hombre hubiera dicho quién… pero no fue así. Si el Hombre hubiera dejado alguna doctrina, alguna ideología… pero sólo quedaron algunas palabras sin mayor contenido. Entre los despojos, todos comenzaron a llamarse más dignos de Él que los demás. Todos eran más y mejor uribistas que los demás. Comenzaron a crearse facciones y entre éstas comenzaron a luchar. Muy pronto Colombia se convirtió en algo como Argentina y su peronismo.
El nombre Juglar del Zipa se originó en una situación casual y estúpida que tuve con mi amigo David Rojas mientras estábamos de viaje en España en junio de 2001. Caminábamos por alguna calle de Madrid y yo me puse a cantar pendejadas sobre nuestras vivencias hasta entonces, no recuerdo ya si era con alguna melodía en particular. David —que es una de las personas que más ha influido mi forma de ser y que era entonces un verdadero amargado— me pidió que me callara diciendo “¡cállese, juglar del rey!”. Entonces me pareció que era una alusión a The King’s Singers, el coro a capella de King’s College, a quienes había oído mentar por primera vez en boca de Guillermo Rodríguez, compañero del colegio, en 1991.
Yo reaccioné diciendo que por nuestro origen no era juglar del rey sino del Zipa.
***
Antes de ser Juglar del Zipa fui, hasta donde recuerdo, Papageno (que por cierto era el nombre de Opeth, mi gato, antes de que se volviera mi gato), Desmond Morris, ¿En qué sentido? e Invicto. Juglar del Zipa me pareció un buen nombre para volverlo una marca o nombre artístico o simplemente nick. Me gustó por ser sonoro o sugerir sonoridad y por aludir a Bogotá. Aunque mucha gente supone que tiene que ver con Zipaquirá: eso fue lo primero que me preguntó Patton cuando nos conocimos en una de tantas “primeras” fiestas de blogueros, la que organizó el desaparecido ***el nombre que originalmente se había publicado aquí se borró por solicitud de su titular por uso indebido de nombre propio, para evitarle quién sabe qué tipo de gravísimos problemas, porque el futuro laboral de más de 500 mil familias cafeteras de Colombia estaba en riesgo, porque al titular del nombre le iban a negar la visa gringa por aparecer aquí y porque el titular amenazó con traer a Jaime Lombana a colación*** en junio de 2005.
Entonces Juglar del Zipa iba a ser el nombre de las marcas de las cosas que hiciera, aunque no sabía realmente qué iba a hacer. Había pensado en hacer “consultoría histórica”, pero por supuesto no tenía idea de cómo vender algo así.
A finales de 2003 le pedí a Meme que desarrollara la identidad gráfica de la marca. Por diferentes motivos eso solo sucedió como un boceto de emergencia en enero de 2004. Le había ayudado a producir un par de “documentales” a mi amigo Felipe Suárez y sus socios del Politécnico. Estos se estrenaron en un ciclo que organizó el Museo de Bogotá. Esa fue la primera vez que Juglar del Zipa vio la luz en algún lado: era simplemente Juglar Ðl Zipa en una tipografía con serifa.
Algunos meses después conocí Natural Flow, donde fue la celebración del grado de Ana Díaz. Toda la noche bailé, algo que no había hecho nunca ni creo haber hecho hasta ahora. También me llamó mucho la atención la decoración del lugar y que usaran Cream Puff, una tipografía que le gustaba mucho a Meme. Curiosamente tenían la tarjeta del diseñador, David Torres, a quien contacté después.
David es el autor de la marca que se ha visto en este blog al menos desde abril de 2005, cuando me pasé a Wordpress. Le pedí —¿acaso como mal cliente?— que se inspirara en los dibujos de Guamán Poma en su Nueva corónica y buen gobierno. David los usó, en efecto, para crear un logotipo:
Hasta hoy nunca he usado el logotipo porque me gustó mucho más la marca gráfica. A esta marca se llegó después de muchos intentos.
***
En junio de 2004 comencé el primer blog que tuve, motivado por el que por esos días abrió Sergio Méndez, quien había sido compañero en la carrera. Lo usé como crónica del viaje que estaba haciendo. (Tengo entendido que esta fue la misma razón de Cavorite, a quien conocí en ese viaje, para comenzar su blog.) Este “Cantares del Juglar del Zipa” apenas duró hasta comienzos de julio.
Cuando regresé a Colombia comencé a oír La Silla Eléctrica y ahí usé el nombre Juglar del Zipa en el chat. En este chat conocí a varios que más adelante encontraría en la blogosfera (María Paula Lorgia, Diego Urbina, Paola Vargas, Álvaro Huertas, Nilson “Bangalter”, Edwin Sanabria y Germán Cabrejo) y también otros que por aquí no han pasado, hasta donde sé. La Silla fue el lugar donde comencé a mercadear esta marca y de donde llegaron los primeros lectores, cuando comencé el blog en diciembre de 2004, hace cinco años.
Este sitio no pretendía ser un blog. O no exclusivamente. Ya no estoy seguro de qué quería que fuera. Lo importante entonces era tener el dominio.
Julián Ortega encontró este video, un documental hecho en Estados Unidos probablemente de 1946:
A muchos este video les causará una sensación similar a la de haber «descubierto» el puente de la 19 con segunda, al frente de Las Aguas. El puente, encontrado en el 2000, no llevaba ni siquiera un siglo de construido y apenas llevaba 72 años enterrado y sin embargo fue una gran sorpresa. Pocos relacionaron la existencia del puente con el contexto en que se produjo su hallazgo: estaban desenterrando el río que hasta 1928 cruzaba a cielo abierto el centro de la ciudad, el río que era la causa de la existencia de ese misterioso puente.
Será para muchos una sorpresa encontrar en este video una ciudad soleada y colorida, muy diferente de la oscura y monocromática que hemos naturalizado por las mil y un fotos de Sady González (y libros de Ediciones Número para su mesa de centro, caballero), del difunto Manuel H. (un personaje que parecía detenido en el tiempo porque era blanco y negro) y las que, siempre en altísimo contraste, salían en los periódicos de entonces. Así se imaginan muchos que era Bogotá antes del Bogotazo, antes de que llegaran los calentanos. Así han terminanado por representarla en el cine (Confesión a Laura, El baúl rosado). Así, con toda seguridad, ha terminado por creer Álvaro Castaño Castillo que era Bogotá.
Será para muchos una sorpresa encontrarse con una ciudad vibrante y modestamente moderna (claro, es un video promocional), llena de edificios que todavía están ahí (San Bartolomé de la Merced, Biblioteca Nacional, una mansión del Parque Brasil en Teusaquillo) y unos pocos que no (el siempre llorado Hotel Regina). Aquí algunos datos:
0:00: El video fue hecho por la Unión Panamericana, predecesora de la OEA. En 1948 tuvo lugar la Conferencia Panamericana, justamente en la fecha del Bogotazo.
1:33: Desde el Parque Nacional, el edificio del fondo es el San Bartolomé de la Merced.
1:55: El edificio de la Buchholz aún no está construido. Ahí está la estatua de Jiménez de Quesada que ahora está en la plazoleta del Rosario.
2:18: El mono de la pila del mono, iglesia de San Ignacio y actualmente el Museo de arte colonial.
3:00: Izada de Bandera en el Palacio de San Carlos, entonces palacio presidencial y hoy cancillería.
3:30: La plaza de Bolívar con las fuentes y abierta al tráfico; el capitolio, abierto a la gente.
4:49: La casa de campaña de Moreno de Caro en la 34 con 7ma.
5:00: La nunciatura, que hoy está tapada por unos muros terribles.
5:15: «Algunos hombres pueden usar una manta de lana llamada ruana. Pero esta pintoresca costumbre tiende a desaparecer».
5:30: La carrera sexta con jiménez. El Café Pasaje se llamaba entonces Café Santa Fe. El tipo que sale hablando en el tal café es el que uno se encuentra en las fotos. El de al lado «parece sacado de esta década».
6:17: Muestran a un pegotero poniendo carteles para mostrar a Colombia como un país democrático e interesado en la política. Manifiesto liberal un viernes 26. Probablemente el 26 de abril de 1946, a juzgar por el cartel que habla de elecciones generales. Y al lado un cartel que dice «5 heridos en Bogotá»…
6:30: «Hay varios mercados al aire libre en esta ciudad de 500.000 habitantes».
7:00: Venta de flores en el Cementerio Central. En el video hablan de tiendas.
7:30: La plaza Santander sin el edificio del BCH, del Museo del Oro y, por supuesto, sin el Avianca.
7:40: La parte trasera del Capitolio, cuando aún había casas en donde ahora es la plazoleta de Nariño que lo comunica con el Palacio de Nariño.
8:15: Bailes típicos. Entonces el folclor de Colombia era el andino, no el caribeño; basta oír qué música ambienta el documental. También el culto civil a los próceres era el fundamento del nacionalismo. El video dice «en una escuela de maestros cercana». ¿Será el Instituto Pedagógico Nacional?
8:30: La Biblioteca Nacional desde el Parque de la Independencia, entonces aún completo pues no le habían atravesado la 26.
9:48: Casas de Teusaquillo.
9:53: Una ciudad «con un futuro promisorio». Meses después llegaron la Conferencia Panamericana, el Bogotazo y sus mitos.
Hablaba hace poco sobre el muro de Berlín con un profesor de Ciencia Política en los Andes nacido en Alemania Oriental cuando era la RDA. Me hizo entender que la mayoría de la gente del lado oriental no hubiera partido definitivamente hacia el lado occidental. No son sus palabras y necesariamente tampoco son sus conclusiones, pero me sugirió que el arraigo de los orientales iba más allá de pertenecer al «lado comunista». Es algo que puede ser difícil de comprender cuando la idea de identidad se reduce a una categoría de ideología política y más si esta es superficial.
Antes de la división, antes del fin de la Segunda Guerra, había socialismo en Alemania ―«¿acaso dónde se lo inventaron?», podría decirse―. Pero este socialismo fue perseguido por los nazis y, después de la guerra, por los soviéticos. Así que hubo varias formas de ser socialista o de acabar marginado. La reunificación fue una nueva derrota del socialismo alemán, esta vez casi borrado de plano. Pero incluso antes de eso, o al tiempo, había vínculos familiares, regionales y culturales. Son tonterías identitarias varias, pero la mayoría de las veces estas pueden ser motivo suficiente para que la gente deje de salir de un lugar o para que regrese. En otras palabras, una fuerza más poderosa.
Así que el muro de Berlín no es sólo el típico símbolo de la opresión y la falta de libertad ―la única manera como convenientemente lo ha plasmado y sigue plasmando el liberalismo capitalista― sino del complejo de inferioridad de los comunistas, que solo sigue dándole la razón a su opuesto y entiende el capitalismo como algo tentador e irresistible por «natural». Claro, también puede estar conscientes de su propia maldad.
Este complejo de inferioridad se replica en prohibiciones absurdas como Cuba y Corea, donde una vez más se demuestra que en su forma de pensar prevalece la ideología «política» sobre esa otra ideología que es el nacionalismo. O simplemente la nación. O la cultura.
***
Parece que todos los que cuestionan el aborto parten de la maldad intrínseca del ser humano, de la «debilidad de su carne». Pretenden construir los mismos muros que igual se van a poder saltar de maneras tan peligrosas como metiéndose en el baúl de un carro, haciendo túneles con cucharas o construyendo globos aerostáticos artesanales. Creen que cruzarán la frontera para no volver jamás, a pesar de que la mayoría de la gente, al fin y al cabo, se coma el cuento de los «principios y valores» que toda la vida han embutido en los colegios y las iglesias. Saben que toda la vida han hecho mal la tarea. Están conscientes de su propia estúpida maldad.
Esos hijueputas creen que una vez abierta la puerta todos querrán irse corriendo a abortar, a tirar como locos para quedar embarazados y además poder abortar. Parece que pensaran que abortar es algo que produce una inmensa alegría o simplemente burdo placer. Piensan que el aborto es un ritual en que los padres ―o solo la madre, ¡lo que es peor!― se bañan en la sangre de una «criatura inocente» para expiar ―pero sobre todo celebrar y renovar― la irresponsabilidad y el pecado. O sólo el pecado, que es en lo único en que realmente están pensando.
Comunistas y seguidores de José Galat, ambos piensan igual: son conservadores.
Disclaimer: Esto se basa en algo que para mí es un meme muy difundido. Hago esta advertencia para que después no salga Camilo Jiménez a decir que aquí estoy plagiando quién sabe qué revista cultural española de finales de los años setenta (como pasó cuando Lucas Ospina sacó su rhetomatic 3000).
Recuerdo que cuando estaba en el colegio, a finales de los ochenta, había gente —acaso debo incluirme— que jugaba a Amar y vivir. Va con mayúscula y en cursiva porque el juego era representar las escenas, digamos, masculinas, de Amar y vivir: bala, carros, gritos, muertos, pum pum pum. Puedo estar equivocado pero esta debió ser la primera telenovela que por primera vez trató el «delicado» tema de la mafia y el crimen, además en sus épocas más sonadas y prósperas.
Hoy —desde hace tiempo— se están rasgando las vestiduras porque en la televisión hay mucha novela sobre mafiosos y putas. He oído a Naranjo decir que deja mal parada a la institución del Dios y la Patria. También es lugar común que es «apología del delito» y de «la cultura del atajo» que nos tiene como estamos. Y claro, lo peor de todo, qué le irá a hacer todo eso a los niños, a los pobres niños, que se aculturan viendo eso, que crecen para volverse idénticos a sus héroes de la pantalla.
Y es que eran otros tiempos cuando toda una generación creció con los arrullos de Carlos Vives en Pequeños Gigantes: hoy todos son gente de bien que baila tropipop en lugares que vomitan «lo nuestro». Quod erat demostrandum.
Aprovecho para esbozar una hipótesis muy sencilla de comprobar. Pero como no soy juicioso como Peláez no me encargaré de eso. Hay un lugar común que dice que el cine colombiano trata exclusivamente temas de narcotráfico y cultura del atajo. La hipótesis es simple: pura mierda. Esa afirmación nace de gente que cree que el cine colombiano es el cine de Víctor Gaviria.
Ahora bien, en algún momento, creyendo cierto ese falso lugar común, comenzó una tendencia a llenar el cine con ese tema «porque no cerrar los ojos ante esta realidad». De ahí salen bodrios como Soñar no cuesta nada o El Colombian Dream. El círculo se completa, el estereotipo se hace realidad y es evidencia patente de la afirmación otrora infundada.
Pero es que tanto cine y tantos cuentos que tan mal hablan de nosotros, de un país que sufre por culpa de unos pocos. ¿Por qué hacerles ese homenaje? Supongo que lo mismo debieron decir cuando comenzaron las películas gringas de gansters, en tiempos de gangsters. ¿Y el resto de películas de mafiosos que ha habido y sigue habiendo? Ahí hay un problema: casi siempre son narraciones sobre inmigrantes, italianos mañosos, lejanos del ideal gringo. Pero esa es otra historia, como la de los niños que jugaban a darse bala en el patio de mi colegio.
¿Alcanzará a haber 7.364.298 votos por el “sí”? ¿Sería mejor buscar 7.364.300 votos por el “no”? ¿Qué es lo que convence a ciertas personas a votar por el “no” aun sabiendo que es fácil perder? Sagrados e indiscutibles derechos.
Así que, de momento, es la estrategia con la que menos se pierde.
Adenda: Según la encuesta de Invamer-Gallup cuyos resultados parciales se presentaron esta mañana (10 de septiembre) en Caracol, 17.085.171 personas votarían el referendo (58% del censo electoral) y 14.693.247 votarían “sí” (49,88% del censo electoral). Así que ni absteniéndose. Porque la única vaina sería hacer lo contrario: convencer a la mitad abstencionistas de que vote y que además vote “no”.
En Colombia no solo vivimos en la periferia de España sino en la periferia de los otros dos imperios culturales hispanoparlantes: Méjico y Argentina. No hace falta traer a colación cifras (que no tengo) para darse cuenta de que la influencia de los tres países es un hecho. En España, Méjico y Argentina se traducen los libros que leemos. En Méjico y Argentina se doblan o subtitulan las series y películas que vemos. Se oyen rancheras, tango y sevillanas en temporada de toros: el drama de los imperios es que siempre los caspean.
Esta es una corta reflexión, una pregunta, y cito parlamento de una obra muy popular:
—Dígame, licenciado.
—Licenciado.
—Gracias, muchas gracias.
—Noy hay de queso, no más de papa.
«No hay de qué», «no hay de queso», «no hay de queso, no más de papa», «no hay de queso, solamente de papa». Una alternativa gastronómica. Fácil, claro e ingenioso. O ingenuo como Chespirito.
¿Pero por qué si Chespirito es mejicano dice papa y no patata? ¿Por qué habla quechua suramericano y no náhuatl centroamericano? ¿Acaso porque América es una sola y siempre indígena y se resiste al robo lingüístico de los españoles? ¿En Méjico también dice papa?
Según el diccionario de la Real Academia, papa en Méjico es otra cosa:
f. coloq. Méx. mentira (‖ expresión contraria a lo que se sabe).
Y existe una tercera acepción (de donde viene la palabra papilla o lo que en Asturias entienden por papas):
(Del lat. pappa, comida de niños).
1. f. coloq. Tontería, vaciedad, paparrucha.
2. f. pl. Sopas muy blandas.
3. f. pl. Masa blanda de barro o de otra cosa.
4. f. pl. coloq. Cualquier especie de comida.
ni ~.
1. loc. pronom. nada. U. con neg. No sabe, no entiende ni papa.
Así que Chaparrón Bonaparte no ofrece nada a Lucas Tañeda (Lu Castañeda, etc.). Simplemente reconoce que es un pendejo. O le da mentiras. O le da avena con agua. Cosa horrible.
Adenda: hay más pendejos que quisieran reclamar el asunto como otro triunfo nacional.
Corrigenda: Invaliden parcialmente el post pues en Méjico la forma predominante es papa (aunque también digan patata) e incluso la FAO lo confirma. Ahora bien, según el Cocinero Fiel, en España también pasaron Chespirito alguna vez. ¿Qué habrán pensado? Patadas de ahogado, sí.
Hace como diez años decían en The Economist, anticipando la explosión de la burbuja, que la gente que pensaba hacer negocios basándose únicamente en tener el dominio de internet más básico (www.bikes.com para bicicletas, www.dogs.com para perros, etc.) estaba meando fuera del tiesto. Seguramente decían algo más complejo, pero esa era básicamente la idea.
De esa época recuerdo haber visitado el sitio www.internationalrelations.com. Esperaba encontrar algo relativo a la disciplina que por entonces cursaba (y por eso leía The Economist) pero me encontré con una página para encargar esposas ex soviéticas. Feísimas todas, no como Nicole Kidman en Birthday Girl. Hoy los nombres de los sitios son marcas que normalmente no dicen nada de lo que son (www.godaddy.com, hablando de dominios), que no están «bien escritas» y confunden a los no iniciados (www.flickr.com) o que dicen qué son pero que al final son más (www.facebook.com).
Pero hay que ser muy imbécil para pensar que un dominio así puede servir:
www.sinoesuribeesjuanmanuelsantos.com
Hay que ser un imbécil como Juan Manuel Santos y su tartamudeo de mongólico a la hora de dar respuestas para escoger un dominio tan intuitivo como ese. O tal vez el tipo quiere imponer una nueva forma de hacer las cosas, establecer un nuevo paradigma, diferenciarse.
Con esto en mente, ofrezco los siguientes ejemplos de dominios imbécilmente ingeniosos:
La selección Colombia solamente ha clasificado a mundiales de fútbol durante gobiernos liberales: Chile 62 con Lleras Camargo, Italia 90 con Barco, Estados Unidos 94 con Gaviria y Francia 98 con Samper. Un día haré un paper econométrico al respecto y ganaré el bien merecido respeto.
De Pastrana no había que esperar nada, por supuesto. ¡Pero de Uribe! Uno de los grandes fracasos del gran líder ha sido no lograr que la selección —el único orgullo nacional además de las virreinas universales— clasifique una vez más a un mundial. Pero, como siempre hemos dicho aquí, Uribe nunca pierde.
Antes las celebraciones de la patria se daban cuando ganaba la selección. Aún quedan hoy secuelas de aquellos triunfos: feliz 5 de septiembre, feliz cinco a cero, feliz repetición del partido de marras con la entrecortada narración argentina. Los que cuestionan esta celebración dicen que son tiempos pasados, glorias insignificantes, leche derramada.
Ahora, sin embargo, el 20 de julio, lo que antes era un festivo más y, a lo sumo, una celebración marginal con desfile militar por la séptima (o su equivalente en cualquier rincón) y seguimiento del inicio de una legislatura, se convirtió desde el año pasado en un sonado evento respaldado por nuestra renovada masa crítica nacional que sale a las calles a la voz de los agitadores radiales (¿otrora Gaitán?). ¿Saben si antes la gente se deseaba «feliz veinte de julio» en esta fecha?
El Concierto Nacional, ese Live 8 patriotero (literalmente veintejuliero y socialbacano) o una fase superior del Show de las Estrellas, es otro gran triunfo de la patria refundada de Uribe. En esta fecha que evoca tiempos pasados, glorias insignificantes y leche derramada, se explota todo aquello que es «lo nuestro». En esa celebración de circuito nacional e internacional sí se usan bacana y chéveremente las cosas bacanas y chéveres de la constitución del 91: multiculturalidad, plurietnicidad, mochilas y plumas se unen a las tres cordilleras y los dos océanos para llenarnos de gloria. Borrar fronteras y diferencias, una sola voz, un solo clamor, etc., etc. Ese es, al fin y al cabo, uno de los significados, el original, de la palabra concierto. Todo eso le permite sobrevivir al Ministerio de Cultura en su pequeño papel de Ministerio de Propaganda.
La resignificación de las fechas patrias no tiene nada de malo. De hecho las fechas patrias son resignificaciones por naturaleza. El 20 de julio de 1810 no se inventaron a Colombia ni hablaron de independencia. Y justamente porque eso no importa, ahí tenemos el Concierto Nacional. O la marcha de la independencia del secuestro del año pasado.
¿Qué es lo malo (o lo que me raya) de las fechas patrias? Que se asumen irracionalmente, sin crítica alguna. No hablo justamente de que el 20 de julio no hayan fundado a Colombia, como sería la desmitificación típica del History Channel; hablo del significado posterior que se les da, de los deberes de las religiones civiles, de la anulación de la diferencia y tantas otras cosas. Como todos nos comemos el cuento de la patria al fin y al cabo, estas fechas me sirven para preguntarme una vez más —a diferencia de otros días en que solo pienso en el trabajo o en descansar— por qué asumo esa entelequia como parte de mi identidad. Es decir, por qué he aceptado ser vehículo de la entelequia para hacerla una realidad observable. Y, por ahí, por qué tanta gente hace lo mismo sin preguntarse nada.
Habiendo dicho esto, me despido con las palabras más cursis y pendejas que cualquiera pueda decir pero solo Miguel Antonio Caro se atrevió a escribir:
¡Patria! te adoro en mi silencio mudo,
y temo profanar tu nombre santo.
Por ti he gozado y padecido tanto
cuanto lengua mortal decir no pudo.
No te pido el amparo de tu escudo,
sino la dulce sombra de tu manto:
quiero en tu seno derramar mi llanto,
vivir, morir en ti pobre y desnudo.
Ni poder, ni esplendor, ni lozanía,
son razones de amar. Otro es el lazo
que nadie, nunca, desatar podría.
Amo yo por instinto tu regazo,
Madre eres tú de la familia mía;
¡Patria! de tus entrañas soy pedazo.
Ya he dicho que Uribe siempre cae de pie, que Uribe nunca pierde. El episodio con huevo de ayer no es la excepción:
No solo tuvo la oportunidad de dominar al pueblo pidiéndole clemencia con la pobre representante de tan heterodoxa oposición simbólica («como presidente [tengo que] procurar hacer pedagogía») sino que además el man resultó chistoso y hasta más chistoso y pendenciero que la niña del huevo: «voy a poner este huevo allí para no irlo a quebrar». Cuidado, lo ve por ahí algún fanático de la Seguridad Democrática (antiguamente conocido como paraco) y a ese sí no le da miedo «ir quebrando» algo.
Liliana (y el resto de Tienen Huevo) quedó como una mamerta que dice cosas sin sentido, hace gestos pendejos y vacíos y les da la razón a los que se burlan de la llamada lúdica de la resistencia. Va al frente, le echa un insulto de bajo calibre y poquísimos megatones al gran líder (y a Colombia, faltaba más), después echa unas cuantas consignas (sin el riguroso sustento de las cifras, porque no aprenden) y además le quita la mano al presidente cuando éste, amable y cortesmente, se la ofrece, en vez de hacer como Correa en la cumbre del Grupo de Río.
Lo que pasa a la historia no es la valiente confrontación de una «joven profesional» (¿qué hijueputas significa eso?). El Tiempo, sin complejos, lo llama sabotaje. Lo que pasa a la historia es el presidente que, como siempre, se defiende con gallardía de los ataques injustos de la oposición local y mundial. Y al final es como si le celebraran que mató una mosca que estaba por ahí zumbando. El man, una vez más, ganó porque le dieron la oportunidad.
Nada puede contra Uribe. Su existencia es su argumento más poderoso. Pero también es el único que tiene.
Un último comentario técnico: Liliana debió haberle dado el huevo y ya. Aparte de ser un gesto pacífico (porque es que ponerle un huevo en la cabeza a alguien debería pagarse con cárcel), prácticamente todo el mundo entiende. Y si no entienden, no pasa nada.
Decía el matemático John Allen Paulos en 1991 (sepan disculpar el español españolete de la traducción):
Imagino que al popularizarse cada vez más los ordenadores de sobremesa podrían comparar sus respectivas bases de datos personales y también los de las personas conocidas. Quizás intercambiar bases de datos podría convertirse pronto en algo tan corriente como dejar la tarjeta de presentación. Tejiendo una red electrónica. Infernal.
Más allá de los números, 49.
Adenda: «ordenador de sobremesa» suena como a wedding planner.
Me llega de suzan.jeremand@yahoo.com a mi correo del trabajo:
Estimado un respetuoso,
Cordiales saludos a usted y su familia de buena fe. Soy consciente de que no se trata de un enfoque formal en el inicio de una relación, pero con el paso del tiempo, se dará cuenta de la necesidad de que mi enfoque. Mi e-mail a usted vendrá como una sorpresa ya que yo no te conozco en persona pero si este mensaje llega a usted fuera de su deseo, lo lamento mucho. Espero que usted lea este mensaje y comprender cómo las cosas pueden ser difíciles para que alguien en un determinado período en la vida, presentarle a usted mi auto con toda la fe, la confianza y esperamos que entiendan para que me ayude a no traicionar a mí en la final.
Mi nombre es Suzana Jeremand, i am 22 años ahora, yo era estudiante en la Universidad de Abidjan, Côte d’Ivoire (Costa de Marfil). Yo soy la única hija del difunto jefe de Christopher Jeremand, un rebelde de una parte del gobierno de nuestro municipio golpeó y mató a mis padres y mi único hermano, porque mi padre fue una de las oposiciones para el ex presidente de mi país Costa de Marfil ( Costa de Marfil). Y antes de su muerte que ha logrado ahorrar la suma de $ 7.5m. (Siete millones quinientos mil dólares de EE.UU..) Aquí, en Abidján, que soy el pariente más cercano.
Mi padre, ha previsto para la compra e importación de cacao de procesamiento de algunas máquinas y el desarrollo de otra fábrica, por desgracia no cumplir su objetivo antes de su prematura muerte.
Ahora, quiero transferir este dinero a su país con fines de inversión a través de su directiva. Sush como la fabricación y la gestión inmobiliaria en su país si hay una buena inversión de las empresas saben que pueden invertir el dinero esta es la razón más importante, mientras que me puse en contacto con usted para obtener ayuda.
Desde aquí la seguridad no puede ser garantizada, además de que he perdido mi familia y la empresa de mi padre fue incendiada en ese ataque de los rebeldes. Ahora estoy en una gran confusión. Por favor, estoy pidiendo limosna a hacerme un favor por mi condición de tutor y el receptor del dinero en mi nombre.
He sufrido mucho en el dolor desde que perdí mi familia, mi tío ha sido después de mi vida, porque de ese dinero pero no sabía exactamente dónde estaba el dinero depositado, por lo que han decidido viajar fuera del país e invertir en su país si va a aceptar ser mi tutor.
Por favor, permítame preguntarle algunas preguntas de este, puede honestamente me ayude como tu relaciones? ¿Cuántos porcentaje del total de dinero será bueno para usted después de la transferencia de dinero a su país? Por favor, considere esto y volver a me voy a estar esperando tu respuesta urgente lo antes posible. Gracias y Dios Todopoderoso le bendiga con un buen día espero oír de usted pronto
Atentamente
Srta.Suzana Jeremand
Lo que nos faltaba: pateros en Colombia. Hágame el favor.
Es pecado comer en Transmilenio. Es como tomar fotos. Pero ya se sabe bien que en Bogotá no se puede tomar fotos en ningún lugar. No solo la autoridad uniformada y armada lo prohíbe siguiendo quién sabe qué norma tácita. También a mucha gente común y corriente el hecho le parece una «conducta sospechosa», como pasar tres veces por el mismo lugar buscando una dirección, fijarse en algún detalle en la calle, hacerse con un grupo de gente en un parque de barrio o llevar cinturón a un concierto. Ya se sabe que en Bogotá no se pueden tomar fotos a menos que sea para algo útil, algo constructivo y edificante, con dividendos morales y golpes de pecho. Así nació Transmilente.
La lógica de este «concurso de fotografía» explica perfectamente lo que significa el registro de imágenes para estas autoridades y estos gobiernos y, por tanto, la justificación de sus prohibiciones. Para ellos la fotografía sirve para meterse en la vida de los demás, para rastrear, para hacer seguimientos, para recabar información que solamente puede tener como fin delinquir. Y por esta razón es de uso privativo de los policías. También por eso hay que convertirse en policía para poder tomar fotos en un lugar donde (¿por qué?) sí está abiertamente prohibido tomar fotos: Transmilenio. Un concurso semejante al de la construcción del ejército de informantes que nuestro distinguido patrón nacional convocó en sus primeros años de administración.
Es curioso que alguien que dice estar preocupado por la interiorización consciente (¿acaso racional?) de la norma, esté detrás de esto:
Supuestamente el gran logro de Mockus —su mito, su caballito de batalla— fue haber «educado en la norma» a una ciudad que no tenía ni dios ni ley por, según dicen, no tener patria: como a esta ciudad nadie la sentía como propia todos hacían lo que se les daba la gana, reza el lugar común. Supuestamente la gente se hizo ciudadana por medio de la pedagogía y el juego, de la adquisición consciente de las normas. Pero en realidad era una estrategia basada en la represión y la vergüenza. Represión y vergüenza de formas lúdicas y divertidas. Pero represión y vergüenza, al fin y al cabo: tarjeta roja en público, el mimo jarto que persigue por no haber cruzado la cebra, la culpa por abrir la llave del agua más de la cuenta. Al final, de la norma solo queda la costumbre y del contenido supuestamente pedagógico solo queda la justificación arbitraria, mano derecha del policía.
Transmilente es lo mismo. Pero, claro, es usar lo que era «malo» para hacer el bien, para hacer control social, para hacer de nuestra ciudad y su sistema de transporte algo mejor. Antes de meterme en una campaña de ese estilo, ridícula y con una muy frágil justificación, me gustaría que me convencieran de la inconveniencia de tomar fotografías en espacios públicos. O de comer empanada.
Transmifoto fue un flashmob para protestar en contra de la imbecilidad de la ley.
En Nueva York la gente se alzó en contra de la arbitrariedad de la ley. Claro, la noticia es delNew York Post (vía Andrés David).
Allá en Alemania (más exactamente en Múnich, lo que explica muchas cosas) una vez me detuvieron unos policías en la estación de tren para pedirme el pasaporte. Me dejaron, supongo, cuando vieron que no era «árabe».
Peor que la incorrectez política deliberada es la estupidez políticamente correcta.
Ejemplo de lo primero es el franquismo académico que practican ciertos sectores en cierta institución exclusivamente universitaria de larga tradición en este país ―e incluso antes de que fuera este país―. El cierto sector tiene por brújula investigativa rastrear las huellas de la hispanidad que han dado forma a nuestro país. La tal hispanidad se entiende como una línea continua que va de los enclaves fenicios en las orillas mediterraneas de Iberia, pasando por las gestas de don Pelayo, hasta el «ideal nacional» de Carlos V, que comprendía variadísimos territorios en tres continentes. Y bueno, todo eso llegó a Colombia, antes de que fuera Colombia. Como antes «todo» había llegado a España, antes de que existiera España, aunque para el franquista siempre ha existido. Y existirá, claro.
Lo segundo viene por cortesía de la socialbacanería lingüística. Como no aguanta tanto celebrar el idioma que aquí y en el resto del mundo llamamos español, que al fin y al cabo es lengua importada y de opresión, entonces celebremos las lenguas «nativas», entre ellas el palenquero, el raizal y el romaní, que son nativas en la medida en que esa palabra no significa «natural de un lugar» sino «diferente», «marginal» y otras cosas que les interesan a los socialbacanos pero que no son capaces de denominar como harían los franquistas: «salvajes», «dignos de desaparición» o, como las llama uno de los integrantes del cierto sector de la cierta universidad, «dialectos». Nativo como sí es el huitoto (et al.), pero no es, pues, el español hegemónico de estas tierras, aun si lleva más de cinco siglos, aun si ya no es propiedad de quienes «generosamente nos lo concedieron», aun si eso es lo que quieren que pensemos.
Así que ambas partes terminan siendo igual de pendejas.
***
Hace un año escribí para Arcadia una reseña de Saber hablar, un libro que acababa de sacar el Instituto Cervantes. Al final no la publicaron porque se atravesó alguna pauta. Decía así:
Se dice que hablar es la forma de comunicación predominante en Colombia y ha definido su cultura. La radio siempre ha sido más exitosa, en detrimento de la expresión gráfica o audiovisual, sin mencionar la lectura. Las narraciones de fútbol expresan, literalmente, obviedades. Las películas padecen diálogos interminables; las que no, «no se entienden». El orador, sea elegante o de proverbio arriero, es aún la imagen del político.
Una guía para practicar mejor la cultura nacional no está de más. Como su antecesor Saber escribir (2006), este manual busca estar al alcance de todo el público hispanoparlante y hace parte de un plan para estandarizar la lengua en el mundo.
Bourdieu, entre otros, dijo que la cortesía lingüística —oral y escrita— nació bajo el signo de la burocracia y por eso mismo ha servido para dominar ya que margina lo diferente y da dirección específica al comportamiento. Otros, optimistas o pragmáticos, dicen que los protocolos aceitan los engranajes de la sociedad para que las cosas se den fácilmente pues salvan las posibles ambigüedades de lo que es particular.
Lo cierto es que los manuales siempre son moralistas: dicen qué es o qué no es correcto. O, lo mismo, estandarizan. En este manual el discurso exitoso es el que, como se dice ahora —¿ahora?—, vende. Haciendo uso de conceptos de disciplinas tan antiguas como la retórica y tan recientes como la sociolingüística, se tratan los cuatro aspectos que definen un buen discurso: su corrección léxica, gramatical y fónica, la formulación y organización de sus ideas, los elementos que le son externos y, por último, su género, definido por la circunstancia.
El texto está escrito desde España y, a pesar de lo que pretende, pensado por sus autores para un inmediato público español. El lector reflexivo encontrará lo suficiente para desarrollar estrategias según sus circunstancias. Quien busque recetas lo encontrará confuso o ridículo, y tendrá que esperar a que se publique una versión adaptada, en efecto, a nuestra idiosincrasia.
Mejor complemento de esta reseña es esto:
Cuando uno se detiene a ver el símbolo del Instituto Cervantes ve claramente que hay una ñ:
La virgulilla que da identidad a esa letra única, que además está en el mismo nombre del idioma, da identidad al instituto de la cultural española. ¿Para qué más? Eso mismo dice quien lo diseñó, el emblemático Enric Satué. Catalán, por cierto.
Pero una mirada más detenida da cuenta de su otra clara inspiración:
Columnas de Hércules, consigna «plus ultra» (en latín, más allá). El Instituto Cervantes no es únicamente la lengua sino el imperio:
El español de América es anticuado en palabras de Manuel Seco. Por suerte muchos por ahí celebran la resurrección del imperio usando a diario palabras como polla, coño, correrse, braguita y chupada.
Adenda: De acuerdo con Gregorio Salvador y Juan Lodares en su libro Historia de las letras (pp. 197-98), hay un signo tipográfico muy popular que provendría de simplificar el escudo de España: $.
Ay, ya no está… Debe de ser porque en este país de delicados idiotas un chiste idiota es una afrenta contra quién sabe qué, comparable con mancillar el buen nombre de quién sabe qué.
Señores de la Federación Nacional de Cafeteros:
Este juego idiota no tiene el terrorista fin de aniquilar una marca que es bien conocida en todo el mundo. Tiene el modesto fin de cualquier juego idiota: divertir un ratico.
Este juego idiota es un homenaje igualmente pendejo a dos referentes de lo que llaman «cultura popular»: Juan Valdez, figura idealizada (e inexistente) de un caficultor colombiano, y Ramón Valdez, deudor moroso vitalicio de origen mexicano. Curiosamente para muchos vendehumos expertos en mercadeo hacerse a un lugar en la «cultura popular», como muestran estos juegos idiotas, es una prioridad.
Este juego idiota es practicado por gente que con seguridad sale de ver videos de El Chavo en YouTube para irse a tomar café premium 100% colombiano con nombres 100% colombianos como «latte», preparados en máquinas 100% colombianas marca Bunn y camisetas hechas en China.
Este juego idiota es más idiota que esto, que sí es visto en todo el mundo (o por lo menos por los gringos, que es lo que a ustedes les importa):
Atención a 1:10. Música de Dethklok
Lo de ustedes es una pataleta, una leguleyada estúpida fundamentada en un temor que cualquiera sabe que no tienen:
…tanto las marcas como la imagen del personaje Juan Valdez y de la Federación se están viendo perjudicadas, por cuanto dicho uso, además de afectar la función distintiva y el valor comercial de la marca y de la imagen de Juan Valdez, como quiera [aborrecible abogadismo] que estas alteraciones tienden a confundir al público haciendo que en un periodo de tiempo olviden el verdadero origen empresarial de los servicios.
Y, no olvidemos, los pobres campesinos:
…la utilización referida afecta los intereses de más de 500.000 productores de café en Colombia que con su esfuerzo y dedicación han creado estas marcas…
Faltaron los niños, las mujeres, los ancianos y «nuestras» minorías.
Un boicot mundial de café de Colombia, por la razón que sea («el café colombiano usa sangre de vaca», dice el mito urbano), debería timbrarlos de verdad. Pero nunca va a pasar. ¿De qué se preocupan? Los empresarios tristes, inseguros y bienpensantes como ustedes son los que tienen a este país de mierda condenado a tener mil años de cuentahuesos en Sábados Felices, Píteralbeiros, pesonajes clichesudos en telenovelas y películas de Dago García, imitaciones y trova paisa tipo La Luciérnaga o refritos que ya no saben a nada, como Larrivista.
Dejen la huevonada y más bien ofrézcanle a Nicolás (y a los del Cartoon Network) un viaje a la zona cafetera para que aprenda que allá no hay mexicanos.
Adenda: en el post original de Diario Nocturno dice, además, «Asociación de Cafeteros». O sea, como decían en Café con aroma de mujer. Pero es que ahí sí se ennoblecía el cuento este tan bien narrado por el novelista Marco Palacios.
Adenda: igual supongo que la cagó proponiendo lo de las camisetas.
Adenda: y supongo que a esta gente no la van a chimbiar:
Adenda: me siguen mostrando ejemplos internacionales:
También una tarde de domingo, andando por la costanera sur, en Buenos Aires, tuve a bien oír esta «cumbia» o cumbia, como se prefiera:
Probablemente es (¡sí!) mexicana. En su letra dice que Juan Valdez no tiene dinero. Con razón.
Adenda: Tampoco hay que olvidar el capítulo de Futurama llamado The Birdbot of Ice Catraz en que el carguero de «rica materia oscura colombiana» Juan Valdez (que se llama así porque a su vez está parodiando el Exxon Valdez) sufre un accidente.
Quién sabe de qué manera un par de candidatos se enteró de que existía Twitter y lo están usando.
El primero es el que se autodenomina simplemente como Germán Vargas. Es el perfecto secuestrable: «estoy en el baño», «comiendo arepa en la cafetería tal», «dirigiéndome a Viterbo por la carretera a La Virginia, kilómetro 5, a 60 km/h», «reunido con el gamonal fulano», «pisciniando en Nilo con el pedazo que le saqué al gabinete del Partido Liberal local». Si, como nos contó hoy, está comiendo sancocho de gallina, no dice qué tal estuvo. Nunca responde a nadie, nunca opina, nunca propone ni, como se esperaría de un político, promete. Usa Twitter tal como se lo ordenan: ¿qué estás haciendo @Vargaslleras? ¿Pero a quién le importa realmente saber qué está haciendo Vargaslleras en este momento?
El otro es Rafael Pardo, que comenzó pareciéndose a Vargaslleras pero ahora parece estar buscando conversa aunque nunca esté conversando realmente. En lo que lleva de su modesta experiencia como trinador apenas ha soltado tres preguntas al aire, entre ellas cómo usar Twitter desde su celular y quiénes usan Twitter en Bucaramanga. ¿Para qué quiere conocer trinadores bumangueses si ni siquiera responde en Twitter?
¿Acaso no saben que Twitter puede ser mucho más que responder qué estás haciendo? ¿No saben que por medio de Twitter uno puede establecer relaciones próximas con gente o conocer la textura de las opiniones más allá de las simples encuestas? ¿No saben qué es lo que se ha dado por llamar dospuntocero? ¿Algún día se le medirían a un blips&candidates? ¿Realmente serían capaces de sostener un debate, de dialogar? Claro que no.
Estos candidatos, que de seguro «en la vida real» miran a la gente como si estuvieran treinta pisos por debajo, no querrán untarse de pueblo, a pesar de estar ejerciendo. Mucho menos querrán recibir preguntas de ningún tipo de la gente rara de Internet. Y ni hablar de responderlas. Para nadie es un secreto que la ilusión del contacto es lo que tiene a Uribe donde está.
Igual es difícil ser un personaje público. Y más si se es rolo.
El comentario de los de Grêmio es de la misma familia de cuando allende estas fronteras nos enseñan cómo se usan los semáforos, suponen que aquí —siempre y en todas partes— hace más calor que allá o se preocupan por lo incómodos que debemos sentirnos usando ropa; una vez una anciana española me hizo llegar una cuchara de palo para que las conociera. Casi siempre esas glosas tienen partes iguales de ignorancia ingenua y veneno. Ellos no tienen la culpa de no tener que saber qué hay debajo de sus narices, pero tampoco dejan de pensar que estamos debajo de sus narices.
Hay gente aquí en Colombia —y en Tunja especialmente— que se ofendió porque los de Grêmio dijeron que para viajar entre Bogotá y Tunja había que pasar por la selva. En primer lugar, hubo gente que se sintió ofendida porque cómo es posible que aún haya personas en el mundo que no sepan del asunto de los pisos térmicos y de nuestra variedad de paisajes y de culturas, aunque debidamente dominadas por el sombrero vueltiao y su parafernalia climática. En fin, la indignación por las fallas en la representación geográfica —humana y física— no es nueva.
Pero tampoco es nueva la segunda parte de la indignación, que incluye a la guerrilla como elemento natural de la selva, como las culebras, los caníbales, la malaria, los pitos y el jaguar. La selva es un lugar horrible donde uno se pudre inevitablemente. Sin embargo en la sabana cundiboyacense el clima es lo que aquí se conoce como frío. Luego, se supone, no hay guerrilla. ¡Infórmense! Además todos los indígenas se volvieron campesinos que ordeñan vacas gracias a la intermediación de los alemanes de Federmán. Y menos mal, porque estaban a cinco años de volverse incas y hubiéramos terminado como Perú. O peor, como Bolivia. Así podemos seguir con la cadena de indignaciones.
Aquí podríamos terminar diciendo que los de Grêmio solamente sufrirán por tanta mujer bella que encontrarán a su alrededor en Tunja, porque al regresar a Brasil añorarán ese tapete verde que son los campos boyacenses —que alguna vez fueron bosque altoandino, casi selva— o porque se preguntarán por qué allá en Brasil, donde solo hay selva, no hay pueblos tan bonitos como Villa de Leyva, lugares tan chéveres como Andrés o metrópolis imponentes como la capital boyacense. Y así…
Ahí tienen. El primer resultado de la celebrada y ridícula medida del toque de queda etario-zonal estilo Los Simpson son dos niños quemados por cuatro pedazos de hijueputa debidamente uniformados y armados, bien «empoderados», con el paraco a flor de piel. Así de repugnante como esa burda tela verde oliva que los viste es su puta actitud frente a cualquier ciudadano. Los he oído burlarse de la gente que se llama a sí misma, y legitimamente así: ciudadano.
Historias de abuso policial he oído de amigos que fueron chúcaros. Forrados de verde oliva gozaban cogiendo a pata a los indigentes que se les atravesaban, si se les daba la gana. O empelotaban gente y la amarraban al poste del CAI por cogerla orinándose en la calle. Yo quejándome porque no dejan tomar fotos. Siempre supe que pudo haber sido peor.
Pero es la misma mierda. La misma arbitrariedad por la que nadie responde.
También conozco la historia de una reunión de estudiantes de la Pedagógica con el Secretario de Gobierno de Garzón. Que si acaso los del ESMAD podían coger a bate todo lo que se les atravesara aunque no estuvieran haciendo nada, aunque no tuvieran tubérculos explosivos o capuchas «I’m with terrorist». El funcionario dijo que la próxima vez se hicieran a un ladito para esquivar el golpe.
Ante este tipo de historia, de queja, oigo siempre la voz del calvo lascivo (y su séquito) que dice que la guerrilla usa pipetas de gas y se comporta como unos blockbusterbusters. Todos están haciendo amigos: entre los comentarios de El Tiempo no falta el que dice que se lo merecían porque son «unos hamponcitos».
El sábado pasado terminó la primera temporada de 25ajiacos, una vaina en que se creaba marca y fidelización, como está de moda, pero sin ganancias para los participantes, aunque sí con derecho a repetición, y con una figura geométrica de solo dos dimensiones. La idea salió una conversación en El chilito, un restaurante de tema mejicano que hay en Las aguas. Pensaba que si hacían diferentes platos con los mismos ingredientes podrían hacerse varios platos con los mismos elementos del ajiaco.
Pero muchos años antes un espíritu tormentoso que siempre buscaba quedar bien me había dicho que me iba a convertir en «chef experto en ajiacos». No me sonaba ser experto y mucho menos en una sola cosa. Pero después de tanto tiempo pienso un poco diferente y por eso mismo existe 25ajiacos y sus pretenciosos objetivos de dominación mundial: «cuando la gente diga que estuvo en Bogotá pero que no estuvo en 25ajiacos es porque no estuvo en Bogotá».
Terminó la serie 25 y quedó mucho cansancio y muchas preguntas. Quedó la sensación de haber enajenado un poco un asunto que antes era exclusivamente para la familia y las amistades, aunque no por eso era menos rigurosamente llevado a cabo. Sin embargo convertirlo en una rutina, en una forma de existencia, y en cierto grado de subsistencia, comienza a transformar la relación con el objeto. Por eso no está mal descansar.
Por eso tampoco está mal volver a hacer un día ajiaco como antes. Es el mismo ajiaco, la misma técnica, pero en otra circunstancia. Para este 31 de diciembre regresa de España, por primera vez en seis años, mi tía Mónica, algo que hace un poquito más extendida mi familia tan venida a menos. Su primer ajiaco legítimo —debates histórico-culturales aparte— en tanto tiempo. Además traerá algunas remesas peninsulares que tanto me alegran el alma culinaria y literaria: chorizo artesanal asturiano y revistas El jueves, respectivamente. Por todo eso espero mucho, como nunca, este miércoles.
Juglar del zipa (en liquidación) celebra cuatro años de existencia cambiando su nombre para perfilar un nuevo proyecto a largo plazo con miras a publicar un libro en próximos meses. Los estudios de mercado indican que este es el único camino por el que se llega a la fama, la fortuna y la dignidad del papel. ¡Felices fiestas!
Acaba de decirme una amiga que oyó que alguien dijo que Diana Uribe era «la historiadora más importante de América latina». Es una frase toda llena de exageraciones patrioteras y parroquialismo barato porque todo el mundo sabe que el historiador más importante de este continente es Felipe Pigna.
Hasta ahora Diana Uribe no ha hecho programas para revaluar nuestra mentalidad histórica con, por ejemplo, Pirry:
Y es que Felipe Pigna, en cambio, es trasgresor y crítico y así encarna de cabo a rabo lo que debe ser un auténtico hijo de Clío.
Conocí a Nicolás, el rolo fantoche, en Argentina. Él me contó, cuando volví, que el mejor lugar para comprar menaje de cocina al mejor precio era el almacén El Cóndor, en lo que sicogeográficamente es aún Chapinero pero de hecho es la localidad de Teusaquillo. El lugar está en medio de un sauna, una wiskería que se llama JR (una foto de esta wiskería aparecerá en el libro Buscando a Jaime Ruiz, de próxima publicación), varios moteles y una pandería que pronto van a cerrar.
Recuerdo haber estado allí por primera vez en 1996 cuando fui con mi papá a comprar un pelapapas, herramienta fundamental. Era sábado y había una niña muy bonita atendiendo. Al menos me parecía bonita, muy bonita.
Hoy la niña ya no está. No importa.
Ahora atienden unos señores de bigote que están ahí desde hace décadas. Incluso uno de ellos, que se llama Gentil, trabaja para El Cóndor desde antes de que quedara en este local de la calle 60.
Frente a la estantería donde está la loza hay un arrume de periódicos que usan para envolver —y manchar— las piezas. Viendo detenidamente había detalles en la tipografía que me hicieron saber que esos papeles viejos eran realmente viejos, ejemplares de El Tiempo de hace más de catorce años.
Sin mayor curaduría de por medio, estas son algunas de las noticias del 5 de febrero de 1994 que aparecieron en los aleatorios envoltorios de mi nueva vajilla:
«“Hicimos lo que teníamos que hacer”, dice Chávez: dos años después de la primera intentona golpista en Venezuela».
«E.U. se cierra el cinturón: rígido presupuesto».
«Estados Unidos elevó tasas de interés: se desplomó Dow Jones y subió el dólar».
«Villas de Aranjuez. Una generosa casa de 111m² en conjunto cerrado con sabor de hogar!», de la organización Luis Carlos Sarmiento Angulo, «la solución a todo problema de vivienda».
«Invierno a todo tren en Bogotá: lluvia y granizo por montones cayeron ayer en la tarde sobre el oriente de Bogotá».
«Fujimori nos visitará».
«Mockus, ¿rector de Bogotá?: Petro candidatiza a la Alcaldía al ex funcionario».
«Logrado acuerdo con CRS sobre reinserción: seguridad y vivienda para ex guerrilleros».
Y Jurassic Park (tres estrellas) la pasaban en el teatro Lux, carrera 8 con 19, y costaba $800.
Esta mañana estaban que no podían de la dicha en Caracol oyendo al Gran Líder cuando destituía a todos esos milicos. «Gesto valeroso del Gobierno», decía Arizmendi, a quien le queda materialmente imposible dejar de ser lambón. También dijeron que era una decisión sin precedentes que pondrá a hablar a la prensa internacional. Y si no lo dijeron seguro lo pensaron o lo dijeron con otras palabras.
No me voy a lamentar por los descabezados de hoy por razones de activo, y últimamente exacerbado, prejuicio de principio. Ni siquiera me preocupa si aquí están pagando justos por pecadores. Mejor dicho, no me importa si son falsos positivos. Después de todo, los milicos si no son imbécilmente abusivos, orgullosos funcionarios de la poresoledigocracia, practican activa y racionalmente lo de costreñir la libertad a cualquier precio a favor de los supremos intereses de nuestra comunidad imaginada. Así que seguramente en el fondo están de acuerdo con ese tipo de prácticas, por más estricto adoctrinamiento en derechos humanos, derechos de los animales, leyes talmúdicas y sharia que reciban.
Me preocupa que este cuarto de hecatombe que sucedió hoy tenga el resultado que produjo en la febril alma Arizmendi, que es el mismo que produce presentar montañas de supuestos muertos del enemigo. Ahí están para contarlos. ¿Hace falta algo más? Dos es mejor que uno. Tres es mejor que dos. Etc. Ese es todo el resultado que podemos dar, deja entender Uribe, unos niños díscolos, un puñado de casos aislados, de manzanas podridas. Lo que hayan hecho, por qué o cómo no importa. Es más sencillo: ni siquiera importa tener la certeza de saber si lo hicieron o no.
Y cuando se sepa algo nadie lo sabrá realmente. No habrá rueda de prensa. No habrá comunicado de la Presidencia. No habrá discurso sobre las acciones ejemplares del Gobierno. La forma como funcionan las industrias criminales no pueden mostrarse como paquetes de cocaína, como cadáveres apilados en una cancha en un colegio o como los costalados de prepucios que a los israelíes les gustaba presentar.
***
Ando pensando en hacer una maestría en Demografía. A algunos les preocupa que me interese porque la cuantificación, como decía antes, no dice mucho. No dice mucho si no se sabe que puede ser solamente un recurso para representar las cosas o, a menudo, solo parte de las cosas. Pero cualquier lenguaje tiene sus limitaciones así como sus ventajas. Lo malo es no saberlo y terminar idealizando el lenguaje por la razón que sea.
De la demografía me interesan las dos partes de la palabra. La primera habla del objeto de estudio, de la humanidad, de la sociedad. La segunda es la representación, más exactamente el dibujo. Las posibilidades estéticas del segundo aspecto es lo que más me llaman la atención.
Por cierto, siempre me han gustado los mapas y nunca he esperado que sean modelos 1:1.
A propósito de los horribles disturbios que protagonizaron todos esos personajes de Hip Hop al Parque —que son peores que negros porque se creen negros sin serlo—, mucha gente anda defendiendo a Rock al Parque de los señalamientos que se hicieron inmediata y naturalmente en su contra. Cada vez queda más claro para la respetable ciudadanía de este pueblo esencialmente mockusiano, pro zanahorio, que todos los que escuchan cualquier música alejada de las maracas, los bongoes y el acordeón sabanero son unos desadaptados necesariamente violentos y borrachos.
Las cosas, en realidad, comienzan por casa. El festival, como sus defensores, se ha encargado de mostrar como algo completamente diferente a esa imagen que la inmensa mayoría se hace. Pero haciendo eso termina metiéndose en el mismo juego. Si la gente cree que el rock es odio y patadas irracionales entonces el lema del festival es un cursísimo «días de extrema convivencia» o «vida, máximo respeto». Si la gente cree que los que oímos eso que llaman rock somos borrachos y mariguaneros —y, más exactamente, que por eso mismo somos unos irracionales belicosos—, se prohíbe el consumo de alcohol. Lo de las drogas es otra historia.
La otra defensa es decir que los asistentes que la embarran son unos pocos, que así no es la inmensa mayoría. Eso puede ser perfectamente cierto. Pero entonces hay gente que comienza a echarle la culpa al trago como si efectivamente fuera un brebaje lleno de demonios, como solía creerse cuando se inventaron el término «bebidas espirituosas». Nadie critica los bares de cualquier tipo, que son lugares para emborracharse y escuchar música. En los bares el 90% de la gente está borracha o prenda y oyendo música porque a eso van. Y mucha gente, Virgen Santísima, suele tener la iniciativa de consumir sustancias prohibidas.
En los festivales de rock en que he estado (South Side en Alemania y Quilmes Rock en Argentina) se vende cerveza sin problemas. Toca, en primer lugar, porque son patrocinadores. En segundo lugar, al parecer, sencillamente es posible porque la gente no tiene síndrome de posesión. Y probablemente las autoridades no tienen síndrome de exorcista. Claro que hay gente que jode, pero la controlan, como harían en cualquier bar con el que se lo quiera poner de ruana (a veces, como hemos visto, con consecuencias bastante trágicas).
El punto es que prohibir el consumo de alcohol en Rock al Parque es una actitud paternalista y prohibicionista de la Alcaldía y de las autoridades competentes, que se declaran abiertamente así. Pero también es una forma de señalar a los asistentes como gente esencialmente irresponsable porque escuchan un determinado tipo de música. Eso es lo más grave. No es para nada descabellado decir que sí hay gente que realmente cree que el rock es música del demonio y que escucharlo aliena el alma más allá del Purgatorio. Y quienes dicen eso probablemente jamás han escuchado doom, death, thrash o black metal sino a los mariconazos de Def Leppard. O vivían por el lado del Campín en diciembre de 1992, cuando recuerdo muy bien que todos los noticieros mostraban alguna nota sobre lo satánicos que eran los Guns ‘n Roses.
Los policías y las autoridades competentes no tienen la empresa de acabar con Rock al Parque o con el fútbol, como ya acabaron con la rumba más allá de las dos de la mañana, porque haya unos cuantos desadaptados. El fondo de todo esto es una actitud conservadora —que por aún tener cabida hoy es retrógrada— y homogenizante debidamente cobijada por el imbécil prejuicio, compartido por la inmensa mayoría de ciudadanos de esta ciudad de mierda, de que todo tiene que ser «para toda la familia». Andrés López sí cuenta chistes sanos —clasistas pero sanos—, en cambio Gonzalo Valderrama es un señor muy grosero. En los estadios antes no se oía ni una grosería y la gente se está putiando. En las obras del Festival de Teatro salen niñas empelotas y no hay payasos para mis pequeños. El cine nacional es pura violencia y no hay lindas historias en que Colombia sea pasión. Largo etc.
Por eso quiero cerrar esto con dos frases del más puro odio de Odio a Botero, grupo que fue censurado alguna vez en la también siempre muy bienpensante Medellín de tiempos de Fajardo porque cómo así que alguien odiaba a ese egregio precursor de Shakira y Juanes:
En la calle o el colegio
siempre te encuentras con algunos ineptos,
con soldados, policías
o algunos sapos que se creen de la CIA.
Y con ellos debemos acabar.
Mátalos y reclama un celular.
Bélgica es un país que tiene una hermosa capital donde no funcionan los teléfonos públicos y en su lugar la gente usa las cabinas para cagar después de haber comido lo que en español se conoce como gofre, platillo nacional al lado de los mejillones con crema. Cerca de dicha capital también hay un horrible monumento al átomo y un parque temático donde hay miniaturas de otros monumentos de otras partes de Europa. Básicamente por eso la gente sabe que existe ese país porque los Pitufos y Tintín son o gringos los unos o francés el otro.
Bélgica es un país cuyo símbolo nacional es un niño que orina. También es un país con un sistema de transportes incomprensible pero limpio y eficiente porque es un país muy pequeñito.
Aun así, Bélgica es un país dividido en dos facciones «étnicas», aunque étnico es un adjetivo que se usa para la gente salvaje, incivilizada, es decir, la que vive lejos de Europa. Entonces, Bélgica es un país dividido en dos facciones lingüísticas y más o menos religiosas, pero ambas igual de fascistas.
Se supone que lo único que une a los belgas, lo único que los hace belgas, y no valones o flamencos, es un rey gordo, con gafas y viejo que se llama Alberto.
El Reino de Bélgica tiene una embajada en Bogotá, en aquel reducto de intelectuales progresistas conocido por eso mismo como Bosque Izquierdo. En el mismo barrio, el señor representante de los intereses del rey Alberto en esta hermosa tierra enclavada en los andes, Joris Couvreur según la información de la página de la embajada, tiene una modesta residencia al frente de un parque abierto y al lado de un parquecito enrejado.
Este último parquecito, abierto al público, es un extraordinario mirador donde hay una banquita de piedra para sentarse y ver pasar los carros que van por la carrera quinta, el parque de la Independencia o la torre Colpatria. Pero también desde ahí pueden verse, tan bellos como son, los cerros tutelares de Bogotá. Qué bellos planos. Qué ganas dan de registrarlos con la cámara fotográfica, herramienta constructora de relatos en estos días dospuntocerescos.
Pero Joris, como si fuera un colombiano más y no un súbdito de su majestad don Alberto, le tiene miedo a la cámara, la cree un elemento de terrorismo, una amenaza y tal vez una prueba de que pronto habrá algún interesado en atentar contra su vida.
Al lado de la casita del embajador hay una caseta ocupada por unos señores agentes cuya tarea es velar por el buen sueño del señor embajador y eso implica amedrentar a todos los antisociales que por ahí se acerquen y se atrevan a tomar foticos para vendérselas al mejor postor terrorista. O a una revista de chismes, o al blog más visto de Colombia, porque a todos nos interesa saber qué es de la vida de Joris. Es más, todos sabemos que ahí vive ese señor.
Como era de esperarse, al increpar a la ley hecha carne sobre las razones por las que había que borrar las fotos y firmar, con cédula, una minuta, solamente pudieron apelar a las cosas más imbéciles como «usted no me trate como alguien de su casa» (yo en mi casa suelo razonar con la gente, por cierto, pero está claro que eso no se puede hacer con esta casta del poder), «yo puedo tenerlo aquí 36 horas si quiero porque ya después hay habeas corpus» (si no estaba cometiendo ninguna contravención eso es mentira, punto) y «usted no me puede hablar así porque tengo un uniforme y estoy armado» (el argumento más paraco de todos).
Pero entre tanta imbécil muestra de autoridad y poder, claro está, señalaron la dignidad del residente de la casa, que no solamente era embajador sino sobre todo… ¡extranjero! Es la misma razón pendeja por injusta, ilegítima y maldeveredosa que aducía el policía cualquiera en Séptimo Día cuando le preguntaban por qué no encanaban a los turistas que disfrutaban las bellezas narcóticas y venéreas de Colombia en el siempre abierto de piernas barrio de La Candelaria o la siempre presta a ser sodomizada ciudad de Cartagena: «a los extranjeros no hay que molestarlos».
En vez de hacer pendejadas como ir a darse almohadazos a un parque propongo que hagamos un flashmob en ese parque, una vez consideradas las posbilidades y subterfugios legales. Imagino una montonera de gente que llega ahí y toma fotos de Monserrate y de Guadalupe y de la Litografía y de Andigraf sin tocar la casa de este llorón que está que se orina del susto por ver una puta cámara, artículo que en Bélgica aún no deben conocer porque están sumidos aún en la irracionalidad de las etnias (se parecen a sus ex súbditos de Ruanda) y en el retrógrado sistema de gobierno conocido como monarquía.
Esta tarde entré a la Lerner interesado en un libro que vi en la vitrina (narrativas de identidad en América latina o alguna vaina así). Di algunas vueltas buscándolo entre las primeras estanterías, donde suelen estar los libros exhibidos. Pero nada.
Entonces oí que alguien preguntó «¿tiene el libro del Bestiario del balón?». La pregunta me llamó la atención porque no buscaba un libro llamado Bestiario del balón sino el libro del Bestiario. Da para suponer que el cliente era ante todo un lector del blog y no alguien que hubiera oído hablar del libro por separado.
Las bestialidades son ajenas al Bestiario. Por eso me pregunto qué tanto hay de él, no en el libro sino en las arandelas, que son lo que organizan para que se venda «solo».
No recuerdo bien las palabras pero eran, desde luego, mentirosas. Decían algo así como que, con la publicación de este libro, Aguilar les abría la puerta a los nuevos medios… o a los jóvenes talentos… o a los nuevos talentos. Los lanzamientos de libros son como los lanzamientos de campaña, las activaciones de marca, las inauguraciones, las presentaciones en sociedad de quinceañeras o los grados con lluvia de sobres. Todos son la misma mierda mentirosa «pero necesaria».
Aquí la mentira radica en que Aguilar no se fijó en el Bestiario del balón. Creo que nadie en ninguna parte cuenta con buscatalentos y, si los tiene, el último lugar adonde llegarán es el que ellos mismos denominan galpón de cloacas y letrinas o manada de cavernícolas inadaptados. Los del Bestiario, sabiendo que tenían con qué, fueron a tocar las puertas con la certeza de que tampoco eran unos indios peinados, unos patirrajados, unos aparecidos.
Estas últimas condiciones matan cualquier talento que se sepa propio, aun si lo confirman un puñado de amigos y cien incondicionales y enfermos seguidores. Pregúntenle a Tío Rojo o a Fetishit si no es así (porque el Bestiario no es el único blog con hinchada organizada y combatiente). Dirán que ellos viven muy lejos o que no se ponen las pilas.
Pero es que eso no significa solamente ir a golpear puertas sino tener a alguien que hable por uno, un padrino, un auspiciante, alguien que ya esté ahí. (O estar ahí, aunque eso en nuestro medio es factor disuasivo a la hora de abrir y mantener un blog.) Es la figura que hace falta cuando no hay cazatalentos. A veces es el vendehúmos que tantas veces denuncian en el Bestiario y que en «el mundo literario» se llama… no sé cómo se llamará el agente de Santiago Gamboa.
No sé quién intercedió por el Bestiario para que lograra su ascenso a la división de honor de la industria cultural con el paradójico descenso de la experiencia 2.0 a la 0.0—. La editorial, por su cuenta, puso de prologuista a una de esas personas que, ahora semana tras semana, nos muestra que no tiene ningún talento especial aparte de haber inspirado a un personaje conocido como Ramoncito en una serie de carácter seudoautobiográfico escrita por su padre homónimo.
Este prólogo es una babosada pero, como ya se dijo, es tristemente imprescindible. Como probablemente el padrino no alcanzaba a ser alguien y los autores muy seguramente eran apenas un poco más que nadie, el ritual de calzar las zapatillas está a cargo de alguien cuya función es dar su bendición para la presentación en sociedad: la sociedad legítima y en papel, claro. No importa si este alguien en general ha demostrado ser un cretino con falsa conciencia. Lo que importa es que sí es alguien por haber inspirado a Ramoncito, es decir, por ser hijo de su padre. No importa si sale con un chorro de babas compuesto por elogiosas pero innecesariamente zalameras y arribistas comparaciones y por historias que no son del caso y que únicamente buscan ponerse a la altura de un libro cuyo contenido, estilo e historia no llegó a comprender. Lo que importa es que sí es alguien.
Y en su calidad de alguien suelta perlas (p. 21), dignas de los invitados del Festival Malpensante, como «[cosas] tan decorosas y meritorias como un libro», «ganarse un espacio de expresión ortodoxo» y, a manera de decorosísima (está en un libro) conclusión, «era necesario sacar de las ondas virtuales sus genialidades para dejarlas en el papel: para darles una forma perdurable y permanente».
Fuera de concurso queda la frase que dice «[el mundo de los blogs es un] fenómeno que produce más pajas que agujas». La frase podrá ser cierta, pero está escrita con el más riguroso prejuicio, que es lo que precisamente demuestra que todo este cuento del ascenso es una patraña. Además las pocas agujas entre la mucha paja son con seguridad más que las que salen en los medios decorosos, perdurables y permanentes. ¿Pero quién se pone a buscar eso? ¿Quién se pone a colocar bien a todos esos muchachos en la puerta de Aguilar, una editorial que les tiene lista la alfombra roja?
Un prólogo de Hernán Peláez —quien además fue mucho mejor interlocutor que Eduardo Arias en el panel que se organizó el día del lanzamiento— hubiera sido perfecto. Y es que Peláez, además de ser alguien, es alguien para esto. Dijo, más o menos, que eran las historias del fútbol, no el juego del fútbol, lo que era realmente valioso.
La misma secular ignorancia del tema que tienen los organizadores y que impuso a Daniel Samper se transmitió en la materialidad del coctel del lanzamiento. Después de la charla y los chistes internos nos ofrecieron palitos de queso y cerveza «como en el estadio». Pero cualquiera que haya ido alguna vez al estadio sabe que allá solo hay cerveza en las vallas y en las camisetas porque lo que se bebe es gaseosa caliente y sin gas o azúcar con tinto. Cualquiera que haya ido alguna vez al estadio sabe que los palitos de queso no son delicados hojaldres con parmesano gratinado sino unas esponjas grasientas, casi siempre frías y rellenas de algo que se parece más a la cuajada.
Pero bueno, así pueden ser de ridículos los ascensos de categoría.
***
La sensación que me queda con la publicación del Bestiario en ortodoxo, decoroso, perdurable y permanente papel es agridulce.
Comenzaré con palabras de padrino borracho en fiesta de grado o de mejor amigo —también borracho— en matrimonio.
Hace cinco años, cuando conocí en la universidad a Federico —quien, como todo el mundo sabe, es el gestor del noventa y nueve por ciento de esto—, supe que estaba para grandes cosas. O al menos para este tipo de cosas. Sabía leer y cuestionar muy bien lo que pasaba y podía pasar en términos auténticamente sociológicos y por eso era talentoso y versátil con el humor reflexivo, tan bien expuesto en su primer blog. Era el líder de un grupo variado de gente más o menos inadaptada al que por fortuna fui introducido por él mismo. Y por ahí, más adelante, al «mundo de los blogs».
Por eso mismo, hace tres años, dije aquí que Federico era el único que iba a lograr el sueño del ochenta por ciento de la blogosfera nacional de ser el sucesor de Eduardo Arias. El libro del Bestiario es precisamente lo que imaginaba que iba a suceder, de la misma manera que Chapinero ascendió del fanzine a las librerías. Y es que Federico no solo es talentoso sino que, como Arias, ha sabido hacer la vuelta, o sea, ha sabido rentabilizar su capital social, ha sabido meterse con quienes debe y probablemente ha sabido dejar a quienes no le convenían. En fin, Federico no es ajeno a los reflectores.
Admiro, como siempre, a Federico y me alegra que haya llegado a su destino. Su futuro como cincuentón cascarrabias y sombrero en espacios cerrados está asegurado.
Es de papel, sí, pero les faltó bastante trabajo. Y esto no es responsabilidad exclusiva de los autores. Cuando se prepara un libro el texto es solo una parte del proceso y aquí varios de los errores que aparecen en la versión relajada de las «ondas virtuales» —como me emputa ese calificativo— pasan frescos, como si nadie en la editorial hubiera tenido el mínimo cuidado.
También se echa de menos una propuesta que, en términos de formato, haya sido más fiel a lo que el Bestiario es originalmente. Tal vez fue miedo de los autores, pacatería del editor o exceso de costos, pero el libro perdió mucho sin las fotos. Sí, está la sección de Postales de nuestro fútbol, pero es una moneda de veinte pesos al lado del Baloto que han publicado en la página. El Bestiario bien pudo haber sido un libro de fotografías.
Lo bueno es que, a pesar de lo que crea el Ramoncito rubio, los contenidos de la página estarán ahí para los cavernícolas inadaptados y vaciados que van a gorrear cerveza, palos de queso y contenidos. Ese, y no tanto el que han presentado las veinte notas de prensa al respecto, es el Bestiario de verdad y todos lo sabemos.
Confieso con este testimonio que hace rato Gustavo Petro y Piedad Córdoba me pagaron cinco millones de pesos chan con chan por escribir con frecuencia en contra del doctor Uribe en este blog.
Confieso también que el doctor ministro Caresapo me pagó cinco millones de pesos chan con chan por escribir lo que está escrito en el párrafo anterior.
Confieso también que los senadores Gustavo Petro y Piedad Córdoba me pagaron cinco millones de pesos chan con chan por escribir los últimos dos párrafos.
Confieso que el señor Caresapo me pagó cinco millones de pesos chan con chan por inventarme los últimos tres párrafos.
Confieso que la DIAN me sacó diez por ciento de lo que me pagó el señor Caresapo para no hacerme retención en la fuente.
Uribe dice que el man sacó aquel chaleco o parche o trapo o trusa porque le dio miedo. Es que el man, dándoselas de danés imbécil, estaba esperando que los guerrilleros en vez de fusiles llevaran ramos de flores o bebés revolucionarios de nombre Camilo Ernesto. Su mamá esa mañana le había empacado en una talega de papel un sánduche de queso de cabeza y el aparato ese blanco «por si acaso, por si le da miedo, mijo». Se le habían acabado las goticas de valeriana (Vulturno dixit) o sencillamente no creía en esos embelecos. Porque hay que verlo desde una perspectiva más racional, más de este mundo, más de un soldado de la patria: cualquiera sabe bien que para defenderse de las balas no hay mejor cosa que un pedazo de tela blanca con una cruz roja y unas letras ahí estampadas. Además, como está comprobado, evita secuestros.
En juglar del zipa estamos comprometidos con el rompimiento de la brecha digital… o sea, con la pavimentación o el resanamiento… como sea. Estamos comprometidos.
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Léalo en el baño, léalo en el bus, léalo antes de que lo atraquen. ¡Así de fácil! ¡Así de inútil!
Qué pereza la oclofobia que tanta gente demuestra cuando habla de los procesos en internet, especialmente cuando hablan de socialización. Qué platonismo insoportable. Se manifiesta en todo. Cuando la gente usa internet para hablar con otra gente, dicen, «no es real, es virtual». Ese es el centro del problema.
Esos adjetivos se presentan como antónimos, como condiciones mutuamente excluyentes, con naturalezas distintas. Nada «virtual» tiene respaldo «real» porque es falso. Todo lo virtual es siempre lo que queremos ser, lo que nos fue negado, nuestras frustraciones resueltas: los gordos son flacos, los feos son bonitos, los viejos son jóvenes, los fracasados son exitosos. La imagen siempre será un engaño, una composición meticulosa y estratégica. Pero posar de algo y que resulte creíble es un talento poco frecuente y difícil de desarrollar. En fin, cualquier persona que aparezca en internet tiene algún respaldo y generalmente será alguien «de verdad».
Mucha gente le tiene miedo a «la gente de internet» porque son desconocidos. ¿Cuándo alguien se vuelve por fin conocido? Esa gente no debería salir nunca de su casa. Qué miedo el busetero desconocido, el taxista desconocido, el man desconocido del carro de al lado, la señora de la panadería donde me cogió el aguacero, etc. Qué miedo la gente: «¿no le da miedo? Usted no es normal». Esa gente no debería enviar a sus niños al colegio, habiendo tanto niño y profesor desconocido, todos ellos violadores en potencia.
Pero más que el miedo a la gente me da pereza el miedo a la «información ilegítima». Este fin de semana salió en El Tiempo una entrevista con Pico Iyer, uno de esos espíritus cosmopolitas que tanto gustan en el inevitablemente arribista festival del Malpensante. El tipo se gana la vida escribiendo sobre sus viajes, explicando las ricas culturas de los países que visita, rompiendo la barrera cultural, etc.
Para justificar por qué no usa internet, el tamil no atigrado dice que no quiere «ver el mundo a través de una segunda mano … la gente se mete en su sentido de la certidumbre y cierran las puertas a los que piensan distinto. La tecnología te hace menos reflexivo y provinciano en el pensamiento». Igual que cuando se lee: qué porquería tantas ideas de segunda mano y tantas reflexiones prestadas —incluyendo las de este señor— cuando uno mismo puede coger su mochila e irse de viaje, ojalá ligero de equipaje, porque mis categorías a priori, que no pesan nada, bastan; porque la verdad es que la plata me la gasto precisamente viajando. Ah, mierda, otra cuenta para pagar.
La otra pieza la aporta Umberto Eco, santo de mi devoción, pero que desde hace rato tiene su discursillo de fobia por lo «virtual». Hace unos años en la Lerner pusieron en cada esquina un recuadrito con una foto de él sosteniendo un libro y abajo un texto que hablaba del crujir de las páginas y el olor y otras bellas razones para comprar más papel y… ¿menos pdf? En la columna de él que publicó El Espectador (originalmente aparecida en L’Espresso) habla, sin mencionarlo, del problema de la contaminación informativa o exceso de cosas que para qué.
Eco dice algo cierto, como observación, y es que «la cultura» es una colección de cosas que realmente interesan; no menciona, claro, a quiénes interesa ni por qué, como nunca lo hace en Apocalípticos e integrados. Entonces qué pereza, dice él, que en internet quede tanta cosa guardada, tanta cosa que no debería ser registrada. Y nos habla de Funes, el «búfalo de San Luis». No sé si Eco se imagina que cuando uno «se conecta» se pone a ver cada registro que exista, a asimilar y ordenar cada bit en la cabeza de cada uno. No sé si Eco, cuando va a una biblioteca, se lee todos los libros, acaso porque confía en que su existencia ahí es garantía de importancia. Supongo que es así y que el pobre está confundido. O nos está confundiendo. Él es así y le gusta. Malparido.
Hoy, a lo largo del día, hubo mercado campesino en la Plaza de Bolívar. Estuve allá matando un poco de tiempo, interesado en las maravillas de nuestros fértiles campos y su gente tan linda, nuestra gente linda, que los trabaja con honestidad y abnegación, ensuciándose bien las manos. Juntos, como dice el volante que estaban entregando, campos y campesinos se opondrán a la crisis alimentaria que nos amenaza, que ya encareció la papa, la arveja y las habichuelas.
El panorama podría evocar lo que nos han dicho siempre que era esa misma plaza durante la Colonia, con campesinos que siguen siendo esos mismos que formaron la esencia de nuestra nación, bien ataviados, con su forma de hablar que es tan de ellos, tan auténtica, tan natural. Y sus productos, tan baratos, tan bien cuidados por su amor y sus propias manos, que plantaron las semillas y sacaron el fruto. Entonces ahí aparecía el sujeto ajeno, más urbano, más familiar, que interrumpia la transacción por un manojo de guasca y decía, antes de hablar del precio, que esa hierba, que no es más que una maleza que no hay que cuidar y que se encuentra en cualquier jardín descuidado o alcantarilla, «es completamente orgánica». Es así, natural, pura, virgen, sin aditivos de ningún tipo, como una señora campesina.
Más adelante encontré papas criollas a $1.000 la libra, igual que en la plaza, donde seguro, a juzgar por la frecuencia de hongos y deformidades, tampoco fueron cultivadas con fertilizantes «químicos» ni modificadas «genéticamente». En cambio en Carulla sí las modifican para que haya que revolver y revolver inútilmente en busca de las de mejor tamaño. Pero la libra cuesta más del doble.
Finalmente terminé comprando una mermelada de mora. La misma vaina decía el man: que sin conservantes, que todo natural, que nada «químico». Entre los ingredientes estaba la pectina. Le pregunté que si él mismo extraía la pectina de alguna fruta. Haciendo cara de vergüenza, terminó confesando que la compraba porque le resultaba muy dispendioso obtenerla. Maldito seudocampesino, me quería engañar, te quería engañar, homo urbis, con su mermelada dizque natural. Igual la compré y al publicar este post ya me la habré comido toda.
Esto no es para nada una alusión a Levy-Strauss: ¿la carne cruda sabe igual que la cocida?, ¿la carne hervida sabe igual que la asada?, ¿la carne salada sabe igual que la carne sola?, ¿la carne madurada sabe igual que la carne recién faenada? La respuesta a todas las preguntas es claramente no.
Desde hace tres meses dicto en una clínica unos talleres de cocina y nutrición para personas con diabetes, hipertensión, enfermedad coronaria, sobrepeso y dislipidemia. (Prácticamente solo hay mujeres, porque solo las mujeres cocinan. Prácticamente solo hay viejas, porque solo los viejos se enferman.) Siempre salen las preguntas sobre si el aceite de oliva «no engorda» o si la sal marina «es buena» o si es «más saludable» usar panela que azúcar blanca o, como siempre, «mezclar harinas es malo». Qué cantidad de cosas absurdas.
Y el otro día, el del temblor, en Suna, un restaurante que también se las da de orgánico, el menú mostraba con orgullo las opciones para «crudíveros». Crudos de verdad, si señor. En su tienda en que todo es sano, porque es orgánico, había arándanos debidamente confitados con (¡horror!) azúcar, al lado de aromáticas de Twinings, todos con horribles aditivos que dizque portan el virus del cáncer.
Así podría seguir jodiendo, como siempre.
¿Quiere comida «orgánica»? Vaya a una maldita plaza de mercado. Allá ha sido siempre así, con la misma grasa y carbohidratos que igual lo harán engordar y padecer los neoplasmas de la vida moderna. Y deje de joder, ahórrese el adjetivo.
Este blog no ha muerto. Lo mantiene vivo la cantidad tan hijueputa de cosas que he escrito, habiendo usado 83% menos palabras que el bloguero promedio.
Ya vomité todo lo que tenía que vomitar. No puedo hacer más que volver a citarme cada vez que tengo que decir algo. De ese estilo es el asunto.
Lo que tienen que hacer esas víctimas lloronas es dedicarse a algo productivo como el narcotráfico para, por la razón que sea, puedan viajar a juzgar y ser juzgados.
Llegué allá por decisión propia: quería estudiar donde estudiaran mis primos, mis únicos hermanos. Solo después supe que hacía parte de la historia de mi familia, que por allá habían pasado mi abuelo paterno y dos de sus hijos. Allá pasé doce años de mi vida dejándome lavar el cerebro con historias de orgullo y pertenencia y quise continuar el camino a la Universidad pensando que seguiría siendo mi hogar, mi patria, la única que conozco.
Después de tres semestres en la Universidad, supe que no me servía estar allá únicamente porque la quería mucho. Lloré el día en que les dije a mis papás que quería irme a Los Andes porque sí era una universidad seria. No pude dejar de ir porque allá siguieron hasta graduarse uno de mis mejores amigos, la primera mujer que amé y otra que quise y porque las patrias, cuando uno cree que son eso, no se abandonan. Volví allá para ser profesor, teniendo en mente el ridículo pensamiento de que estaba frente a mis hermanos y hermanas —algo bastardos, claro, no raizales como yo y mis antiguos compañeros— y aún me duele como nada que, por mal profesor o mal estratega, no haya podido seguir.
Aún quiero volver: no creo que me haya ido nunca.
***
El Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, el colegio de primaria y bachillerato que desde hace diez años no está en el Siete de agosto y que nunca ha sido de curas, será cerrado pronto porque es «económicamente inviable». El hecho nos sorprende a todos, a propios y a extraños. «No lo pueden cerrar como si fuera una discoteca», dijo esta mañana, en Caracol, un padre de familia. El secretario de eduación de Bogotá dijo que no comprendía que algo así sucediera, que una institución «de tanto prestigio e historia» tomara tal decisión.
Las patrias nunca se tienen que explicar ni justificar. La patrias no se tratan como discotecas, como negocios. La patrias no tienen que ser viables. Mucho menos son proyectos de las elites para dominar al pueblo o diferenciarse, como dicen esos nefastos sociólogos que se creen historiadores. La única función de las patrias es existir y por eso nunca mueren. Su existencia y su historia no se cuestionan porque son naturales y han estado siempre, a pesar de todo. El más ligero cambio o la más inocente y cruda verdad estremecen a todos los que estén relacionados.
Por eso cada promoción estaba más decepcionada y avergonzada que la anterior. Pero no dejaba de creer que era su patria: la decepción es más grave cuanto más se ama, irracionalmente, como nos han enseñado que se aman las patrias y que es la única razón por la que estas se mantienen.
Ya desde que estábamos allá, ninguno de mis compañeros de promoción pensaba que matricular a sus hijos en el Rosario pudiera ser buena decisión. El colegio estaba venido a menos desde mucho tiempo atrás, desde que dejó de ser el colegio de la mitad de la aristocracia bogotana —o colombiana—, es decir, desde que se volvió un colegio para gente como yo y la inmensa mayoría de mis compañeros. Nosotros mismos éramos la prueba, pero vivíamos el mito de la patria grande, cantábamos el himno, puteábamos a los del San Bartolomé y, aun habiendo ateos, nos sabíamos la oración a la Bordadita.
De su cierre o venta se hablaba desde que me gradué, hace diez años. Parecía una estupidez cerrar un colegio al que le acababan de construir un edificio nuevo. Aun hoy parece una estupidez. Me parece una estupidez. No entiendo, sencillamente, cómo un colegio puede ser inviable si todos dicen que la educación es un negociazo, si cada día abren colegios como discotecas.
***
El Colegio se acaba. La Universidad está ahí, pero no es una patria como el Colegio. O no es patria en absoluto. No puedo imaginarme la sensación de no tener más un lugar donde pueda señalar con honesta ingenuidad cuando me pregunten de dónde soy. Solo podré hablar del pasado, de algo que no existe. Seremos melancólicos prusianos.
Soy fan de Groove Armada. Es, junto con otros pocos, uno de mis grupos de referencia, de los que encabeza mi lista de «preferencias» cuando se llenan listas en las redes sociales y en las entrevistas sicotécnicas, de los que colecciono los discos originales.
Me encanta Groove Armada. Siento que hacen música especialmente para mí, para cualquier estado de ánimo, para llorar, para patear canecas o pensar en cascar gente, para saltar y gritar como loco, para pasarla… Les falta oscuridad, pero no me importa.
Lo de anoche fue increíble, maravilloso, superó cualquier expectativa, renovó mi repertorio emocional. Me dan ganas de llorar recordándolo, volviendo a oír Superstylin’, pensando que el montaje fue impecable por preciso y completo, porque había una luz diferente para cada canción, porque había más de diez personas en el escenario, porque las canciones fueron versiones especiales y no repeticiones del disco.
Anoche fue decente también porque no hubo traquetos: la ausencia de la palabra DJ los disuade.
Compro una docena de empanadas para llevar y pido que me regalen medio vaso (6 onzas) de ají. Me dicen que no pueden darme un vaso porque me llevaría mucho ají y el dueño las regañaría, así que lo único que me pueden dar son unas cajitas como de muestra coprológica. Les digo que pido un vaso para poder llevarme fácilmente la cantidad de ají suficiente para doce empanadas. Me dicen que yo no puedo darles órdenes porque ahí mandan ellas. Les digo que podría demostrarles, por medio de una báscula o probeta, que la cantidad de ají que podría pedirles en cajitas superaría la cantidad que les pido en un vaso, que se ahorran cajitas y me ayudan a llevarlo más fácilmente. Me dicen que vaya a darle órdenes a la empleada de mi casa. Me compro un vaso en la tienda de al lado, les pido ocho cajas y me las dan sin problema, aunque antes preguntan si voy a llevarme las empanadas, no sea que por nuestras diferencias técnicas haya decidido encapricharme y dejar de hacer una transacción comercial común y corriente. Lleno las ocho cajas con ají hasta el borde y echo todo su contenido en el vaso, que queda lleno hasta más de la mitad (9 onzas). Se lo muestro a la vendedora, pero ella no me dice nada.
«Revolution No. 9 de abril», por Hotel Regina y la Orquesta Sinfónica de Chapinero, se encuentra en el álbum Gaitanista y pueden bajarlo aquí haciendo click derecho y seleccionando «guardar destino como»
Es decir, la ciencia cuando es idiota. La «ciencia». Y la cuestión no es que hagan estudios aparentemente irrelevantes, porque esas son cosas muy poderosas que uno, ciudadano de a pie, no está en disposición de entender. Tampoco es asunto de la extendida creencia «correlation is explanation» que tan bien aplican desde el último piso del edificio Fonade. Aquí la cuestión es que un estudio muy parecido a uno de mercadeo se vuelve verdad científica porque lo llevan a cabo personas que pueden hacerse llamar científicos.
Y lo que dice el estudio, pues muy divertido. Hagan una encuesta semejante en el norte de Camerún o entre la gente del Opus Dei y concluirán que el concepto de pichar no existe, que el tiempo justo es el que haga falta para que se haga la voluntad de nuestro señor y que cualquier segundo de más es pecado.
Cafetería de la Luis Ángel. Quiero ir a leer a la terraza, a ver las montañas. Llevo una botella de agua y unas fotocopias. Las terrazas están cerradas, así que regreso a la entrada y me siento. Es hora de almuerzo. Una celadora se me acerca y me dice que solo puedo estudiar ahí a partir de las dos de la tarde. Le digo que voy a tomar agua, que prometo no leer ni una letra.
2
Cafetería La Florida. Estoy echado en la silla, derramado en la silla, y paso así cerca de dos horas antes de que un mesero me pida que deje de poner los pies sobre la silla. Los quito, pero sigo derramado. Minutos más tarde pasa un celador y me dice que me siente bien. Habría sido más chistoso cuando aún tenía el pelo largo («¿quiere que me corte el pelo también?»), pero no. Nos fuimos inmediatamente.
3
Hace ya unos días estábamos en el Cementerio Central. Sacamos una cámara y en ese instante salió de la nada un celador y dijo que había que pedir permiso para tomar fotos. Sí, ya sabíamos que hay que ejerecer ese trámite ridículo. Pero no contento con eso el celador agregó que allí «hay que pedir permiso para todo». Yo le pedí permiso para hablar, pero me dijo que me callara porque le estaba hablando ahí al señor de la cámara. Por cierto, si uno pide el permiso, advierten que se pueden tomar fotos, pero no a las lápidas.
Aquí está el audio solito, vía Blip. Para guardar hay que hacer click derecho y seleccionar «guardar como» y ponerle al archivo el nombre que le guste.
También en Google. En adelante odiaremos a YouTube.
Y si el presidente no corre, ¿a quién ve?
Pues hagamos el perfil: un hombre con siquiera 18 horas de trabajo, con inteligencia, con pragmatismo, con capacidad de unir muchos sectores y puntos de vista. Ojalá que mantenga la misma decisión de los consejos comunales de Gobierno, que son el instrumento más apropiado para dirigir los destinos de Colombia porque rompen el centralismo, y además que tenga la firmeza en la lucha contra el terrorismo, es decir, que no esté engolosinado, embebido o fascinado por la llamada solución negociada, sino por el ejercicio firme de la autoridad.
Dieciocho horas al día es mucho. Afortunadamente a mí la puerca ideología de los profesores marxistas de la universidad pública sí me enseñó qué era la explotación.
No, no, pero es que esa vaina es únicamente para traer riqueza y prosperidad a los pueblos de esta tierra. Nada de dominación, nada de discurso, nada de ideologías chimbas sino plata contante y sonante, calles pavimentadas con oro y panzas regordetas. Nada más, nada, absolutamente nada, más. Bueno, paz, claro. Eso siempre se entiende que viene por ahí.
No extraña que El Tiempo diga que la marcha de ayer «por momentos pareció más una protesta política». No extraña, pero extrañaría que alguien dijera «por momentos mi perro parece más un animal». Queda en el aire la pregunta de qué sería eso a lo que menos se parecía o a qué se pareció cuando no atravesábamos esos «momentos». En otras palabras, ¿qué putas es una marcha?
El señor de las alcantarillas ya plagió muy bien al ex general para explicarnos cómo se crea esa sensación de sentido común que hace ver solamente a ciertas manifestaciones como naturales, nacidas de la mente virgen e impoluta del ciudadano de a pie, que va por ahí hablando del mundo con sus categorías cognitivas preistaladas en la fábrica taiwanesa de donde lo trajeron. (Después los políticos, que son negociantes de la palabra, capitalizan, rentabilizan y se caspean todo eso que era auténtico, como han hecho con nuestro sombrero vueltiao, nuestras mochilas y nuestros indios. Qué malparidos.)
Esas marchas naturales son más chéveres porque nos unen en nuestra condición universal de tener dos ojitos, una boca, una nariz, tirarnos pedos y decirles «te quiero» a nuestras madres. Es biología y no se puede negar. Es como dios, que está en todas partes e inspira las marchas —procesiones, procesiones— de Semana Santa alrededor de la plaza de Bolívar. Nuestra especie no es política. Además Aristóteles ha sido muy mal interpretado porque le caspiaron el sentido de político que quería darle a su famoso zoon politikon. Actualmente la gente es muy ignorante y no sabe griego, como el estagirita.
Ser mujer, ser indígena o ser pariente de desaparecido son posiciones políticas y antinaturales. Si usted señala su identidad, si lleva su medalla, es porque algún día quiere ser senador o presidente. Mucho hijueputa. Una chimba mostrar el pasaporte en el mismo Senado o hablar a grito herido de amar la tierra en que naciste porque es una y nada más. Es normal pensar que Venezuela y Ecuador siempre estarán al lado de Colombia. Ese lugar no me lo negocie, gonorrea, qué le pasa.
Adenda: Uribe acaba de decir «Yo no nací para la politica. Eso tiene mucho de farsa». Más administración, menos política: la ilusión tecnólatra.
Luis Eladio dice que trae unos recuerditos de Íngrid. Pero qué puede uno mandar de allá donde solo hay bejucos, plumas, matafríos, pieles de animal montés y otras cosas que solo sirven para decorar apartamentos de antropólogos. En las Torres del Parque, preferiblemente.
También dice que la guerrilla no está desarticulada, que tiene una infraestructura mínima —sancocho de marrano— que les permite caminar grandes distancias —fluvial, peatonal, mular— y hasta irse a visitar el Centro del mundo y la Ópera de Manaos con todo pago —desodorantes y así—. «Eso se lo llevaron a Estocolmo», nos gritan por ahí, como siempre, porque nunca puede haber otra explicación geopolíticoesquizográfica.
En Caracol llamaron al chamán asesino. Y entonces no era, para su sorpresa, el Indio Amazónico sino un señor inga de la vertiente amazónica que se hizo llamar médico. De paso le chamboniaron el apellido: Chamboy en vez de Chandoy.
Se hizo llamar médico y le preguntaron que si tenía ese título. Dijo que sí, que así era reconocido en su comunidad. Pero no, que si según «la legislación colombiana». O sea, según lo normal. A ver, ¿usted tiene título? ¿Se las va a dar de abuelita?
Y, para rematar, que si consumir yagé fuera de la selva, fuera del entorno natural donde la gente vive, vaya uno a saber cómo, sin títulos y sin televisión, no habrá sido la causa de la muerte. Cuidado, damas y caballeros, cuando se tomen sus aspirinas lejos de la civilización, cuando usen sus pastillas de cloro para purificar el agua malsana que el bicho salvaje contaminó.
No, venga, el remate de verdad, el colofón, fue poner al doctor, este sí doctor, Rojas, que habla de curación con cristales y otras babosadas, que son clínica y bioquímicamente inútiles hasta para sacarse una espinilla, pero que perfectamente tiene un espacio diario en la misma cadena, a explicar lo sucedido. Saberes expertos, uníos.
Murió Kendon McDonald, acaso en su ley. Habría podido morirse como el primer muerto de Seven. Pero un infarto también da por ser gordito. Gordito bonachón, sí, como todos los gorditos.
Era uno de tantos representantes de lo que Ospina llama el complejo de Bochica, paradigmático además porque se muere convertido en quien «les enseñó a comer a los colombianos». También era un gran aficionado a comenzar y terminar cada oración con signos de admiración, lo que le daba un inigualable toque escandaloso a todo lo que decía.
El man, para variar, no me caía muy bien. Muchos lo juzgaban porque hacía «críticas innecesarias», es decir, cualquier tipo de críticas o cualquier tipo de comentarios que no dicen explícitamente que hay que seguir así, pensar positivo, estamos comenzando y toda esa babosada. Este man me caía mal porque con su lenguaje pretendidamente irreverente disfrazaba su clientelismo y lagartería, porque chorreaba parcialidad e interés en sus columnas. Porque no sería nadie si no fuera el «simpático» señor extranjero interesado por este país de mierda que además le quitó el crédito de una obra a otra gente que desde hacía rato hacia lo mismo. Y sí, por los signos de admiración también. ¡Detestable!
Paz en su tumba y ojalá un ataúd lo suficientemente grande.
Coda: Sí, ya sé que ahora se dice signos de exclamación.
Habría que volver a analizar las categorías con las que se designa y separa el mundo para apropiárselo. Problemas de Mignolo.
Pero esto es mejor. Hoy Iván Mejía formuló una nueva teoría que se opone a la popular, miope y eurocéntrica de Huntington. O tal vez la amplía. Según el importante comentarista podosférico y geoestratega, el fútbol es un deporte anglosajón en el que el empate se concibe. En cambio la concepción americana del deporte no lo permite. Y ese fue el origen del shootout.
Colombia sigue siendo un país mestizo, fragmentado o desgarrado que se debate entre el anglicismo del fútbol y el americanismo-caribeñismo del béisbol.
Y si a Gaviria o a Piedad o a usted mismo los matan en estos días ya sabemos que todo es culpa de Chávez que quiere desestabilizar este país para tomarse el poder. Igual que hicieron los comunistas, liderados por Castro, en 1948.
Una marcha contra las AUC no tiene sentido: a los paramilitares los acabó el doctor Uribe hace años. ¿Por qué hijueputas les sigue doliendo? Vayan a que les hagan terapia de choque para que dejen de joder.
Adenda:
Además el man del video lo dijo muy claramente: «si el gobierno (sic) ha desaparecido personas no creo que haya sido porque sí».
El lunes fue un día de amor, de paz, de armonía. Era un día Crepes & Waffles. Todos unidos, una sola bandera, un solo propósito, tirando para el mismo lado y lo demás no existía o había que hacerlo dejar de existir. Y bueno, ¡hay tantas formas de hacerlo!
El día de la marcha fuimos felices durante unas cuantas horas y los viejos y los jóvenes, los niños y los muertos, todos unidos cantaron con orgullo y agitaron la bandera. Muy bonito.
Solo en días como esos uno puede tomarles fotos a los policías o grabarlos en video. Solo en días como esos cuando la gente que sale es buena, es bienintencionada y quiere lo mejor para todos y sencillamente desea legítimamente que todos los otros que quepan en el costal de los otros no estén más. Que se vayan todos aunque no sepamos adónde.
En otros días, en cambio, la Policía avanzaría hacia ti y tomaría la cámara y la volvería mierda. Un primero de mayo, por ejemplo, para que no quede registro ni de lo bueno ni de lo malo que hayan hecho. O tomaría el casete y lo volvería mierda, como sucede al lado del Palacio de Nariño o en cualquier puente peatonal o en la 82. En el mejor de los casos, en un día cualquiera, el amable servidor del ciudadano te preguntaría qué diablos haces. Pero la pregunta no busca encontrar lo obvio sino introducirte a tu destino. Y después te diría que no puedes hacerlo, que poresoledigo, y optaría por alguno de los dos escenarios descritos. Tal vez cuentes con algún carné de periodista, tal vez pida información sobre tu cédula vía radio, tal vez haya tenido un mal día. Son instantes emocionantes, de suspenso.
Pero entonces es diferente. Porque solo el lunes es predecible y los policías son chéveres, son patria, bandera, son víctimas y un millón de buenos deseos, como la gente que se tomó esas calles. El resto de los días hay que protegerla de esa otra gente para nada chévere y que es más o menos cualquier persona porque, ya sabes, son cuestiones de seguridad y así estamos mejor. Y pues, qué más da, siempre hay que sacrificar inocentes.
Como todos, pensaba ingenuamente que cuando Uribe decía «la Far» era solamente un dejo de su… cómo llamarlo… romanticismo bucólico protonacionalista decimonónico. Sí, algo así. Pero Uribe está haciendo realidad lo que tanta gente políticamente correcta busca cuando dice «afrodescendiente» en vez de negro perezoso, «género» en vez de mujer, «discapacitado» en vez de cojo, «habitante de la calle» en vez de loquito o «comida fusión» en vez de porquería.
Cuando Uribe dice «la Far», y hace que hasta el pobre Mockus caiga en eso, en realidad está respaldando todo el discurso que a su vez respalda la marcha de ayer y es que las Farc no son colombianas ni representan a Colombia ni a ningún colombiano. Así que la conclusión es sencilla: no merecen la C de su sigla. Pequeños detalles de la inteligencia superior.
Un reciente comentario en la página de Semana nos revela que Piedad Córdoba nunca estuvo secuestrada, ni siquiera retenida, por las AUC. En cambio estaba recibiendo el seminario de actualización Autodefensas Unidad de Colombia: pasado, presente y futuro de una lucha ideal en el confortable centro de convenciones del Alto Sinú Caña Flecha Grand Stellar.
También se dice que el señor que no tenía derecho a tener un accidente se encontraba en un field-workshop de una nueva versión de dicho seminario cuando un par de malangas le pidieron la bolsa o la vida y accidentalmente le pegaron un empujón.
Le decía a O-Lu que no escribía nada sobre la marcha —jo, jo— porque ya todo estaba dicho. Y para quienes leen este blog —¿me leen aún?— no resultará sorprendente saber que no iré a esta. O, mejor, no participaré, pues probablemente iré a ver y a tomar fotos. Al fin y al cabo no hay nada qué hacer ese día ni el que sigue ni el que sigue…
Y no voy —o no participo— más o menos por las mismas razones que han dado por ahí, especialmente porque para mí está claro que la marcha está politizada desde el comienzo y sin necesidad de la CIA. Y aquí politizado no quiere decir alineado con un partido, como han querido hacerlo entender, sino que corresponde a alguna idea de lo que se debe hacer frente a algo. La marcha tiene un objetivo claro y el tal clamor popular —«¡No más FARC!»— es cuento viejo. Tan viejo es que precisamente las motivaciones y justificaciones coinciden con la cosmovisión que soporta el regimen de Uribe —y con otros fenómenos como el tropipop, según he dicho ya— y está claro que estas no son necesariamente «partidistas».
No participo porque el problema no son las FARC. Ver las cosas así es muy bobo y punto. Tal vez iría, participaría, si la marcha fuera en contra del cinismo de las FARC —la parte del lema que dice «no más secuestros, no más mentiras, no más muertes»—. Probablemente marcharía en contra de cualquier cinismo de ese estilo —el de las FARC, los paras, el Ejército y sucesivos gobiernos nacionales— como en contra del cinismo de cada día, el cinismo que nos amarga la maldita vida daria, el famoso «poresoledigo».
Cuando se dice «no más FARC» deja de hablarse de transformación, se aboga por acabar con el otro —ese otro es gente, al fin y al cabo— a cualquier precio, se pide sometimiento total, etc.; además está claro que ese «otro» para muchos no es únicamente las FARC sino cualquier «alternativa de izquierda». Eso por una parte es ingenuo —ah sí, esa es la otra razón por la que nunca participo en marchas, porque no sirven para absolutamente nada y aquí en Colombia además las marchas son increiblemente aburridas— porque a las FARC les vale verga lo que tú y yo pensemos, querido amigo o amiga lectora o lectora, ciudadanos del común, y siempre ha sido así y esa es la razón por la que hay marcha y por lo que se justifica de esa manera. Por otra parte, sencillamente no estoy de acuerdo. Sí, hablo de la negociación —por cierto, no de intercambio, aunque esto ya tiene lugar fijo en cualquier intento de negociación—, de ceder, de que cada uno ceda. Y pensar eso también es soberbia ingenuidad porque nadie quiere negociar, porque ambos son cínicos y, sobre todo, poderosos.
En fin, la marcha es, en sus orígenes, seguirle apostando a la lógica del ganador y el derrotado. Pues bien, en la mayoría del mundo sacar pañuelos blancos es señal de rendición. Esa será una linda imagen para el exterior que tanto ha preocupado a sus organizadores (gracias a Paola por el dato).
Anoche en La luciérnaga hablaron del viejo que se mató en la biblioteca Virgilio Barco. Lo que preocupaba a Peláez y a Rincón era que el tipo hubiera metido un arma de fuego a aquel templo de la cultura escrita y de la arquitectura sin funcionalidad. Les preocupaba que solamente hubiera un detector de metales común y corriente y que no hubiera requisas a fondo, de esas que usan en el estadio para sacar objetos contudentes como las pilas del radio o el mismo radio.
Más adelante van a decir que si la gente «no va tanto a las bibliotecas como antes» es culpa de la violencia de los campos, que tristemente ha llegado a la ciudad y que es fruto de la intolerancia, que corre por las venas de este pueblo animal.
Es el lugar más allá de la frontera. Es el bosque, espejo del mar o del desierto; en fin, el laberinto que condena inevitablemente a la muerte. Es húmeda, caliente, malsana y todo es igual. Terreno liso, solo rugoso en cuanto a textura. Allá la gente ha dejado de ser gente porque se atrasa, tiene que vivir día a día comiendo bejucos y bichos raros. Es la selva, el lugar donde «se están pudriendo».
Eso, finalmente, es lo único que dicen. Es la imagen que remite a un pan húmedo que se guarda en un lugar oscuro para que le salgan hongos.
Me pregunto qué dirían —qué tendrían que decir— si estuvieran secuestrados en otro lugar de Colombia en donde no se pensara tradicionalmente que es el peor lugar, que eso para qué ir allá, que eso es para tumbarlo y echarle harta vaca y harta palma africana. O coca. O café. O eucaliptos.
O para apreciarlo desde afuera, como monumento ecológico, como el Quindío virgen, como el Chocó indómito donde otra vez secuestran gente, como el Putumayo adonde Christian Schmalbach nos lleva a abrazar los árboles que nos hablan con sus voces ancestrales, donde nos estafan los taitas.
La gente no se pudre en las ciudades ni en las veredas. Allá los miembros arrancados no son alimento de moscas. Las heridas no se gangrenan al lado de la iglesia de San Francisco.
Alegrémonos por nuestra suerte, porque el agua que corre por las paredes de los edificios en que vivimos, porque la caca y el orín se van directamente al río, porque hay almuerzo casero o ejecutivo o del día, porque estamos dentro del «Triángulo de oro». Todos los demás son mártires dignos de elogios en un domingo en el Veinte de julio. Y es así porque están allá lejos, lejísimos, donde solo saben llegar Chávez, Drummond y BP.
Ahora está claro que las mujeres que hoy liberaron son también amigas de las FARC porque debieron haber cogido a esos bandoleros a gargajazos en vez de darse la mano y besitos en las mejillas, gestos de sospechosísima cordialidad y afinidad ideológica. Y dejar de darles las gracias a los héroes que sí existen en Colombia y a su líder. Vergonzoso.
El terrorismo es una infección purulenta que se riega instantáneamente en cualquier lugar. Pienso en el niño ese, estoy convencido de que ya a su corta edad está queriendo llevar el mal a cuanto rincón lo hagan llegar, como el íncubo infecto, mitad diablo, mitad mortal, que representa. ¡A la hoguera!
Adenda: No podemos olvidar que, volviendo al argumento de Rafael Nieto, esas figuras repuesticas de las señoras estas concubinas del demonio solamente sirven para demostrar que todo es mentira, que la patria peligra y todo eso.
Paola Castaño —the name, the myth, the legend— me dio un gran regalo de navidad: el DVD del documental titulado Helvetica, por la fuente de la que se copiaron para hacer Arial. Un «documental más sobre un fuente» —como dijo Cabanzo que había dicho alguien— pero que es el primero que conozco.
Helvetica está en muchos lugares del «mundo civilizado» para anunciar cualquier cosa —«empuje», «el perro no entra»— o servir de identidad corporativa —American Airlines, Toyota, Volkswagen—. Es una letra familiar, estándar, versátil, obediente, fácil, normativa y elegante. O es plana, gris, cuadriculada, estéril, barata, vulgar y hasta fascista. Ambos puntos de vista quedan registrados en el documental en las voces de algunos diseñadores tipográficos y editoriales de ese mismo mundo civilizado en el que Helvetica es pan de cada día.
Pero el documental no es únicamente sobre una fuente. Precisamente en esos testimonios es inevitable hablar sobre el papel de la tipografía en el mundo contemporáneo, sobre lo que supuestamente se puede expresar a través de ella, sobre las decisiones que se toman cuando se crea un nuevo sistema, previendo las consecuencias.
Y, desde luego, hay que hablar de la función de los diseñadores: ¿son diagramadores o decoradores? ¿Son gente súper loca que hace lo que les canta el culo o que investigan con cuidado y responsabilidad antes de emprender cualquier proyecto?. También de sus posibilidades para trabajar según las exigencias de la sociedad, para innovar, para comunicar o, así sin más, imponer su gusto. Y comúnmente son genios incomprendidos que han terminado por encontrar su lugar en el mundo, siempre tan rodeado de fealdad, de mal gusto y de gente sin plata.
***
«25 años de resistencia» dice el subtítulo del dizque documental producido por Caracol y Semana que están pasando estas noches. ¿Qué resistían? ¿A qué se resistían? ¿Quieren posar de valientes? ¡Qué basura! ¡Qué edición tan paila! ¡Qué falta de narración! ¡Qué falta de todo!
Es increíble que, contando con tanto material, lo único que vean que se puede hacer sea una colcha de retazos con música dramática y la voz de Julito, infinitamente cruzada por anuncios de las mil y un nuevas novelas del canal. No se compromenten con nada, no organizan los temas, no buscan las continuidades, no arman ninguna historia. Actúan como el periodista colombiano paradigmático, que es esclavo del instante y de la moda y alérgico a la paciencia.
Esa serie no es más que una autopromoción de Semana, segunda época, confeccionada según los mismos criterios periodísticos y estéticos, y el mismo afán, con que siempre sale la revista de papel.
Pero peor es nada y al menos alguien está haciendo algo por rescatar la memoria de este país. Claro, claro. Claro…
Están buscando a Emmanuel entre costalados de mitocondrias cuando todo el mundo sabe que el hombre con todos los midiclorians del mundo, el verdadero emanuel, está hace rato entre nosotros.
Y son tantos midiclorians que puede comprobar hipótesis con telepatía.
Apuntes para una discusión a la que no fui invitado
El análisis DOFA es la reflexión existencialista de las empresas.
Nariz coreana
Hay una discusión en el barrio. Es una de tantas discusiones, de esas que se forman cuando aparece algo desconocido y hay que ponerlo —momentánea o definitivamente— en algún lugar previamente establecido, cerca de otras cosas que a primera vista no resultan tan parecidas. Son los costos aburridos de tomarse en serio, con el ceño fruncido y la mano en el mentón, lo que uno había estado queriendo hacer a la loca, sin estar tan consciente de las implicaciones, los resultados y las posibilidades.
Hablo —nuevamente, nuevamente— de los blogs, esos espacios desde los cuales se ha transformado de manera radical nuestra manera de ver el mundo pues miles de personas ahora pueden aportar información y puntos de vista valiosísimos en esta época en que todos estamos irremediablemente conectados. Todo eso, claro, es pura mierda. Pero qué bonito es pensar que esto es así ya, o que algún día lo será, para hacer de este un mundo mejor o, por qué no, si siempre ha sido así, dominarlo bajo un solo cetro, bajo una única ideología. O sencillamente para obtener alguna plata de algún lado que nunca está muy claro dónde está.
La discusión en el barrio se ha dado porque algunos blogueros que voy a llamar raizales —pues llevaban ya algún tiempo escribiendo y, por tanto, llegaron a hacer parte de todas esas bobadas como romances, amenazas, tomatas, almuerzos, torneos de fútbol, gravísimos grupos de discusión, proyectos editoriales o premios de los que nadie, al final, sabe nada— se han regalado al gran capital, a las grandes corporaciones locales, a los medios hegemónicos de la oligarquía.
Unos, los críticos, dicen que con esto se está sentando el precedente para caspiar una oportunidad de negocio por el que pasa la «profesionalización» del muy noble arte de bloguear. Básicamente han dicho que bloguear, cuando se hace para alguien más, constituye un trabajo y en consecuencia debe ser remunerado. Si aparecen unos incautos que, con un bajo sentido de la oportunidad y el amor por la camiseta bloguera —y aquí habría que volver a un cuento sobre las diferencias supuestamente esenciales entre ser bloguero y ser escritor o periodista, las mismas que preocuparon hace más de dos años a Guillermo Santos, a Felipe Restrepo y Juan Manuel Santos—, lo hacen sin cobrar, a otros blogueros se les cerrarán las puertas de un oficio remunerado «haciendo lo que les gusta».
Otros, los optimistas, que desde luego son quienes han vendido su alma y su tiempo al gran Satán, presentan la situación como una oportunidad. Primero, parten de que no están recibiendo ningún dinero porque el gran capital o las manos invisibles del mercado sencillamente no ofrecerían ningún dinero y más vale pájaro en mano que ciento volando. Las hipótesis y la experiencia terminan demostrando esto. En cambio, el hecho de participar gratuitamente en un grande y prestigioso medio terminará reportando incontables beneficios que un buen día se traducirán en dinero, incluso mucho más del que, ilusamente, claro, habría podido soñar que les pagaría una pobre viejecita como alguna —de las dos que hay— gran casa editorial colombiana.
Por último me presento a mí, el escéptico. Mi escepticismo se basa en la pura experiencia y, para más señas, la pura experiencia con el Lucifer editorial que tentó a los antes libres blogueros, uno de los favoritos de este chuzo: Publicaciones Semana.
(Ante todo, ni más faltaba, el principal objetivo de Publicaciones Semana es producir hartísimo cachimoni para su dueño, Felipe López: publicidad por montones en las revistas, organización de y participación en eventos y alianzas estratégicas por todo lado, un departamento de marketing que es tan grande como las redacciones de sus tres principales publicaciones, etc. Después está producir formas más blandas de poder y eso es lo que hace de Publicaciones Semana, después de Caracol y RCN, el gran proyecto nacional de relaciones públicas. Por allá llegando al final está el cuento de la información, que muchos asumen con seriedad y orgullo bien porque, como los blogueros vendidos, consideran a Semana una gran vitrina, bien porque sencillamente aman el trabajo del periodismo. Pero al mismo tiempo saben que, así como no hay libro de estilo, cualquier cosa que produzcan será filtrada por los intereses de López. Y por último, muy al final, está el tema de la tecnología y los nuevos medios, ese temita que pone en la vanguardia a quien sencillamente diga «estamos interesados en tecnología y nuevos medios» pero que aquí se traduce en una directora que no sabe nada del tema y que está ahí porque es «de la familia» y en una cantidad de desarrollos que se hacen a la loca, según va el viaje, según se les ocurre, sin basarse en información sobre los usuarios y sus necesidades y sin considerar las posibilidades de aprovecharse después de ellas. Ni hablar de que el trabajo legal al respecto siempre brilla por su ausencia.)
Yo participé en Semana como pasante durante el segundo semestre de 2005. Con el tiempo, dilemas morales aparte, supe que no iba a ser fácil hacer parte de esa organización porque, muy en detrimento de mi vida laboral, carezco completamente de talento para la hipocresía en las relaciones interpersonales —a eso le dicen «falta de inteligencia afectiva»— y porque definitivamente no amo el periodismo. En esos seis meses regalé literalmente mi trabajo porque no cobré nunca el salario mínimo que tenía derecho a cobrar. Igual, tampoco iba mucho «a trabajar»: me daba mucha pereza. Eso cambió después cuando comencé a recibir un salario que consideré justo o suficiente.
Pero esto es diferente: en julio publicaron un artículo mío en SoHo, un artículo que no cobré. Dejé de hacerlo porque entendí, por cosas que me dijeron amigos, que no era una práctica corriente y porque pensé, como los optimistas, que algo así iba a servir de vitrina. Nada más lejos de los hechos pues no me han llamado ni de SoHo ni de ninguna parte por lo del artículo. Al respecto puede decirse que sencillamente no fue algo lo suficientemente llamativo como para que alguien me llamara. Por autoestima compartiría un comentario tal. Pero también hay que decir que aquí esas vitrinas no sirven de nada si uno mismo no se encarga de su trabajo de relaciones públicas, con todo lo que eso significa: la vitrina, en realidad, no existe.
Podría suponerse que la única vitrina que existe en Semana es la portada de SoHo. Las viejas que aparecen ahí normalmente nunca cobran. Quién sabe qué tanto dinero, qué tantos contratos de modelaje, qué tantos correos electrónicos lascivos de Julito o qué tantos pagos en efectivo por días enteros con traquetos han sacado estas mujeres gracias a SoHo. Desde mi punto de vista, SoHo se aprovecha de las mujeres. Y no porque las trate como objetos —eso es decisión de ellas—, sino porque están usufructuando su fama, que es algo que ellas ya tienen. Es sencillo: SoHo no le ha dado la fama a nadie ni ha hecho especialmente más famosa a ninguna vieja. Pero esa fama que las viejas regalan sí hace famosa a SoHo y esta fama, precisamente, se traduce en páginas y páginas de publicidad (que se cobran por mucha plata: SoHo es la publicación de Semana que más dinero contante y sonante le entrega a Felipe López por pauta) y en ventas, al mismo tiempo que es la revista en que menos tienen que invertir, pues solo lo hace en producción de fotos y ciertos artículos.
No creo que pueda hacerse una comparación semejante con la página de Dinero, donde están publicando los blogueros Alejandro Peláez —amigo de esta casa— y Jerome Sutter —desconocido por mí hasta hoy—. Este último es el que sostiene que está seguro de que lo que hace le reportará grandes beneficios en el futuro. Quiero creer que el optimismo de Sutter es falso y es solo una respuesta al hecho de que le hayan picado la lengua en Se nos cayó el sistema que porque realmente crea que las cosas vayan a ser así. Yo me permito hacer mi propia hipótesis: a la vitrina de Dinero podrían llegarle con una oferta de una vitrina en Portafolio y allá, con una de América Economía, y allá con una de… y así sucesivamente hasta llegar a The Economist. Y en cada oportunidad, que implicaría cada vez más responsabilidades, el tipo podría estar convencido de que un día le van a llegar con una gran oferta, la definitiva, esta vez sí en billete. Pero, sin ir tan lejos, no sé qué decisión racional tomarían si un día Peláez y Sutter encontraran que sus blogs son lo único que mantiene a la página de Dinero o, para no exagerar tanto, si fuera la décima razón de su sostenibilidad. En cualquier caso, nunca podrían disponer de esta información.
Y aquí introduzco otro motivo que tengo para ser escéptico: en Semana no se toman en serio el tema de los blogueros. Y no porque no lo paguen —eso tampoco dice mucho al final— sino porque solamente lo ven como una moda. Y lo de los blogueros es una moda, claro, pero ¿por qué y para quién? La decisión de poner blogs se tomó en Semana únicamente porque el asunto, por lo visto, estaba de moda. Antes de que alguien influyente cayera en cuenta de ese detalle, los blogueros —por no decir los que comentaban las notas— eran tildados de «cavernícolas». Ahora, en cambio, se nos vendió la idea de la participación como un derecho, como un regalo, como un favor y hasta hubo concurso de bloguero nacional y se hicieron sonar las campanas de la participación, la libertad y la democracia.
Pero la plataforma de los blogs en Semana no corresponde ni a los primeros bocetos de Blogspot. Carecen absolutamente de las posibilidades de creación, administración y distribución de contenido de la web 2.0. Se crearon desde la más absoluta ignorancia, a la carrera y sin basarse en las expectativas de los usuarios, sin pensar en los nichos comerciales, en negocios, en más ganancias.
Por eso mismo Sutter afirma que puede promocionar sus intereses particulares en el blog de Dinero, esperando que estos se rentabilicen alguna vez. Nadie sabe, al final, cuánto pone ni cuánto saca. Por eso mismo también es difícil sostener que una actividad como escribir «en formato blog» o «como bloguero» pueda ser avaluada o valorada alguna vez, al menos aquí en este lugar donde el capitalismo, en realidad, no se asoma aún.
Este año ha sido una verdadera mierda para el cine, pensando en términos de lo que han pasado en los cines. La última película que vi fue Superbad o la película esta bien paila sobre los japoneses que van al Valle del Cauca, de la que me salí a los quince o veinte minutos. Anoche, como porque no había más que hacer, fui a ver Leones por corderos.
Quien diga que es la película es «una crítica directa a la guerra en Afganistán» probablemente ni tenga razón porque todo lo que se diga tiene que ver con un episodio mínimo, sin ir mucho más allá en cuanto a eso. El tema es más bien esa disyuntiva entre los que consideran que debe hacerse algo y lo hacen y los que no hacen nada porque son críticos, apáticos, escépticos o perezosos. ¿Quién, haciendo, hace más? ¿Quién desde dónde? ¿Quién buscando qué? Y el que critica, ¿realmente no está haciendo nada? O, ¿desde dónde tiene que hacerlo para que sirva?
Con todo, es más bien aburrida. Pero Redford sí que es muy buen actor.
Habíamos visto juntos Big Fish hace más de tres años. Lloré con el final, porque nadie escribe su propia muerte y porque ese día mis papás habrían cumplido 24 años de casados. Y lloramos juntos, porque es una persona sensible. Por eso lloramos juntos el día en que, digamos, el camino quedó abierto. Hoy, cuando se unió, no.
En sintonía con el mundo incluyente por el que tantos luchamos, y que solo es posible si lo soñamos y somos chavistas, y en vista de que esta página ya no es lo que solía ser y está perdiendo dramáticamente participación en el mercado, dejando de comer de la gran torta, hemos decidido atacar dos segmentos de mercado muy difíciles en este negocio: los perezosos y los ciegos. Son segmentos disímiles, pero se solucionan de la misma manera.
De ahora en adelante los lectores invidentes, incapacitados de por vida por nuestro creador o por contacto casual con objeto cortopunzante o material abrasivo, o los visitantes perezosos que no gustan de leer chorreros, podrán encontrar al final de cada post un reproductor que, con contundente voz y acento al mismo tiempo pausado y atropellado, primos de los que se escuchan en Transmilenio, leerán de una manera bastante decente los posts. Basta escucharlo para darse cuenta:
Con la victoria sobre Argentina y la conservación del invicto, la clasificación para el mundial, faltando solo catorce fechas, y el levantamiento de la Copa Mundo en julio de 2010 en Johannesburgo son hechos inminentes. Lamentablemente, Bogotá no cuenta aún con un lugar lo suficientemente significativo para albergar una celebración de las dimensiones de una copa del mundo o un triunfo contra la selección de Argentina. Aparte, la total ausencia de títulos por parte de los equipos bogotanos no ha ayudado a que en el imaginario del rolo de a pie aparezcan estos cuestionamientos sicogeográficos en términos prospectivos.
Muchos dirán que el parque de la 93 es el sitio ideal pues desde los años del ruido la gente iba allá a celebrar las decapitaciones y escarmientos de los virreyes tiranos y por eso es hoy el lugar para ir a ver y ser visto. Otros podrán afirmar que lo mejor es ascender hasta los 3.200 metros sobre el nivel del mar del cerro de Monserrate, símbolo edenista de esa líquida identidad que es la nacionalidad bogotana. Pero está comprobado científicamente que tal vez sea un volcán y se conoce la fecha exacta en que probablemente haga erupción.
Proponemos entonces que el lugar donde se celebren los triunfos que se nos vienen pierna arriba sea el olvidado y muy venido a menos baño público y atracódromo conocido como Monumento a los Héroes, ubicado al lado de la homónima estación de Transmilenio. De fácil acceso desde todos los rincones de la ciudad —los cinturones de miseria de Usme y Cazucá, la apestosa desembocadura del Juan Amarillo en el río Bogotá, el cabildo indígena seudomuisca de Cota— dicho espacio representa mejor que muchos otros las proezas de la raza valiente que habita los límites de esta tierra linda con la que nuestro señor nos premió para vivir y sirve para recordarles a todos los vecinos sudamericanos los nombres de quienes les dieron la libertad, papá.
La explanada servirá para que las gentes se emborrachen felices y, sin darse pata, puño o verga, se puedan echar tranquilos a los carros que cruzan la autopista mientras agitan las banderas y gritan, apelando al más castizo lenguaje bogotano «¡argentino cabrón, argentino cabrón! ¡Sos un hijo de puta la puta madre que te parió!» (y esto es un hecho real, acaban de mostrarlo en la televisión). Por esta misma línea de argumentación, ofrezco una última razón, la más importante: se parece al obelisco de la Barcelona de los pobres. Al menos tiene la misma altura y está en una avenida ancha.
—Che, ¿y no jugamos recién con los bolivianos el sábado?
—Y sí, boludo, pero los de mañana son los negros de mierda de Palermo. Los otros son los indios grasientos de Liniers.
—Ah, mirá vos…
No sé de qué manera en los comentarios del post anterior se terminó hablando del Vichada y las palmas antropófagas. Los caminos del señor son misteriosos y la creatividad humana es apofánica.
El lema de la Gobernación del Vichada es «Tierra de hombres para hombres sin tierra».
Ayer Dauchoma me contaba que en los años cincuenta Pereira se promocionaba como buen lugar para llegar, señor desplazado. Entonces no era «trasnochadora, querendona y morena» sino «ciudad sin puertas» y hacían publicidad en la radio: «¡movilícese ya!».
Pequeño homenaje a Marvin Harris, antropólogo carnívoro y vulgar.
No se puede querer ser de izquierda si uno está bien de salud y mucho menos si se está repuestico. Son condiciones mutuamente excluyentes que conducen a un triste estado de ilegitimidad, análogo a tener una copia del Libro rojo en una casa de Bosque Izquierdo o de El Castillo, aunque técnicamente es «montañas de Colombia», Barbarie dixit. Al respecto anota Rafael Nieto Loaiza:
…Iván Márquez, a quien por cierto se le veía gordito y rozagante y sin trazas de estar sufriendo los rigores del conflicto, acaso porque vive en territorio vedado para la Fuerza Pública colombiana… [resaltado mío].
Hay otra tendencia que acusa a las «dietas de los pobres», excesivamente ricas en carbohidratos y grasas —generalmente más baratas que las siempre idolatradas proteínas—, de ser las culpables de la plaga de obsesidad entre la gente de escasos recursos, esos que son los únicos que pueden hacer la revolución con la bendición de dios. Y es que lo de la bandeja trifásica no es un fenómeno local. Eso es solo un accidente de nuestra diversidad y falta de prejuicios europeizantes contra la yuca, el plátano y el arroz: en Argentina le echan la culpa a la pasta y en Estados Unidos al maíz.
Ahora sabemos que lo que hay detrás de Super size me y King corn no es un llamamiento al cuidado de nuestros miocardios sino denunciar que la especulación con el precio de la proteína es otra estrategia para, por medio de las vías leguleyas vulgares, cerrarle el camino a la multitud. ¡Cuidado, compañeros! ¡El arma retórica es poderosa!
Aparte se confirma, como tanto oenegero loco ha querido decirnos en su lenguaje enrevesado, que cuando la patria fumiga algo más que coca y le pegan a un margen despreciable de sembrados de pancoger —y eso es carbohidratos, con seguridad, porque los marranos y las gallinas se los tumbaron las mismas fuerzas hace rato y por eso estamos como estamos—, es para matar de hambre a los campesinos advenedizos, guerrilleros de ruana y alpargata, que no saben cuidar la figura y la salud, aunque, como se vio, son inversamente proporcionales a la legitimidad de sus reivinidaciones políticas.
De manera que si uno está libre de esos exitosos ataques errados, se le juega más a la muerte por infarto, diverticulosis o, si es el caso, complicaciones de diabetes. Pero para el auténtico che Guevara la única alternativa es la desnutrición. La anorexia no porque es muy cool.
Adenda:
En colaboración con el Instituto Doble Machete para la Creación de Índices e Indicadores Inútilmente Veraces y Contraintuitivos y la Fundación Tecnólatra Alejandro Gaviria para la Seriedad en la Blogosfera y el Abiertizamiento de la Sociedad —el IESJS no quiso participar porque todos sus funcionarios migraron definitivamente a España—, estamos trabajando en una tabla que relacione el índice NBI, el IDH y, desde luego, el IMC para llegar a una conclusión definitiva que rompa todos los paradigmas y deje callados a tantos opinadores mal informados. Mientras tanto deléitense con este descubrimiento contraintutivísimo —y después indígnense con el racismo y eso.
—Caipirinha y una cerveza.
—Ya no hay cocteles. Se acabaron los cocteles.
—Como este bar, hijueputa.
—Sí, como este bar.
—Entonces deme una cerveza.
—Pero está al clima.
***
—El man debe de estar borracho y empeloto llorando en un baño.
—Ah, pero igual sale y no dice nada sino «¡blues!».
Desde mañana no podré decir más que vivo al lado de Crab’s. Desde mañana será al lado de donde era.
Suena la banda que ensaya, como sonaban las otras noches de miércoles que al principio no me dejaban dormir. El sonido monótono de los arpegios (?) de blues que subían y hacían vibrar el edificio. Vibró sobre todo una noche de Beatles en que la gente, no tengo idea de por qué, saltó mucho. Y eso poco después del falso positivo de temblor.
A Crab’s me llevó Roberto, quien entonces vivía aquí, donde mañana será solo un lugar al lado del bar. Fue seguramente en marzo de 2002 y lo recuerdo así porque mi mamá acababa de ser diagnosticada con cáncer y no pude dejar de decirle que el nombre del bar me parecía muy apropiado para la circunstancia.
Volví varias veces después de esa porque era un lugar que llegaba a ser agradable de alguna manera. De hecho, era el único bar que podía decir que frecuentaba, a pesar de que pusieran casi siempre la misma música y que esta fuera cada vez fue menos de mi gusto. Me gustaba la sensación de que alguien estuviera compartiendo algo conmigo con esa música, con esos afiches sucios y esa decoración no planeada. Además de que no cobraban cover y uno no estaba obligado a consumir nada. Con ese ideal romántico nació este bar y no hace falta leer su historia para saberlo.
Con el mismo romanticismo pachuco, desgarrador, lacrimal e invendible, se cierra el bar. Según datos de primera mano, el valor del canon de arriendo fue triplicado, lo que da lugar a especulaciones sobre construcción de propiedad horizontal. De no ser así es un episodio más para replantearse la existencia del sujeto racional. Y es que quien sea el dueño está matando a la gallina de los huevos de oro pues dudo mucho de que alguien quiera pagar un arriendo tan caro por una «casucha» en medio de la nada.
Esa apartente soledad precisamente hacía parte del sabor de tonta exclusividad, de secta secreta y de ritos de iniciación y peregrinación que solo tienen los lugares como Crab’s, que ni rajan ni prestan el hacha, que no imponen lógicas urbanísticas ni obedecen a ellas y un día, por pura dignidad —o eso queremos creer, porque había presenciado con horror cómo le estaban soltando el chuzo a Radioactiva los martes—, se van para no volver, para que todo el mundo los extrañe o tenga motivo para escribir bobadas de este estilo.
Hoy murió Jaime Duque, un hombre que dejó de ser persona para convertirse en nombre, en marca, en «múltiples significados». Ese nombre puede tenerlo cualquier persona, pero para un sector de la sociedad colombiana hace pensar en «el parque», es decir, «el Jaime Duque». Ese nombre, a su vez, significa grandeza o, más exactamente, dimensiones inusitadas, desproporcionadas, innecesarias, desconcertantes, sorprendentes, aterradoras, ridículas.
El pasado viernes, Posada Carbó estaba llorando en su tribuna de El Tiempo porque aquí supuestamente, a diferencia de Inglaterra, no se practica la necrología —pero sí la democracia—. Bien, a manera de homenaje ridiculizante a la persona que se tomó la tarea nunca pedida de hacer los monumentos por cuya ausencia tantas personas se rasgan las vestiduras —Posada Carbó, con toda seguridad—, reproduzco, sin autorización expresa de nadie, algo que escribí para Conexión Colombia —para hacer también homenaje a mi condición de «colombiano de bien»— por allá en marzo del 2006.
Para variar, no me encuentro muy a gusto con el texto, pero otra versión complementaria —y de la que en un tiempo no me sentiré a gusto— está en Equinoxio. Esta versión que publico, además, esta está disminuida pues lamentablemente no están las fotos, que sí me gustaban bastante y eran parte importante de este remedo de informe especial.
El parque de los colombianos
En Briceño, en medio del verde paisaje de la sabana de Bogotá, tan salpicado de vacas, aparece la inmensa mano de Dios que sostiene una esfera. Sabrá Él si alguna vez ese orbe terrestre o celeste se movió -como nos preguntábamos de niños- o si siempre, durante los veintidós años que lleva ahí, ha permanecido inmóvil. La gigantesca estructura metálica se llama Monumento a Dios y es única en Colombia, como es único el parque del que es símbolo, el Parque Jaime Duque.
Duque -nacido en Villamaría, Caldas, en 1917- es uno de los pioneros de la aviación en Colombia. Estudió aeronáutica por correspondencia y después ingresó a la Escuela Militar de Aviación, aunque no como piloto sino como técnico. Luego trabajó en la Sociedad Colombo Alemana de Transporte Aéreo, que dio origen a Avianca. En 1944 consiguió estudiar aviación civil en Estados Unidos, país que terminaría amando profundamente. Cuando nació Avianca, fue el primer jefe de pilotos, el primer capitán de un avión Constellation y el primer piloto que llevó a Europa un avión con bandera colombiana.
Finalmente, en 1952, se retiró para dedicarse a negocios de finca raíz y a su fundación: ha sido un hombre generoso y humilde en el correcto sentido de la palabra. Hace poco dijo lo siguiente a la Revista de la Policía Nacional: “No es que yo sea buena persona sino que es natural, ley universal, designio de Dios, que el que tenga con qué lo reparta entre los que están sufriendo”. En su vida no ha repartido su riqueza solo entre quienes sufre; se la ha dado a varios sectores de la sociedad que representan de alguna manera sus afectos. Donó la biblioteca de las Fuerzas Militares, interesado en la difusión de la ciencia y la tecnología. La fundación ayuda a mantener colegios en Caldas y un hospital en Sopó y para esto dedica todas las ganancias del Parque.
El Parque comenzó a construirse a finales de los setenta y abrió sus puertas a comienzos de los ochenta. La atracción más importante fue el mapa gigante de Colombia que busca hacer sentir al visitante lo mismo que Jaime Duque sintió cuando voló a pocos metros sobre las montañas, cuando volar era un acto heroico. Antes de poder ver el mapa, el visitante encuentra un reto: “En la cúspide de túnel puedes admirar el mapa de Colombia. Al contemplarlo medita unos instantes y pregúntate: ¿Soy útil a mi patria? ¿Qué estoy haciendo por ella?”
Todo en el parque es una invitación al visitante para que se sienta orgulloso de ser colombiano, a que reconozca como propio un pasado glorioso, representado por los héroes de la Independencia y a sus herederos actuales, los militares y policías. Nicolás Velásquez, historiador militar, reflexiona al respecto: “El patriotismo de Duque se me hace parecido al de López Pumarejo. Hay que hacer a Colombia grande, porque hasta ahora ha sido una nación ausente del concierto internacional. No es veintejulierismo sino más bien un sentimiento de responsabilidad con la tierra que lo vio a uno nacer”.
Tanta monumentalidad, comenzando por la increíble mano de Dios, es la forma como el parque quiere hacer emocionar al visitante, haciéndolo sentir pequeño. Tanta monumentalidad, además, llega fácilmente a la cursilería, a lo kitsch, como lo anota Natalia Marín, profesora de estética en la Universidad Javeriana: “todo tiene que llamar mucho la atención, ser muy grande, nada puede ser sutil porque tiene que impactar, aturdir, ser muy contundente. Este parque es villa kitsch.” Pero poco a poco los monumentos parecen demostrar una cierta decadencia. Mientras que la mano de Dios es de bronce y el monumento a la nacionalidad es de piedra, la réplica recientemente construida del Taj Mahal está hecha con bloque y pañete y en otros edificios se quiere dar la impresión de que está hecho con piedra imitando su apariencia con cemento y pintura.
Nacionalismo y cursilería son las dos razones de ser del parque, cada una en función de la otra. De este tono será la visita al parque, que además de incluir una casa de espejos, un museo del vestido en el mundo, dos recorridos en lanchas -uno de ellos de terror-, una pequeña ciudad de hierro, dos restaurantes un tren acuático y otro terrestre, dedica buena parte de su espacio a rendir homenaje a Colombia y a la cultura occidental de la misma manera que lo hacían los antiguos libros de historia con los monumentos y atracciones.
Un delicioso platillo para reconstituir energías, curar guayabos y sentirse como en casa en cualquier ocasión. Rinde por siglos y le gusta mucho al presidente.
Ingredientes:
1.000 centímetros cúbicos de agua. Se necesitará más agua según la concentración que se busque*.
700 gramos de carne y huesos de pollo, de res, de cerdo, de pescado o de todos.
300 gramos de mirepoix.
Bouquet garni muy pequeño.
Sal y pimienta.
Procedimiento:
Dore los huesos en el horno a 250º C. Pasados veinte minutos puede agregar el mirepoix y dejarlo todo por otros veinte minutos o media hora.
Ponga los huesos y el mirepoix dorados junto con el agua y el bouquet garni en una olla a presión (también puede agregar otras cosas que guste o le vengan a la cabeza como tomates, papas, etc.) y póngala a fuego muy bajo por unas seis horas, controlando que no llegue a pitar mucho.
Deje enfriar el caldo para sacarle la grasa y relizar una clarificación con claras de huevo. También puede fíltrarlo usando sedazo, papel de cafetera o un filtro de vidrio poroso adaptado a un sistema de vacío. En ambos casos deberá obtener un litro de caldo translúcido, en absoluto turbio, pero muy aromático.
Sale la preparación.
Tome diez centímetros cúbicos de la preparación anterior y disuélvalos en 990 centímetros cúbicos de agua esterilizada. Llévelo a ebullición en la olla a presión por unas dos horas. Enfríelo.
Tome diez centímetros cúbicos de la preparación anterior y disuélvalos en 990 centímetros cúbicos de agua esterilizada. Llévelo a ebullición en la olla a presión por unas dos horas. Enfríelo.
Tome diez centímetros cúbicos de la preparación anterior y disuélvalos en 990 centímetros cúbicos de agua esterilizada. Llévelo a ebullición en la olla a presión por unas dos horas. Enfríelo.
Tome diez centímetros cúbicos de la preparación anterior y disuélvalos en 990 centímetros cúbicos de agua esterilizada. Llévelo a ebullición en la olla a presión por unas dos horas. Enfríelo.
Tome diez centímetros cúbicos de la preparación anterior y disuélvalos en 990 centímetros cúbicos de agua esterilizada. Llévelo a ebullición en la olla a presión por unas dos horas. Enfríelo.
Tome diez centímetros cúbicos de la preparación anterior y disuélvalos en 990 centímetros cúbicos de agua esterilizada. Llévelo a ebullición en la olla a presión por unas dos horas. Enfríelo.
Tome diez centímetros cúbicos de la preparación anterior y disuélvalos en 990 centímetros cúbicos de agua esterilizada. Llévelo a ebullición en la olla a presión por unas dos horas. Enfríelo.
Tome diez centímetros cúbicos de la preparación anterior y disuélvalos en 990 centímetros cúbicos de agua esterilizada. Llévelo a ebullición en la olla a presión por unas dos horas. Enfríelo.
Tome diez centímetros cúbicos de la preparación anterior y disuélvalos en 990 centímetros cúbicos de agua esterilizada. Llévelo a ebullición en la olla a presión por unas dos horas. Enfríelo.
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Tome diez centímetros cúbicos de la preparación anterior y disuélvalos en 990 centímetros cúbicos de agua esterilizada. Llévelo a ebullición en la olla a presión por unas dos horas. Enfríelo.
Tome diez centímetros cúbicos de la preparación anterior y disuélvalos en 990 centímetros cúbicos de agua esterilizada. Llévelo a ebullición en la olla a presión por unas dos horas. Enfríelo.
Tome diez centímetros cúbicos de la preparación anterior y disuélvalos en 990 centímetros cúbicos de agua esterilizada. Llévelo a ebullición en la olla a presión por unas dos horas. Enfríelo.
Tome diez centímetros cúbicos de la preparación anterior y disuélvalos en 990 centímetros cúbicos de agua esterilizada. Llévelo a ebullición en la olla a presión por unas dos horas. Enfríelo.
* Puede seguir diluyéndolo cuanto quiera. Lo importante es que cuanto más diluido esté, más poderoso es. De manera que si el guayabo es muy hijueputa puede usar una solución de una parte en un trillón de trillones.
Ando leyendo un libro llamado La idea de América latina —y me dijo Patricia al saberlo «¡Tu leyendo a Mignolo?», pero es que precisamente yo no leo autores sino libros… jo, jo, jo—, una crítica «de-colonial» —¡ay! esa vorágine guionesca que me aburre y que hace de este comentario una doble paradoja autorreferenciada— sobre la construcción del nombre y el apellido esos. De momento no hablaré sobre el libro y seguramente jamás lo haré.
Solo quería pasar a decir que hay una cosa que me molesta muchísimo cada vez que leo este tipo de textos, un comentario que se les escapa casi indefectiblemente a los poscoloniales o decoloniales o anticoloniales o como gusten llamarse. Se trata de decir, por ejemplo como hace este man Mignolo, «[los] indios y los criollos descendientes de africanos no fueron invitados al diálogo» (p. 29). Este diálogo es el supuesto debate supuestamente público sobre la construcción de América que habría podido hacerse en cualquier momento entre 1492 y hace cincuenta años, es decir, precisamente cuando resultó, por la razón que sea —incluso porque se impuso—, que había que invitar a esos pueblos hasta entonces marginados, olvidados, escondidos en las tristes alcantarillas de la historia que escriben los vencedores.
Y es precisamente esa falta de, no sé… llamarlo «tolerancia histórica» sería demasiado chévere, porque en realidad parece el reflejo de una soberbia ingenuidad o estupidez o falta de honradez. En realidad solo pienso en lo último y me pregunto a qué tipo de yo-no-fui pretenden jugar estos críticos cuando «desde el hoy» les exigen a los adelantados y a los encomenderos, que están «en el ayer», que piensen, por ejemplo, en términos de diálogo, de democracia, de inclusión, de diversidad, de tolerancia, de constitución del 91. «Pero por qué no se inventaron la máquina de escribir en el siglo XVIII si era tan fácil, si estaba ahí la imprenta y era facilito», «pero por qué Herón no se inventó la revolución industrial en vez de hacer cantar pájaros metálicos».
Desde luego, las consecuencias criticables de que no haya sido así en ese entonces solo pueden encontrarse hoy, precisamente porque solo hoy se piensa en los términos que permiten la crítica, los términos que hacen razonable o legítima la objeción, el desacuerdo, el desagrado y las infinitas reivindicaciones. Pero así parece un juicio, una acusación, equivalente en simplismo y utilidad política a seguir justificando la marginalización de indios y negros con «a estos pueblos los sometieron por ser débiles y adorar al demonio» o «se lo merecían por no conocer ni la rueda ni la escritura». O lo contrario: «el imperio incaico era naturalmente socialista». ¡Qué va! ¡Si es que era la utopía socialista! Hasta con la moderna bandera de la paz, esa que todo el mundo cree que es la bandera del orgullo gay.
Pero todo, como siempre, es pura mierda, es el grito herido de alguien que quiere ser patrón o ayudarle a alguien, de buena fe o por ambición, a serlo. Y la gracia de ser patrón, claro, es ser el único patrón.
Y me pregunto entonces, ¿cada cuánto deberían caducar la justicia, el rencor y la venganza? ¿Cuántos testamentos se han dejado firmados en la historia? ¿Cuántos cheques en blanco?
P.S. En vez de «el apocalipsis» podría leerse también «la hecatombe»: este post lo escribí hace más de una semana pero se vio pospuesto por la avalancha de eventos que siempre se viene cuando la gente quiere ser o seguir siendo patrón.
Hay que prepararse para la inminente masacre de cien cabezas de ganado —con seguridad cordobés o sucreño— que sucederá algún día entre hoy y mayo del 2010.
No, ya en serio, en realidad es un mensaje de esperanza del presidente. Todo va a estar bien.
—Marica, viene Maiden.
—Ah, eso dicen siempre.
—Confirmado: el 29 de febrero en el Simón.
—Claro, hueva, qué buena pega. Fijo el próximo año no es bisiesto.
—¡Está en la página!
—A ver… huy. Huy, huy, huy. Pues bueno, es el 28, pero es.
—¿Sí ve?
—Mierda, sí… va a estar tan caro como lo de Pavarotti.
—Toca ahorrar.
—Jm… no va a alcanzar. Va a ser un mierdero muy grande, va a venir mucha gente, va a estar tetiado como con Metallica.
—¿Adónde más van?
—Pues se van de aquí a Brasil.
—Se va a llenar de venecos y de ecuatorianos y de peruanos…
—Ja… la inmigración es una consecuencia del progreso.
Adenda: Hoy me llamó otra vez José Obdulio y me dijo que el señor que vino de otro mundo no hablaba de política sino de moral, que lo primero es de muy mal gusto. Y pues además que el señor del IQ de 220 en realidad estaba preocupado por la ciudad en que lamentablemente le tocó vivir por otros cuatro años más porque así era la voluntad popular.
El siguiente escrito llegó a mi correo hace poco. El remitente era una reconocida figura de la política cuyo nombre a mí me basta leer para saber que era él mismísimo en persona quien me pedía que algo le publicara en este espacio de periodismo siempre serio y responsable a la hora de encontrar la chiva.
Queridos lectores de juglardelzipa.com:
Como desde mayo del año pasado me quedé virtualmente sin trabajo, tengo que dedicarme a ser ya no un viejito dicharachero, canoso, simpático y querido sino un mañoso cantaletero, energúmeno, gritón y jarto, de manera que no tengo más oficio que ponerme a escribir artículos para cuanto medio impreso y digital de poca monta encuentre por ahí. Esta vez lo hago en esta simpática e ignota página de quien, como yo, es defensor a ultranza de la legitimidad de la lucha armada, Miguel Olaya.
Así como he hecho en otros lugares, consignaré unos cuantos principios básicos de mi doctrina sobre la organización de esta bella tierra que es Colombia:
Para mantener mi imagen de viejito inofensivo, todos los días uso shampoo Klorane de reflejos plateados. De este modo evito que mis cabellos tomen ese tono amarillo que haría pensar a la gente que quiero más al partido que la paz. Solo busco disuadirlos de pensar que está mal desteñido el cabello, no el partido.
Todos los días, después de ir a comprar discos de música clásica en Tango Discos de la 15 y las novelas completas de Borges en la Lerner de la 92, visito un centro de lenocinio que queda en la calle 127, arriba de la autopista. Es sumamente caro, pero por fortuna solo representa una fracción de mi escandalosa pensión. En fin, en ese lugar, como cuando leo poesía y escucho a mis compositores favoritos, hago libre desarrollo de la poca personalidad que a mi edad todavía me queda.
Como parte de mi pacto de inmortalidad con Satanás, cada primer viernes de mes me como uno o dos fetos humanos, a veces fruto de abortos, que mi servidumbre esclavizada prepara siguiendo al pie de la letra alguna de las recetas del Necronomicón. Más tarde, en la noche, me masturbo con papel de lija especialmente estampado con imágenes de la Virgen del Carmen y obligo a doce doncellas vírgenes —que en realidad no son más que estudiantes de derecho que tienen que pasar alguna materia— a que me chupen con gozo la sangre que me sale de lo que aún me queda de mi personalidad libremente desarrollada.
Cada quince días me divorcio de alguien y después me tiro un pedo. Ya no controlo mis esfínteres y, como soy racional, libertario y ateo, no creo en las goticas homeopáticas en las que sí creen los demócratas; yo solo creo en gases explosivos.
Bien. Eso es todo. Hasta pronto, mis queridos amigos colombianos.
Me dan mucha mamera los titulares tipo «Por qué castigaron a Enrique si era tan buen muchacho». Artículos que «analizan» dizque en frío y con toda seriedad: que la carta astral, que la lluvia, que el número del chance, que la ubicación en el tarjetón, que si con barba o sin barba, que si compraron más de cincuenta votos, que la gente es muy boba y qué más vamos a pedir, carajo… Nadie dice que Peñalosa perdió porque ganó el otro.
Primero, eso es demasiado sencillo para ser llamado análisis, demasiado rápido para que sea un verdadero y gratificante pajazo mental. Segundo, hay que darse el derecho de usar palabras como castigo y fórmulas que subrayen el hecho de que el pueblo es ingrato y jarto.
Dice la leyenda que una vez le preguntaron al primo de William Vinasco, el empresario, entonces futbolista, Freddy Rincón, por qué habían empatado. El man dice «porque primero hicimos nosotros un gol y después ellos hicieron otro». ¿Se necesita otra explicación? ¡Es fútbol! ¡Una forma sublimada de política!
Uribe nunca pierde. Hoy no iba a ser la excepción. Eso de que el mesías hablara en contra del Polo mentando al coco de la guerrilla hizo ganar a Moreno es tremenda exageración. Probablemente las encuestas lo demuestren, pa que de algo sirvan. El año pasado la campaña de Uribe fue decir eso a diestra y siniestra y ahí está. ¿O acaso no? No, claro que sí.
Antes, como he dicho hace un rato y hace unos años, Uribe —o los uribistas, que no sé si es lo mismo, pero supongo, ya verán, que no es así— puede beneficiarse del hecho de que la alcaldía de Bogotá esté en manos de la supuesta oposición porque así muestra, demuestra y convence a una cantidad de gente de que aquí en Colombia sí hay garantías para, como dice él, «practicar la democracia». Si algún día matan a algún sindicalista, si amenazan o desaparecen gente por andar jodiendo por ahí, pues vale verga porque, primero, eso siempre ha valido verga pues suele ser por allá lejos donde hay, no sé, petróleo o vacas; segundo, nunca será tan escandaloso como eso de matar Jaimes Pardos o Bernardos Jaramillos, quienes además se lo merecían igual por terroristas entonces todo bien; y, tercero, se me olvidó. Pero seguro hay más de tres razones. El caso es que si usted es alcalde de Bogotá y su partido es el Polo, únicamente debe temer por su vida si su retraso mental lo tiene siempre a punto de accidentarse: usted es una carta más que el metódico tahúr usará cuando haga falta.
Y si hubiera ganado Peñalosa… pues suma un poco más. O tal vez nada. Es como que gane el Polo: no pasa nada. Tal vez le sirva para decir «aquí está el poder popular», pero no es nada que haya hecho hasta ahora, solo con su elección. Porque eso le basta. Entonces Uribe no hizo ganar a Peñalosa pero no importa porque tampoco es una derrota para el primero pues no está perdiendo nada que hubiera tenido antes. La gente que esté o deje de estar con él importa tres décimas de centavo de lira turca. Uribe puede gatillear a quien le dé la gana y eso está haciendo todo el tiempo porque es una marrana rechoncha que alimenta una cantidad increíble de parásitos. De vez en cuando hay que purgarse y seguir comiendo. O no, porque tampoco importa. Esos personajillos que de vez en cuando hacen enverracar a nuestro santo salvador son los mismos sindicalistas insignificantes que amenazan, matan o desaparecen por allá lejos. Cualquier distancia desde Uribe es lejos. Nadie que esté aparentemente cerca de Uribe debería sentirse seguro, nadie debería confiar en la lealtad que le tengan. Todos son lagartos a su lado y, más que parásitos, son un cáncer autoinmune. Acaben colonias de colonias, que eso les pasa por querer mamar de la gran teta, hijos de nadie, copias cada vez más imperfectas de Vargas Lleras.
¿Cuántos votos de Moreno habrán sido para él? ¿Cuántos para el Polo? ¿Quién ganó hoy? ¿Moreno o el Polo? ¿Ambos? ¿Por lo mismo?
Dentro de cuatro años, ¿a quién habrá que pedir cuentas, crucificar o felicitar? Entonces sabremos la respuesta a esta pregunta: ¿habrá perdido el Polo?
Los jugadores van y vienen pero la hinchada sigue. Bogotá es un sentimiento que no se puede parar.
***
Nosotros igual ya ganamos porque volveremos a ver con qué pataleta sale Peñalosa en esta, su cuarta derrota: que nuestro proyecto de ciudad, que pueblo ingrato y desmemoriado que rechaza el progreso y la felicidad de niños y ancianos, que ya verán lo que les va a pasar por pendejos, etc. lo divertido es que a pesar de que sabemos que todo eso puede ser cierto, tampoco era razón suficiente para que él ganara y mucho menos tuviera que ganar.
Adenda: Y cómo se me va a olvidar: también un triunfo claro de las FARC (gracias O-lu).
***
¿De qué manera el afrodescendiente William Calimenio Vinasco Mosquera Valencia Asprilla Mena Carabalí Zapata-Olivella capitalizará esos nada despreciables trescientos mil voticos? ¿Qué pensarán los asquerosos paisas racistas ahora que tienen un alcalde indígena?
***
Como siempre, una abstención la hijueputa y nadie habla de eso. Será porque la democracia es una fiesta. ¡Aj! ¡Es que uno le da a la gente el derecho ese de participar y no lo usan! ¡Aj! ¡Que no jodan después esos putos amargados! Es que ni a la lluvia le echan la culpa.
Bogotá era algo como el patito feo, acaso en virtud de su chicharroneidad, acaso porque su valor intrínseco era tres pelos del culo. Atrás habían quedado los días en que gobernarla era trampolín a la presidencia, si acaso hay que creer en ese lugar común apenas demostrado por el hecho de que los antiguos alcaldes Barco (designado) y Pastrana se hubieran candidatizado después a la presidencia; y más o menos por Gaitán.
Recuerdo entonces que la campaña en que se enfrentaron Peñalosa y Mockus (1994) tenía poco de espectacular y más bien era gracioso ver la disputa de, por un lado, el muchacho de acento gomelo que se subía a los buses a repartir volantes —y que ya llevaba una derrota a cuestas— y, por otro, el loquito de quien habíamos visto las bálticas posaderas y las lágrimas de amor por su mamá, pero que ya tenía un grueso prontuario de excentricidades. Gana Mockus y la sensación es, a un mismo tiempo, «a ver qué hace este man del que no tenemos ni puta idea» y «Bogotá es el voto de opinión». Después a Mockus le pareció que lo del trampolín no tenía por qué ser un mito. Más bien probablemente (y paradójicamente) gracias a él se creó el mito.
Y de ahí en adelante ya sabemos: Moreno de Caro, que fue la vencida de la tercera vez de Peñalosa. De nuevo fue una elección en la que, aparentemente, solo se involucraban ciudadanos bienintencionados e independientes, porque de qué otra manera se entendía que estuvieran tan tercamente interesados en la fea con la que nadie quería bailar. Después Mockus gana de nuevo gracias a su gestión anterior —ya no hacía falta sacar el culo o acaso el equivalente en ridículo fue su renuncia, candidatización y nueva renuncia— y termina su periodo sin apresurarse mucho a seguir en «la política», o al menos disimulándolo.
La otra leyenda dice que gracias a Mockus y Peñalosa Bogotá se volvió bonita y agradable. Al menos está claro que propios y extraños se habían convencido de que así iba la vaina. Pero por eso mismo Bogotá se convertía —¿una vez más?— en perfecto botín político.
Para entonces ya se sabía que Peñalosa quería estar de presidente pero se le atravesó nuestro señor Jesucristo en el camino. Además, a diferencia de Mockus, no quería abandonar la ciudad, sea porque era un administrador amoroso y bienintencionado, sea porque ahí estaba su fortín electoral, su fuente de poder. No es descabellado pensar que si Peñalosa se hubiera lanzado a la Alcaldía en 2003, en vez de poner a un títere equivalente en ridiculez enigmática a Vinasco, habría ganado y «todos felices», menos el Polo. Porque el Polo —o Lucho solito— se aprovechó. Si Peñalosa se hubiera lanzado, si hubiera aparentado que estaba comprometido con el nebuloso «proyecto de ciudad», tal vez no habría quedado la desazón de que ahora como Betty se puso buena entonces sí aguanta y no por quien realmente era, por sus sentimientos, por su intelecto, en fin, lo que todo el mundo sabe que es verdaderamente digno de ser apreciado.
Y hoy estamos sufriendo las consecuencias en esta campaña de mierda, que es de mierda porque en cualquier circunstancia ganaran esos personajes que parecen buitres asquerosos. Y no me trates no, no me trates de engañar. Sé que tú tienes a otra y a mí me tienes para mmmmm…
Mi ingenua sensación es que el gobierno de Bogotá es como uno de esos bares, cafés o restaurantes, o bandas musicales, artistas plásticos o autores literarios, que saltan del underground al mainstream y comienzan a provocar asco. Que el chuzo este ya está muy rascapared, que es que ahora-todos-escuchan-a-no-sé-quiénes-y-eso- que-yo-los-oía-cuando-apenas-tocaban-cosas-no-comerciales-y-no-eran- unos-putos-vendidos-a-ese-sistema-de-mierda, que ya no aguanta volver allá porque vive lleno. ¿Y acaso qué diablos quiere uno? Es la pura sipatía cool por los perdedores, por los renegados, por los que por eso mismo, cuando ganan, se perratean. Es la paradoja de quien quiere ganar perdiendo —que no Maturana—, que no comprende que a quien entra a competir no le sirve y no quiere otra cosa más que ganar, inmediatamente o en algún otro momento. Es la gana idiota de querer ser único, loco y trasgresor.
Varias de estas ingenuas personas, como yo, votaremos por Juan Carlos Flórez, para pensar que el tal voto de «opinión» existe y no gana y así es como debe ser. Además de ser un peñalosista traicionado y un mockusiano más o menos divergente, es el único que parece un pretendiente honesto, bienintencionado, que no quiere más que amar a esta mujer por lo que es y no por su herencia —que en realidad no es nada: que lo diga Mockus, que lo diga Peñalosa—. Y parece perfecto porque no va a ganar ni por las curvas, porque ni siquiera le alcanzará para ser sorpresa, porque absolutamente nadie sabe quién es, porque los medios no hablan de él y ni lo invitan a los debates, porque, después de ejercer el sagrado derecho que nos concede la figura de participación más reciente de la democracia más antigua de América, quedará el fresco de que los buenos nunca ganan porque los buenos que ganan inevitablemente se vuelven malos.
Anoche quedó claro que Mockus no es más que un asqueroso uribista fascista paramilitar que quiere cerrarle el camino a la izquierda democrática con atentados rastreros, alevosas zancadillas y pestilentes artificios retóricos.
Y eso le va a costar el Polo más de cincuenta votos.
Volví a encontrarme con la noticia del señor que se había ganado el Nobel y había dicho que estaba demostrado que los negros eran menos inteligentes. O, más exactamente (o no, porque es lo que dice El Tiempo y ya sabemos cómo es eso), «todas las pruebas dicen que eso [la inteligencia de los negros es la misma que la de los blancos] no es así realmente». Su nombre, James Watson.
Está claro que cualquier cosa puede demostrarse si uno se aproxima de la manera correcta, esa que se parece más a la manera de pensar del público al que uno se dirige para que esté lo suficientemente de acuerdo antes de que comience la demostración. Así que incluso el hecho de que alguien diga «está científicamente demostrado que los negros son inferiores» puede ser igualmente válido para quien crea que una afirmación con el apellido «científica» es suficiente o para quien siempre ha creído y hasta demostrado empíricamente que los negros son inferiores.
Cuando oí la noticia en primer lugar estaba medio dormido y entendí que habían logrado demostrarlo científicamente, algo que me pareció muy interesante. Me gustaría saber cómo son las pruebas a las que se refiere este señor (probablemente esta), para saber con qué valores han sido construidas, queriendo buscar qué tipo de inteligencia, descartando qué variables, modelando quién sabe cuántas más y habiendo recogido tantas muestras a lo largo de tantos años. O sea, un trabajo pretendidamente científico —llevado a cabo con algo muy parecido a eso que se entiende por «buena fe»— que demostrara lo que siempre ha sido calificado como prejuicio, como afirmaciones infundadas. O sea, lo mismo que los colegas de Watson dijeron sobre él instantáneamente. Y finalmente lo declararon loco, suspendieron su investigación y ya que en esas estamos pues también lo echaron del trabajo.
Ahora presentan las cosas como que Watson se retracta. Pero no se retracta: aclara. Dice que sus palabras han sido malinterpretadas, que no afirmó que la causa del hecho sea genética, que la raza está condenada porque así la hizo el creador. Yo voy a creer que Watson está siendo sincero, pero está claro que como el tipo es biólogo y genetista había que suponer que hablaba en esos términos, había que inventarse una polémica. Aparte el tipo está viejo y ya está hablando mucha bobada, perdió el control del esfínter verbal y eso tiene claras consecuencias estratégicas porque la academia y las ciencias son políticas aunque no les guste.
Los hechos son una cachetada. Y más dolorosas pueden ser las interpretaciones. Aceptemos que la verdad y los hechos son construcciones, instituciones que manifiestan valores. Pero aceptemos que existen. Y los hechos nos dicen —hagamos las excepciones del caso acerca del hecho de que las razas existan y sean una categoría cultural o biológicamente válida— que los blancos han sometido a los negros, a los indígenas, y al resto de razas que se inventan. O al menos ese es el estado actual de las cosas, una vez que hemos dejado de interesarnos por los indígenas que dominaban indígenas —pero que entonces no se llamaban indígenas— y los negros que capturaban a otros negros para dárselos a sus socios blancos. Y claro, de los blancos que todavía dominan blancos.
Lo que es realmente molesto de esta pequeña polémica es que se basa en otro prejuicio. En esta circunstancia no le llaman prejuicio sino principio, porque es bueno, está aceptado, debería ser seguido por todos. Ese principio es que no debe tolerarse ninguna insinuación de que hay diferencias entre las razas —aparte, aceptando la existencia de razas, sin saber nunca en qué términos—, entre la gente, entre los individuos de esta sociedad de iguales. Y es una actitud tan reprobable como la del racismo porque, de la misma manera, casi nadie está dispuesta a cuestionársela, siempre se enuncia en los mismos términos esencialistas.
Anoche —no podía ser a otra hora del día— me enteré de que después de muerta mi mamá se ha aparecido dos veces.
Una vez no fue tanto una aparición como un avistamiento, de una persona desde su carro, cuando miraba hacia la casa. Vio a mi papá estar acompañado por «una persona parecida a su mamá». Pero finalmente no era así. Y tampoco podía ser mi mamá, porque ya estaba muerta, claro.
La segunda vez le sucedió al mismo amigo que ya tiene historias con fastasmas. Estando en la ciclovía, en la séptima con 116, mi mamá lo tomó del brazo, le dijo «hola» y me «recomendó».
Yo no creo en fantasmas. O no creo de esa manera. Es decir, siempre me causan curiosidad estas historias porque se parecen entre sí, como las de desdoblamiento, como los mitos urbanos. Me interesan desde el punto de vista de mi deformación profesional.
A quien me contó las historias —que ya habían sido comentadas hace mucho tiempo a otras personas— le dije «pues mi mamá es muy rata por aparecérseles a ellos y nunca nosotros».
Escucho en la radio que los trabajadores del Club el Country están protestando «pacíficamente» frente a la Contraloría por el asunto de la cancha de polo. (Dicen que lo mejor es hacer una consulta popular para saber si la gente del barrio quiere de verdad un parque en la zona, consulta popular que tiene cara de estudio de mercado.) Concluyo que si los que protestan son los empleados, en realidad están protestando los socios: «Cláusula 37: En caso de protesta, EL EMPLEADO representará a EL EMPLEADOR y recibirá todas las agresiones físicas y verbales comunes en estas circunstancias.»
Y esta protesta en la Pedagógica por la que he tenido que respirar vinagre, ¿es por los 24 años que le metieron a Santofimio o celebrando el histórico triunfo del ballet azul? (Don Tomate dixit.)
Recientemente me di cuenta de que KFC, después de mucho tiempo, unos diez años, está ofreciendo de nuevo el puré de papa y gravy como acompañamiento. Era la única razón por la que iba a ese lugar, por ese sabor y esa textura.
Es una gran noticia, tan emocionante como cuando regresa algo que con resignación había aceptado a no ver jamás, aunque quedara la esperanza, que se manifiesta, frustrante, en los sueños.
No me gusta la arquitectura de Salmona porque es exclusivamente estética. Los espacios que creaba tenían como único propósito verse bonitos. Pero detrás de todos esos caracoles de ladrillo albino, asqueroso y veteado concreto vaciado y espejos de agua puerca y suspendida, quedaban solo formas incómodas, recorridos panorámicos entre puntos marginales, escaleras infinitas que no llevaban a ninguna parte, precipicios que no se anunciaban y una ausencia de vacíos, de luz, de diálogo con el entorno, que ensombrecía todo.
Por ejemplo, en el Archivo General de la Nación, hay que recorrer todo el edificio, siguiendo una interminable línea curva, antes de llegar al baño, diminuto, nunca ventilado y siempre humeante de caca y orines, la marca registrada que también reprodujo en la biblioteca Virgilio Barco y el edificio de posgrados de la Nacional.
Esos cursos de agua que puso en todos lados eran más parecidos a los wadis que a las fuentes alhámbricas que pretendía evocar. La loable epopeya peñalosista de recuperar el río San Francisco dizque con caracter «ambiental», esa que en un comienzo llegó a arrullar a los paseantes con el crepitar del agua, se vio opacada rápidamente por las deficiencias prácticas de la obra, hoy pintada de verde limo y amarillo papa frita.
Pero Salmona tenía que estar en todas partes como la buena vaca sagrada que era, acaso porque construyó el monumento al tesoro vivo de la cultura colombiana, las tres torres del hato sagrado, esas que si un día tumban con un avión al mando de un guerrero de Alá, borrará de un tajo el legado de todo lo que es realmente importante y vale la pena en Bogotá, o sea en Colombia. Y habrá muchas lágrimas y más palabras tristes, como ahora.
Borrachos, él y yo, en el mismo bus, pasada la media noche. Callado yo, con el viento frío en la cara, mareado, comencé a oírlo. Sabía que era él por sus consignas y su voz reblandecida que combinaban bien con cresta y sus botas. El bus iba muy rápido pero a él no le daba esa impresión y reprendió al gran público con una frase a la vez pendeja y enigmática, a la que entonces encontré muy elocuente:
Hoy no fue Arizmendi sino esta otra mujer que hace parte del programa matutino y dijo algo como «y si uno puede ver que en un lugar allá tan lejano como Corea se reúnen los presidentes de dos países separados por tanto tiempo por qué aquí no va a poder suceder algo parecido».
Claro, por qué no, si aquí es tan cerca. Por qué no, si aquí es igual de lejos de allá, donde sí, que de acá, donde no.
Porque Corea no tiene dos océanos.
¿Y por qué allá que es tan lejos sí pudieron hacer mundial y aquí que es tan cerca no?
Y en el futuro, cuando todos los productos transgénicos hayan causado increíbles mutaciones en la especie humana, Stan Lee demandará a estos seres, que antes no se conocían, por propiedad intelectual.
E igual la demanda la ganará Monsanto.
Con colaboración de Mornatur. (Claro, el crédito es por cosas de derechos de autor.)
Decía el periódico más internacional del país que Uribe estaría atacando al Polo ahora que ha puesto de moda —y es que lo vintage siempre estará de moda— el uso de términos de la familia socialbacán.
¿A lo bien? ¿Al Polo? Claro, a esos que en otros lados denominan con una palabra menos amable. Cobramasacres, por ejemplo. O, por extensión, profesores universitarios.
Aquí en juglar del zipa, su lugar de encuentro, diálogo y discusión, el concepto socialbacán y sus derivados hacen referencia a fenómenos menos complejos como los hippies. Socialbacanes, por ejemplo, son… mejor dejemos que Cartman nos explique:
Pero tal vez sea hora de revaluar nuestro frágil aparato conceptual. Y es que cuando las palabras no están en el diccionario realmente tenemos problemas.
Entonces un socialbacán también podría verse representado, por ejemplo, por un Juanes. Pero tal vez mucho más socialbacán sea Fonseca y toda la tropa morcillonera que se viste con las artesanías de Salvarte y que son epítome contemporáneo de… usemos las palabras del señor mandatario:
…esa manera frívola como algunos sectores abrazaron el apoyo al terrorismo, la indulgencia frente al terrorismo, por frivolidad … Simplemente … porque se creía que eso daba estatus social. Entonces, apoyar el terrorismo era como la posición in.
Hoy, en vez de terrorismo —y aquí vale la pena señalar que esa sí es una palabra que es signo de estos tiempos—, podríamos decir «fascismo blando», «fascismo incauto» o «fascismo ingenuo». O terrorismo. Por qué no. Es ese mismo espíritu socialbacano que nos anima por la radio, la televisión y la prensa a cantar en nombre de «nuestra tierra», «nuestro café», «nuestras mujeres», «nuestras orquídeas», «nuestros campesinos», «nuestros soldados», «nuestros indios», «nuestros negros» —sus «nuestras artesanías»— y por ahí también «nuestros mestizos».
Esta semana en cierto canal público de cierto país, en cierto magazín cultural que nadie ve, van a hablar de un caso de «un niño atrapado en un cuerpo de niña». Con esas palabras. Pero pues hay esperanza porque puede tomar hormonas y esas cosas que la sacaran de tamaña desgracia, porque es que a veces dios se equivoca y atrapa a la gente donde nunca debió haber estado.
Y yo me pregunto si en el futuro habrá procedimientos médicos similares, soluciones definitivas para gente que diga «soy un británico atrapado en Colombia» o, lo que es peor «soy un alemán atrapado en un cuerpo de colombiano y en Colombia».
Como los jardines, los baños, las habitaciones separadas para cada miembro de la familia y la democracia, el amor y la amistad también son invento de la burguesía.
No sé cuánta gente que sueña nuevos proyectos de nación mientras empuña un fusil ve los partidos de fútbol de tu selección, mi selección, nuestra selección (v. Locademia de guerrilleros, de Sergio Cabrera). Pero no hay evento televisivo-deportivo en el que no envíen ese llamado idiota de «¡demovilícese ya!». Me pregunto ingenuamente si los publicistas que contratan las Fuerzas Armadas han hecho el respectivo estudio de público o si la campaña existe solamente para hacerle saber a la gente que lo están intentando pero es que esa gente de verdad no se entera de que el muro ya se cayó.
Hoy, en todo caso, el argumento dejó de ser chistoso por idiota a ser auténticamente chistoso:
A todos los que por su pinta de homosexual están temiendo ahora por las hordas de gente sin pelo que invaden las otrora sin duda pacíficas calles de Chapinero y la Zona Rosa hay que hacerles entender que no pueden estigmatizar a esos miembros de las tribus urbanas que, además de hacer de esta ciudad un vividero más diverso, tolerante e incluyente —como los otros, que sí tienen no solo la pinta sino que de verdad son homosexuales—, reivindican posiciones políticas válidas y ejercen un papel fundamental en la construcción de líquidas dinámicas identitarias tardomodernas —como los otros, que sí tienen no solo la pinta sino que de verdad son homosexuales.
Todos los que temen que los cojan a puño, pata y chuzo por tener pinta de homosexuales tienen que entender que no solo los calvos hacen eso y que igual corren peligro en cualquier circunstancia.
Pues a Arizmendi le parece insólito que un partido le esté pidiendo disciplina a alguno de sus miembros. Y dice, como el díscolo en cuestión, que la democracia y la libertad de expresión y los valores estos que hacen vivir la mayoría de edad al Aberland.
Claro que es insólito pues va en contra de los valores burgueses e individualistas a los que siempre hemos estado acostumbrados: que la operación avispa, que los caciques, que la «objeción de conciencia», que el hoy aquí pero mañana no me acuerdo y esas otras cosas que han hecho del sistema político colombiano el brillante faro del «punto medio».
Y por eso mismo es increíble, insólito e imposible de entender que alguien diga que no haya querido ser candidato a la presidencia por voluntad propia, por tenerle ganas al poder, por querer aparecer todos los días por triplicado en los noticieros y en unos diez años en los billetes de doscientos mil, eso que es lo más natural, lo más normal, lo que mejor corresponde al rey de la Creación. El señor este estuvo ahí porque estaba sometido a esa… ¿cómo dice? ¿Disciplina de partido?
Ya saben igual: antes de decidir si le ponen seguro o no a la puerta de la casa, escuche Caracol Radio. O antes de elegir el color de sus medias.
Ya que venimos hablando de la sabrosa gente de color, por qué no citar esta joya de la correctez política de nuestro agobiado pueblo —en este caso con un ejemplo que enorgullecería a una de sus campeonas, Florence Thomas—, enunciada en uno de los comentario de Semana a propósito de la holandesa que se pasó de socialbacana:
Lo que pasa es que en ciertos países de Europa, tanta calma y sosiego cansa a ciertos seres. Por eso hacen cosas para nosotros raras, como irse a Taganga o casarse con chocoanas(os). Pero todo eso es poesía, simplemente tienen que saber que como en el país de origen hay reglas que se harán cumplir o terminan en una misma jaula como de donde vienen. Sencillamente en todo el mundo debe regir el dicho inglés para los que la quieren hacer, han de saber que algo les costará: If u wanna do the crime, u gotta take the time.
Y los(as) chocoanos(as) que se casan entre ellos(as), por ejemplo, ¿también están haciendo «cosas raras»? Digo, ¿o definitivamente son «el otro» del «nosotros»? ¿Son todavía más raros los «nosotros» que se casan con esos «otros»?
Además, no nos digamos mentiras, los señores que el Doctor Barbarie llama «americanos» no se casan con los chocoanos(as). Solo vienen a tirar y ya. (Y además suelen ser negras(os), y más exactamente negritas(os), de Cartagena, no del Chocó.) Sería bueno saber cuántos(as) terminan tan decepcionados(as) como esta vieja con las(os) FARC.
***
Y la verdad es que si uno lee las selecciones del Reader’s Digest del diario de esta nueva Ana Frank lo único que uno puede pensar es que está tan aburrida con la monotonía y arbitrariedad castrense —y, claro, hambrienta de sexo— como los «soldaditos colombianos» de cualquier batallón.
Una vez caminaba por la carrilera por Puente Aranda y un par de chinos del distrito 51 me llamaron desde una garita y me preguntaron qué hacía ahí. Después de intercambiar algunos datos sobre nuestras vidas, ambos coincidieron en decir que estaban aburridos de hacer guardia, ejercicio y recibir órdenes bobas todos los santos días: querían estar en el monte cargando kilos de equipo y echando bala. Es exactamente lo mismo, no me jodan.
También hace un mes estuve cocinando en el batallón Simón Bolívar de Tunja y en la cocina no tenían botiquín. Todavía más grave: todos los días les sirven el mismo arroz, la misma papa, la misma verdura hervida y la misma carne o pollo con guiso. Yo, como burgués que soy, me aburro resto con eso. Pero como ellos son pobres, están acostumbrados a vivir resignados.
Es igual. Cuando alguien exige un poquito, pues paila. Cuenta mi papá que cuando era capellán en el Cantón Norte, un soldado terminó muerto después haberle estado pidiendo a su superior permiso para ir al médico unas cuantas veces. Claro que puede suponerse que esas son cosas que pasan, hombre, que no jodan. Como cuando salieron a la luz los casos aislados de torturas en el mismísimo glorioso ejército de la patria.
Dirán que pretendo argumentar a favor de la guerrilla, pero más bien es un argumento a favor de los que se alienan combatiendo en cualquier hijueputa bando.
Si queremos regresar al camino de la paz, que es tan esquiva, comencemos por transformar la realidad transformando el lenguaje y llamemos las cosas por su nombre: «Afrodescendiente Acacio», se llamaba ese señor. Todo sabemos que a esa gente no le gusta que la llamen de colores porque es degradante.
—¿El man al que hace nueve años querían echar de la Alcaldía?
—Sí, con las firmas y eso.
—¿El man que no quedó de alcalde hace cuatro años porque prefirió quemarse queriendo ser presidente y después senador?
—Sí, ese que no es un político tradicional.
—¿El de las «ciclorrutas a campo traviesa» por el paisaje colombiano?
—Y el dueño de los bolardos, de la bodega donde los guardaron y de la fábrica que hace el papel celofán de los moños.
—Ala, qué bueno.
—Sí, el dueño de nuestro proyecto de ciudad.
—¿Y el otro?
—No, del otro no sé nada.
—Votemos por Vinasco.
—Sí, más vale malo conocido.
Por un daño en el disco duro del servidor que aloja esta página perdí seis meses de escritos del blog, los seis que corresponden en su mayoría al tiempo que estuve en Argentina y que coinciden con el período más triste, infértil e idiota de la producción de esta página. Con el abandono y la pereza de uno comienzan los del público y el círculo vicioso no para.
En lo sucesivo espero poder volver a publicar lo que había publicado, procurando usar las fechas originales. Pero el sentimiento verdadero es que no vale la pena, tal vez exceptuando la crónica de la inundación y el mal de vereda. No me siento orgulloso de lo que hice estos seis o siete meses, a diferencia de como más o menos me sentía con todo lo que había hecho antes. (Y sentirse orgulloso no quiere decir pensar que es lo mejor que haya hecho en la vida o que alguien haya hecho alguna vez en la historia.) Tampoco es mi obligación escribir para sentirme bien y esto, desde hace rato, se volvía un poco eso.
Parece, pues, una señal. Podría verlo de esa manera, como una purga de un editor «aleatorio».
***
Extraño, como siempre, quién era yo antes. Parece que hoy soy alguien más…
Baj, esto es muy cursi.
Ante la muerte solo queda la resignación. Es imposible volver a ver a un muerto y es imposible revivir lo que ya sucedió. Detrás de estos seis meses hubo cambios y alegrías, recuerdos muy bonitos que no se vieron reflejados aquí porque no valía la pena. Nada llegó a valer la pena, en realidad. Como si estuviera sumido en una inmensa tranquilidad… Y continúa, desvinculada, fragmentada, como el tejido liso y sin coordenadas de los recuerdos.
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Y de la misma resignada manera dejaré de lado la razón por la que pasaba horas donde el chino que echó, o no, al chavón por las escaleras. Quedan los recuerdos, condenados a la vorágine de mi memoria distraida. Se convertirán en meros indicios que nunca servirán para reconstruir lo que se vivió, cuando apenas tenga idea de las fechas, de los meses, del clima que hacía, de la película que vimos o del plato que preparamos. Con resignación aprenderé de nuevo a olvidarme de mí mismo y a dejar de pensar ilusionado en los futuros que hoy terminan sin haber llegado a ser nada: algo.
Un juego de scrabble que se comienza y queda suspendido indefinidamente… ¿hay que darlo por acabado? ¿Se cuentan los puntos y hay un ganador?
Las metáforas, las señales, están en todas partes. Basta ver al pato Donald.
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Mientras tanto pueden divertirse enviando su «madraso». ¡Ah! ¿También tumbaron esta página? Maldita sea…
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Adenda
Ya recuperé los escritos y los comentarios por caché de Google. Si quieren que vuelva a publicar algo de eso me avisan.
El silencio de la luz es el *opus primum* de mi amigo Felipe Suárez. Él mismo escribió el guión y en 2005 ganó la convocatoria para estímulos en chan con chan que organiza Proimágenes en la categoría de «experimental».
El cortometraje no cuenta una historia en particular. Un sujeto que parece ser ciego tiene alucionaciones. ¿Pero cómo son estas alucinaciones si el tipo es ciego? Esa es solo una pista. Pero para más señas este es el, digamos, trailer:
Quienes quieran ver el corto completo, en estreno oficial, pueden ir a verlo este martes a las 9:30 de la noche al popular bar In Vitro, en Chapinero, calle 59 6-38.
De la gente que conozco (o «conozco») de mi vida reciente, Luis Cermeño es la única persona que sé que nació el mismo día que yo. No en la misma fecha, sino el mismo día. Hasta ahí el dato curioso: comparto con mi «enemigo» o «detractor» la misma —¿o similar?— carta astral. Porque vamos a suponer que esas cosas suceden, que esas explicaciones son válidas, que estábamos unidos de alguna manera o por algo.
Desde hace un rato nos venimos hablando por MSN, situación que ha sido calificada de enfermiza por otras partes interesadas. En esas charlas reina la cordialidad, es decir, el odio cordial. En una de esas charlas le conté, cuando le dije que regresaba a Colombia para que celebráramos juntos nuestro cumpleaños, que era la única persona que conocía que… Entonces él dijo que ya conocía a alguien, un man del colegio que se llamaba Saúl. «Un cabezón».
Bien, el mismo Saúl cabezón que también nació el 4 de agosto había estado conmigo antes en el jardín infantil, en 1985. ¿Cuáles son las probabilidades de que haya sido otra persona? No por la fecha sino por el nombre. ¿Quién se llama Saúl estos días? ¿Cuál es la probabilidad de que alguien con ese nombre haya nacido el 4 de agosto de 1981? ¿Y que sea cabezón?
Luis se enteró de que iba a publicar un post al respecto y, como es más acomplejado que yo o es más purista con su blog, le pareció muy paila hacerlo. Así que yo le rindo homenaje, como siempre, publicando la canción que no sé bien si él quería dedicarme a mí, el estreñido. O por ahí a Saúl.
Le dije que era una persona muy importante para mí porque una de las primeras cosas que había leído había sido Mafalda, porque 10 años con Mafalda había sido uno de los regalos de «graduación» que recibí al salir de transición. También le conté que había aprendido a ver el mundo con cinismo leyendo sus cartones de los domingos, ahora sábados. Por todo eso le daba gracias.
Los domingos son los días en que más brasileños se ven. Habría que suponer que son un porcentaje muy importante de los turistas que vienen aquí. Sin porteños que anden por las calles que entre semana transitan estudiantes, vendedores y ejecutivos, los grupos de personas que van mucho más abrigadas de lo que parece necesario para el frío de estos días —Bogotá a las cuatro de la mañana— casi siempre terminan hablando portugués.
Yo quería que ganara Argentina porque quería ver las tales celebraciones en el obelisco. Igual, es la Copa América y a quién le importa. Pero ahí estaban algunos brasileños en el famoso cruce de Corrientes y 9 de julio, toreando carros, mostrando pechos amarillos, saltando, riéndose, solo por el placer de causarle más dolor a este país que se enorgullece y se avergüenza de ser tanguero. «Y ellos bailan samba, ¿viste? Es el calor.»
Anoche me atracaron frente a mi casa mientras esperaba el bus a la 1 de la mañana. «Sufrí» una de las tantas cosas que los porteños advierten sobre su ciudad y que fue definitivamente una de las grandes motivaciones para que Macri fuera elegido como jefe de gobierno.
Si bien Buenos Aires es popular entre quienes la visitan por unos días por la abrumadora belleza e innegable aura europea de su centro, en el largo plazo, cuando hay que meterse de lleno en su cotidianidad —trancones eternos para cubrir distancias que no son tan largas, chichoneras en el metro, el mismo menú día tras día, la displicencia de la mayoría de sus habitantes, etc.—, cuando por fin caben en la cabeza sus verdaderas dimensiones, se comienza a comprender que también es innegable su condición de ciudad, digamos, latinoamericana, que dificilmente oculta esos mismos problemas y contrastes que caracterizan al resto de las ciudades del continente.
Y entre las permanentes quejas de los porteños —interminables discusiones de vestiduras rasgadas, amagos de llanto y nostálgicas evocaciones enunciadas con auténtico dolor o resignado sarcasmo que se pueden escuchar en cualquier esquina gracias al elevadísimo tono de sus voces— se dibuja la vergüenza de tener que compartir a diario una ciudad imaginada, acaso alguna vez vivida —en el «uno a uno», a comienzos de siglo XX…—, con la ciudad «de verdad». Hay que cuidarse de los negros chorros que te afanan la cartera, hay que quejarse de los hijos de puta que cierran la calle y hacen el piquete, hay que evitar ciertas zonas para zafar, hay que hacer cara de orto en el subte y en el bondi. Porque «qué querés, che, es así».
Entonces el negro este seguramente venía de la infame Villa 31 y desde luego era más habitante de Retiro que yo. Y ve todos los días la Torre nacional —«antes “Torre de los ingleses”»—, el edificio Cavanagh y el Parque San Martín mientras pasea frente a la monumental estación del ferrocarril Mitre a ver a quién le saca algunos mangos para comprar el paco. «Dame todo lo que tengas o te rompo el pecho aquí mismo, loco», me dijo sin mirar a ninguna parte, sin mostrarme ningún objeto contundente, con un tono tranquilo y pausado, sin hacer hipótesis sobre la profesión de mi mamá o la forma como nací.
Me resultó tan normal, solo otro episodio de esta vida porteña, cotidiana, peligrosa, llena de mitos y prejuicios que se pueden hacer realidad en cualquier momento. Un sueño.
El corazón late despacio. El bus finalmente pasa. Y eso es todo porque es así.
Cualquier persona con dos dedos de frente se daría cuenta de que esta racha de muertes ex presidenciales hace parte del plan de dominación total de Uribe. Porque cualquier persona con dos dedos de frente sabe que los ex presidentes también gobiernan secreta y abiertamente este país, como parte del plan de dominación que los iniciados conocen como Eje Oscuro. Y que por eso estamos como estamos.
Extraño mucho el puré de papas con gravy de KFC. Y aquí tampoco hay. En paz descanse.
Pues sí, no tengo nada que decir últimamente. O nada que importe.
Así que mejor lean la última columna de Daniel Samper en la que, según él, repite algo que ya ha dicho antes. Pero eso mismo lo ha dicho y elaborado antes Fernando Guillén. Y antes seguramente lo había señalado Juan Rodríguez Freile. Y desde siempre insistió con eso el autosecuestrado gramático del régimen; y por eso mismo me parecía que no podía estar tan loco o ser tan huevón. Lo que me gustó de esta columna es que usa la palabra club, que era la que yo usaba para hablar del colegio en que su autor estudió. De hecho, debería referirse mucho más claramente a tan interesante fenómeno.
Loadas sean la estadística y la autorreflexión. Loado sea el entender a Bourdieu de manera vulgar.
Hoy eran las elecciones de alcalde en Buenos Aires —aunque aquí como son diferentes no dicen alcalde sino «jefe de gobierno de la Ciudad Autónoma»— y ganó el presidente de Boca, Mauricio Macri, muy famoso por ser lo que aquí llaman «garca» —que quiere decir «gonorrea». (En realidad no ganó porque va a segunda vuelta enfrentando al títere de Kichner. Pero seguro va a ganar, como que Boca le va a ganar al Cúcuta.)
Este es el resultado de su decisión, tomada en febrero, de lanzarse a este cargo en vez del de presidente, que era su primera intención. Cuando esto era así, incluso llegó a visitar a otro señor bien garca, para hablar de las nuevas alianzas geopolíticas que estabilizarán la balanza de poder de esta potencial potencia que es la América latina.
Ahora imaginen esta escena reproducida miles de veces en lejanas cantinas de mala muerte, ubicadas estratégicamente en los antiguos territorios nacionales. Así, por fin, se acabaría el flagelo de la violencia nacional y la gente de este país, la gente buena, que quiere un país mejor y sin violencia, podría viajar todavía más, crear empresa sin dificultades, ir a trabajar sin tener que pensar que los van a secuestrar y ser feliz de la mano de su Gran Líder.
Philipp, un amigo alemán que nació del lado oriental cuando aún existía, me cuenta:
Cuba también fue una experiencia rica, pero cara. En
este socialismo gastas más plata que en cualquier lugar capitalista del
mundo. Pero tienen siempre sol. Eso lo organizó bien el socialismo.
Anoche escuché mucho movimiento, sirenas, gente gritando y, finalmente, un helicóptero con un reflector que sobrevoló la zona durante un buen tiempo. Más tarde me enteré de que había habido un tiroteo a dos cuadras de mi casa, pero dejemos que las imágenes hablen por mí:
Todo lo supe gracias al canal Crónica. Crónica es un periódico
como El Espacio pero no hay mujeres en bola y además tienen un canal que transmite noticias como estas las 24 horas del día. Para enterarse mejor, sírvanse de esta hermosa selección:
(Y que sirva esto también a quienes idealizan este lindo país. Para bien o para mal, claro.)
Esta mañana, en el noticiero de un «canal serio» el titular no era muy diferente:
Pero claro, no ocupaba toda la pantalla ni venía con música marcial.
En la infancia uno no se siente dueño de su vida. No, en realidad no sé qué pasa en la infancia, porque no la recuerdo. ¿Es normal que esto suceda? ¿Es normal que deje de ser quien era? Como en esa película de Bruce Willis, a veces me gustaría pensar que puedo dialogar con el Miguel niño. Pero a veces supongo que no recuerdo nada porque sencillamente nada pasaba, nada que mereciera quedar para la posteridad.
Puede ser más bien la pereza, pero buscando en la infancia no encuentro referencias ni respuestas a lo que creo que soy hoy y, en el fondo, creo que no vale la pena hacer el ejercicio. Por una parte, la infancia es un invento muy reciente, como la igualdad de géneros. Por otra, y es una consecuencia de lo primero, el pensar que la niñez determina «quiénes llegamos a ser» es también algo muy reciente. Actualmente, por ejemplo, no cuento entre mis mejores amigos a nadie que haya conocido en la infancia. Siempre consideré que algo así solo habría podido suceder con alguien, pero él se salió del colegio cuando terminó la primaria y, oficialmente, la infancia. Ah, sí, en la infancia yo solo conocí gente en el colegio.
Un día, entre las cosas que me invento aquí para hacer, decidí buscar su nombre en Google. Y resultó bastante fácil, con correo electrónico y todo. Dos meses después nos hablamos por primera vez en el MSN. Él es solo unos meses mayor que yo, está casado, vive en Medellín, tiene una hija y se dedica a algo que para mí escapa de cualquier comprensión: la cetrería. En la charla, gracias a lo que me contaba y a lo que recordaba, volví a ver tantas cosas que había olvidado. Y él era tan parecido al amigo, al niño amigo, que yo recordaba. Parecía seguir siendo esa persona tan segura al hablar, tan dispuesta a proponer, tan extrovertida: una inspiración.
Habían pasado más de diez años y teníamos de qué y por qué hablar.
Y entonces me pregunté qué tanto de lo que él recordaba de mí habrá vuelto a ver en este que soy ahora. Y me pregunto por la esencia de la existencia, de nosotros como supuestos individuos, por el mayor sentido que tiene decir «ser niño» frente a «estar niño». Me pregunto cuántos desgarros en el tejido de los futuros soñados me habrá causado el habernos alejado, cuántas cosas habrían pasado, cuántas cosas habríamos hecho.
Ahora, en el reencuentro, llegamos al acuerdo de que está bien saber de nosotros y creer que algo podremos hacer, como cuando representábamos los libros que leíamos frente al resto de la clase o nos engañábamos mutuamente con cuentos inverosímiles que quién sabe por cuánto tiempo seguimos creyendo. Incluso, este podría ser un cuento más.
Estuve en Sao Paulo —o «San Pablo», como dicen aquí— una semana. Regresé anoche. Comparto con ustedes unas cuantas impresiones. En el futuro, también, un par de fotos.
Sobrevolar Sao Paulo, desde el momento en que se ven las primeras luces hasta que se llega al aeropuerto de Guarulhos —fuera del municipio de Sao Paulo— tarda unos quince minutos. Es la tercera ciudad más grande del mundo y la más grande del hemisferio sur. El mapa de calles de Sao Paulo tiene más de doscientas planillas y hay cerca de mil líneas de buses que conectan las siete regiones geográficas —no sé si administrativas— en que se divide el municipio. La zona del centro está definida por los ríos Tietê y Pinheiros, pero el centro de verdad está a una hora en tren. En las horas pico en cualquier estación de metro puede haber diez mil personas y en una de intercambio cincuenta mil.
Sao Paulo me resultó muy parecida a Cali. Si uno habla con un caleño en estos días dicen que es una porquería, que está vuelta mierda. Y me quiero imaginar cómo diablos era porque a mí me encanta Cali por la disposición de las cosas, las avenidas con separadores sembrados de pasto y palmeras al lado de edificios de cualquier tipo; o de concreto y adoquín, como la Paulista. Es como Cali por la gente en la calle, por las innumerables tiendas de jugos y empanadas. Y, por qué no, por la cantidad de mulatos. Sao Paulo, una ciudad latinoamericana, que a la vez es luminosa pero sabe ser fría. Sí, yo sé que eso no le dice nada a nadie…
Al barrio Liberdade fueron a parar todos los inmigrantes japoneses que llegaron a Sao Paulo y la convirtieron en la primera ciudad japonesa fuera de Japón. Encontrarse gente con ojos rasgados es muy común, así como con publicidades de envío de remesas que promocionan agencias «en portugués» en Japón. Hay varias panaderías y mercados con productos japoneses y, al mismo tiempo, marcas de productos tan brasileños como la farofa —harina cocida de yuca para condimentar y apanar— que tienen nombres japoneses.
No fui a ver el parque Ibirapuera ni el Pacaembú ni el monumento a América Latina —de eso me arrepiento—, pero conocí otros aspectos de la cotidianidad paulista… porque fue lo que hice: Alessandra hace un excelente churrasco y me lleva a fiestas donde hay funk carioca. Y, por si acaso, también hay varios colombianos por ahí.
Post scriptum: En portugués también se dice «como assim?».
Entiendo que les haya parecido simpático quitarles los brazos para ponérselos donde estaba la cabeza. Entiendo que ahora tengan que reducirlos a su mínima expresión para poderlos ocultar fácilmente. ¿Pero tienen que hacerlo cuando están vivos?
Tal como decíamos, ni al Gobiero ni a la gente patriotera de bien le interesa que Petro sea un guerrillero bueno. Respuesta: el mejor guerrillero es el guerrillero muerto.
Ahora Uribe dice, o sugiere, que Petro es un «guerrillero mediocre». ¡Claro! ¡Si por eso mismo él es presidente! ¡Mejor agradezca, doctor! ¡Por favor! ¡Nunca se le ocurriría decirles eso a los nobles luchadores por la libertad del proletariado! ¡Esos si son guerrilleros perfeccionistas!
Tenía razón Diana cuando me dijo que Buenos Aires era un lugar «poético». Es maravilloso cuando estás en el centro y de un momento esta 0interminable masa urbana de anchas avenidas y calles adoquinadas, esta ciudad que nunca duerme, te transporta instantáneamente a Venecia o Ámsterdam.
Basta con ir a la intersección de la avenida Santa Fe y la avenida Pueyrredón —donde hace una semana se abrió la calle, al lado de una estación del metro— para que comience la aventura, para que haya que hacer de tripas corazón y, en particular, de los zapatos una piscina. No hablo de los charcos que se hacen en la séptima de vez en cuando sino de profundidades de más de diez centímetros imposibles de evadir.
El metro no funciona, entonces vamos a coger el bus cercano en la calle Charcas. Pero cuando llego al paradero me encuentro con un camión en llamas, en el cruce con Ecuador, como estimaba desde que comencé a sentir el olor del caucho quemado antes de dar la vuelta. Detrás del camión, una hilera de buses y, de segundo, el 111, el que me deja a una cuadra de la casa.
Así que me voy a pie hasta la avenida Córdoba, paralela a Santa Fe. Para entonces ya cruzo los charcos sumergiendo felizmente los pies en el agua, como si tuviera botas pantaneras. En Córdoba podría tomar el 140, pero no pasa nunca. Claro que cuando decido quedarme en la esquina para parar un taxi pasan dos. Y en cambio los taxis no paran y los que paran preguntan adónde voy —que ya es pésima señal—, hacen mala cara, mueven las manos y gritan porteñamente y se van.
Por fin para un tipo y le digo que voy a Juan B. Justo —aunque en realidad es un par de cuadras más allá— y dice que está muy difícil pero va a intentarlo, que en cualquier momento nos vamos a quedar ahí trancados. Yo le digo que me lleve hasta donde pueda, porque sé que un taxista es tan escandaloso aquí como en Bogotá.
El taxi va bien, pienso, porque igual Córdoba es un paquidermo y cualquier viaje, especialmente a esa hora, se demora un huevo. Y si llueve, pues normal que se demore. Pero comienza el taxista a contarme del agua, del agua en todas partes, de la piscina que se hace en las vías del tren al lado de Juan B. Justo, que yo no sé nadao sencillamente que no sé, que mirá hasta donde va a estar el agua allá adonde voy y yo me río y el tipo cree que me estoy burlando pero estoy comenzando a creerle.
Se desvía de Córdoba para ir por Aráoz y bajar por Honduras y las cosas parecen mejor, al menos van más rápido. Y Honduras ya está más lleno de carros, pero avanza, poco a poco. Claro que el taxista a cada rato dice que aquí nos quedamos, que estamos jodidos, que se arrepiente de haber tomado esto, que ni me va a cobrar. Yo le digo que siga, que fresco, que hasta donde pueda.
Mientras tanto me dice que si soy colombiano y me sorprende porque no me dice mejicano ni puertorriqueño, como hasta ahora, y me cuenta que había llevado a una colombiana, que lo había enloquecido porque muy linda y que el cantito y todas esas chimbadas y le digo que las de aquí no están mal aunque estoy de acuerdo con la apreciación de Kieran de que parecen yeguas por sus caras largas y facciones finas. Silencio. Aparece entonces un árbol caído y debajo un carro ya partido en dos. «¡Huy! ¡Lo mató!», exclamo, queriendo ser más local. «Y sí, ¿viste? Es lo que te decía.»
Llegamos a plaza Cortázar, centro del proyecto macarenesco que son los Palermos Soho y Hollywood, y hay un enjambre de carros que dan la vuelta, los que vienen de Serrano huyendo de Córdoba y quieren irse a Santa Fe quién sabe por qué, porque debe estar igual o peor que Córdoba. O quieren seguir por Honduras, entonces ya no podemos seguir por Honduras y hay que irse hasta El Salvador. «¿Y si va por Paraguay?», le digo. Y algo me dice para bajarme de esa nube e igual se va hasta El Salvador y sigue bajando pero ya ahí me dice que se acabó el paseo, que no hay nada que hacer, que por cortesía me deja de nuevo en Honduras pero que ahí quedó yo por cuenta propia. Pago y agradezco y me llevo mi maleta, mi paraguas y las bolsas del supermercado.
Ya no llueve, no caen gotas y pienso que está muy bien eso, que los taxistas son exagerados en cualquier lugar del mundo y doy vuelta a la cuadra para bajar por Honduras y ahí está el panorama, el destino que me espera. Los carros parados van haciéndose más pequeños a lo lejos porque cada vez se sumergen más y más. Pero no hay más remedio que seguir andando, especialmente porque Juan B. aún se ve lejos. No está tan lejos en realidad, pero el agua ya me llega a las rodillas y camino entre los carros, que comienzan a intentar tomar la calle en contravía porque más adelante las cosas no están mejor.
La calle está trancada por el paso a nivel. Pero el tren no pasa. Logro cruzar y llego a la avenida Juan B. por fin. La cruzo sin poner atención a los semáforos. Creo que el caos es responsabilidad de todos. Estoy en un estado contemplativo o estoy atónito porque aún no puedo creer todo lo que veo. Y mucho más sorprendido cuando llego al otro lado y me encuentro con que tanto Honduras como Gorriti están inundadas hasta casi un metro y tengo que seguir caminando así al menos por tres cuadras más.
Al otro lado, por Gorriti, teniendo como marco los árboles que están en todos los andenes de Buenos Aires, ahora amarillentos y verdosos, como supongo que deben estar en los primeros días del otoño, se ve un inmenso e interminable océano oscuro del que apenas sobresalen un par de carros con el agua hasta la mitad de la ventana y un contenedor de basuras en el que puede leerse, como en todos esos contenedores, «a+BA».
Hay que amar a Buenos Aires y sus mierdas de perro que ahora forman parte de un caldo oscuro en el que me encuentro metido hasta casi la cintura. En la esquina de Humboldt voy a meter mi billetera y mi MP3 en la maleta pero los manes del chuzo están sacando el agua y no entienden que me estoy haciendo ahí por un ratico. El perro, grandísimo, quiere salir y alguien lo regaña, lo putea. Vale huevo entonces y así igual me eché al agua una vez más hasta llegar al otro lado.
Allá había un restaurante que debía estar putiando de la misma manera y una vieja muy chusca se queda mirándome con lo que me gustaría que fuera sorpresa, admiración, pero seguro era triste lástima. Al llegar a Fitz Roy todo es más familiar. Por esa calle, que ahora es cabeza de playa, debería pasar el 111. Pero no va a ser así porque, a pesar de que aquí ya no hay más agua que la que guardan mis zapatos, el camión incendiado debe estar todavía achicharronándose.
Camino una cuadra más hasta Bonpland, la calle familiar. Y ahí está el otro cyber al que voy, el de los hermanos que siempre tienen la boca abierta. Y allá el negocio de pizza y empanadas y el supermercado de los chinos. Y todo está tan seco y todo tan normal, tan Buenos Aires. Y solo resta poner los zapatos en el microondas, secarse y ponerse a ver las pendejadas que dan en los noticieron, como esa pobre gente de Palermo que está con el agua al cuello. Pero paila porque no hay cable.
Yo creo que el Gobierno, o la gente que sí ama a la Patria en general, está empeñado en que Petro siga siendo un mal guerrillero y por eso no lo matan todavía. Qué inconsecuentes.
Como tantas cosas, el funcionamiento de Google, para mí, pertenece aún al estadio teológico o al metafísico del conocimiento. Es como saber que si toco el interruptor se enciende la luz y se acabó: el buscador es poner la palabra, dar enter y ya. Por ejemplo, no entiendo el Google bombing y considero que quienes lo hacen son unos ñoños desocupados, como los que hacen applets con scripts que roban números IP obtenidos honestamente.
Entonces no sé ahora por qué si alguien busca imágenes de Bogotá en Google sale en primer lugar una foto que alguna vez enlacé desde aquí —precisamente cuando escribía sobre las imágenes «googleadas» de Bogotá—, que remite a este chuzo y que muestra un procedimiento quirúrgico, al parecer muy difundido, llamado bolsa de bogotá o Bogotá o bogota. La foto es muy desgradable pues muestra a un tipo abierto por el estómago, con una capa de plástico que hace las veces de peritoneo.
De un momento a otro comenzaron a llegar comentarios por montones a esa entrada, casi dos años después de haberla publicado. Un comentario dice que debería borrar la entrada por andar difundiendo una mala imagen de Bogotá; los demás me agradecen por el supuesto intento que hago por mejorar su imagen con lo que escribí. Y curiosamente todos están escritos en ese ridículo e ingenuo lenguaje de «indignación capitalina» que es la razón de ser de la entrada. No es la primera vez que sucede (e.g. «Una belleza, hermano»), pero cada vez que pasa me aburre muchísimo.
Así que de nuevo agradezco a quienes saben dialogar con lo que escribo, porque han llegado a conocer mi faceta escrita después de relacionarse con ella por un cierto tiempo. Agradezco a esos lectores que no necesitan notas con explicaciones, a los que ofrecen interpretaciones inesperadas, aportes novedosos o críticas de cualquier tipo; a los que se molestan o se ríen con razón. Incluso, y lo saben, agradezco a los que ofrecen, cortesmente y por igual, sicoanálisis y amenazas. Todos son muy apreciados por su paciencia y fidelidad y siempre es un placer tener motivos para darnos en la jeta en los comentarios, en otros blogs o en la inhóspita calle, según salga.
Esta es una historia verdaderamente triste, un viaje fantástico que va a acabar mal porque quienes lo emprendieron nunca pensaron que fuera a ser así porque seguramente nunca pensaron.
Es un road-trip por el río Magdalena —sí, incluso usaron el cliché pirryesco— de una pareja de hermanos afrocolombianos que fueron desplazados del oriente antioqueño por un sanguinario líder local. Esperanzados, solo siguen la brújula del instinto, que les ordena seguir vivos. Pero nada los librará de la fatalidad pues siempre estarán lejos de los suyos.
El tipo, que atendía este internet en el que estoy —un ciudadano chino de quién sabe si la República Popular o de la que no tiene apellido—, acababa de empujar a un niño por las escaleras. O al menos esa fue la versión que quedó, porque el chino (el mozuelo, el niño) era el único involucrado que hablaba español. El otro chino (el han) solo mucho después se dio cuenta de que habían llamado a la Policía. Y al final se lo llevaron.
«¡Chino de mierda! ¡Volvete a tu país, hijo de puta!», le gritaba una y otra vez la mamá del chino (mozuelo) al chino (han). Después de todo esto sí es como Europa.
1. Dolencia típica de las mujeres colombianas que, estando aquí o allá, pero habiendo estado aisladas del mundo exterior mientras oían demasiadas historias fantásticas sobre el hombre ario europeo, encuentran en cualquier especimen argentino un epítome de belleza, buen gusto, porte, clase, distinción y, en resumen, «partidazo» que las lleva a entregárseles instantáneamente en cuerpo y alma en cuanto les oyen decir «Y… sí», en patente contradicción con su comportamiento normal frente a los varones paisanos y que lleva a los varones argentinos a creer y afirmar, de manera equívoca, que la mujer colombiana es por naturaleza fogosa y manifiesta su sexualidad sin prevenciones ni ataduras de ningún tipo; eso cuando no dicen que son putas. Por extensión, actitud generalizada del pueblo colombiano frente al argentino que se manifiesta como una desproporcionada admiración. Por ejemplo: «Matías, cuando te digo que puedes ser modelo, presentador de espectáculos, comentarista deportivo, locutor de radio y televisión, actor, futbolista, músico, director de arte, creativo publicitario o parrillero profesional en Colombia con solo mostrar tu pasaporte no te estoy mamando gallo» o «No es joda, Martín: si le mandas cualquier porquería a Daniel Samper Ospina él te la publica en SoHo sólo porque eres argentino» o «Ahora todos los niños parecen jugadores de la selección Argentina»*. U. t. c. varones colombianos frente a las mujeres de aquí. Por ejemplo: «¿Y qué tal las minas, profe? ¿Si es verdad lo que dicen? ¡Uf!» u «Hola, soy Valeria, soy argentina y estoy en “Las niñas lindas bailan Rock and Roll” de Radioactiva. ¡Chau!».
2. Curioso y siempre desagradable percance que afecta por igual a peatones propios o extraños cuando, recorriendo la ciudad de Buenos Aires, uno de cada tres pasos que se dan no zafa de estrellarse con un pedazo de mierda que siempre está re zarpado y cubierto por hojas secas, muy otoñales. A pesar de lo que sugieren las guías turísticas vendehúmos, es mucho más fácil, típico y frecuente hacer esto en Buenos Aires que bailar tango, por lo que el hecho aparece reseñado en anuncios comerciales que afanan las ideas cinematográficas de Wes Anderson y que la gente al final no se banca.
*Se premiará con asado de tira a quien sepa quién se expresó de esta manera.**
**Solo vale para residentes en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (no vale la Barcelona de a lo bien) o el conurbano.
¿Qué es un nombre raro? Cuando las nuevas vacas sagradas de la Facultad de Economía de la Universidad de Los Andes hicieron este simpático estudio, ¿en qué estaban pensando? ¿En Nepomuceno, en Nicanor, en Juliett, en Eriksander, en Onedolar, en Emaíl, en Manzana o en Arcoiris? Es solo una pregunta, porque no estoy seguro de la idea que tenía quien escribió el artículo.
Ojo: aquí en Argentina todos los varones se llaman Martín o Matías, mientras las mujeres tienen nombres tan raros como Emilce, Sol o Muriel. En Colombia es claro que todas las mujeres de mi edad se llaman Diana, Natalia, Carolina, Angélica, Andrea y, en menor medida, Marcela y Liliana.
Argentina es un país del siglo XIX. La bandera celeste y blanca ondea en cada esquina, frente a cada monumental edificio público. Los seis billetes están decorados con retratos de los constructores de esta nación: Mitre, San Martín, Belgrano, Rosas, Sarmiento y Roca; todos los reconocen y recuerdan y además dan su nombre a las principales avenidas de Buenos Aires y, sin duda, cualquiera otra ciudad de este país. Estado e historia que huelen a viejo en cada esquina de una nación que no parece haber sido refundada a pesar de sus evidentes y profundos cambios.
Muchos argentinos, cuando hablan, reflejan ese sentimiento, tan común a muchos de los colombianos, de no saber cuál es su identidad, de no creer que tengan nada «auténtico», a pesar de que uno les señale obviedades como el tango. Es común el sentimiento de desgarro, de pensar que nada de lo que hacen es natural a esta tierra, y ese nada es el mestizaje hispano-indiano: desde las corridas de toros hasta comer, digamos, sancocho.
Igual, estoy en Buenos Aires.
Ahora con los 25 años de Malvinas, el escritor José Luis Mangieri se pregunta, apelando al lugar común, «¿cómo entender a este país?». Cuando los militares deciden invadir —o recuperar— las islas, el supuestamente «mismo pueblo» que días antes se había movilizado en contra de la dictadura, ahora exhibía actitudes patrioteras así:
¿Cómo entendemos ese comportamiento súbitamente “patriótico” de la población de un país que apoyó a los que secuestraron, torturaron y mataron tanta gente? ¿Cómo entendemos esa vuelta de tuerca que, de la noche a la mañana, hizo de nuestros tiranos hombres razonables y, de nosotros, frenéticos adalides de la justicia? ¿Acaso no se sabía que la reacción popular contribuía a sustentar a una dictadura que jamás había disimulado ni sus objetivos ni sus métodos para ejercer el poder? ¿Qué clase de país tenemos? La dictadura argentina no se equivocó al comenzar esta siniestra aventura bélica. Mal que nos pese, la Tatcher nos liberó pues, si Galtieri se hubiera salido con la suya, habría contado con un apoyo de buena parte de la ciudadanía y se hubiera perpetuado en el poder por largos años.
Los que, como quien escribe, discutía en su barrio con los vecinos, expresando su punto de vista contrario a esta aventura belicista, éramos denostados y despreciados. Recuerdo un día que en un cine de Flores (…) se ejecutó la “Marcha de San Lorenzo”, precedida por una alocución a favor de la guerra. Todo el mundo se puso de pie. Yo no. Si no me salvan los acomodadores, ahí mismo esos espectadores de barrio me linchan…
Cuando pienso en la gente que se queja porque no se respetan en Colombia los símbolos patrios —cantar barras mientras suena el himno en el estadio—, que no entiende por qué en los billetes aparecen científicos desconocidos, escritores o caudillos recientes, o que se mueren de la ira porque Bolívar está desnudo en la plaza de una ciudad importante, me siento orgulloso, pero no por quienes se quejan sino por quienes han trasgredido. Me parecen indicios de un lento proceso de laicidad frente a la religión civil que propuso Comte y que ayudó a fundar las naciones de este continente, en el siglo XIX.
Entonces me da mucho miedo cuando salen banderas tricolores en todas partes, en pulseras y collares, cuando hay que hablar bien del país para no molestar a Posada-Carbó, cuando la gente parece estar más cerca de querer linchar a quienes nos vale verga más o menos todo. Y mucho más miedo me da cuando me doy cuenta de que FARC y AUC han sido siempre tan patrioteras como el enano mandón y por eso la última letra de sus siglas es una C: todos en todas partes se han comido el cuento.
Si bien vine a Argentina huyendo de amenazas, mi vida aquí corre mucho más peligro. El simple hecho de ir en bus puede resultar fatal. O cruzar
una calle. O estar parado por ahí en un andén cualquiera. Ni hablar de cuando nos llevan al campo a despostar vacas para comérnoslas. Esteesunpaísmuypeligroso.
Desde la semana pasada el clima de este nido de zancudos ha cambiado para mejorar. En los últimos días he encontrado que aquí hay temperaturas civilizadas, que permiten estudiar, caminar por ahí, quedarse a hablar debajo de la sombra. Las temperaturas que podían llegar a treinta y seis a las nueve de la noche, combinadas con la humedad de entre el ochenta y el noventa por ciento, parecen ahora cosas del pasado; el
equinoccio está cerca y con este el otoño: una atmósfera rola comienza a trasformar esta aglomeración de vendehúmos llamada Buenos Aires.
El clima me afectó mucho y he dejado de escribir muchas cosas (y además lo más largo que había escrito se perdió accidentalmente). Un resumen de cosas que he pensado, todas teniendo que ver con este país o ciudad:
Buenos Aires es igual a Bogotá. Sí, me dirán que aquí hay más cultura, más librerías, más avenidas. Bueno, Mejía-Pavony me dijo una vez que en Bogotá se había hecho lo mismo que en Buenos Aires pero que en Bogotá hubo muchísima menos plata. Y hasta ahora me parece verdad. Las tales avenidas son como la séptima; pero la 9 de julio es extraordinaria. Las librerías son como la Lerner, la Nacional y hasta la Panamericana; las tales librerías de antigüedades son tan interesantes y variadas como las de la 22. Sí, hay más teatros y en casi todos puedes entrar a ver espectáculos de variedades con viejas muy empelotas, excesivamente bronceadas y con el pelo más rubio que el sol (artificial, desde luego) o, por el contrario, como reza un anuncio «morochas y pasionales».
El formato de la Boca, o más específicamente Caminito, podría reproducirse en Bogotá tal cual en sectores como Las Cruces o La Perseverancia. Basta con arreglar un par de casitas miserables y pintarlas con colores estrambóticos para que allí se puedan vender camisetas de «Alguien que estuvo en Bogotá y me quiere mucho me trajo esta camiseta», instalar innumerables cafés de mal café o espectáculos de… habrá que inventarse algún baile que la gente considere bohemio, erótico y sofisticado. Tal vez podría instalarse también en Engativá para que quede al lado del río. Los turistas quedarán encantados y los publicistas de los países que nos idolatren vendrán por millones a hacer shootings.
Propios y extraños se engañan con el cuento de que todos son europeos y blancos. Basta caminar un rato por cualquier sector para ver cantidades importantes de gente mestiza en las que además predominan los rasgos indígenas. Sin duda hay más gente que parece «europeo puro» pero el fenómeno es el mismo de los teatros, avenidas, etc. La diferencia entre la gente que sale en los comerciales internacionales y
los que salen en televisión nacional es, en ese sentido, abismal.
A este país le hizo mucho daño la dictadura porque suprimió a los pocos grupos insurgentes que habrían podido desarrollarse para algún día suministrar con abundantes noticias dignas de ser llamadas interesantes las portadas de los periódicos y los titulares de los noticieros. Pero no. La dictadura no solo dejó a una cantidad de gente desaparecida, a un rebaño de abuelas con pañuelos en la cabeza y un mundial, también dejó noticieros que comienzan siempre con accidentes de transito, robos en conjuntos cerrados en las afueras de la ciudad, juicios interminables sobre crímenes pasionales y hechos expuestos siempre en condicional. Al lado de los noticieros argentinos, RCN es símbolo de seriedad en investigación, compromiso con la verdad y todas esas maricadas.
Este es el resumen de las cosas que he dejado de decir. Y esta la más importante: siento que en lo que va de esta temporada aquí me he vuelto de un patriotero inusitado y, lo más triste, vergonzante. Vine aquí a sorprenderme y nada ha sido así hasta ahora. Llegué con demasiadas expectativas, comenzando por la gente que decía que me iba a encantar. A mí nunca me encanta nada, pero esta no parece la ciudad en la que me quedaría a vivir. No me ha atraído como Lisboa o Berlín. Hasta ahora, paila. Veremos en otoño.
De momento los dejo con Barcelona. (Es curioso que haya llamado a Buenos Aires la Barcelona de los pobres. Cuando conocí Barcelona me dio la misma impresión y la odié también por el clima.) Esta Barcelona es una revista satírica que hasta ahora ha sido mi única fuente constante de información.
Se me han señalado dos modismos que por ahora habría que considerar exclusivos del macrodialecto colombiano. Pero no sé.
Por una parte está el siempre curioso «¿cómo así?», que se parece mucho al alemán wieso?, al menos en forma. Cuando lo usamos difícilmente caemos en cuenta de que quiere decir muchas cosas, a veces frases enteras: «no entiendo», «explica mejor», «de qué manera», «es inaudito», etc.
En segundo lugar se encuentra el uso de una forma que a veces se me parece mucho al que galicado pero no sé aún. Tampoco me he puesto a pensar bien en qué quiere decir o cómo podría traducirse a español «correcto» o, mejor, «estándar». Es esto: «lo que pasa es que estaba dormido» o «yo quiero es dormir». Un que galicado no significa lo mismo si se usa correctamente: «por esto me iba de viaje» no tiene el mismo significado enfático de «por esto es que me iba a de viaje»; pero esto podría ponerse como «por esto precisamente me iba de viaje». De la misma manera, me parece que esta forma recientemente señalada por los recuperadores de cometas perdería mucho si fuera gramaticalmente correcta. ¿Pero cómo decirlo sin que pierda su significado? ¿Quién quiere tomar este reto emic-etic?
Ahí les dejo la ñoña inquietud.
Esta vez no habrá almuerzo.
Adenda: Es realmente espantoso que haya que desterrar el verbo coger del vocabulario. Era imposible escoger otro verbo de uso más corriente para decir tirar.
Desde el jueves estoy en Villa del Parque, en la periferia. Es un barrio con aire de pueblo que me recuerda mucho a San Antonio, en Bogotá, donde murió mi abuela materna: casas pequeñas, edificios de vez en cuando, algunos negocios, parques y un par de avenidas importantes a pocas cuadras.
Al parecer, la gente es todo bien en este lugar, atenta, cortés y familiar, muy diferente al mesero/tendero/revistero porteño del centro, que se espanta cuando se le dice gracias, no sin antes preguntar «¿qué?».
Entré a una peluquería y me senté.
—Sos nuevo en el barrio, ¿eh? —dijo el peluquero—. No sos de acá vos.
—Llegué hace dos semanas a Buenos Aires y hace dos días al barrio.
—Sí, nunca te había visto.
Y siguió cortándole el pelo a alguien. Mientras tanto llegaba más gente. Se saludaban de beso, se preguntaban cosas, parecían viejos conocidos.
—Seguí ahora —me dijo cuando acabó—. ¿Cómo querés?
—Solo que me quite la barba.
—La barba sola, muy bien. ¿De dónde sos vos?
—De Colombia.
—¡Hablás muy bien el castellano para llevar tan poco tiempo aquí!
No pude explicarle que en Colombia… el tipo seguía hablando. Entre tantas cosas —y señas— dijo que hablaba mucho mientras trabajaba porque
así podía hacer amigos, como todos sus clientes, porque los peluqueaba desde que tenía doce años. Y me mostró una foto de cuando tenía quince.
Este es un país de lindas y extrañas costumbres. La más famosa es chupar desesperadamente una infusión de una yerba de sabor amargo que no aporta absolutamente nada. Otra muy famosa es no hablar español y pensar y decir que, en efecto, no lo hacen.
Anoche me encontré con una nueva y linda costumbre. En Argentina, o al menos en Buenos Aires, apenas circulan monedas aunque se necesiten para pagar el bus, algo que solo puede hacerse por medio de una máquina. Nadie tiene monedas en sus bolsillos ni en sus cajas registradoras. La gente lo sabe bien.
En una estación de servicio, tras pagar 1.40 con un billete de 10, me pidieron cuarenta centavos. Pero no tenía más que una moneda de cincuenta. El de la caja dijo que no importaba y revisó las existencias de líquido:
«No tengo monedas. ¿Podés llevarte un caramelo?»
Pero el «podés» no quería decir eso sino «tenés que»: me lo entregó en la mano. «¿Y esto?», dije. «Un caramelo, che, un palito de la selva», respondió.
Y la máquina del bus no acepta caramelos.
Pasa en todas partes, me dijeron los Recuperadores de cometas.
Hablé por mucho tiempo del PPA: paulatino proceso de argentinización. No hablé aquí pero hablé; algunos de mis alumnos son testigos, por ejemplo. Me refería con esto a la molesta costumbre de mucha gente que, desde tiempos de Gardel, aunque más especialmente desde el 5-0, idolatra y sobre todo idealiza este país en el que ahora me encuentro. Entonces van al estadio y gritan «aguante el Misho», visten camisetas de color celeste y blanco, se toman fotos con cualquier porteño porque se ve como europeo, se creen el epítome de la sofisticación porque escuchan cualquier chimbada de electrotango o, entre los que se encuentran los más ridículos, se vienen a estudiar cocina a Buenos Aires porque desde que los bajaron de la nube es más barato.
Bueno, después hablaremos al respecto.
Esto es solo para contar que hoy entré a un supermercado a comprar galletas y sonaba Fonseca; más exactamente Te traigo flores. Qué porquería. Ah, pero estaba en el barrio de Flores. Qué linda coincidencia. Seguro fue eso solamente.
Como don Jaime, recientemente fui víctima de amenazas en los comentarios de este blog sin censura. Las concluyentes disertaciones del gramático me han enseñado que hay que tomárselas muy en serio pues es sabido que todos los blogs son espacios de compromiso, criterio y periodismo responsable —como los foros de eltiempo.com—, donde nada se deja al azar o a las necesdades particulares, donde no hay espacio para el mamagallismo o la estupidez. Así que de la misma manera que han remplazado a la totalidad de los medios mainstream para cambiar la manera como conocemos el mundo, también estas amenazas blogueras han remplazado las tradicionales llamadas a la casa con voz distorsionada, los sufragios, los ramos florales, los peces envueltos en papel periódico o los corazones de marrano chuzados con doce agujas de crochet. Y ya que además este criminal ha demostrado saber lo suficiente sobre mi persona —lo mismo que sabría un lector promedio de este blog… o alguien obsesionado conmigo—, temo por mi vida.
En realidad no temo perderla sino que perderla en manos de este temible señor, según presume con insistencia, resultaría muy doloroso. Mientras lo primero no me desagrada —y más bien ando añorándolo en estos días—, lo segundo sí. Y mucho. Pero incluso corro el riesgo de que me dejen vivo y además con un dolor perpetuo, con miembros desgarrados, carnes gangrenosas y quemaduras de tercer grado e infecciones incurables causadas por contacto con materia fecal, orina, vómito y otras sustancias que a todo el mundo asquean pero que sin duda fascinan a este necio y parlanchín sujeto que no ha superado la etapa anal tan bien descrita por uno de sus articulistas favoritos.
Entonces me voy de este país el jueves. Pronto les diré dónde será la despedida, sobre todo para que él pueda encontrarme de una buena vez, sin azares, chacales ni lluvias melancólicas de por medio.
Mientras tanto pueden deleitarse con la imagen de este señor. Es una pieza que me gusta llamar «El perenne adolescente punketo y carepapaya». La camiseta de Mark Ryden representa que él es muy gorecito y culto. Y no olviden que si se lo encuentran en la calle hay que tener cuidado porque es muy alto, muy flaco y no sabe vocalizar.
Me preguntaron recientemente qué es lo que sé hacer tan bien. Yo nunca he dicho aquí, al menos en serio, que sepa hacer algo bien y mucho menos he dicho que sepa hacer algo extraordinariamente bien. Pero sí hay algo que sé hacer extraordinariamente bien: ajiaco. Puedo decir, redundantemente, con toda la pedantería del caso y sin falsas modestias, que mi ajiaco es excelente. Mi ajiaco ha sorprendido y enamorado cualquier paladar que se lo ha encontrado, ha recibido elogios de muchas personas de todas las procedencias sociales y geográficas —en una vereda del municipio caldense de San José se me conoce como «ajiaco», por antonomasia—, ha sido solicitado en al menos tres ciudades de Colombia y ha sido extrañado, añorado y mediocremente imitado por colombianos y extranjeros que viven allende sus fronteras.
Muchos de los visitantes de este chuzo, beneficiarios frecuentes de mi ajiaco, podrían dar justo testimonio de la verdad de todas estas palabras y quitar de ellas cualquier apariencia del usual barniz de la exageración. Pero suplico que cualquier elogio respectivo sea reservado para la conversación personal, como siempre ha sido. Cualquiera que dude podrá comprobarlo: bastará probarlo.
Pero esta no es la motivación. Escribo en esta oportunidad porque quiero compartir con ustedes la verdad científica a la que he llegado después de más de diez años de práctica constante; porque además es verdad que la práctica hace al maestro. Y mi primera y única maestra en esta aventura fue mi madre.
Podría hacer más poético el momento en que ella me enseñó las técnicas básicas. Tengo recuerdos borrosos de ir a la tienda cercana a comprar las papas y demás ingredientes en la tarde del viernes porque me había dado un antojo. Pero no tengo recuerdos de esa primera clase, porque acaso nunca la hubo. Como digo, mi madre nunca me dio recetas sino técnicas, esas que son fruto del conocimiento empírico de quién sabe cuántas generaciones y que se codifican a manera de proverbios. Mi madre, por ejemplo, nunca me dijo qué cantidad de cada papa tenía que usar. Me dio, sí, una cantidad de referencias, de relaciones de causas y consecuencias que casi parecen supersticiones. Y esta asociación de hechos aislados me permite pensar que el ajiaco es ciencia, ciencia seria y aplicada, con fundamentos.
Les trasmito uno, sencillo, pero fundamental. Su consigna es
«las papas tienen su lado»
Con esto mi madre —o, como decía ella que decía «Mamá tía»— quería decir que las papas debían ser tajadas siguiendo su natural morfología.
La papa es un rizoma. Todos sabemos que si se deja una papa en un lugar húmedo comienzan a brotar pies desde cualquier comisura. Pero hay una comisura que para el caso es fundamental y muy fácil de identificar. No es gratuito que los franceses hayan llamado a la papa —aparte de «trufa de los pobres»— «manzana de tierra» pues la papa tiene una continuidad entre el rizoma —la papa misma— y el arbusto: un tronco, un centro, un eje. No es un eje imaginario como el de la Tierra; este lo podemos ver. La técnica dicta que un corte ortodoxo debe practicarse de manera perpendicular a dicho eje y no de otra manera: «la papa tiene su lado». Ampliaré esto más adelante.
Ahora nos enfrentamos a un problema de aproximación al objeto. Por todos es sabido que un ajiaco santafereño ortodoxo contiene como mínimo tres tipos de papa que, según la denominación usada en la ciudad donde se originó esta receta, son pastusa, sabanera y criolla.
La papa pastusa
En el ajiaco, otorga parte de su consistencia espesa y, en ocasiones, los trozos enteros. No solo por tratarse de la más común la papa pastusa sirve para crear este modelo ideal. Su forma corriente hace más fácil entender este principio: es aplastada y el tallo va del lado delgado, como un ombligo poco profundo. Una vez pelada es fácil identificar la dirección del eje pues la papa se pone sobre la mesa de corte del lado plano y ancho. Como se dijo, los cortes deben ejecutarse de manera perpendicular a la línea que describe el eje que parte del ombligo hacia el otro extremo. Recomiendo además hacerlo en esta dirección siempre pues se facilita la asimilación del principio.
La papa sabanera
Por ser de consistencia fuerte, la papa sabanera se usa para crear los pedazos de papa que dan más gracia al ajiaco y lo hacen parecer más que una simple sopa o crema. Muchos la usan en cubos, pero cualquier ser racional sabe que tal cosa, más que ser heterodoxa, raya en la locura. Esta papa tiene una tendencia morfológica a la esferidad, por lo que la dirección del corte puede resultar más difícil. Invito al lector a no caer en la tentación de partir en mitades la papa para facilitar el corte sobre la mesa. Asiente mejor el lado curvo de la papa sobre su dedo anular mientras la sostiene con el pulgar, el índice y el medio. En la papa sabanera el ombligo es casi siempre profundo, cosa que presenta dificultad cuando se pela; además, se pierde la referencia umbilical cuando la papa ha sido desprovista de piel y bultos. Solo la práctica, que nos familiarizará con el objeto, nos llevará al camino de la verdad.
Una forma sencilla de comprobar que el corte se ha ejecutado de una manera correcta es mirar la tajada a contraluz. Normalmente deberíamos observar una figura similar a una ameba que, transparente, se extiende a lo largo y ancho de la elipse. Rodea a la ameba una segunda capa menos traslúcida que colinda con lo que sería una capa exterior que forma claramente un anillo.
Estas tajadas de papa pastusa y sabanera, según se ha comprobado en ambiente controlado, se descomponen de afuera hacia adentro, conservan su forma más o menos elíptica —siempre agradable a la vista— y liberan los almidones lentamente, espesándolo, pero sin convertirlo en un engrudo. Si se tajan de otra manera, como puede apreciarse en Sopas de mamá y postres de la abuela, el resultado será una sopa muy clara, más similar a un caldo con papas que a un verdadero ajiaco. Las papas tienen su lado.
La papa criolla
Por su constitución, esta papa no responde a la misma lógica. Si bien podríamos aplicar el principio —con mucha dificultad pues el ombligo de esta especie se confunde con cualquier brote—, la constitución de la papa criolla permite que hagamos las tajadas sin preocuparnos por seguir el eje ya que se deshace casi instantáneamente, liberando el color amarillo, fuerte y brillante, que identifica a cualquier buen ajiaco. La papa criolla es el rizoma por excelencia, esa estructura anárquica que explica por qué Deleuze y Guattari la han usado como metáfora de las estructuras no jerárquicas. A diferencia de la tendencia arborescente y «lógica» de las especies pastusa y sabanera, la papa criolla parece comenzar y acabar en un mismo punto y, en el ajiaco, permea cada intersticio. Es al mismo tiempo imperceptible y fundamental. En mi ajiaco, la protagonista, la responsable.
Y así es mi madre: la papa criolla del ajiaco de mi vida, su olvidado Espíritu Santo.
Esta mañana Arizmendi estaba feliz porque otra vez, como hace un año, un niño había muerto de una manera horrorosa, chupado por la bomba de una piscina en Cartagena. Así que se divirtió cantidades averiguando todos los ángulos de la noticia con los testimonios de quienes habían intentado salvar al niño.
Estoy completamente convencido de que la habría pasado mejor si hubiera podido entrevistarlo. «Usted perdió sus piernas y la parte inferior de su abdomen. Mejor dicho, ahora está partido en dos como Bishop, el de Alien. ¿Qué sintió entonces? ¿Cómo se siente ahora?»
Pero el niño murió.
Así que recordé un cuento de Chuck Palahniuk —autor del Club de la pelea— llamado «Tripas». Dicen que la gente vomitaba o de desmayaba cuando el tipo lo leía. Disfrútenlo, como Arizmendi habría disfrutado el testimonio del pequeño:
Tripas
Tomen aire.
Tomen tanto aire como puedan. Esta historia debería durar el tiempo que logren retener el aliento, y después un poco más. Así que escuchen tan rápido como les sea posible.
Cuando tenía trece años, un amigo mío escuchó hablar del «pegging». Esto es cuando a un tipo le meten un pito por el culo. Si se estimula la próstata lo suficientemente fuerte, el rumor dice que se logran explosivos orgasmos sin manos. A esa edad, este amigo es un pequeño maníaco sexual. Siempre está buscando una manera mejor de estar al palo. Se va a comprar una zanahoria y un poco de jalea para llevar a cabo una pequeña investigación personal. Después se imagina cómo se va a ver la situación en la caja del supermercado, la zanahoria solitaria y la jalea moviéndose sobre la cinta de goma. Todos los empleados en fila, observando. Todos viendo la gran noche que ha planeado.
Entonces mi amigo compra leche y huevos y azúcar y una zanahoria, todos los ingredientes para una tarta de zanahorias. Y vaselina.
Como si se fuera a casa a meterse una tarta de zanahorias por el culo.
En casa, talla la zanahoria hasta convertirla en una contundente herramienta. La unta con grasa y se la mete en el culo. Entonces, nada. Ningún orgasmo. Nada pasa, salvo que duele.
Entonces la madre del chico grita que es hora de la cena. Le dice que baje inmediatamente.
El se saca la zanahoria y entierra esa cosa resbaladiza y mugrienta entre la ropa sucia debajo de su cama.
Después de la cena va a buscar la zanahoria, pero ya no está allí. Mientras cenaba, su madre juntó toda la ropa sucia para lavarla. De ninguna manera podía encontrar la zanahoria, cuidadosamente tallada con un cuchillo de su cocina, todavía brillante de lubricante y apestosa.
Mi amigo espera meses bajo una nube oscura, esperando que sus padres lo confronten. Y nunca lo hacen. Nunca. Incluso ahora, que ha crecido, esa zanahoria invisible cuelga sobre cada cena de Navidad, cada fiesta de cumpleaños. Cada búsqueda de huevos de Pascua con sus hijos, los nietos de sus padres, esa zanahoria fantasma se cierne sobre ellos. Ese algo demasiado espantoso para ser nombrado.
Los franceses tienen una frase: «ingenio de escalera». En francés, esprit de l’escalier. Se refiere a ese momento en que uno encuentra la respuesta, pero es demasiado tarde. Digamos que usted está en una fiesta y alguien lo insulta. Bajo presión, con todos mirando, usted dice algo tonto. Pero cuando se va de la fiesta, cuando baja la escalera, entonces, la magia. A usted se le ocurre la frase perfecta que debería haber dicho. La perfecta réplica humillante. Ese es el espíritu de la escalera.
El problema es que los franceses no tienen una definición para las cosas estúpidas que uno realmente dice cuando está bajo presión. Esas cosas estúpidas y desesperadas que uno en verdad piensa o hace.
Algunas bajezas no tienen nombre. De algunas bajezas ni siquiera se puede hablar.
Mirando atrás, muchos psiquiatras expertos en jóvenes y psicopedagogos ahora dicen que el último pico en la ola de suicidios adolescentes era de chicos que trataban de asfixiarse mientras se masturbaban. Sus padres los encontraban, una toalla alrededor del cuello, atada al ropero de la habitación, el chico muerto. Esperma por todas partes. Por supuesto, los padres limpiaban todo. Le ponían pantalones al chico. Hacían que se viera… mejor. Intencional, al menos. Un típico triste suicidio adolescente.
Otro amigo mío, un chico de la escuela con su hermano mayor en la Marina, contaba que los tipos en Medio Oriente se masturban distinto a como lo hacemos nosotros. Su hermano estaba estacionado en un país de camellos donde los mercados públicos venden lo que podrían ser elegantes cortapapeles. Cada herramienta es una delgada vara de plata lustrada o latón, quizá tan larga como una mano, con una gran punta, a veces una gran bola de metal o el tipo de mango refinado que se puede encontrar en una espada. Este hermano en la Marina decía que los árabes se ponen al palo y después se insertan esta vara de metal dentro de todo el largo de su erección. Y se masturban con la vara adentro, y eso hace que masturbarse sea mucho mejor. Más intenso.
Es el tipo de hermano mayor que viaja por el mundo y manda a casa dichos franceses, dichos rusos, útiles sugerencias para masturbarse. Después de esto, un día el hermano menor falta a la escuela. Esa noche llama para pedirme que le lleve los deberes de las próximas semanas. Porque está en el hospital.
Tiene que compartir la habitación con viejos que se atienden por sus tripas. Dice que todos tienen que compartir la misma televisión. Su única privacidad es una cortina. Sus padres no lo visitan. Por teléfono, dice que sus padres ahora mismo podrían matar al hermano mayor que está en la Marina.
También dice que el día anterior estaba un poco drogado. En casa, en su habitación, estaba tirado en la cama, con una vela encendida y hojeando revistas porno, preparado para masturbarse. Todo esto después de escuchar la historia del hermano en la Marina. Esa referencia útil acerca de cómo se masturban los árabes. El chico mira alrededor para encontrar algo que podría ayudarlo. Un bolígrafo es demasiado grande. Un lápiz, demasiado grande y duro. Pero cuando la punta de la vela gotea, se logra una delgada y suave arista de cera. La frota y la moldea entre las palmas de sus manos. Larga y suave y delgada.
Drogado y caliente, se la introduce dentro, más y más profundo en la uretra. Con un gran resto de cera todavía asomándose, se pone a trabajar.
Aun ahora, dice que los árabes son muy astutos. Que reinventaron por completo la masturbación. Acostado en la cama, la cosa se pone tan buena que el chico no puede controlar el camino de la cera. Está a punto de lograrlo cuando la cera ya no se asoma fuera de su erección.
La delgada vara de cera se ha quedado dentro. Por completo. Tan adentro que no puede sentir su presencia en la uretra.
Desde abajo, su madre grita que es hora de la cena. Dice que tiene que bajar de inmediato. El chico de la cera y el chico de la zanahoria son personas diferentes, pero tienen vidas muy parecidas.
Después de la cena, al chico le empiezan a doler las tripas. Es cera, así que se imagina que se derretirá adentro y la meará. Ahora le duele la espalda. Los riñones. No puede pararse derecho.
El chico está hablando por teléfono desde su cama de hospital, y de fondo se pueden escuchar campanadas y gente gritando. Programas de juegos en televisión.
Las radiografías muestran la verdad, algo largo y delgado, doblado dentro de su vejiga. Esta larga y delgada V dentro suyo está almacenando todos los minerales de su orina. Se está poniendo más grande y dura, cubierta con cristales de calcio, golpea y desgarra las suaves paredes de su vejiga, obturando la salida de su orina. Sus riñones están trabados. Lo poco que gotea de su pene está rojo de sangre.
El chico y sus padres, toda la familia mirando las radiografías con el médico y las enfermeras parados allí, la gran V de cera brillando para que todos la vean: tiene que decir la verdad. La forma en que se masturban los árabes. Lo que le escribió su hermano en la Marina. En el teléfono, ahora, se pone a llorar.
Pagaron la operación de vejiga con el dinero ahorrado para la universidad. Un error estúpido, y ahora jamás será abogado. Meterse cosas adentro. Meterse dentro de cosas. Una vela en la pija o la cabeza en una horca, sabíamos que serían problemas grandes.
A lo que me metió en problemas a mí lo llamo «Bucear por perlas». Esto significaba masturbarse bajo el agua, sentado en el fondo de la profunda piscina de mis padres. Respiraba hondo, con una patada me iba al fondo y me deshacía de mis shorts. Me quedaba sentado en el fondo dos, tres, cuatro minutos.
Sólo por masturbarme tenía una gran capacidad pulmonar. Si hubiera tenido una casa para mí solo, lo habría hecho durante tardes enteras.
Cuando finalmente terminaba de bombear, el esperma colgaba sobre mí en grandes gordos globos lechosos.
Después había más buceo, para recolectarla y limpiar cada resto con una toalla. Por eso se llamaba «bucear por perlas». Aun con el cloro, me preocupaba mi hermana. O, por Dios, mi madre.
Ese solía ser mi mayor miedo en el mundo: que mi hermana adolescente virgen pensara que estaba engordando y diera a luz a un bebé de dos cabezas retardado. Las dos cabezas me mirarían a mí. A mí, el padre y el tío. Pero al final, lo que te preocupa nunca es lo que te atrapa.
La mejor parte de bucear por perlas era el tubo para el filtro de la pileta y la bomba de circulación. La mejor parte era desnudarse y sentarse allí.
Como dicen los franceses, ¿a quién no le gusta que le chupen el culo? De todos modos, en un minuto se pasa de ser un chico masturbándose a un chico que nunca será abogado.
En un minuto estoy acomodado en el fondo de la piscina, y el cielo ondula, celeste, através de un metro y medio de agua sobre mi cabeza. El mundo está silencioso salvo por el latido del corazón en mis oídos. Los shorts amarillos están alrededor de mi cuello por seguridad, por si aparece un amigo, un vecino o cualquiera preguntando por qué falté al entrenamiento de fútbol. Siento la continua chupada del tubo de la pileta, y estoy meneando mi culo blanco y flaco sobre esa sensación. Tengo aire suficiente y la pija en la mano. Mis padres se fueron a trabajar y mi hermana tiene clase de ballet. Se supone que no habrá nadie en casa durante horas.
Mi mano me lleva casi al punto de acabar, y paro. Nado hacia la superficie para tomar aire. Vuelvo a bajar y me siento en el fondo. Hago esto una y otra vez.
Debe ser por esto que las chicas quieren sentarse sobre tu cara. La succión es como una descarga que nunca se detiene. Con la pija dura, mientras me chupan el culo, no necesito aire. El corazón late en los oídos, me quedo abajo hasta que brillantes estrellas de luz se deslizan alrededor de mis ojos. Mis piernas estiradas, la parte de atrás de las rodillas rozando fuerte el fondo de concreto. Los dedos de los pies se vuelven azules, los dedos de los pies y las manos arrugados por estar tanto tiempo en el agua.
Y después dejo que suceda. Los grandes globos blancos se sueltan. Las perlas. Entonces necesito aire. Pero cuando intento dar una patada para elevarme, no puedo. No puedo sacar los pies. Mi culo está atrapado.
Los paramédicos de emergencias dirán que cada año cerca de 150 personas se quedan atascadas de este modo, chupadas por la bomba de circulación. Queda atrapado el pelo largo, o el culo, y se ahoga. Cada año, cantidad de gente se ahoga. La mayoría en Florida.
Sólo que la gente no habla del tema. Ni siquiera los franceses hablan acerca de todo. Con una rodilla arriba y un pie debajo de mi cuerpo, logro medio incorporarme cuando siento el tirón en mi culo. Con el pie pateo el fondo. Me estoy liberando pero al no tocar el concreto tampoco llego al aire. Todavía pateando bajo el agua, revoleando los brazos, estoy a medio camino de la superficie pero no llego más arriba. Los latidos en mi cabeza son fuertes y rápidos.
Con chispas de luz brillante cruzando ante mis ojos me doy vuelta para mirar… pero no tiene sentido. Esta soga gruesa, una especie de serpiente azul blancuzca trenzada con venas, ha salido del desagüe y está agarrada a mi culo. Algunas de las venas gotean rojo, sangre roja que parece negra bajo el agua y se desprende de pequeños rasguños en la pálida piel de la serpiente. La sangre se disemina, desaparece en el agua, y bajo la piel delgada azul blancuzca de la serpiente se pueden ver restos de una comida a medio digerir.
Esa es la única forma en que tiene sentido. Algún horrible monstruo marino, una serpiente del mar, algo que nunca vio la luz del día, se ha estado escondido en el oscuro fondo del desagüe de la pileta, y quiere comerme.
Así que la pateo, pateo su piel resbalosa y gomosa y llena de venas, pero cada vez sale más del desagüe. Ahora quizá sea tan larga como mi pierna, pero aún me retiene el culo. Con otra patada estoy a unos dos centímetros de lograr tomar aire. Todavía sintiendo que la serpiente tira de mi culo, estoy a un centímetro de escapar.
Dentro de la serpiente se pueden ver granos de maíz y maníes. Se puede ver una brillante bola anaranjada. Es la vitamina para caballos que mi padre me hace tomar para que gane peso. Para que consiga una beca gracias al fútbol. Con hierro extra y ácidos grasos omega tres. Ver esa pastilla me salva la vida.
No es una serpiente. Es mi largo intestino, mi colon, arrancado de mi cuerpo. Lo que los doctores llaman prolapso. Mis tripas chupadas por el desagüe.
Los paramédicos dirán que una bomba de agua de piscina larga 360 litros de agua por minuto. Eso son unos 200 kilos de presión. El gran problema es que por dentro estamos interconectados. Nuestro culo es sólo la parte final de nuestra boca. Si me suelto, la bomba sigue trabajando, desenredando mis entrañas hasta llegar a mi boca. Imaginen cagar 200 kilos de mierda y podrán apreciar cómo eso puede destrozarte.
Lo que puedo decir es que las entrañas no sienten mucho dolor. No de la misma manera que duele la piel. Los doctores llaman materia fecal a lo que uno digiere. Más arriba es chyme, bolsones de una mugre delgada y corrediza decorada con maíz, maníes y arvejas.
Eso es la sopa de sangre y maíz, mierda y esperma y maníes que flota a mi alrededor. Aún con mis tripas saliendo del culo, conmigo sosteniendo lo que queda, aún entonces mi prioridad era volver a ponerme el short. Dios no permita que mis padres me vean la pija.
Una de mis manos está apretada en un puño alrededor de mi culo, la otra arranca el short amarillo del cuello. Pero ponérmelos es imposible.
Si quieren saber cómo se sienten los intestinos, compren uno de esos condones de piel de cabra. Saquen y desenrrollen uno. Llénenlo con mantequilla de maní, cúbranlo con lubricante y sosténganlo bajo el agua. Después traten de rasgarlo. Traten de abrirlo en dos. Es demasiado duro y gomoso. Es tan resbaladizo que no se puede sostener. Un condón de piel de cabra, eso es un intestino común.
Ven contra lo que estoy luchando.
Si me dejo ir por un segundo, me destripo.
Si nado hacia la superficie para buscar una bocanada de aire, me destripo.
Si no nado, me ahogo.
Es una decisión entre morir ya mismo o dentro de un minuto. Lo que mis padres encontrarán cuando vuelvan del trabajo es un gran feto desnudo, acurrucado sobre sí mismo. Flotando en el agua sucia de la piscina del patio. Sostenido por atrás por una gruesa cuerda de venas y tripas retorcidas. El opuesto de un adolescente que se ahorca cuando se masturba. Este es el bebé que trajeron del hospital trece años atrás. Este es el chico para el que deseaban una beca deportiva y un título universitario. El que los cuidaría cuando fueran viejos. Aquí está el que encarnaba todas sus esperanzas y sueños. Flotando, desnudo y muerto. Todo alrededor, grandes lechosas perlas de esperma desperdiciada.
Eso, o mis padres me encontrarán envuelto en una toalla ensangrentada, desmayado a medio camino entre la piscina y el teléfono de la cocina, mis desgarradas entrañas todavía colgando de la pierna de mis shorts amarillos. Algo de lo que ni los franceses hablarían.
Ese hermano mayor en la Marina nos enseñó otra buena frase. Rusa. Cuando nosotros decimos: «Necesito eso como necesito un agujero en la cabeza», los rusos dicen: «Necesito eso como necesito un diente en el culo». Mne eto nado kak zuby v zadnitse. Esas historias sobre cómo los animales capturados por una trampa se mastican su propia pierna; cualquier coyote puede decir que un par de mordiscos son mucho mejores que morir.
Mierda… aunque seas ruso, algún día podrías querer esos dientes. De otra manera, lo que tenés que hacer es retorcerte, dar vueltas. Enganchar un codo detrás de la rodilla y tirar de esa pierna hasta la cara. Morder tu propio culo. Uno se queda sin aire y mordería cualquier cosa con tal de volver a respirar.
No es algo que te gustaría contarle a una chica en la primera cita. No si querés besarla antes de ir a dormir. Si les cuento qué gusto tenía, nunca nunca volverían a comer calamares.
Es difícil decir qué les disgustó más a mis padres: cómo me metí en el problema o cómo me salvé. Después del hospital, mi madre dijo: «No sabías lo que hacías, amor. Estabas en shock». Y aprendió a cocinar huevos pasados por agua.
Toda esa gente asqueada o que me tiene lástima… la necesito como necesito dientes en el culo.
Hoy en día, la gente me dice que soy demasiado delgado. En las cenas, la gente se queda silenciosa o se enoja cuando no como la carne asada que prepararon. La carne asada me mata. El jamón cocido. Todo lo que se queda en mis entrañas durante más de un par de horas sale siendo todavía comida. Chauchas o atún en lata, me levanto y me los encuentro allí en el inodoro.
Después de sufrir una disección radical de los intestinos, la carne no se digiere muy bien. La mayoría de la gente tiene un metro y medio de intestino grueso. Yo tengo la suerte de conservar mis quince centímetros. Así que nunca obtuve una beca deportiva, ni un título. Mis dos amigos, el chico de la cera y el de la zanahoria, crecieron, se pusieron grandotes, pero yo nunca llegué a pesar un kilo más de lo que pesaba cuando tenía trece años. Otro gran problema es que mis padres pagaron un montón de dinero por esa piscina. Al final mi padre le dijo al tipo de la piscina que fue el perro. El perro de la familia se cayó al agua y se ahogó. El cuerpo muerto quedó atrapado en el desagüe. Aun cuando el tipo que vino a arreglar la piscina abrío el filtro y sacó un tubo gomoso, un aguachento resto de intestino con una gran píldora naranja de vitaminas aún dentro, mi padre sólo dijo: «Ese maldito perro estaba loco». Desde la ventana de mi pieza en el primer piso podía escuchar a mi papá decir: «No se podía confiar un segundo en ese perro…».
Después mi hermana tuvo un atraso en su período menstrual.
Aun cuando cambiaron el agua de la pileta, aun después de que vendieron la casa y nos mudamos a otro estado, aun después del aborto de mi hermana, ni siquiera entonces mis padres volvieron a mencionarlo.
Debe de ser muy aburrido ser Mancuso, el hombre que enlaza a Ruiz. Seguramente su mamá le había advertido que no fuera a meterse con esos niños Castaño porque después algo le pasaba y que ella no iba a responder. Es que uno se busca los problemas solo y después la paga, por la vía formal o informal, que eso aquí no importa realmente.
Lo importante es que Mancuso siempre será una víctima de poderes por encima de él, llámese Carlos, llámese Rito, llámese Estado fracasado, llámese contradicciones históricas, narcobolcheviquismo internacional armado y ateo o sencillamente «las circunstancias». Todo esto me recuerda la película que fue conocida en estas tierras hispanoparlantes como Juana de Arco y en el resto del mundo como El mensajero, porque no era una película sobre la muchachita sino sobre la gente que no cree en su agencia. Ahora el pobre Mancuso está ahí confesando una cantidad de cosas que nunca hizo él sino alguien más allá, superior a él. Y lo van a quemar por eso.
Pero además de tener que aguantarse a esos insensatos hablamierdas cripto-guerrilleros del Movimiento Nacional de Víctimas —que no lo reconocen todavía como uno de los suyos, vía Castaño—, el mismo ministro del Interior ya lo llamó sencillamente «mentiroso». Me imagino qué dirán cuando cuente otras cosas que acaso no merezcan ser oídas. Pero para ese entonces Mancuso ya se habrá suicidado, cansado de que en su casa lo jodan por ser gordo, calvo y andar siempre sudado.
Más adelante en nuestra historia encontraremos que el Mono Jojoy se hizo a las armas porque lo molestaban por bojote, feo y guiso.
¿Recuerdan cuando estábamos secuestrados en nuestro propio país?
En esos terribles días viajé varias veces con mi familia a la Costa —a veces por Bucaramanga, a veces por la Troncal del Magdalena—, otro par a Cali y en incontables oportunidades corrimos el riesgo de ir a Villa de Leyva, al Valle de Tenza, al norte de Cundinamarca y a San Agustín. En el colegio nos llevaron a San Agustín, al bastión del Magdalena Medio, a La Guajira y a Gorgona, vía Buenaventura.
En esos terribles días, cuando estábamos secuestrados en nuestro propio país, nunca vi un retén de nadie. Creo que tampoco había que abrir las maletas por permisos concedidos al personal de los edificios para controlar cualquier objeto que entrara o saliera.
Pero, como dijo la señora del bus, así viajamos más seguros. Punto.
«Yo pensaba de que había aprendido. Pero ya me di cuenta que no.»
Hablaba yo de la vida y la pereza que produce, especialmente en estas memorables fechas.
El año que pasó estuvo bastante bien. Pero todos los años comienzan por el peor día, como concluimos hace dos años con el joven poeta. El primero de enero es el festivo más festivo de todos. Es una suma superlativa y triste —y superlativamente triste— de todos los festivos del año, de su aburrimiento, de su letargo, de su falta absoluta de propósito —y de su respectiva justificación—, del guayabo —literal y figurado— eterno… Los festivos son, entonces, una metáfora de esta nuestra vida.
Hace un año —o sea este año— pasé ese festivo haciendo ajiaco en tierras paracas, lejos de cualquier fuente que me permitiera saber que era primero. Pero este año —el próximo— estaré en Bogotá, con sus calles vacías, con sus restaurantes cerrados, con la contaminación al mínimo. ¿Y qué? ¿Acaso voy a hacer algo? Nada, claro. Aburrirme, aburrirme, aburrirme… pero mucho más que el resto de los días.
El cumpleaños del blog fue el 28 de diciembre y no supe que habían publicado una entrevista que me hicieron hace resto para Santa Maradona, vía correo electrónico. Hace tanto fue que ni me acordaba ya. Gracias a Padawan por el dato.
Entonces feliz cumpleaños al chuzo y ajiaco gratis para todos.
Entretanto: ¿cuándo me entrevistarán los de la Blogoteca? ¿Por qué a ellos sí y a mí no? Oh dolor, oh sufrimiento.
…en este microcosmos que es el mundo del periodismo, las tensiones son muy fuertes entre quienes desearían defender los valores de la autonomía, de la libertad respecto de las exigencias de la publicidad, de las presiones, de los jefes, etcétera, y quienes se someten a esas exigencias y son pagados por ello en justa compensación… Estas tensiones apenas pueden expresarse … porque las condiciones no son muy favorables: pienso, por ejemplo, en la oposición entre las grandes estrellas que cobran fortunas, particularmente visibles y particularmente recompensadas, pero también particularmente sumisas, y los destajistas invisibles de la información, de los reportajes, que cada vez se vuelven más críticos porque, a pesar de que cada vez están mejor formados debido a la lógica del mercado del empleo, son utilizados para tareas cada vez más pedestres e insignificantes… la tensión entre lo que pide la profesión y las aspiraciones que quienes se dedican a ella adquieren en las escuelas de periodismo o en las facultades es cada vez mayor, aunque también hay quienes se adaptan muy pronto y muy bien, sobre todo si tienen ansias de trepar… El periodismo es una de las profesiones en las que hay más personas inquietas, insatisfechas, indignadas o cínicamente resignadas, y en la que es muy común la expresión … de la ira, la náusea o el desánimo ante la realidad de una profesión que se sigue viviendo o reivindicando como «distinta de las demás». Pero estamos lejos de una situación en la que estos despechos y rechazos pudieran convertirse en una auténtica resistencia, individual y, sobre todo, colectiva.
Bourdieu, Sobre la televisión, pp. 51-52.
O más bien porque para cualquiera eso ya «es evidente» (p. 35).
En el parquecito de la calle 93 —que quién sabe por qué llaman «el Parque» por algo parecido a la antonomasia— o, más exactamente, en el Centro de Diseño Portobelo —cuya dirección de internet es, acaso para ser más coherentes, www.portobelodesigncenter.com—, hay una inmensa valla —que en realidad es una pantalla— que nos habla maravillas de Italia —donde, según dice, y a pesar de la evidencia empírica, nadie va «mal vestido»— para promocionar una cerveza —o birra o mejor beer para que quede en el mismo idioma en el que está escrito el «Italy» que acompaña el nombre de la marca— recientemente incluida dentro de la amplia oferta de bebidas alcohólicas que hay en Colombia. Aunque dicha cerveza en Italia y el resto del mundo es una cerveza más —por no decir de segunda, incluso con menor puntaje que Club Colombia según Beer Advocate—, la valla nos la presenta como una bebida especial precisamente porque es italiana. Uno, que es ingenuo, no sabe bien si esa razón —ser italiana y ya— también justifica que sea mucho más cara que la cerveza colombiana más cara: ¿acaso el costo de vida en Italia —de donde con toda seguridad la importan directamente— hace aumentar los costos? ¿Acaso el posicionamiento de la marca dentro de un sector específico de nuestra sociedad que está más dado a gastar mucha plata —porque tiene mucha plata— la hace cara? ¿Acaso los mercadotecnistas han llegado a entender que subiendo el precio del artículo logran crear una distinción que el público puede medir más fácilmente porque no son más que números? En fin, que responda Bourdieu porque yo soy muy ingenuo. Esto es solo la introducción de esto:
Para poner la valla en la fachada del edificio aquel —que usa la palabra diseño como si de medallón de oro se tratara—, quitaron algunas placas de aluminio que la cubrían. Entonces podemos ver que, detrás de la pantalla, hay una pared desnuda que con contundencia nos revela que la vida no vale ni la mitad de un carajo. Sí, señor, detrás de esa pantalla que nos quiere convencer de que los italianos son todo elegancia, debajo del nombre que por error está en español y no en inglés, encima del restaurante que tiene su menú escrito en francés y frente al parque que la gente quiere considerar igualito al Central de Nueva York o al Hyde de Londres, hay un vulgar muro de bloque y cemento. O sea que ese monumento a todo esnobismo, a toda fanfarronada y farolería bogotana y colombiana, es exactamente igual a las viviendas de «crecimiento progresivo» que ocupan el ochenta por ciento de esta ciudad en barrios adonde jamás llegará la tal cerveza italiana, barrios de estrato dos y tres como Juan XXIII, Prado Veraniego, Fontibón, Engativá o Rincón de Suba.
«¿Es que no recuerda cómo era hace cuatro años? ¡No venía nadie! ¡Estábamos aislados! ¡Ahora al menos viene Incubus y va a venir Deftones y hasta de pronto viene Placebo!»
Y es verdad. Si ahora hasta Shakira se presenta en Colombia…
Cuando no hay nada más para hacer, en juglar del zipa no nos queda más remedio que gastar pólvora en gallinazos y en gallinaza leyendo entre las líneas de la pequeña escribiente florentina.
Quiero creer que el mundo se está empezando a cansar con ese ejercicio casi exclusivamente masculino de la política que nos acerca peligrosamente a un apocalipsis anunciado.
¿El mundo se cansa del ejercicio de la política en general o de su ejercicio casi exclusivamente masculino?
Tenemos que reconocer también que salvar vidas no parece ser una prioridad en los despachos del poder masculino y que hoy día los agentes activos políticamente son en su gran mayoría hombres.
¿Hoy en día? De ninguna manera. Siempre ha sido así. Entonces reconozcamos de paso que los negros son por naturaleza unos salvajes ignorantes y analfabetas que solo sirven para correr y hacer música estrafalaria o que la gente que desafortunadamente ha nacido en tierra caliente —o, en general, en latitudes equinocciales— es más inocente, incivilizada, sabrosa y deliciosamente espontánea que la comedida, razonable y meticulosa gente de las tierras con estaciones donde curiosamente están todos los países que han sido o son llamados desarrollados. La evidencia está ahí y tenemos que reconocerla.
…si la política … es «amor y cuidado del bien común y el arte de estar juntos», entonces tal vez las mujeres, por su particular historia, estén hoy más preparadas para conducir los destinos de la humanidad. Y esto tampoco significa que Ángela (Merkel), Helen (Clark), Michelle (Bachelet), Ellen (Johnson), Hillary (Clinton) o Ségolène (Royal) lograrán cambiar el panorama mundial, pues la hidra patriarcal y demencial ha crecido de tal manera que se necesitarán algunas generaciones para cambiar el curso de los acontecimientos.
Y quién sabe cuántos años tendrán que pasar. Por ejemplo, en quince años que llevamos de mundiales femeninos, el juego entre las delicadas, amorosas y débiles mujercitas sigue dominado por esa hidra patriarcal y demencial que las obliga a ser rudas, coordinadas, musculosas y, lo que es peor, a ganar partidos. Ese horrible deporte las aliena, las enajena, les hace negar su natural esencia y, señores —señoras también—, el mundo se está empezando a cansar…
El sol se va cada tarde porque anochece. O anochece porque se va el sol. El sol regresa al día siguiente. Cada día nos hace la promesa de su regreso. Pero el sol siempre está. Irse y volver es un engaño de nuestra pequeñez.
La luz intensa de un día sin nubes nos hace ver todos los colores. Se cansan los ojos de ver tanta nitidez y diferencia. En los días soleados hay más sombra que en los días nublados. Cuando al sol lo tapan las nubes soy feliz. La luz es difusa y blanca y entra a todas partes. No hay sombra en los días nublados. No hace falta ver al sol y deslumbrarse para entender que por su presencia tácita cualquier rincón está iluminado. Y en esos días cada tono es más igual que el otro. Me gusta así.
Entonces ahora la cuestión de los días soleados no puede explicarse con el gusto sino con elemental cariño.
Decía el escudero de Jaime Ruiz que «es muy lamentable la gente que recurre a criticar la forma de otros y no el fondo». Se refería a los comentarios de un usuario de Blogger que no bloguea y se hace llamar Bregador. Ahora bien, criticar la forma y no el fondo —o descalificar el fondo por la forma— es cosa que hace Ruiz todo el tiempo, como nos muestra el mismo Bregador. Pero que lo haga, a decir verdad, no me parece lamentable. Por supuesto, es un sofisma de distracción, es una forma de descalificar al supuesto contendor, pero uno puede reservarse ese derecho, especialmente cuando uno sabe que tiene toda la razón del mundo y lleva su presunción de infalibilidad hasta las últimas consecuencias.
Así que por eso mismo doy todo mi apoyo a Bregador en su audaz cruzada en contra de la retórica de Ruiz porque es pelear en la misma ley, cosa que él resume con esta sencilla frase: «subamos el nivel del debate controvirtiendo pero no insultando ni descalificando, esa es mi exhortación». Es lo mismo que le decía hace rato: si tiene tantas cosas para decir, que las diga, que se despoje de todos esos adjetivos que no hacen más que divertirnos. ¿Quién que no haya sido víctima de los tiernos insultos de Jaime Ruiz no ha pensado eso? Porque yo realmente no dudo de la inteligencia del señor Ruiz. Tanto que creo que Bregador y Jaime Ruiz son el mismo.
Resuelvo entonces levantar en mi blog un monumento a la memoria de Bregador, no sin antes recomerdarle humildemente que se cuide de usar el que galicado («es por esto que es su arma dialéctica predilecta…») porque no vaya y sea que el doctor Ruiz lo descalifique por no ser más que un canalla ignorante, a todas luces estudiante o profesor de universidad pública con carné platinum del Kidnapping Corporation.
Comuníquese, cúmplase y que siga corriendo la sangre, que es lo que pasa cuando esto pasa.
Bregador: como Jaime, ya se ganó un almuerzo. Hablamos.
Teniendo en cuenta el comportamiento del universo, que gira en torno a mí, le pedí a Sol que fuera mi novia durante el partido de hoy para que ganáramos. Funcionó.
Después de las tres atajadas de Ciciliano, decidimos que era mejor conocer a otras personas.
La vida útil de un billete de baja denominación en Colombia … es de ocho meses y aumenta a medida que sube la denominación…
La verdad es que si los billetes tuvieran un uso normal, su vida útil sería más prolongada, pero en los bolsillos, o mejor en las manos de las personas, los billetes sufren dobleces, arrugas excesivas, cortes, sellos y hasta escritos y dibujos.
La verdad es que si los libros tuvieran un uso normal la gente no los leería. Por eso yo no leo libros ni blogs y mucho menos periódico: soy una persona normal.
Durante siglos, la Nación Camba, que representa a nuestra raza mestiza, cósmica, católica e hispanoparlante, ha luchado contra la injusta opresión de la tiránica, protosocialista, endogámica, mugrienta y cocadicta mayoría aymara.
Me imagino que en unos años habrá en Europa campañas en inglés, francés y danés-sueco-noruego a favor de la liberación del orgulloso pueblo de la nación Camba. «Free the querembas!», «Sauvez la nation camba!», «Freudhut våt Kambrakøngerikurit!»: los mismos querembas hablan de Bolivia como el Tibet de Suramérica. Y un buen día Robbie Williams, Juanes y —ya por esos días— Palodeagua o Fonseca o algotro de esos unirán sus voces a la de Manu Chao y Paul McCartney para apoyar esta lucha legítima por la autodeterminación de un pueblo orgulloso.
Mientras tanto, todos los que viven por la 170 están muy invitados a volverse muiscas. ¿Qué podríamos hacer después? ¿Los paracos, por ejemplo, no querrán volverse zenúes? ¿Y los de la minoría oxy-ecopetrol no querrán ser u’was y mamar leche de su tierra? Digo, sangre.
Visitaba a unos primos chibchas.
Como que a mí en el fondo no se me ha quitado la idea de que todos los que incluyan en sus ponencias la palabra «etno» deben llevar plumas y taparrabo aparte de su cándida desnudez.
Hubo días muy felices en este chuzo. Por ejemplo, poco después de que puse el tag de Blogalaxia —el indicador de prestigio, el numerito del ranking, el in-your-face, etc.—, alcancé a estar como de octavo en la lista de blogs más visitados de Colombia. Hoy por fin salimos de los veinte primeros. Ya ni siquiera sale el resumen del último post ni el pantallazo. Juglar del zipa ha sido desplazado, ha sido bajado tristemente de la nube; está como cuando Colombia entendió su triste verdad tras las derrotas contra Argentina y Paraguay en las eliminatorias para Francia 98 que la relegaron de aquel fantástico tercero o cuarto lugar en el escalafón de la FIFA.
¿Qué sucedió? ¿Por qué ha sido así? Le esbocé mi respuesta a Don Tomate: «Yo también descubrí que sólo leo el mío [mi blog] y que por eso ya nadie me lee. No he ido a hacer campaña por las veredas como en los viejos tiempos, a jugar tejo y rana con los señores de ruana y alpargatas, que son los que aumentan la cuota de Diarionocturno, Bestiario, Patton, Padawan, Elefante, etc.». Sí, sigo creyendo, aunque a Vopa le haya parecido escandaloso, que el asunto de los blogs es clientelista, como dije hace más de un año en semana.com y en un post aquí. Aparte de escribir, el oficio implícito del bloguero incluye irse a vitriniar y a mostrarse en vitrina. Venderse, que llaman, como cuando uno va con poncho y sombrero aguadeño a reponer vaquitas. Concluyó Don Tomate: «Sí. Además de que con congreso del Polo en víspera pues hay que hacer campaña.»
Entonces hagamos campaña a dos blogs que no actúan blogueramente, el primero porque no necesita y el segundo porque acaba de comenzar: el de Jacques Attali (en francés), autor de la polémica historia económica del pueblo judío, y el de Dauchoroma.
Deje de ser alarmista Señor torresmahecha: Que quiere, ¿que la guerrilla vuelva a paralizar el pais? Que el secuestro vuelva a imperar? Ya se le olvidó como recibió Uribe el país?. Agradezca que usted puede hablar, que esten saliendo las cosas a la luz publica, que los negocios oscuros de la politica aparezcan a la luz publica, gracias a un proceos de paz de una guerra de 200 años. Esperemos que iniciemos los dialogos con la guerrilla y veremos lo que falta por descubrir. Colombia, necesita colombianos objetivos, sensatos, capaces de mirar el futuro con optimismo, no resentidos que critican todo por criticar por crear caos y confusion.
Me sorprende porque ahora me imagino que el cliché a favor de Uribe será «¿Se acuerda de cómo era el país antes? ¡Ahora sí se puede viajar y además ahora los negocios oscuros de la política sí salen a la luz pública!». ¿Por tratarse de una campaña de «mantenimiento» también la arma Carlos Duque?
Adenda: No me había detenido a pensar lo de «colombianos objetivos, sensatos capaces de mirar el futuro con optimismo». ¿Entonces ser objetivo es ser optimista? ¿O viceversa? Vea pues…
Cuando estaba en seminario de tesis, Diana Bonnett me decía, con su manera cariñosa de regañar, que las fuentes son lo más importante en un trabajo de historia. No creo que sean en realidad lo más importante, pero nadie duda de que son definitivamente importantes: precisamente por no haber tenido un acervo documental definido en el momento de hacer mi proyecto, este quedó cojo.
Vale la pena preguntarse, sin embargo, si las fuentes tienen que ser el trabajo mismo. A veces algunos títulos de obras de historia dan la impresión de que solamente se centraron en las fuentes. A veces el título es sencillamente el tipo fuente. Entonces terminan teniendo un tufillo más bien jarto que a veces parece positivista y a veces crítica textual sin más. Me refiero a esas obras que seguramente escribiré cuando sea grande y serio, cuando logre reunir un vasto conjunto de documentos. Por ejemplo, Javeriana, amplio, ubicadísimo, recibo vehículo, venpermuto: Los avisos clasificados de finca raíz en Chapinero en El Tiempo, 1983-2002.
En todas las lagunas fue siempre fama que había mucho oro y que particularmente en la de Guatavita, donde había un gran tesoro, y a esta fama Antonio de Sepúlveda capituló con la Majestad de Felipe II desaguar esta laguna y poniéndolo en ejecución le dio el primer desaguadero, como se ve en ella el día de hoy, y dijo de solas las orillas de lo que había desaguado, se había sacado más de doce mil pesos. …la laguna es muy hondable y tiene mucha lama y ha menester fuerza de dineros y mucha gente.
Rodríguez Freile, El Carnero, Capítulo 6, parte II
A comienzos de los ochenta señaló Daniel Samper (Pizano) que en algún ejemplar de la revista Disneylandia —o como se llamara— había venido a Colombia el ratón homónimo al autor de estas líneas a buscar la legendaria ciudad del El Dorado bajo las oscuras aguas de la laguna de Guata-Vita (con guión). En sus aventuras había tenido que enfrentarse con peligrosos indios en taparrabo que usaban *cerbantanas* cargadas de flechas poderosamente envenenadas para espantar al roedor invasor.
Quién sabe cómo llegó allá la rata esa, pero para uno es difícil. El bus se coge en un céntrico lugar de Bogotá. Vale cuatro mil quinientos y lo deja a uno a siete kilómetros de la entrada. Desde ahí se puede caminar pero qué pereza. Y la gente que pasa por ahí sola en sus narcoburbujas no para solidariamente para echarle a uno el empujón. Cerca hay un chuzo de un viejo que cobra «no más» seis mil pesos para llevarlo a uno hasta la loma. Es que la gasolina, es que esos de la CAR se quedaron con el negocio, es que antes llevábamos de a cuatrocientas personas por día. Ya. Grave.
Y eso la laguna la han vaciado. Los españoles traían unas motobombas y lograron sacarle la mitad del agua que había. Españoles así como los de ahora, que pagan doce mil pesos para verla porque son extranjeros, porque esa fue la plata que sacaron de allá. Seguramente el plan no solo era robarse el oro sino hacer una plaza de toros, aprovechando la estructura natural. Pero eso es demasiado sofisticado para imaginárselo. Olviden que lo escribí. También los gringos ya tenían pensado hacer una antena como la de Arecibo para establecer contacto con culturas extraterrestres en taparrabo. Para eso habían mandado a aquel ratón infeliz. Pero seguramente el proyecto quedó en manos colombianas y por eso hay que pagar ocho mil pesos para entrar —en mi caso, porque soy colombiano— ahora sin derecho a tocar las sagradas y verdosas aguas, sin derecho a depositar sagradas botellas de gaseosa o licores y paquetes de papas en sus orillas.
Hacía mucho sol y todos quedamos tan enrojecidos como los campesinos y jornaleros que parecen más descendientes de los parientes del ratón Miguelito —vía Nicolás de Federmán— que de los caciques que despilfarraban el preciado metal que tan bien se ve en los retablos de la catedral de Sevilla. A la salida se puede pasar por Sesquilé, población donde se encuentran parte de los orígenes de este homónimo del roedor yankee. Y con suerte se podrá disfrutar de los aparentemente muy aburridos Festivales de la India Infiel o sencillamente ver la luna gigantesca que se eleva sobre las montañas y tiene de fondo un cielo increiblemente azul. ¡Qué rico! ¡Eso es priceless! Pero volver a Bogotá vale otros cuatro mil pesos.
Cometimos el error de no hacer reservas y nos tocó en la segunda fila. Si el lugar nos incomodaba no podíamos pedir que devolución de la plata. Pero aunque la sala pintaba repleta pudieron más las ganas. Cada uno de nosotros se encontró con algún conocido antes de entrar. Y mejor hacerlo sin más rodeos porque leyendo el cartel se infiere que pronto la van a prohibir.
Comienza El Colombian Dream. La imagen es granulosa. Pero es un grano intencional y no el que produce el abandono o la película de mala calidad o la mezcla de ambos factores. Sé que es intencional por la cantidad de colores cálidos y saturados que jamás quedarían registrados en esa cinta de mierda. Seguramente se veía del putas a una distancia decente. A esa distancia la gente no se queja y no piden reembolso. Pero de cerca también se ve bien.
El sonido es diáfano y se pueden distinguir las voces del ruido del fondo. Momento. Volvamos. Aún no hay ruido de fondo. Un niño abortado está hablando. No importa. Vamos adelante. La cámara se mueve desesperadamente. Por fin una evocación de La gente de la Universal.Pasan los minutos mientras nos presentan a los protagonistas. Es el niño abortado que está hablando. Los protagonistas están rumbiando. En Girardot hace calor. En Girardot rodaron la película. En Girardot sucede la historia.
Girardot está en la frontera entre Cundinamarca y Tolima. La gente de Girardot es tolimense aunque vivan en Cundinamarca y frente a sus ojos corre el Magdalena. El Magdalena es el río más importante de Colombia. Pero solo los tolimenses dicen nacer y vivir y morir amándolo porque así la pena se hace buena y alegra el existir. Girardot es una plaza de veraneo de rolos. Pero Bogotá está muy lejos del Magdalena. En esta película Girardot es Girardot pero la usan como metáfora de Colombia.
Sí. Otra vez una «película colombiana». Esas que se preguntan tácita o explícitamente quiénes somos o cómo somos o por qué somos así. ¿Así cómo? Así tan malos y tan corruptos. Así con esas ganas de ganarse la plata fácil. También así tan llenos de magia y cosas inexplicables y absurdas que supuestamente solo pasan aquí. Los ángeles y el amor y las brujas y la poesía y el calor. Mucho calor y muy poca ropa y resto de hormonas para que los actores puedan tirar y cogerse el culo y chupar tetas.
Y tricolor veantiao. Sí señor. El ejercicio es tan evidente que da pereza. De tres colores son las pepitas que drogan y las camisas de los personajes y los vidrios de la casa del traficante y los únicos colores predominantes en la ridícula secuencia del obligatorio derroche de billete. Es demasiado evidente. Es como el niño abortado que narra la película. Es evocador de una manera tan barata. Es como ponerle a una película El Colombian Dream.
La historia no está llena de lugares comunes. Aceptemos definitivamente que Girardot es una metáfora. Entonces está bien que los ladrones sean paisas y que los policías sean negros y que el locutor de la radio sea español. (¿Cuál es el fetiche de Aljure con los españoles?) Incluso es verosímil que una mamá rola de «clase popular» pero levantada tenga un hijo muy paisa que curiosamente es traficante de drogas. La historia no está llena de lugares comunes porque los personajes son los lugares comunes. Pero la historia es inverosímil. O tal vez la escala con la que se propuso narrarla no le permite ser verosímil.
¿Y tiene que ser así? Sí porque la película tiene una evidente intención crítica. La crítica convencional contra el estereotipo del vivo. La «cultura de la ilegalidad». El malicioso indígena. En La gente de la Universal nos confrontaron a algo no más novedoso pero sí menos explorado. «Por eso le digo» decía el celador. «Por eso le digo» terminaban diciendo las españolas al salir del país. (¿Cuál es el fetiche de Aljure con los españoles?) Esa insolencia velada que algunos posmodernos llaman el «arma de los débiles». Los ciudadanos de a pie le decimos «hacerse el marica».
Vale la pena ir a ver El Colombian Dream. Vale la pena mantener la industria nacional de cine porque pronto se acabará cuando manden al carajo la Ley de cine con la reforma tributaria. Vale mucho más la pena porque algún día Felipe Aljure o Dago García entenderán que hay mejores guionistas o mejores guiones que los que ellos o sus amigos hacen. Vale la pena porque algún día esos buenos guiones ganarán no solamente con una factura limpia y sofisticada sino con el dinero esquivo que tradicionalmente hay que buscar con las uñas. Tengamos fe. Un lugar común sobre la colombianidad habla de que serlo es un acto de fe. Seamos muy colombianos y vayamos a cine a ver cine nacional. Confiemos. Alegremos nuestros corazones al ver las salas llenas y espectadores en primeras filas que no pueden pedir reembolso. Pero ojo. Esos realizadores también podrían estar queriendo robarnos la plata sin más. Por todos es bien sabido que los colombianos somos unos pillos.
Es importante, como siempre, advertir que las fotos tienen muchísimo pero muchísimo, muchisísimo, Photoshop y el artículo es el resultado de que hayan echado a esta vieja de la revista de la libertad de expresión. Pa que no digan que uno es el único que respira por la herida. ¡Ja!
Me habían llamado ayer de la decanatura para decirme… no, no me dijeron nada, que fuera temprano porque era urgente es que… no, no, que mañana. Ala, debe de ser grave…
Muy juicioso llegué allá esperando que me echaran una vez más del trabajo o alguna de esas cosas que me pasan cada seis meses. Pero no, era que el decano había «dado la orden» de votar. ¿Votar? Claro, por el representante del comité asesor docente. ¿Qué putas es eso? Igual me mostraron la lista. A mí al menos no me dijeron por quién había que votar, pero a otros sí. «¡Aquí defendiendo la democracia, hijueputa!» ¡Si así —«pásese pero… no, solo páses por el cubículo mañana es que… no, pásese»— fueran las campañas de la Registraduría se acabarían los índices de abstencionismo! ¡Por fin nuestra democracia sería legítima!
Lugar común: con estos ejemplos tan claros de micropolítica no me extraña que siempre estemos diciendo «por eso estamos como estamos». Bueno, a quienes conozcan la facultad en que trabajo no les extrañará lo que estoy contando… No soy el único que dice que se parece a esto, es decir, a esto.
Cinépolis: Ciudad en movimiento fue un trabajo que hice con otro man para una clase llamada Espacio urbano, dictada por Zambrano y Mejía Pavony en el segundo semestre de 2003. Felipe, el otro man, quería hacer algo como Koyaanisqatsi y pues esto fue lo que salió, guardando tremendamente las proporciones.
Por supuesto, está lleno de lugares comunes, especialmente porque nos concentramos en grabar en el centro: la ciclovía, el mercado de las pulgas. Además hay otros clichés com “el afán” o el tráfico, cuya relación con movimiento tienen más que ver con el ritmo acelerado, tipo Baraka —otro documental a lo Qatsi cuya primera escena fue inspiración para la primera secuencia de este, pero en vez de perros son mandriles—, en el que ese ritmo es criticado, o al menos se queda uno con la triste sensación de que este mundo occidental está muy condenado a la muerte por toda su anomia y su enajenación.
Pero bueno, la idea era precisamente mostrar diversas formas de movimiento —especialmente desde el punto de vista sociológico e histórico— y hay dos secuencias que a mí aún me gustan: la primera es una marcha en la séptima (movimientos sociales) y la segunda es una serie de fotografías de Saúl Orduz que muestran el cambio del centro, es decir la transformación entendida como una forma de movimiento.
Las fotos de la secuencia muestran varios cambios importantes: en la primera foto se puede ver que la Plaza de Bolívar todavía tenía las fuentes y en la U. de los Andes aún estaba el edificio original de la Cárcel del Buen Pastor. También puede verse cómo la avenida 19 —una calle estrecha más— estaba comenzando a ser convertida en un bulevar amplio con edificios altos, acaso el único de su tipo en Bogotá. Este fue uno de los primeros planes de reactivación del centro. En las fotos originales —que abarcan mucho más de lo que se ve ahí— puede verse cómo la ciudad se va agrandando cada vez más hacia el occidente, que por los años de las primeras fotos todavía no hace parte del Distrito; poco a poco aparecen los edificios más altos: Avianca, Torres de Fenicia, Barichara, Seguros Bolívar, etc.
Sucedió esta noche (cursivas mías, porque no hay cursivas en televisión):
Borja: Yo voy más allá en el problema del terrorismo. En mi criterio, si son terroristas, están negociando dos: el Estado terrorista y el otro porque ¿más Estado terrorista que el colombiano? Bueno… sin mencionar al gringo.
Risas
Borja: Frente al problema…
Risas
Borja: Es que… es la opinión, es la discusión. Gurissatti: Es su opinión y se respeta. Velásquez: Es que… incluso en Internet hay 117 definiciones de terrorismo. Wilson (Borja) está empleando una.
Risas
Gurissatti: Pero es que el Estado no ha arrasado una población quemando un tubo de… Borja: ¡Muchas! Comenzando por la UP, para poner un ejemplo. Gurissatti: Pero es que estamos en otro momento histórico.
Más allá del problema técnico, sociológico o ético del diferencial institucional entre opinión y verdad, lo cierto es que Gurissatti es una hueva y no debería hablar. Pero como no es opinión, sino verdad, no se respeta.
El jueves antes de medianoche apagué el computador y no lo volví a encender hasta la mañana de ayer. Me reencontré con la televisión y perdí contacto con muchísima gente. Celebré cada llamada recibida y gasté más de la mitad de los minutos de este mes, siendo aún la primera semana. Ermitaño, le llaman en español; 引き篭り, si se quiere estar a la moda. ¿Cuándo soy yo más yo? ¿Cuando estoy sobrio o cuando estoy borracho?
«¿Estoy bien? ¿Estoy mal? No sé cómo estar.
¿Estoy bien? ¿Estoy mal? No sé qué hacer.
¿Es una cuestión de calidad o una formalidad?»
Esta mañana Arizmendi dijo, a propósito del Nobel de Orhan Pamuk, que «Turquía es uno de los países árabes más occidentalizados y además tiene una capital [hermosa, deslumbrante, histórica, fascinante, etc.]: Estambul». ¡Debe ser la conexión Turquía-Suecia! Qué pereza ser turco…
En todo caso nada le gana a «esta mañana el presidente Pastrana visitó el milenario templo hindú del Taj Mahal», cortesía de RCN hace unos años.
Ah, sí… quien sepa cuáles son las falacias se gana un almuerzo y todo eso de siempre.
Juglar del Zipa se une a la celebración blogosférica del nacimiento del retoño del controvertido Cermeño el menor y la tenida en muchísima más estima Tadeshina. Como en Juglar del Zipa todo gira alrededor de mí, el juglar del zipa, sólo espero que esto siga teniendo muy distraido a ese señor que por fortuna parece amar con la misma pasión con la que odia.
Suéter es que les digo.
P.D. Cuando yo tenía su edad, Kerberos —es decir, en este mismo momento y en el que sigue y así—, todavía no quería ser papá.
El mundo se hace poco a poco más aburrido. Todo comienza a tener sentido. Añoro tanto los días en que, siendo niño, me llevaban al centro. Me gustaba no saber dónde estaba ni cómo había llegado allá —que es casi lo mismo— y me gustaba más sentirme perdido dentro del centro, tener que confiar en la guía de mis papás. Me gustó también cuando, siendo mayor, iba allá y encontraba en esos lugares los recuerdos de la infancia como referentes borrosos, tan llenos de imágenes concretas como de esa emoción, ese temor de saberse perdido. Hoy, en cambio, pasar al frente del Teatro Colón es cosa de todos los días y esas emociones solo pueden ser evocadas melancólicamente en función de su inexistencia.
Cuando uno está a punto de conocer a alguien, cuando alguien está a punto de dejar de ser desconocido, se corre el riesgo de que esa fuerza idiota y sublimada nos empuje hacia el coqueteo, esa exploración a priori en la que solo se saben las direcciones pero nunca el camino. Después resulta igual que el Teatro Colón, si bien la gente puede cambiar haciéndose por siempre enigmática. Pero eso no es más que un ideal: todo indica que la gente tiene esencia y, por más estados que pueda adoptar, nunca deja de ser.
Por eso encontrarse con gente nueva, gente que no se parezca a nadie, que no tenga que ver en absoluto con nada, es refrescante. Incluso llega a refrescar la posibilidad del fracaso. Pero eso también parece cada vez más un ideal.
***
La primera vez que salí con Meme me habló de su amiga antropóloga de Los Andes. ¿Su nombre? Sí, era ella misma. ¿Por qué? Porque mi amiga antropóloga era la mejor amiga de la hermana del ahora ex novio de Meme.
Conocí a Jessica, una mujer increiblemente bella e interesante, por el Hospitality Club. Me dejó unas sandalias y un libro para su amigo Martin, que algún día llegaría a Bogotá para recoger el encargo. Meses después apareció en mi casa Martin, quien terminó siendo una persona muy amable que me cayó muy bien. Me invitó un día a su casa porque había organizado una «fiesta de pizza». Cuando timbré me abrió la puerta Nicolás, un tipo de arquitectura con el que había compartido algunas clases en la Universidad pero con quien nunca había cruzado palabra. Martin había llegado a vivir a esa casa porque ahí vivía un amigo de Nicolás. ¿Y cómo había conocido Martin a Nicolás? Por su hermana: se habían conocido en Méjico seis meses antes, antes de que yo conociera a Jessica.
Christian llegó a mi casa porque Juanita —otra del Hospitality Club— no había podido dejarlo quedar en la suya. La relación que tengo con Christian es fácil de describir: él es mi hermanito alemán. Un día terminó conociendo a la directora del Departamento de Relaciones Internacionales de su universidad en Alemania, que venía aquí de visita, porque era uno de los estudiantes de intercambio de esta univesidad que estaba en Colombia. Ahora, estando él nuevamente en Berlín, resulta haciendo parte de la comitiva que recibe a unos cuantos funcionarios de varias oficinas de relaciones internacionales de universidades colombianas. Entre estos funcionarios se encuentra Diana, mi ex novia. «Me pareció la única bonita», dijo Christian: somos hermanitos.
Un día me dice Carolina que si tengo cuentos en Armenia. No, claro que no. Una ex novia vive allá. Y el tipo del que tanto habla Diana —la misma Diana— se llama Alejandro. Y el tipo del que tanto habla Carolina, un tipo de Manizales, se llama Alejandro y es quien acaba de preguntarle si tengo cuentos en Armenia. ¿Acaso será el mismo? Por supuesto.
***
La historia de los seis grados de separación es casi un mito. Ahora dicen que si todo el mundo «se conectara» ya no serían seis sino tres grados. ¿Conectarse a qué? ¿Y cómo?
Cuando supimos que Mancuso leía el blog de Jaime Ruiz —signifique esto lo que tenga que significar—, me preguntaba si el señor ex paraco, siguiendo juiciosamente enlaces —cuando este blog tenía el honor de estar enlazado en el blog de Ruiz—, había llegado aca. Lo importante, en realidad, será que todos los caminos llevan siempre a mí. O salen de mí. ¿Acaso necesito otro punto de referencia?
«Un amigo es uno que lo sabe todo de ti y a pesar de ello te quiere.»
Taxiexpress, cuatro once once once
«De una amistad con envidia, solo permanecerá la envidia.»
José Narosky, pensador y filósofo argentino
«La amistad es más difícil y más clara que el amor. Por eso hay que salvarla como sea.» (TE) «La eternidad es para los creadores.» (JN) «El que busca a un amigo sin defectos se queda sin amigos.» (TE) «Lo que quise ayer lo tengo todo hoy… pero hoy no es ayer.» (JN) «Un amigo es una persona con la que se puede pensar en voz alta.» (TE) «Una familia dichosa siempre habita un palacio.» (JN) «Uno está enamorado cuando se da cuenta de que la otra persona es única.» (TE) «La pasión une, el amor ata.» (JN)
La foto de Víctor Mallarino fue publicada originalmente en «La cultura no se vende» y pertenece a una serie de fotos que fueron tomadas por un servidor en la ridícula marcha que defendía «la cultura». Yo personalmente creo que habría sido más divertida la otra foto que saqué del simpático actor.
La verdadera razón [por la que se propone una nueva reforma tributaria] es que el Gobierno está quebrado y si no consigue plata, la guerrilla se vuelve a tomar las carreteras. Así de sencillo.
Yo era uno de esos colombianos ingenuos que pensaba que nuestros problemas ya estaban solucionados porque ahora sí se podía viajar. Nunca había pensado que eso costaba billete… o sea, aparte del pasaje y el peaje, porque gracias al doctor Uribe yo ya no tenía que preocuparme por nada más.
Debieron saber que hoy en día la operación militar ya no es intensiva en mano de obra, como fue en el pasado. […] Hoy, la actividad militar es intensiva en tecnología y capital humano, lo cual demanda enormes recursos.
(Aquí podría señalar que cualquier cosa que diga Montenegro no debe ser tenida en cuenta puesto que el señor no usó el pluscuamperfecto en un caso en el que era necesario: «debieron haber sabido» en vez de «debieron saber».)
¡O sea que a la política de seguridad democrática le pasó lo mismo que a la Constitución de 1991! Es que cualquier marxista vulgar o tendero de pueblo sabe que si no hay plata no hay que ponerse a hablar mierda. (O si no que lo diga Chávez, que a ese man le encanta cagar por la boca.)
La pregunta es: ¿qué habría resultado más barato?
La triste respuesta es que, como están las cosas, no hay plata para hacer las dos al tiempo, que es lo que hoy se necesita. (¡Ah! ¡Ese era el slogan de Uribe! ¿No? Con una mano dando y con la otra acariciando. Pero fue hace cuatro años. En fin. La gente cambia y sobre todo habla mucha mierda aunque no haya plata.)
* * *
Hace mucho tiempo un señor Rafael Uribe Uribe dijo algo así como que había que gastarse la plata implementando un socialismo de Estado en Colombia —o como se llamara este país entonces— porque había mucha gente descontenta en las calles y pues ojalá no fueran a revoltarse mucho porque… y en esas lo cogieron a hachazos, por lo que después le hicieron un monumento en el Parque Nacional y le pusieron su nombre a una localidad en Bogotá y a un lago en Pereira.
Y, claro, un día por fin una gente se revoltó y terminó tomándose las carreteras.
Hoy puedo decir, sin riesgo de ofender a nadie —porque además yo estaría entre los primeros potenciales ofendidos— que los funerales de mi mamá fueron bastante divertidos. O mejor, para usar un término menos paradójico y sí más exacto, los funerales de mi mamá fueron bastante amenos.
Ayer en la madrugada murió una de mis tías solteronas y la gente que estaba en el velorio, en la misa y en el entierro no solo era muy poca sino que estaba completamente desinteresada. Se notaba que estaban ahí por una cierta conveniencia, por el quedar bien. Incluso yo. No había nada que decir sobre mi tía aparte de lo mal que estaba y había estado siempre, que ahora qué vamos a hacer con Fulanita, mi otra tía solterona. No más.
En cambio en el velorio de mi mamá no cabía un alma, tanto que había tensiones, conflictos de intereses y lucha de clases, como en los realities de ahora. Por ejemplo, hubo un amago de disputa entre quienes, como yo, no queríamos dejar el ataúd abierto y los que, como los alumnos de mi mamá —de escuela pública—, lo exigían como un derecho.
De vez en cuando había que recoger el vaso de agua que le habían dejado debajo del ataúd, costumbre muy pachuca que es dizque para que el alma se refresque en su viaje hacia el más allá. Frecuentemente me detenían para que les contara cómo habían sido sus últimos días o para presentarme con una amiga de no sé cuándo que me había conocido cuando yo era «así de chiquitico». Algunas personas ni siquiera me conocían. Y casi todas las amigas hablaban de sus hijas y decían que tenían mi edad. Pero no las llevaban.
En la misa hubo dos abominables —por idiotas— panegíricos que me sacaron la piedra. Uno estaba a cargo del director de la escuela y el otro lo hacía la presidenta de la Asociación de Padres de Familia. Una tía me detuvo cuando amagué con ir al frente a sacarlos a patadas por imbecilidades como «Josefina: continúa tu camino hacia el espacio sideral…» o «regresó la mirada hacia la tierra y le preguntó a Dios “¿y dónde quedarán mis seres queridos?”».
Además el cura principal —porque eran tres— era amigo de mis papás; y, claro, también me conocía desde que yo era «así de chiquitico». Además el coro era de las monjas que habían sido compañeras de mi mamá hace años. Además era mi mamá y el ataúd me pesaba tanto…
Se dijo en estas líneas y en las ajenas que los escritos de Jaime Ruiz no están bien argumentados especialmente porque tienen una mediocre lógica totalizante: cualquier premisa y conclusión que él elabore dice todos, nunca, nadie, ninguno, siempre. Por señalar eso, el «simple ciudadano» me tildó de profesor universitario —cosa que hoy es como si me llamaran por mi oximorónico nombre— con todo lo que eso implica en aquel Jaime Ruiz’s wicked twisted World.
Bueno, esto es solo para decir que esas no son necedades que diga solamente yo, que no hay nada nuevo bajo el sol y que en El Tiempo de hoy salió una columna de Eduardo Posada Carbó que dice exactamente lo mismo. Y lo que me parece lindo es que Posada Carbó es alguien que le cae muy bien a Jaime. Y le cae bien a Jaime porque no es terrorista sino un maldito fascista paramilitar, que es el otro tipo de gente que existe aparte de nosotros los terroristas en este nuestro país bipolar.
Sí, Posada Carbó dice que Caballero hace silogismos, sí, pero son mediocres y emotivos, etc. Eso es algo que todos sabemos, que Jaime sabe y que Jaime usa para demostrar que los terroristas somos bobos —o cualquier otra cosa, no estamos para precisiones aquí—. Pero, ¿alguna vez habrá pensado que esas palabras son también para él?
No importa, lo único importante es que el Chacal se ganó el Premio Jaime Ruiz por logros en el campo de la ironía. Yo sí le doy ese premio al Chacal pero definitivamente no por esa baratija que dijo de Jaime. De resto el Chacal se gana todos los almuerzos que quiera.
De Decsi, el paciente valehuevismo.
De Borja, el exitoso hablamierdismo.
De Isaac, el cómico cinismo.
De Zambrano, la suficiencia que «no es gratuita».
De Arias, la neurosis.
De Diana, el «cariño».
De Maya, no gracias; de ella, nada de nada.
A menudo la revista Proyecto Diseño hace concursos —o, más exactamente, convocatorias chocochéveres parecidas a las que ha hecho este chuzo— para replantear el diseño de objetos relativos a esa cosa nebulosa que es la identidad nacional. Sé, por ejemplo, que han hecho muestras de billetes y hace cosa de un año, mediando cierta envidia pendeja, propusieron diseñar una «marca Colombia» alternativa. El sen sei dice de esos concursos-convocatorias que no sirven para nada más que autocomplacerse porque no dan pie a críticas ni nada, solo elogios. Bueno… pildoritas.
Escribo esto pensando en que a algún diseñador tipográfico debería ocurrírsele solucionar un problema específico de este nuestro tiempo políticamente correcto. En español casi siempre, no sé desde cuándo, se ha usado la fórmula -/a o o/a en los casos en que hay que optar por una forma masculina o femenina en el género de una palabra: abogado/a, doctor/a, etc. Ahora optan por usar la arroba por tratarse de un signo que parece ser al mismo tiempo o y a: «queridos amig@s».
La verdad es que ambas formas tienen el problema sutil de que siguen privilegiando una cosa sobre la otra, o sea, siguen haciendo, al fin y al cabo, lo que tanto critican los luchadores de la igualdad de derechos y oportunidades entre sexos, géneros y otras huestes del diablo. En el primer caso, por ejemplo, se pone el masculino primero que el femenino, de tal manera que abogado/a se lee «abogado o abogada». De hecho esta es la fórmula más común en cualquier situación cuando se habla. «Pongamos entonces las damas primero.» ¿Por qué? ¡Eso también es discriminación!
El segundo caso es aún más patético y es finalmente la razón de ser de todo esto. La @ no es una simple y aséptica combinación tipográfica de a y o. No, la @ es evidentemente una a minúscula dentro de una O mayúscula, una frágil hembra gramatical contenida, consumida, por una gigantesca, voraz, hegemónica y obviamente falocéntrica vocal abierta. ¿Y dónde están cuando se les necesita para discutir esto es@s defensor@s —que obviamente se lee «defensoros y defensoras»— del lenguaje equilibrado que también califican de machista la obvia apariencia fálica de las flechas, las espadas y los misiles?
Frente a este imperio estúpido de la arroba como signo de correctez política, los diseñadores tipográficos hispanoparlantes deben proponer soluciones viables. Yo propongo una nueva letra que no tenga ningún referente anterior, un nuevo significante que equilibre los poderes, que haga más justa nuestra sociedad, que transforme desde el lenguaje las condiciones materiales y culturales de siglos y siglos de iniquidad y garantice, por ejemplo, que en nuestro Congreso haya como mínimo una tercera parte de honorablas senadoras y representantas.
El bus iba bastante lleno, como siempre van los que van a o vienen de Las Aguas. Estaba espichado contra las puertas. Al llegar a la 39 ya había podido hacerme al lado de unas sillas, las azules para ser más exactos, frente a una vieja vestida de rojo.
Antes de parar en la 19 se levantó una vieja de una de esas sillas azules; quería llegar a la puerta. Me pidió permiso y yo le dije que me sería más fácil si la señora de rojo se sentara en la silla azul que había quedado libre. La de rojo dijo que no podía sentarse ahí porque era azul y estaban reservadas para ancianos. Le dije que era cuestión de sentido común porque para mí estaba muy claro que no podía moverme a ningún lugar por más voluntad que tuviera de darle permiso a la señora.
Entonces la de rojo volvió a decir que estaba mal sentarse ahí, por lo que dije en voz alta «¿hay algún anciano o mujer embarazada que quiera sentarse en una silla azul para evitarle a esta señora un ataque de moral de cinco segundos?». Algunos se rieron. Mientras yo aprovechaba el espacio para irme hacia el lado del chofer, la mujer de rojo me dijo que yo era grosero y más adelante comentó con alguien: «¿qué tal?».
En la estación de San Victorino, después de que se abrieran las puertas, alguien gritó «¡una silla azul! ¡Una silla azul para este señor!». Y la de rojo dijo «¿si ve?». De nuevo, algunos se rieron. Pero cuando me bajé, en el Museo del Oro, la vieja de rojo seguía sentada tranquilamente en su silla azul. ¿Y el viejo?
La estupidez legalista de la gente decreta que:
En las sillas azules nunca podremos sentarnos porque son exclusivas para ancianos, embarazadas, personas con niños de brazos y discapacitados. (Sí, exclusivas y no con prioridad para estas personas.) Se sigue de esto que ningún anciano, embarazada, persona con niño de brazos o discapacitado puede sentarse en una silla roja y, lo que es más importante, por no estar escrito, nadie debería sentir que tiene el deber de cederle su silla a una persona así. Comuníquese y cúmplase.
Este post también es válido para lo del sujeto racional.
En el último comercial de Froot Loops, un monstruo verde —bastante parecido a un pulpo— entra sin avisar a la alegre casita arbórea de Sam el Tucán y se lo lleva sin motivo aparente y sin pedirle permiso para «obtener su secreto». Los pequeños tucancitos que son sus sobrinos ven desde la ventana, muy preocupados, lo que ocurre. No es claro qué es lo que le va a hacer el monstruo verde a Sam el Tucán para sacarle el secreto, pero para resolver el misterio y liberar al amazónico pájaro hay que comprar mucho Froot Loops. Al final dan premio.
Me subo al colectivo en la 11 con 90. Va a toda mierda. Sigue por la 11 y para en la 82 para recoger a una vieja. Va a toda. Cambia a la 13 por la 67. Llega por la 13 hasta la 19 y no recoge a nadie. Nos habla: «¿van para el Quiroga?». Yo digo que voy a la Luis Ángel. Me responde: «le devuelvo los 1.200 y se sube a ese otro bus que va atrás». Fue una orden, no una sugerencia.
Matilde es dueña y administradora de la Posada Colonial en Villa de Leyva. Le llegan con la razón de que hay quince personas que quieren quedarse a como dé lugar porque todo el pueblo está lleno por el Festival de las Cometas. Sin embargo, la señora se niega y lo justifica así: «me vuelven una nada el hotel».
Diana —como el 80% de las mujeres y algunos muchos que quieren ser posmodernos— debería saber que lo más importante normalmente se pone por fuera de los paréntesis:
Primer correo:
soñé con tu mamà.. lo más impresionante, la voz. No sabía que la recordaba. la tengo aun en mi cabeza.
Respuesta:
ah, sí. a veces uno recuerda la voz y no el apellido… no recuerdo recordar voces en mis sueños.
Segundo correo:
Gómez! Fue un lapsus! … Es que yo me levanté, muy a las 7am -tarde- (brinqué de la cama.. y cuando entré a mi baño y me miré al espejo, es que caí en cuenta que tu mamá no está viva . Y seguía recordando lo que me decía. Yo te había preguntado que era lo que más te había gustado de Roma (voy a ir) y fue ella quien contestó. Que impresión.
Respuesta:
Lo que más me gustó de Roma fue Corviale… aparte de toda Roma, claro. Ve a Rávena.
Tercer correo:
Que es? ( pues es que no tengo mucho tiempo. La verdad es que voy de trabajo a varias ciudades alemanas. Lo de Roma es una escapada)
Resulta que desde hace unos tres meses SoHo se volvió ejemplo de libertad de expresión y periodismo de vanguardia en Colombia. O eso quieren hacer creer con sus afiches negros pegados en importantes esquinas: «SoHo: por la libertad de expresión». Daniel Samper Ospina se quiere mostrar como la víctima ejemplar de un sistema injusto que no deja a sus ciudadanos comunes expresarse.
Por una parte, el proceso tiene el tinte del evidente atraso mental de nuestra sociedad confesional e intransigente, sociedad que aún no comprende la laicidad del Estado ni el papel de «uno más» al que hay que relegar a la institución Iglesia Católica. Pero, por otra, también habla muy bien de la forma como las cosas importan. Según el informe de la Fundación para la Libertad de Prensa, en el primer semestre de este año hubo 72 casos de violación a la libertad de prensa, incluyendo amenazas, obstrucciones, torturas, secuestros y asesinatos. (El año pasado, en el mismo periodo, hubo 48 casos.) Pero el gran caso, el que de de qué hablar, es si mandan a la cárcel a unas 15 personas por haber salido al lado de unas tetas, bien feas además.
Yo me pregunto qué va a pasar si a todos los llevan a la cárcel o los ponen a pagar un buen billete. ¿Habrá monumentos a Samper Ospina con la frente en alto, mirando al horizonte en busca de la libertad? ¿La gente saldrá a marchar a las calles con pancartas contra el desmedido y atrasado poder de la Iglesia, algo parecido a la manifestación de «la gente de la cultura» contra el TLC? Esto último es lo que quieren que suceda mañana, con buses a todos los barrios desde el hogar Semana en el parque de la 93. Más adelante, como lo tenían pensado, Samper podrá escribir la crónica de suplantación definitiva: «Tantos meses en la cárcel». La cosa es que no será suplantación.
Como nadie pudo con el otro, este es más fácil, mucho más fácil porque la respuesta salta a la vista. Es así: la primera persona que me muestre y explique una secuencia argumentativa que haya sido publicada por Jaime Ruiz en el blog País bizarro se gana un almuerzo.
Se dará especial atención a las respuestas de ciudadanos colombianos porque no tenemos el talento para encontrar obviedades que en cambio sí tienen las personas de países civilizados. De todos modos cualquiera puede ganar, incluso Jaime Ruiz, porque lo importante es que esto no se puede ganar.
De verdad: tómenselo en serio y gánense el almuerzo.
El doctor, maestro y profesor Jaime Ruiz dice lo siguiente:
En Colombia la aparición de los blogs ha permitido aflorar a personajes que no por imposibles dejan de ser divertidos, y que habrían despertado envidia en mi sufrido maestro Roberto Arlt: el Pirata Subterráneo, el Juglar del Zipa, el Delator Magnánimo, el Filósofo Crétino y el Terrorista Lambón. No nos queda otro remedio que seguir sus peripecias.
Gracias. Y claro, a quién no le gusta seguir también las peripecias de Jaime que navega y navega siempre contra la corriente, echando verbo a diestra y especialmente a siniestra, grandes palabras que van y vienen, cargadas de dramáticas imágenes pero que casi nunca dicen nada; o, más bien, siempre lo mismo pero de otra manera. Es el talento del retórico. Así que no me quedó más que responderle:
Le tengo otro personaje que provocará envidia a Arlt: Jaime Ruiz, el retórico demente. Lo encierran en un cuarto con el pirata subterráneo, el filósofo cretino, el delator magnánimo, el terrorista lambón, el paquidermo cianótico y el juzgón del sapo para que juntos cambien el mundo desde sus destacados blogs. Al final el mundo queda igual porque todos se quedan jugando backgammon, menos el retórico, que ya se había muerto de infarto masivo después de haber echado sin parar el mismo discurso 37′492.971 veces en un admirable ejercicio de activismo político.
Ah, sí, es que él dice de su persona que es «activista político». Hombre, claro, si Fucó demostró —o afirmó, no sé— que cualquier cosa era política. Y otra noticia: cualquier persona en sus cinco sentidos sabe que la blogosfera, especialmente aquí, es una pelea de borrachos (Don Tomate dixit). Así que estás muy loco, Jaime, porque todavía te la tomas tan en serio. De hecho es tan seria que un bloguero colombiano se consagra cuando escribe su primer post acerca de él. ¡Uf! ¡Eso es argumentar! Píllate la premisa y la conclusión.
Pues eso era y creo que con buena ortografía. Chao.
Adenda: Parece que Jaime no se da cuenta de que lo putiamos porque es divertido.
Adenda: Jaime Ruiz, por él mismo: «… soy un ciudadano que explica a los lectores colombianos lo que es obvio para cualquier persona de un país civilizado que se entere un poco de lo que pasa en el país». Varias preguntas: ¿a qué casta de esas de las que habla siempre pertenecerá? ¿A la de los «simples ciudadanos»? También nos cuenta que no toma leche y no tiene carro. ¿Le gustarán los perros? ¿Saldrá a caminar? ¿Pagará taxi o bus? ¿También les hará el feo a los huevos? ¿Será vegano? Otra cosa: ¿Jaime alguna vez habrá hablado con «cualquier persona de un país civilizado», sea lo que eso signifique para él? En mis visitas a lo que creo que son esos países solo he encontrado que casi cualquier persona no sabría usar tantos y tan «obvios» adjetivos como él para hablar de este o cualquier otro país que importe un carajo. Corriendo con suerte tal vez alguien pregunte por qué las pereiranas son sordas. En su momento, ignorante, no supe responder.
Cuenta la leyenda que un día hubo aquí en Colombia un man que también hacía reír a la gente con las vainas que decía sobre la sociedad. Cuenta la leyenda que el tipo apareció un miércoles de 1990 o 1991 a las ocho de la noche en la primera cadena de la televisión nacional en un programa de media hora llamado Zoociedad. Yo estaba escandalizado porque habían quitado un programa muy de mi gusto llamado Mi secreta identidad, pero pronto me desenamoré de este enlatado y me enamoré de la audaz propuesta que incluía imitar políticos, echar vainazos grandes y de frente, pasar animaciones como las de Plaza Sésamo y mostrar que las cosas habían cambiado muy poco aquí, al menos desde que Inravisión había comenzado a transmitir.
Todo eso es leyenda porque menos de diez años después, cuando al sujeto en cuestión lo mataron, nadie se acordó de Zoociedad y por lo visto no hubo grabaciones de Inravisión o de beta —las muchas que yo tenía las borre estúpidamente— que pudieran comprobar la existencia de aquel programa. En cambio se recurrió a grabaciones más recientes de un burdo programa llamado Quac en el que el mismo sujeto buscó hacer lo mismo, acaso con más éxito pero no tanta calidad. (Se agradece a la amnesia colectiva, vergonzoso rasgo de esta noble sociedad, que no hayan pasado imágenes de los horribles momentos en que, de la mano de Jaime Sánchez Cristo, se dedicó a presentar videos de gente que sufría los más estúpidos —«locos», decía el nombre el programa— accidentes.)
No hace parte de la leyenda que este individuo se alió después con un detestable cacao del periodismo nacional que lo puso a hacer chistes cocteleros en la radio y a disfrazarse de desdentado embolador en un noticiero nocturno que tenía por nombre la sigla para el principio básico de la redacción periodística, a saber, «contexto mínimo indispensable». Poco después de que el señor fuera asesinado a balazos en la madrugada del 13 de agosto de 1999, el mismo cacao mediático emprendió una ridícula y desmedida campaña de canonización del humorista muy digna de él. El resultado fue un homenaje con dos esculturas hechas con moneditas y llaves viejas que el pueblo doliente donó con pasmosa rapidez.
Hoy, pasados siete años, muchos extrañamos aún la figura de este sujeto y otros nos quieren meter por la boca a grandes cucharadas a un enano imbécil de chaqueta de cuero rojo cuya noble misión en la vida es salvarnos de una inminente invasión extraterrestre basada en drogas siquiátricas. El mártir al que dediqué los tres primeros párrafos solía proponer frecuentemente con ingenio —a pesar de que estaba cada vez más caspiado y farandulero— interesantes observaciones sobre nuestra forma de ser. A diferencia del alegre enano de la chaqueta roja, el capital de este mártir siempre iba más allá de enunciar lo evidente con histriónica y desesperante exageración o de gastar y gastar el mismo apunte durante tres años; además, nunca terminaban en mofarse de las clases socioeconómicas que estuvieran por debajo de él.
El mártir de la leyenda se llamaba Jaime Garzón.
Todo eso era para introducir una gran adquisición que hice gracias a un regalo de uno de mis cada vez más frecuentes visitantes extranjeros. (¡Es que ahora gracias al presidente Uribe sí se puede viajar en Colombia!). Estos videos, publicados desde hace rato en YouTube —y cuyo audio y comentarios escritos por mí fueron usados esta mañana por el entrañable Gustavo Gómez en su programa de Caracol— son extractos de un video más largo hecho en febrero de 1997 en la Universidad Autónoma de Cali. Garzón llegó allá a hablar de periodismo y en una exposición bastante desorganizada y errática dijo unas cuantas cosas interesantes sobre decir la verdad, o aproximarse a ella, mamando gallo y siendo cansón.
Mi mamá fue su profesora cuando estaba comenzando el bachillerato. Se refería a él como un chino problemático, irreverente pero inteligente. En realidad, la forma de hacer humor de Garzón no era extraordinaria. Básicamente era la misma de cualquier pendejo como yo o como tú, amigo lector, amiga lectriz.
Pero Garzón era capaz de llegar al punto: le dice «la verdad» al país y el país se ríe. Primero hay risa porque es chistoso por como lo dice; después, tal vez porque uno mismo es el objeto de burla. ¿Qué «verdades» necesitaba conocer el país? Las mismas de siempre. Detrás del chascarrillo había suficientes elaboraciones críticas —y aquí uso lo que esto significa en el plano académico— que no necesariamente tenían que ser de Garzón. Él terminaba convirtiéndose en un canal de divulgación.
Parece que al final dejó de hacer reír, porque lo mataron. En otro video, Garzón dice que lo estaban amenazando y esperaba, tarde o temprano, el día de su muerte, es decir, el día en que lo mataran. Siete años después sus palabras siguen vigentes. ¿Lugar común? Eso no le quita que sea cierto. De hecho eran tan ciertas que hasta eran proféticas, señal de que cuando uno comprende la estructura, la aparente lógica que se asienta debajo de todo el mierdero, ya uno puede darle más sustancia a lo que apenas comenzó como una intuición. Para la muestra, el último botón:
No hay nada más chistoso que «Álvaro Uribe es peligrosísimo».
Si alguien quiere bajar el video completo que dura hora y media puede hacerlo con Soulseek. Mi nombre de usuario es juglardelzipa y hay una carpeta en donde están lo dos archivos.
Nadie ganó el concurso y nadie ganó almuerzo: el nombre de dios es Unilever.
La joda del post sobre el rostro de dios tenía dos dimensiones. En primer lugar, demostrar que el logo de la marca se construyó a partir de un absurdo pues precisamente pretendía englobar con una cantidad de ilustraciones todas las mil y un vocaciones de la empresa que se unen para formar la gran inicial. ¿Pero qué es lo que uno ve realmente? Una U hecha con muchos punticos o formas irregulares. Es necesario acercarse y detallar para encontrarse además con ese espectáculo absurdo en el que salen pescados, sacos y tarros. Naturalmente la gente se queda con la marca de la que es dueña Unilever: Fruco, Knorr, Pantene, Ades, etc. A eso me refería con lo de advocaciones.
La segunda parte de la joda es el mismo cuento de Unilever, una empresa que compra y compra fábricas de todo lo que haya y comercializa marcas. La gente no sabe que le compra a Unilever sino que compra una marca, con todo lo que eso implica: la marca es un activo importante en cualquier empresa, pero en este caso no es la marca Unilever porque no hay nada que sea Unilever. Más allá de eso están las historias de «comportamiento corporativo» non sancto que el documental The Corporation tan bien describe.
Actualización: con su hermoso recorrido por las regiones de nuestro país, el líder demuestra que está a la altura de su precursor. ¿Cuándo se decidirá por fin a escribir el nuevo himno nacional de nuestra refundada república? Por ejemplo, mira cómo ensalza a Bogotá… y eso que la odia. En todo caso tendría un buen M. A. Caro en Jaime Ruiz.
Los científicos aún se preguntan por la religión que practicaron quienes usaron todos los objetos marcados por la señal —exageradamente sofisticada y, con seguridad, difícil de reproducir cuando el objeto era pequeño— que presentan casi todos los vestigios, siempre tan perfectamente conservados, de los siglos XX y XXI. Algunas hipótesis afirman que existía un único dios. Pero conocer su nombre habría sido solo derecho de uno pocos, por lo que la gente habría tenido la costumbre de referirse a él por medio de las más diversas advocaciones. Por la misma razón se cree también que no habrían podido reconocer al mismo dios en dos de sus advocaciones. El símbolo, de claro carácter figurativo y retórico, era un homenaje al absoluto poder que se le reconocía sobre varios objetos de la naturaleza y aspectos de la cultura humana. La efigie englobaba los conceptos que a continuación se reproducen:
1
2
3
4
5
A
B
C
D
E
Filosofía y ética
A1 puede reconocerse como símbolo del eterno retorno. Nótese la coherencia que ofrece A2, probablemente una representación del polvo del que se dice que viene la humanidad y adonde va a parar después de morir. Estas personas sin duda creyeron en la pervivencia de la esencia humana aunque tal vez no por medio del alma sino mediante conservantes (ver lo relativo a la cotidianidad, más adelante).
Elementos de la naturaleza y fenómenos naturales
A3 evidentemente representa la luz; en definitiva, ninguna religión escapa de reconocer un papel importante al sol, incluso cuando lo convierten en metáfora (e.g.:«el sol de la verdad» de Santo Tomás). A4 es el viento, el aire, mientras A5 es el agua. B1 es una representación muy sofisticada de la nieve, si bien puede ser simplemente una aún más sofisticada estrella, lo que explicaría que B2 es sin duda un evento estelar del tipo super nova o el choque de un cometa en la superficie de algún cuerpo celeste.
La vida
B3 es una elegantísima representación de lo que el eminente científico Jeremy Narby ha dado a conocer como serpiente cósmica, una representación primitiva del ácido desoxirribonucleico, fundamento de la vida. Como explica Narby, solo consumiendo sustancias alucinógenas puede llegarse a vislumbrar la estructura de doble hélice de la molécula, lo que nos daría mucho para hablar de la forma como los participantes de esta religión tenían contacto con el mundo que los rodeaba.
De B4 a C3 tenemos representaciones del reino vegetal: B4 es una flor; B5, una planta genérica; C1, una palmera que representa un árbol; C2, una zanahoria que representa las verduras. C3 es una suerte de hoja de parra pero también ha sido interpretada como un clavo de olor.
Es de extrañar que se haya dado más importancia a las representaciones del reino vegetal (q.v.) que al animal: comúnmente los animales son más tenidos en cuenta como representación de los valores humanos por lo que terminan siendo materializados como tótems. C4 representa a los insectos por medio de una abeja, acaso como signo de laboriosidad. C5 es un pez genérico. La presencia del pez ha puesto sobre el tapete la discusión sobre si existió o no algún tipo de asimilación del cristianismo. Puesto que este animal dejó de ser símbolo de la otrora religión hegemónica desde que se estableció, quienes afirman una cosa semejante solo pueden ser calificados como imbéciles. De la misma manera, algunos han querido ver en D1 a una paloma, símbolo de la paz.
El ser humano
Tal vez lo símbolos más difíciles de interpretar sean los relativos a la humanidad. A lo largo de la historia, las partes del cuerpo humano han dejado de representar exclusivamente su función orgánica para relacionarse con valores y propósitos conferidos a la especie. Así, D2, el corazón, es símbolo de vitalidad, alma, emociones —siendo el amor la más común— e incluso enfermedad. D3, la mano, es el espíritu industrial y transformador, el arte, la cultura, el fuego de Prometeo, «lo cocido por oposición a lo crudo», como afirmaba un popular articulista. La boca de D4 es una representación del lenguaje y su doble articulación.
Un segundo grupo de objetos también habla del ser humano desde el punto de vista de la cotidianidad y nos acerca más a la forma como vivían estas personas. D5, E1 y E2 representan actividades básicas de supervivencia como comer y beber. E3, imagen bastante abstracta, ha sido relacionada con rollos de canela o con cerveza argentina de mala calidad. Tal vez convendría ubicarla junto a los símbolos de los fenómenos celestes, como una representación de la vía láctea. E4 fue relacionada durante mucho tiempo con la lengua, como D4, pero después se encontró que era la representación del vestido, particularmente de un saco. Por último E5 nos hace saber que quienes participaban en esta religión creían firmemente que todo podía meterse en frascos.
Quien sepa decir el nombre de dios o alguna de sus advocaciones se gana un almuerzo donde quiera. (No es válido para quienes hayan estado conmigo el viernes en la noche y el sábado en la madrugada.)
El lector y la lectora se enfrentan al escrito solo con sus ojos, prescinden de las cuerdas vocales y del oído. Los hábitos de oralizar o subvocalizar … se consideran manías perniciosas para la lectura; son rémoras que impiden el desarrollo global de la velocidad y la comprensión lectoras.
Sin agregar que lo de Montoya es una mierda porque es evidentemente un retroceso y se les dañó el video a los de Proexport —falta que se extingan definitivamente las countless beautiful women and orchids—, el tipo tiene el descaro de decir que hasta mejor irse a la NASCAR porque al fin y al cabo la F1 no es nada en America y en cambio NASCAR sí lo pasan por ESPN.
Lo más triste es que precisamente por eso termina teniendo razón. O si no que lo el sistema métrico decimal, el mundial y hasta el apostólico y romano catolicismo, aunque estos últimos también hayan hecho —o hagan— parte de America.
Hablando de chauvinismo, me llamaron para decirme que en no sé qué periódico de Orlando hecho por la gente de bien que integra la comunidad colombiana en America estaban interesados en publicar un artículo bastante burlón que había hecho en mi último trabajo llamado «Chauvinismo estadístico», pero cambiándole el nombre y quitando los récords feos como ser uno de los primeros país en desplazamiento y el de mayor tasa de homicidios. Otros datos para que los tenga en cuenta Proexport.
Mi papá por fin decidió abrirse de la Nacho después de veinte años a su servicio, los últimos cuatro gratis. No sabemos con certeza qué se va a poner a hacer. Habla de estudiar y escribir sobre el problema del alma y el espíritu. Mi idea de que escriba sus memorias no le suena, pero habrá que sacárselas, cosa que a él no le disgusta hacer con frecuencia. Ayer cumplió 78 años. ¿Ya va siendo hora, Noelander*?
El otro desempleado de la semana soy yo. Había una amena reunión «de empalme» a la que fui convocado con un correo bastante hipócrita que hablaba de almas espichadas, lágrimas y vainas por el estilo; incluso alguna persona, que antes le había escrito un correo a otra preguntando quién diablos era «el tal Miguel Olaya», se unió a las plañideras con nombre propio y todo. Claro, como me fui porque quería. De hecho nadie me lo anunció oficialmente: me lo contaron como un chisme confirmado. Yo la pasaba bien en el trabajo precisamente hasta que se pusieron con secreticos y pendejadas que redundaron en decisiones imbéciles y recortes por los que yo y mis jefas terminamos tomando por culo. A la larga me iba a aburrir, como siempre.
Hoy se lanzó la política contra la discriminación de Bogotá en Teatrón —el gran rumbiadero de origen gay de Chapinero—, algo muy bueno para Bogotá y para Colombia. Lástima que muchos lo hayan entendido mal, como el asunto del mal llamado «matrimonio homosexual». En este caso, hay quienes creen que lo que comienza hoy es algo sí como convertir a Chapinero en un gueto, como que de ahora en adelante quien sea LGBT solo podrá vivir en Chapinero y que, por extensión, quienes vivimos en la localidad seremos LGBT. Pero no es así. Dentro de la iniciativa, lo que involucra a Chapinero es la creación de un centro de atención.
Hoy comienza un reconocimiento de lo que desde hace un buen rato ya sucede en una zona que yo y muchos más consideramos el segundo centro de Bogotá; o su extensión. Con seguridad Chapinero es el escenario de este movimiento precisamente por eso: finca raíz barata, amplia, abundante, en su mayoría para solteros, céntrica y con gran potencialidad comercial. Antes, muchísimo antes, esto había sucedido en la Macarena, en una franja de la calle 26 que era llamada «de la vergüenza» y fue preludio de su posterior engomelamiento. Lo mismo le está pasando a Chapinero y por eso está tan bacano y tan de moda.
En fin, varias razones para celebrar en este día alegre:
Por fin hoy presenciamos la razón por la que había que ver este mundial. No solo porque por fin participa la República Checa sino porque Peluffo dice que está jugando Checueslovaquia.
—¿Pensando en sus tristezas? —me preguntó. —¿Usted cree que estoy triste?
Carrera 14 con calle 85
Me dijo que se había venido a pie desde Villavicencio porque lo habían sacado los paras de la finca donde trabajaba. Se demoró tres días caminando y trepándose en los camiones. Ahora va a Bucaramanga, de donde es, con el mismo sistema.
«Como resultado de esta reestructuración vamos a tener que prescindir de un periodista y quien menos satisface el perfil de la nueva línea editorial eres tú por lo que no te vamos a renovar el contrato.»
Lo importante es que se sumó: ahora si en Colombia matan 2.300 o dos millones y pico de simpatizantes o militantes de un partido de izquierda entonces sí lo van a llamar magnicidio.
El equipo de juglar del zipa felicita a los encuestadores por resultados tan iguales a los conteos. El equipo de juglar del zipa felicita a la Registraduría Nacional de Colombia por su sorprendente eficiencia y rapidez y se disculpa con su público si el link no funciona.
Y solo una pregunta: ¿en 2010 quién será el sucesor de Uribe? ¿Otra vez él? Sí, excelente opción.
Y a todos les recomiendo una película. No es buena, es verdad, entretiene, sí, tal vez por eso la gente se reía, se emocionaba y se divertía tanto en el cine y salía diciendo que tan filosófica la película, que tan difícil de entender. En fin, se llama V de Venganza pero yo la llamo Apocalipsis ahora. (Click aquí para saber qué es realmente apocalipsis.)
El domingo hubo un panel en Caracol con los candidatos y Uribe no salió porque, según palabras de Fabio Echeverry, no había prometido nada. ¡Ja! Primera vez que no premete algo.
Ahora resulta que no, que la culpa fue de él, que qué pena, que esta noche sí responderé al aire sus interesantes y pertinentes preguntas, señores periodistas, aunque ya haya pasado el cierre de campaña. Claro, es que estaba evitando esas molestas confrontaciones con los otros candidatos, esas que ni siquiera ha tenido aún, esas en las que lo único que hacen es putiarlo, citico.
¿Y qué va a pasar? Obviamente va a salir el enano maravilla por televisión a hacer campaña cuando no debe, a dejar de responder preguntas, a irse por las curvas, a echar unas cuantas pullas sin decir para quién van porque los espectadores somos muy inteligentes. Nunca es tarde para arrepentirse, que dios es misericordioso. ¡Adelante, enano!
Estaba hace un rato en la Plaza de Bolívar para ver el cierre de campaña del candidato oficial de este chuzo, tomar unas foticos para que los medios serios tuvieran qué plagiar y, claro, disfrutar con la «buena» música de Dr. Krápula y Aterciopelados, colofón que se merece esta magnífica campaña. Justo antes de entrar alguien metió su mano a uno de los bolsillos de mi pantalón socialbacano otavaleño y me robó el celular.
Las arraigadas contradicciones de la sociedad colombiana, que favorecen un sistema injusto, han obligado a más de uno a robar para subsistir. Espero que el celular les dé de comer a al menos unas cien familias.
Además:
Claro, la campaña de Gaviria y todo eso es un complot mediático. Cómo se nos había podido pasar. Por fortuna nuestro vicepresidente sabe decir las cosas de frente y evita los anzuelos que los malvados periodistas le quieren hacer morder.
Interesante la columna del quemado Álvaro Forero en semana.com. Hay una gran diferencia entre Semana impresa y semana.com: mientras la primera responde 100% al plan de relaciones públicas de Felipe López y Alejandro Santos, la segunda está en manos de una periodista bastante seria como es Juanita León, quien por fin ha logrado sacar a la edición de internet del letargo de reproducir lo que estaba impreso y aprovechar el infinito espacio que permite el html y derivados. Cosas como el comentario de un lector de nombre Mefisto que nos dice que Francisco Santos concedió una entrevista sobre legalizar la droga en algún ameno coffeeshop de la hermosa ciudad de Ámsterdam, capital de la República de Holanda. Como todos bien sabemos, en la República de Holanda en los cofeeshops la última vez que se consumió café fue cuando de verdad eran república.
—Tengo frío.
—Sí. Vea: los fantasmas vienen y lo visitan pero usted se acostumbra a no saber que están ahí, ni siquiera si quiere que existan. Siempre le dicen que alguien lo está cuidando o viendo y eso. Y pues es verdad. Vea: no más póngales cuidado, invítelos a hablar y ellos vienen, incluso con más miedo que el que pueda estar sintiendo usted. Y con el tiempo también se vuelve fantasma, si no es que siempre lo ha sido.
—Ah, sí. Como en Los otros.
—Eso. O sea, los fantasmas no existen.
Es decepcionante que de principio a fin la campaña de Carlos Gaviria haya sido de pésima calidad a pesar de que con toda —todísima— seguridad más de un publicista, diseñador, realizador, fotógrafo o lo que sea de este medio de la imagen haya ofrecido su trabajo, sus ideas, gratis a favor de una campaña impactante, reveladora y diferente, como se esperaba de alguien que ha hablado de mostrar un país real. Pero no.
Al comienzo, antes de la consulta, vimos unas propagandas aún más patéticas que la de Dolorán, productos que así no más habrían podido hacerse en Power Point, con una lúgubre narración, recortes de prensa que volaban y, como toque final, la fotico de Gaviria sonriente moviéndose como un balín en arequipe de un lado a otro de la pantalla. Y claro, eran tiempos de la consulta y había que ir barato. Todo bien.
Pero después salen con las cuñas de radio en las que nos dicen que hay que votar por Gaviria porque «con es barba y ese pelo blanco se nota que es un bacán», porque «un columnista de El Tiempo» dice que Gaviria va a ser «el gallo tapao de las elecciones» o porque a alguien le dio por hacer la coquetísima afirmación de que Patricia Lara es «la Bachelet colombiana». Qué vergüenza daba oír esas babosadas, pensar que con eso estaban hablando de algo en lo que uno creía.
La tapa fue la campaña del «yo no pedí». Comenzó bien, creo, impactante y dramática, pero quejumbrosa y jarta, como poco a poco se ha vuelto el discurso de Gaviria, muy a mi pesar. Las afirmaciones que se sucedían con una cortinilla que se desvanecía me hicieron pensar que algo mejor estaba por venir. Pero no.
Parece que para el broche de oro de esta campaña apelaron al mismo locutor —estoy convencido— de las cuñas de desprestigio de la guerrilla, esas en que un man que con voz de gomelo relajado y bacán dice «venga, hermana, páseme a mis viejos». La hermana le dice que los mataron en una toma y el gomelo guerrillero dice «¡a mis viejos nooooo! ¡Mis viejos nooooo!». (También estoy seguro de que es el mismo man de una cuña de alarmas en los que el parlamento era «¿se robaron los papeles, los computadores? ¿Se robaron todo? ¡Noooo!») Esta vez el señor locutor dice «¡Huy no!» y ya.
Después lo clásico: sale Gaviria diciendo una vaina incomprensible en la primera oída, que en el fondo resulta siendo una denuncia de la falta de redistribución y que tiene de colofón el eslogan más pendejo —y al mismo tiempo incomprensible— que haya podido oír: «somos mucho más que dos». Carlos Gaviria ha dicho que necesita a Borges, que se reinventa cada vez que lee a Borges, pero no, hay que usar una frase del poeta que ha marcado mil y un generaciones de enamorados, de adolescentes corazones, Mario Benedetti. «Somos mucho más que dos». ¿O sea? Pero ojo, porque ahora viene el corifeo de voces comerciales y lo canta: «¡Somos mucho más que doooooooooos!»
Nada va a ser tan patético como la campaña del partido «del gorro» —para Mockus el algo que me ponga en la cabeza se convierte inmediatamente en gorro—, pero esta de Gaviria, como digo, es decepcionante. Y mucho más si se sabe que la innovación gráfica, el impacto visual y formal lo está logrando el gran líder —o su campaña— apelando a una variedad increíble de carteles, colores y un eslogan culo pero certero que no hace falta traer a colación. Incluso los videos libretiados en los que una desplazada dice que está en la inmunda pero le agradece al gran líder «todo lo que han hecho por ellos» hacen pensar que le metieron más enjundia —y no necesariamente plata— al asunto.
Al sitio de internet más genial de los últimos tiempos lo cogieron entre ojos el par de idiotas de Casale y Morroco que para joder la vida han decidido usar su tan bien ganada hora de radio para «denunciar» la obra tan «destructiva» del Bestiario del balón. Tan idiotas son que hasta les echan la culpa de que Colombia haya dejado de clasificar a los últimos dos mundiales. Pero todo bien porque ya descubrieron que el dueño del sitio es el cara’e media pecueca arribista y trepador del Tulio Triviño, remedo de pseudo-periodista. Sigan así y verán que un día la blogosfera sí va a ser un medio serio, legítimo, independiente y con capacidad trasformadora.
En estos tiempos en que el Espíritu Santo anda por todas partes, en que la gente es auténtica o sencillamente la creatividad de los grandes medios está constantemente a prueba, resulta que navegando por el blog de Felipe Zuleta —columnista de El Espectador, que tiene vínculo en esta página— me encontré con esta original idea. En resumen, el man publicó unos letreros hechos con las letras del partido de la U —conocido en este blog como partido panafricano— con palabras insultantes y jartas para el régimen del gran líder. ¡Buenísima idea! ¡Bien hecho Felipe! ¿Qué vas a hacer después? ¿Mandarlos imprimir, ponerlos en la calle y dárselos a la gente? En Carteles Olympia de la carrera cuarta, en el centro, ya tienen las planchas hechas y te sale más barato.
Por cierto, la idea original no es ni siquiera mía sino del General Belgrano y la inmensa mayoría de las ideas de las palabras son de algunos de ustedes, lectores de esta página; ah, sí, Felipe también «plagió» la idea de que los lectores participaran. ¿Se las va a robar después también? ¿El man sabe usar Corel? ¿Sabe qué es Corel? En fin, gracias a Julián por la sapeada.
Adenda: Finalmente puso el crédito el sábado por la mañana.
Hace poco hicieron un programa especial en Radio City, de CityTV, sobre esa cosa tan interesante y novedosa que es el fenómeno de los blogs. Aparecieron el laureado Gatocpardo y Juan Carlos Flórez, uno de esos opinadores a los que El Tiempo, generosamente, les regaló un blog en sus páginas. Dijeron todos los clichés del caso, que la reportería ciudadana, que ojalá todo el territorio nacional tuviera internet inalámbrico para que en menos de un segundo el bloguero-ciudadano de a pie trasmitiera al mundo su visión de la realidad permitiendo perspectivas de un mismo hecho, etc.
Ese mismo periódico tan amigo de la verdad, de la ética del periodismo y que aparentemente tanto promueve —y hasta quiere imponer— el súper periodismo independiente de los blogueros, se robó una foto de un blog para ilustrar un artículo propio. Una cosa es que la publique sin más, otra que la publique y diga de dónde la sacó. Pero no: El Tiempo se la robó: en el pie de foto dice que tiene copyright.
¿Se habrán puesto en contacto con el autor de la foto, con el ciudadano de a pie que «armado con su cámara digital» —lugar común de Guillermo Franco y el resto de los trendies blogueros de El Tiempo— captó el momento en que Uribe era rodeado por estudiantes de la Javeriana que lo madreaban? ¿Le habrán pagado un buen billete porque gracias a tan valiente acción del bloguero independiente pudieron ilustrar su articulito zalamero? Sé, por fuente directa, que no fue así. Pero imagino que no podrán revirar, teniendo en cuenta que además es un blog anónimo.
P.D. En el mismo programa de CityTV, el señor Flórez hablaba de un proyecto que se iba a llamar Blogotá. ¿Robo? Lo dudo, a pesar de mi estimado Sentido Común. Más bien otro episodio, este sí real, de cuando los pajaritos vuelan de rama en rama.
Adenda 1: Ya pusieron «archivo particular», pero sigue el copyright.
Adenda 2: Sigue el copyright pero pusieron por fin la dirección del blog. Obviamente quedo «Deja tu huella.blogspot.com». Curioso porque es la gente de los «nuevos medios», que deberían saber que así no son las direcciones.
Este es el tipo de correos electrónicos que llegan cuando uno está en la lista de la Oficina de Prensa del Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia:
De: PRENSA [mailto:prensa@minrelext.gov.co]
Enviado el: lunes, 08 de mayo de 2006 15:31
Para: ACCION SOCIAL
Asunto: MRE. Informe de Prensa sobre Vuelta Ciclística El Salvador
Apreciados colegas:
Por considerar de interés público el triunfo obtenido por el colombiano Gregorio Ladino, del equipo Colombia es Pasión, quien obtuvo el título de campeón de la XXV Vuelta Ciclista Masculina a El Salvador, nos permitimos reenviar la noticia publicada por el diario La Prensa de ese país.
Ni Jaime Ruiz habría podido definir mejor el miedo del antaño ochenta —hoy setenta— por ciento del país como lo hizo hoy nuestro gran líder. Tan calculadas frases en boca de tan importante personaje deberían servirle a más de uno para abrir los ojos, para salir de la caverna, para trepar el árbol más alto de la selva y darse cuenta de que sencillamente este man está hablando mucha mierda con su patadas de ahogado. Pero ya lo dice sabiamente el chiste, que colombiano que sea buena gente e inteligente no puede ser uribista. Y abrir los ojos, salir de cavernas y trepar árboles son todos actos sumamente inteligentes.
En cambio lo que no polariza es amenazar con que la disensión es polarización. O callar a la gente que estorba el agradable arrullo de los aplausos subiendo un poquito la voz. O pegándole un balazo. Sin olvidar que hay que dejar de preguntar el nombre porque tal vez crean que podría terminar muerto, cuando basta con averiguar decentemente quién le ha llenado el cerebro de mierda para fulminarlo.
Desde el martes, Ben se queda en el apartamento. Tiene sesenta años, es de Brooklyn y quiere quedarse a vivir aquí. Dice lo siguiente:
No entiende por qué no hay lavanderías de moneditas o en los bajos de los edificios. Es más: no entiende cómo se puede vivir en un lugar así. Se divirtió, se lo concedo, al conocer el servicio de lavadora que llevan a la casa en moto.
No entiende por qué no hay calefacción en las casas.
No entiende por qué la gente no compra libros en inglés ni de segunda.
No entiende por qué los carros aceleran cuando uno va a pasar la calle y lo mismo se pregunta de la gente en los andenes.
No entiende por qué la gente anda sin sombrilla y sin botas pantaneras si llueve tanto.
Le sorprende que vendan bagels. Le pareció que eso hacía de Bogotá un lugar «civilizado».
Afirma que Bogotá es como Nueva York en los sesenta. Le dije que eso a muchos, incluyéndome, les parecería un elogio. Él respondió que claro, porque ahora Nueva York es muy feo. También dijo que Bogotá, por el clima, se parecía a Seattle y me preguntó si sabía dónde quedaba.
Me estoy aburriendo de pasar el rato con un niño de seis años que, a pesar de haber estado en Puerto Rico, Fiji, Brasil y Venezuela y haber leído a, por ejemplo, Chomsky, se hace estas preguntas de esta manera.
Por cierto, leí al tal Burroughs y creo que me habría aburrido también —más— con alguien así. ¡Ah! ¡La tolerancia!
Desde que vivo solo —cosa de un mes— uso diariamente Transmilenio. Antes sencillamente no me servía o las busetas resultaban más eficientes. Ahora vivo al lado de dos estaciones y llego en quince minutos a un lugar donde puedo caminar tranquilamente, entre arbolitos y funerarias, hasta el trabajo. En resumen, el nuevo sistema infográfico del «orgullo capital» me afecta ahora directamente.
El primer defecto de este sistema es ser nuevo. Es claro que eso no es realmente un defecto, pero es de las primeras cosas que así señalan. Resulta común que la gente diga que los encargados hacen los cambios por joder, caprichosamente —«qué bonito con colores y letras»—, sin motivo o, lo que es más absurdo, con incontenibles ganas de perjudicar a los usuarios. Pero el sistema que hasta ahora se usaba un día iba a dejar de servir porque, tal como estaba concebido, no iba a aguantar toda la información que venía y mucho menos la que está por venir. Ese es el problema que había que solucionar: información. Ahora bien, el cambio de un paradigma a otro es traumático, pero no es sinónimo de que el nuevo sea malo, solo que los que lo pensaron en un principio eran malos diseñadores o no lograron abarcar la totalidad del problema.
Usar este sistema es más sencillo. Uno está en una zona —lo de que tenga letras, colores o animales es solo una forma de identificar la zona y no algo para que se vea más bonito y confundir a la gente— y va a otra. En ese sentido no hay mayor diferencia con el método de antes. Yo estoy en la zona A, por ejemplo, pero quiero ir, como hice hoy, a la zona J, a la Avenida Jiménez, que ahora, por cambios de paradigma, hay que llamar «Eje ambiental».
Ahora en cada estación los módulos sirven para saber a cuál de las diferentes zonas del sistema van los buses que ahí puedo coger, es decir, proporcionan la mitad de la información que se necesita. Como sé que voy a la zona J, busco el módulo donde está la J: a diferencia del sistema anterior, sé a dónde voy con ver una letra o identificar un color y no hay un enigmático «Calle 80 – Usme».
Como la zona J queda necesariamente al sur de donde estoy y entre por el norte, cojo el bus del lado derecho. De esto también se sigue que el módulo de la estación donde me baje corresponderá necesariamente a la J. Allí sé por los avisos que pasan dos buses que me sirven para llegar a la zona J. ¿Por qué? Porque tienen la letra J y el color rosado. Cuando llega el bus hay, en efecto, una J. Inevitablemente voy a llegar a la zona J, a donde quería ir desde un principio. Si me paso de estación, como solía suceder antes, podré tomar un bus de regreso.
Claro, la zona J solo tiene dos estaciones. Pero digamos que me sucede lo mismo en la zona de Suba, donde hay 14 estaciones. Pues es igual y, como antes, puedo regresar a la estación que necesitaba cogiendo un bus en alguna de las dos únicas direcciones que hay dentro de la zona, porque esta apenas tiene una dimensión y dos sentidos, como siempre ha sido y que tenga colores y letras no le quita ni le pone. Estando allí, lo más inteligente es coger un bus con un número entre el 1 y el 9, sencillamente porque son los corrientes que paran en todo lado.
Hasta aquí el sistema fácil, que implicó tomar dos referentes generales —la zona A y la zona J— entre los que me desplazo. Una vez en uno de esos lugares, escojo una nueva ruta para llegar al punto particular. Es un ejercicio básico de programación.
El sistema avanzado implica tomar una decisión más exacta desde el comienzo del trayecto y aquí es donde entra a jugar la sábana de información que entregan —o no entregan— en las estaciones pero que se puede bajar en un horrible pdf en la página de Transmilenio. Hay un índice de 27 rutas que cubren prácticamente todas las posibilidades del sistema en este momento y sugieren lo mismo que en el sistema fácil, en el sistema viejo y en cualquier sistema que implique desplazamiento: ir de un punto al otro.
Si voy de una estación que queda en la Autopista a otra que queda en la zona del Tunal las únicas rutas que sirven están en los numerales 3 y 24. El 3 sirve para días normales mientras que el 24 es para domingos y festivos. Hoy era festivo así que tendría que buscar solo en el numeral 24, que contiene solamente la ruta 93, que tiene paradas en tales y cuales estaciones. Que me sirvan o no es otro problema, pero eso es algo que también sucedía en el sistema anterior.
En fin, esto es muchísimo más fácil de consultar que el mapa anterior en el que una avalancha de números muy pegaditos entre sí tenían que ser descartados uno por uno, con grandes posibilidades de embarrarla y perderme. Finalmente, como en el caso de cualquier persona, la gente hará un proceso mecánico en el que cogerá el bus número tal en tal módulo y, tras bajarse en tal módulo, irá a tal otro para hacer un trasbordo.
El segundo defecto no es del sistema sino de los encargados de hacerlo conocer. En el mes que llevo usando Transmilenio no vi nunca un aviso, una advertencia o impactante campaña de expectativa. Por eso se presencian espectáculos como la gente gritándoles desesperados a los guías, a los de las taquillas y a los chúcaros; por eso hoy vi gente llamando como loca por celular para decir que andaba perdida.
Por ahora, ante la evidente —y también legendaria— ineptitud de los guías de Transmilenio, el gran riesgo de este sistema es que no es intuitivo, lo que podría tomarse como sinónimo de que no es fácil. Pero no es así. Lo que hace difícil al sistema —o más exactamente lo que lo complica— es el asunto de los expresos, porque implica tener que detallar más y más información. Pero esa información es prescindible, como ya vimos, pues los expresos precisamente están diseñados para que la gente los haga parte de su rutina. O eso pienso yo.
La solución fácil y rápida sería instalar unos calculadores de rutas en las estaciones. Claro, como los que hay en Alemania, por ejemplo, donde, por cierto, es muy fácil perderse en su complicado sistema de transportes que no es de nivel local, ni regional sino estatal.
* * * * *
Transmilenio es un sistema mal hecho. Primero, es pretencioso —y en consecuencia estúpido— como buen hijo de Peñalosa: las puerticas de vidrio que hacen pfssss combinadas con el metal barato son el mejor ejemplo. Segundo, es un pésimo negocio del Distrito hecho con plata de nosotros los ciudadanos a favor de los mismos dueños de buses que una vez acabaron con su mafia el tranvía y que joden y joden para que el absurdo sistema de la guerra del centavo continúe. No olvidemos, además, lo de las lozas.
Pero aparte de eso, el sistema funciona porque es, como decía, el mismo problema de siempre: ir del punto A al B. Desde que comenzó, el mejor análisis de todo el problema se encontraba en una página que desapareció y hablaba de lo bueno (Transmilenio), lo malo (Transmilento) y lo feo (Transilvenio). Paz en su tumba. Uno de los problemas en el sistema que señalaba esta página —aparte de los enunciados—era la forma como la gente se comporta y es que ahí sí que hizo falta que le echaran más Mockus a la vaina. ¿A quién no le emputa que al bajarse de uno de esos buses los que están esperando lo empujen y hagan el menor campo posible?
También han hablado:
La ex colega, con su optimismo que hasta yo envidio, ya estaba comparando el sistema con los números y las letras de los ejecutivos.
A Víctor Buitrago le pareció que la situación fue caótica y habla del problema de los ciudadanos.
Este tipo le echa la culpa a Lucho… ah no. Pero no le gustó tampoco.
Este otro los putea porque le organizaron mal un expreso. Mucho ojo con eso.
Le mataron una hermana —o la hermana— a (César) Gaviria. Sale Uribe en pleno lanzamiento de campaña diciendo que va a dar mucho billete, que no compren el Balotto, que es solo entregar el marranito y él entrega la platica. Se nos llama a los colombianos a sentirnos indignados por este «acto de cobardía» y en la página de El Tiempo hacen gran despliegue con foto, cinco notas y un sondeo.
Podría arriesgarme a que me tilden de una cosa u otra, pero me importa un culo que hayan matado a la hermana de (César) Gaviria de la misma manera que me importa un culo que hayan matado al ex alcalde de Aguachica Cesar, al gerente de Telecom en Arauca o que se haya matado alguien por un alud —los otros muertos que decoran la página de El Tiempo—. En ese sentido soy igual de colombiano que todos y me importan un culo los demás.
Pero no me deja de importar un culo que a la muerte de esta mujer, por ser hermana de un ex presidente —que por puro prejuicio o pura verdad es sinónimo de tener muchísimo billete, como el de la recompensa—, le hagan tanto despliegue tanto en prensa y radio como en declaraciones del presidentico. Eso sí es estúpido, es absurdo, es vergonzoso e indignante.
La palabra cucarrón* no está en el Diccionario de Academia. Casi que tampoco en Google (717 resultados, 17 imágenes). Entonces no existe. Solo existe en el underground del lenguaje cotidiano, porque ya ni siquiera parecen existir en el underground de los jardines —en realidad cualquier lugar donde hubiera pasto— de esta ciudad, que se llenaban de huecos en marzo hasta que en abril se presenciaba «el milagro de la vida» y miles de estos bichos con nombre inexistente volaban o se arrastraban por ahí y provocaban por igual asco y fascinación.
El fenómeno era tan puntual que una vez, hace ocho años ya, lo usé para describir cómo el patio del colegio en alguna fecha indeterminada, pero siempre en la misma época, se llenaba de niños con bolas de piquis**. Con la misma precisión etérea se iban un día los niños y las bolitas. Y de la misma manera se iban los cucarrones, que al perecer no volvieron.
*Cucarrón es como se les dice a los escarabajos aquí.
**Bola de piquis es como se le dice a una canica aquí.
La verdad no vi ni oí el noticiero. Apenas alcancé a ver que estaban transmitiendo en directo tan importante acontecimiento. En fin, ¿ya dijeron que con esta aparición pop-lítica está más que parecido a Bono? Igual no sé quién saldría más insultado si algo así dijeran.
Por cierto, Bruselas es una ciudad muy bonita que se me pareció mucho a Bogotá.
Hace ya como un mes terminé de leer la Trilogía de Nueva York de Paul Auster y la versión gráfica de La ciudad de cristal, la primera novela de la tripleta. Lo único que puedo decir es que uno es el centro del mundo, uno es la medida de todas las cosas y todas las cosas pasan y todas las personas existen para afectarlo a uno. Uno solito y nadie más: todos los círculos comienzan y se cierran en uno. Este es el único consuelo que nos queda al enfrentarnos ante esta mierda de verdad, que está en Habitación cerrada:
La vida no es más que la suma de hechos contingentes, una crónica de intersecciones casuales, de azares, de sucesos fortuitos que no develan nada más que su propia falta de propósito.
La misma sensación tuve anoche cuando vi Oldboy, película que por alguna estúpida razón —la misma de siempre— tradujeron como Cinco días para vengarse. Claro, con ese título en español queda solo lo que dice el tipo que critica películas en las ex Lecturas dominicales. Que Chaan-wok Park —Park es como el Pérez de Corea, al parecer— es el Tarantino coreano, que la violencia sin sentido, que la escandalosa sangre y los dientes escupidos.
Pues esas peleas «sin sentido» son una proeza cinematográfica. «Pero es que no tienen la belleza de las peleas entre bambúes de El tigre y el dragón». Pues por eso mismo. Hay una secuencia de más de cinco minutos en que pasa de todo: sangre, sudor, cansancio, miedo. Una coreografía sin pasos de baile, auténticos pasos de la vida diaria.
Volvamos al título. O mejor no. Mejor verla y saber por qué la película no es sobre la venganza sino sobre cómo uno es realmente lo único que existe en este mundo. Y que el diámetro del círculo es muy pequeño.
Cada dos años sale algún nuevo libro investigativo, novela o supuesto documento del que dicen que «estremecerá los cimientos de la Iglesia Católica». Por años jodieron con los rollos de Qumrán, después desempolvaron lo de los cátaros como descendientes de Jesús, finalmente el remedo baratísimo de Péndulo de Foucault que es El código Da Vinci.
Ahora viene el episodio de Judas y su reconciliación con la tradición al elevarlo a la categoría de tonto útil. Pero el verdadero «escándalo» tiene que ver con otros documentos que, por supuesto, estaban «mantenidos en secreto por el Vaticano» y en los que el propio Judas —aunque como con cien años más— dice que fue eso mismo: un tonto útil.
Evangelios apócrifos ha habido cantidades y sigue habiendo sencillamente porque, a pesar de todo, los dogmas serán siempre objeto de la libre interpretación de los seres humanos. Por eso mismo los dogmas deberían ser el capítulo menos importante de cualquier religión, especialmente porque representan su lado más despreciable: el control de la gente por medio de embelecos, de cuentos chimbos, todos perfectamente prescindibles, que distraen de lo que siempre será más importante: el aquí, el ahora y el porvenir también en términos de aquí. Por eso los dogmas de la Iglesia son, además, tan dúctiles que en realidad poco importa si mañana se declara —se «acepta»— que Jesús y María Magdalena tuvieron cincuenta hijos y un linaje real y pelirrojo.
Es mejor decirlo así: los dogmas son lo que convierten en religiones a la fe. Y no hablo solo de cristianismo sino también de comunismo, liberalismo, chavismo y uribismo.
Esto era solo una disculpa para citar a Judas según el libreto de Tim Rice de Jesus Christ Superstar. Lo que sigue es de la primera canción, «Heaven on Their Minds»; la música es muy buena y la letra es mejor:
My mind is clearer now / At last / All too well / I can see / Where we all / Soon will be
If you strip away / The myth / From the man / You will see / Where we all / Soon will be
Jesus! / You’ve started to believe / The things they say of you / You really do believe / This talk of God is true
And all the good you’ve done / Will soon be swept away / You’ve begun to matter more / Than the things you say
Listen Jesus / I don’t like what I see / All I ask is that you listen to me / And remember / I’ve been your right hand man all along / You have set them all on fire / They think they’ve found the new Messiah / And they’ll hurt you when they find they’re wrong
I remember when this whole thing began / No talk of God then, we called you a man / And believe me / My admiration for you hasn’t died / But every word you say today / Gets twisted ’round some other way / And they’ll hurt you if they think you’ve lied
De aquí en adelante Judas se pone aguastibias. Pero a lo mejor también tiene razón:
Nazareth’s most famous son / Should have stayed a great unknown / Like his father carving wood / He’d have made good
Tables, chairs and oaken chests / Would have suited Jesus best / He’d have caused nobody harm / No one alarm
Listen Jesus, do you care for your race? / Don’t you see we must keep in our place? / We are occupied / Have you forgotten how put down we are?
I am frightened by the crowds / For we are getting much too loud / And they’ll crush us if we go too far / If we go too far
Listen Jesus to the warning I give / Please remember that I want us to live / But it’s sad to see our chances weakening with every hour
All your followers are blind / Too much heaven on their minds / It was beautiful, but now it’s sour / Yes it’s all gone sour / God Jesus, it’s all gone sour
Fue hace dos años. Había una atmósfera igual a la de estos fantásticos días. Lluvía, frío y sueño. Mucho sueño y confusión. Permanente mareo en el cuerpo y en la mente. Tener que pensar en todo. Dolor de estómago. Mareo en el alma también. Qué cursi.
Como siempre, nunca pasó nada. Entonces lo poco que pasó resultó significando mucho. Demasiado como siempre. Pero en ese momento no me sentía solo. Parece que ambos pensábamos y sentíamos igual.
Al día siguiente me desperté alegre y sorprendido. Adolescente. Ella también, me dijo, y comenzó la semana más larga de mi vida.
Con la valiosa colaboración de Castpost y una polaca ahí.
Tengo otro blog «experimental» que se llama De Montserrat a Monserrate. Está hecho a manera de diálogo epistolar con un catalán que se hace llamar Lobisome y está casado con una colombiana en Barcelombia. Con vergüenza debo decir que no le he puesto mucha atención. Hace solo una semana volví a escribir allí, la segunda vez que lo hago. Pero fue sobre un tema que apenas he tratado tangencialmente aquí, la «bogotanidad». Voy a reciclarlo, en primer lugar, para hacerle cuña al otro blog.
Como en su caso, soy descendiente de inmigrantes. Bueno… más o menos. Aquí no se piensa en esos términos, solo si vienen de otro país. Por eso aquí no hay pingüinos. O tal vez los haya, pero no sabemos. Antes de responderle a esta pregunta debería presentarle el panorama de la identidad en mi ciudad.
Mi padre no nació en Bogotá, como yo, sino en Ibagué, a tres horas de aquí. Y sus padres, mis abuelos, nacieron en otros lugares del Tolima —el departamento del que Ibagué es capital— y Huila —que hasta el año en que nació mi abuela era parte del Tolima—. Mi madre sí nació aquí, al igual que sus padres. Pero la familia de mi abuelo era de Antioquia y la de mi abuela del norte de Cundinamarca. Hoy puedo decir que soy un bogotano de verdad, no solo porque aquí nací y he crecido, porque hablo con el insulso acento de esta ciudad y me encanta el ajiaco, sino porque parte de ser bogotano es ser descendiente de gente del Tolima, del Huila, de Cundinamarca, de Boyacá y de Santander —los departamentos cercanos a Bogotá— o, aunque en menor medida, de cualquier otro lugar de Colombia.
Solo hasta hace unos pocos años más de la mitad de la población de Bogotá llegó a estar representada por nativos de la ciudad pro primera vez en la historia. ¿De qué otra manera una ciudad crece de manera tan vertiginosa, tan espantosa, si no es con forasteros? Pasar de menos de un millón de habitantes a siete millones en cincuenta años es algo que solo pueden lograr los conejos. Y el fenómeno sigue, desde luego.
Sin embargo es común, dentro de la tradicional ignorancia y ceguera de este país, considerar que hay unos bogotanos “de verdad” y otros que son “provincianos” o “calentanos”. Según ese mito, esos venidos de más allá son apenas unos pocos, aunque cada vez son más, que han llegado muy recientemente, que no han podido ni han querido adaptarse al trajín de una metrópoli, de una capital que hasta hace unos años era “auténtica”.
En efecto, según el mito, antes del famoso 9 de abril de 1948, Bogotá era aún la ciudad de los bogotanos: se vestía de paño, se llevaba sombrero y paraguas, se era elegante y cortés con las damas, hacía muchísimo frío —note usted que el tema del clima es muy importante—, las familias se conocían las unas con las otras y, para no ir más lejos, había una indiscutible semejanza entre su urbanismo y el de Londres y París o, según otras versiones, la intelectualidad y la democracia era comparables con las de Atenas en tiempos de Pericles.
Aún hoy es posible oír a los ya octogenarios miembros de las dichas familias —las que se conocían entre sí— hablando con voz entrecortada sobre cómo era de bonito antes, sobre cómo podía irse al árbol a recoger nueces. Esas casas y esos árboles quedan hoy pero ahora hacen parte del centro —extendido— de una ciudad que ha crecido en tamaño mucho más que su población, que se ha tragado ya seis o siete pueblos aledaños y “amenaza” a otros tres o cinco. ¿Cómo quieren estos sujetos que la ciudad siga siendo la misma de hace años, el mismo villorrio a las faldas de Monserrate? Hoy la mayoría de sus hijos, nietos y bisnietos son inmigrantes en otros países, normalmente en calidad de embajadores, cargos directivos de empresas, estudiantes o sencillamente esposas. Me pregunto cómo se presentarán allá. ¿Como colombianos? Probablemente, como colombianos “pero más cercanos a ustedes”.
El caso es que ese mito de unos pocos ya es patrimonio de muchos aquí —y me incluyo— y sigue replicándose, en serio y en broma, en muchas situaciones. ¿Y cuándo es necesario hacer uso de él? Cuando nos enfrentamos al “otro”, a ese que en el mito se llama “calentano”, el que en su mitología nos llama “patifrío” o “enruanado”. Pero esa es otra historia que le contaré más adelante, mi querido hombre lobo.
Un saludo.
La segunda razón por lo que publico esto aquí es que hoy salió una carta de un lector en El Tiempo en respuesta a una editorial de ayer llamada «Inventario de Cachacos». La editorial, si bien aporta interesantes datos, se pregunta estúpidamente si el «repunte de los nacidos en Bogotá» significa «un renacimiento del cachaco». ¿Renacimiento? ¿Se murieron algún día? El cachaco sí es más o menos lo que al final dice el mismo editorial y lo que yo le sugiero a mi amigo catalán: «sigue siendo aquel que tiene viejos lazos familiares afincados en la capital. Estos se consideran a sí mismos una minoría.»
Yo he propuesto en el plano de la sociología apriorística especulativa que el acento cachaco no ha muerto sino evolucionado. A mi entender, es claro que hay una línea que une, con apenas unos matices, el acentico de Roberto Junguito con el del actual ministro Alberto Carrasquilla con el de alguno de quienes fueran sus estudiantes yuppies en la Facultad de Economía de la Universidad de Los Andes. La línea también podría trazarse hacia atrás para poderla llevar a esos tiempos en que Bogotá era fría, elegante y no había calentanos —entonces el cachaco era José María: Samper Brush o Espinosa—, o sea, los tiempos mitológicos a los que cantaban odas Cordovez Moure y Alfredo Iriarte, a los que me parece que hace alusión El Tiempo con su absurda pregunta. En resumen, si uno no es de los que ha estudiado en el Moderno o en el Campestre es como si no fuera de aquí.
El nuevo jinete del Apocalipsis —otro miembro de la escuela apriorística y, por cierto, bogotano— me explicaba desde su lógica genial que sencillamente hay «cachacos» y «rolos» como forma de distinción de clases socioeconómicas dentro de la ciudad. ¿Faltan explicaciones? Bueno: que los cachacos son los ricos —o los de la pequeña aristocracia— y los rolos somos todos los demás.
Volviendo a la carta que me hace escribir esto, lo mejor es trascribirla:
El ‘chirriado’ cachaco
Señor Director:
Acerca de su editorial ‘Inventario de cachacos’ (20-03-06), una cosa es cachaco bogotano y otra, nacido en Bogotá. El cachaco es respetuoso, refinado en sus maneras y en el hablado (ala, chusco… y 400 palabras propias más), diplomático, incisivo, muy simpático y con apuntes (chascarrillos) espontáneos para cada ocasión. Su vestimenta era particular. El chispazo y la espontaneidad eran lo principal. Así como el ser centro de atención. El hablado, con rrrr… y medio arrastradito… es otra característica que no ha perdido, ni el respeto por su especie y su ciudad. Los nuevos postulantes deben hacer casi que un curso.
Juan Manuel Díaz Azuero
Guaymaral
(Hoy Guaymaral es lo que hace un siglo era Chapinero, es decir, la extensión del centro de Bogotá en sus periferias, aprovechado por muchos de estos cachacos que querían, seguramente, huir de todos esos «nacidos en Bogotá». En efecto, un día este centro se extenderá desde la Plaza de Bolívar hasta allá por la misma carrera séptima de siempre. Por entonces los cachacos tal vez vivan en Bucaramanga.)
Creo que detrás de la simpática y costumbrista carta del señor Azuero está ese tufillo clasista tan aburrido y estúpido que ha distinguido a la elite de mi querida ciudad —los que no quieren que les quiten el parquecito— y que sin duda ha manchado todos sus estratos socioeconómicos: desde los dueños del periodicucho ese hasta los herederos del señor que sale en el billete de mil. Ese clasismo marica es buena parte de lo que significa ser de aquí, es decir, querer ser cachaco y no bogotano, querer ser «de mejor familia»; querer que los demás quieran ser cachacos para poder decirles trepadores.
Pero qué carajos, esta es la verdad: los cachacos son los trepadores del orden mundial, los que quieren tener casas inglesas con techos inclinados para la nieve que nunca cae, como los de las clases «populares» que decoran sus salas con vitrinas llenas de ridículas porcelanas y cristales, como los narcos y traquetos que con sus camionetas y lámparas de tres mil dólares ahora espantan a los pobres Migueles Silva y seguramente a los Juanes Díaz Azuero por su falta de cachaca sobriedad.
Datos curioso:El Cachaco fue el nombre de al menos dos periódicos que se publicaron en el siglo XIX. El primero El Cachaco de Bogotá hacía la aclaración de que era de aquí. El segundo, simplemente El Cachaco, se definía como «periódico agridulce y jocoserio, conservador, radical e independiente, consagrado a decir la verdad en chanza a todos los partidos, a todos los hombres y de todas las cosas». Eso suena a La Luciérnaga y pues qué boleta.
Como a las 7:40 de esta mañana el doctor Arizmendi nos advirtió algo muy muy muy grave más o menos con estas palabras:
¡Atención! ¡No abran ningún mensaje con un archivo anexo llamado “Copa del Mundo 2006″, independientemente de quien se lo envíe! ¡Es un virus que quema todo el disco duro C del computador! ¡Si usted recibe este correo no lo abra y apague el computador inmediatamente! ¡Es el peor virus anunciado por CNN! ¡Ha sido clasificado por Microsoft como el virus más destructivo que haya existido! ¡Este virus fue descubierto ayer por la tarde por McAfee y no hay arreglo aun para esta clase de virus porque destruye el Sector Cero del Disco Duro, donde la información vital de su función es guardada! ¡Recuerde si lo recibe no lo abra y apague el computador inmediatamente!
Gravísimo, doctor Arizmendi, gravísimo que ahora use spam como fuente. Pero usted es usted. Tal vez algún simpático reportero le entregó el urgente cable queriendo hacer lo que había dejado para otro día el 28 de diciembre pasado.
Más adelante el mismo doctor entrevistó al Moreno de Hammelin. Como ahora a Arizmendi, por el nuevo formato de Caracol-SER, le toca usar ese estilo amable, divertido y cercano al oyente —y sumamente incómodo para mí—, le gusta hacer bromas con sus contertulios sobre temas banales como que si hay paras en sus campañas. «¿Se va a divorciar definitivamente de Rocío y Eleonora? Jo jo jo jo. ¡Hágale a la alcaldía de Soacha!», le decía el detestable locutor al más detestable personaje. Hace unos días, entrevistando al líder del partido panafricano, le preguntó qué iban a hacer con los partidos parias, «los parias, no los paras», aclaró oportunamente. Jo jo jo jo.
Y finalmente, para causar suspenso en el oyente, anunció el reportaje: «¡Y no dejen de oír el informe de cuando los jóvenes beben y matan!» Para que quedara más claro, debería usar más signos de exclamación pero va en contra de las mesuradas políticas editoriales de este tu blog, querido lector.
Ante los análisis en caliente que se han publicado en los blogs de política que leo es muy poco lo que puedo agregar acerca del domingo. Además ya parece tarde. Comencemos por citarlos un poco:
Sentido Común piensa que Serpa debería ser la alternativa única a Uribe. Yo me pregunto por qué él y no Gaviria. El argumento de SC es válido: Serpa sacó más votos que Gaviria. Pero yo digo ¿un perdedor consumado como Serpa es la alternativa? Y, más que eso, ¿un lentejo como Serpa es la alternativa? Porque para mí es clarísimo que Serpa juega para Uribe.
Clareta, de El remolino, muestra con daticos y nombrecitos que la renovación y otros embelecos tampoco se hicieron presentes esta vez en el Congreso y que solo hace falta ver los apellidos de los señores terratenientes, tan venidos de Medio Oriente, tan consumidores de carne, etc. En fin, lo que también se dice en otras partes: los partidúsculos uribistas eran una operación avispa disimulada.
Lo mismo sugiere Julián en su columna. Y es verdad, Silvia se ve divina con gafas, sin gafas, en TV, en persona.
El abuelo de todos los colombianos ofrece las mejores reflexiones acerca de la perspectiva ideológica de los partiditos que quedaron. Pero lo mejor es que es el único —aparte de Eduardo Arias— que habla del asunto más grave, el que más me interesa: la abstención. Méndez dice que por eso esta elección es ilegítima. No iría tan lejos: es una elección que no representa lo que debería representar idealmente. En cambio sí me uno a que el triunfalismo uribista —el triunfalismo de Santos y en menor medida de Vargas Lleras, lo que pasa es que este no logró tanto como pensaba— está sustentado en las mismas pendejadas que tantos «logros» de este cuatrienio, una ilusión pendeja, datos interpretados para que cuadren, para que sirvan, para que haya francachela y comilona.
Yo amanecí con guayabo y no por haberme emborrachado celebrando la victoria de Papa Noel. Amanecí pensando que la democracia —esta democracia— es una basura, sabiendo que es una institución opresora, desacreditada. No hay salida. Cualquier escenario es desolador, deprimente.
«Hay que votar porque después no se puede revirar». ¿Acaso cuándo se puede revirar después de que uno haya votado? Revirar, toda la vida, pero ¿con qué grado de incidencia? El mismo que puede tener el votico de uno.
«Si no está de acuerdo vote en blanco, pero no deje de votar.» No importa: igual siempre sale alguien elegido porque hay que repetir las elecciones. Siempre alguien gana.
«¡Absténgase! ¡No a la reelección del tirano Uribe!» Pero si dejar de votar es hacer que Uribe gane. Abstenerse y dejar de votar por el candidato de la alternativa, el radical, el que van a terminar matando porque es una amenaza a las instituciones opresoras de siglos y siglos. Sí, eso fue lo que pasó.
¿Y hay otra alternativa legal? ¿Otra alternativa que no se ilegalice, que no esté mal vista? Tal vez lo de siempre: irse a vivir a la montaña con una cabra. En resumen, solo la lúcida posición del Dr. Barbarie es válida: «yo no voto porque es de mala educación meterse en los problemas de los demás.»
Yo pensaba que la diritta via era smarrita. Pero no: todos los caminos conducen a ella. O tal vez sea un presagio… quién sabe.
***VOTOS***
Consulta del Polo: Carlos Gaviria porque reivinidicará las instituciones que se crearon en la Constitución de 1991.
Senado: Visionarios porque los argumentos de Sentido Común y de mi ex jefa me convencieron y la propuesta del partido de crear ciudadanos es coherente con el plan de Gaviria. Además iba a votar por Robledo pero ya sé que igual gana. En cambio el Partido Visionario y sus ideas, por culpa de Mockus y su lenguaje privado, corren el riesgo de irse al carajo. ¿Que vote por el del gorro? ¡Si me pongo a buscar un gorro en ese tarjetón me vuelvo loco!
Cámara: Daniel García-Peña, del Polo, porque defiende otro aspecto izquierdoso que me parece importante: las libertades individuales y la reivindicación de las minorías. Y digamos que también porque es colega. A decir verdad, el voto a la Cámara me resultó dificil de decidir y más por ignorancia que por otra cosa.
Carlos Gaviria dio una sustanciosa entrevista a El País de Cali. O El país le permitió publicar una sustanciosa entrevista. Ya no sé cómo son las cosas. El caso es que ahí está* y bastante bien nos hace saber por qué votaremos por él.
2006: el año para volver a creer en Papá Noel
*No se pierdan el comentario regionalista por cortesía de Paisa de la montaña (poco después lo borraron):
ATENCIÓN: YA SEA QUE SEA REELEGIDO EL GRAN PRESIDENTE ANTIOQUEÑO ALVARO URIBE VÉLEZ O SEA ELEGIDO EL SEÑOR DON CARLOS GAVIRIA DÍAZ, LO CIERTO ES QUE TENDREMOS PRESIDENTE ANTIOQUEÑO, GRACIAS A DIOS. POR EL BIEN DEL PAÍS Y SOBRE TODO DE ANTIOQUIA. ¿QUE TAL UN POLITIQUERO BARATO DEL VALLE COMO PRESIDENTE? !!!AHI, QUE ORGULLOSO ME SIENTO DE HABER NACIDO EN ANTIOQUIA!!! ANTIOQUIA ES GRANDE. AMÉN.
El próximo 12 de marzo los colombianos elegimos un nuevo Congreso. Será una jornada histórica ya que se trata de conformar las bancadas parlamentarias que darán respaldo al gobierno del Presidente Uribe.
Mi desafío como cabeza de lista de Cambio Radical al Senado es convertir a nuestro equipo en la primera fuerza uribista del Congreso. Con Uribe en la presidencia y nosotros en el Congreso culminaremos la tarea de forjar un nuevo país.
Su voto tiene el poder de las mayorías: el 12 de marzo marque la casilla de Cambio Radical y el número 1 en el tarjetón del Senado.
Aún no conozco la opinión de Julio César Olaya al respecto pero debo suponer que no le va a hacer caso por dos razones:
Solía militar activamente en el Partido Conservador y estoy seguro de que seguirá siendo fiel a sus ideas, tanto que no creo que le interese saber qué es eso con un nombre tan liberal como “Cambio Radical”.
Este año se cumplen cincuenta años de su muerte. O sea, se las puede dar de que cuando Vargas Lleras nació (1962) él ya ni estaba vivo.
Claro, si esos son los voticos que busca, cualquiera puede hablar del poder de las mayorías.
Había oído la promesa y la esperé. Llegué a la oficina y ahí estaba, mal escondido como una vergüenza familiar. Quedé paralizado, intentando recordar si en mi infancia este era el momento soñado. Aún conservo el casete de beta en el que él por fin se revela al mundo, sale del baúl y con su voz ronca pero aguda amenaza al niño que lo acaba de encontrar.
Ahora está ante mí, desmembrado, un cuerpo inerte y pequeño, tan pequeño como el enano que decían que se metía ahí dentro. Pero yo, queriendo volver a ser niño, reté los ácaros ya fosilizados y exhumé el cadaver para hacerme uno con él.
rojo, ja.
(Del lat. russus).
1. adj. De color encarnado muy vivo, que corresponde a la sensación producida por el estímulo de longitudes de onda de alrededor de 640 nm o mayores. U. t. c. s. m. Es el primer color del espectro solar.
2. adj. rubio (ǁ de color parecido al del oro).
3. adj. Dicho del pelo: De un rubio muy vivo, casi colorado.
4. adj. En política, radical, revolucionario. U. m. c. s.
5. m. Colorante o pigmento utilizado para producir el color rojo.
6. m. Señal de tráfico de color rojo que, en los semáforos, exige detenerse. Al ver el rojo, paró inmediatamente.
amor.
(Del lat. amor, -ōris).
1. m. Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.
2. m. Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear.
3. m. Sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo.
4. m. Tendencia a la unión sexual.
5. m. Blandura, suavidad. Cuidar el jardín con amor.
6. m. Persona amada. U. t. en pl. con el mismo significado que en sing. Para llevarle un don a sus amores.
7. m. Esmero con que se trabaja una obra deleitándose en ella.
8. m. p. us. Apetito sexual de los animales.
9. m. ant. Voluntad, consentimiento.
10. m. ant. Convenio o ajuste.
11. m. pl. Relaciones amorosas.
12. m. pl. Objeto de cariño especial para alguien.
13. m. pl. Expresiones de amor, caricias, requiebros.
14. m. pl. cadillo (ǁ planta umbelífera).
belleza.
(De bello).
1. f. Propiedad de las cosas que hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual. Esta propiedad existe en la naturaleza y en las obras literarias y artísticas.
2. f. Mujer notable por su hermosura.
aquí.
(Del lat. eccum hic).
1. adv. l. En este lugar.
2. adv. l. A este lugar.
3. adv. l. En esto, en eso; esto, eso. Aquí (en esto) está la dificultad. De aquí (de esto) tuvo origen su desgracia. Por aquí (por esto) puede conocerse de quién fue la culpa.
4. adv. l. U. en correlación con allí, para designar sitio o paraje indeterminado. Por dondequiera se veían hermosas flores;aquí, rosas y dalias; allí, jacintos y claveles.
5. adv. l. vulg. U. para presentar personas cercanas a quien habla. Aquí Pepe, mi compañero de oficina.
6. adv. t. Ahora, en el tiempo presente. Lo cual queda probado con lo que se ha dicho hasta aquí (hasta ahora). De aquí (desde este momento) a tres días.
7. adv. t. Entonces, en tal ocasión. Aquí no se pudo contener don Quijote sin responder.
8. adv. t. p. us. U. para invocar auxilio. Por analogía se usa también en frases en que metafóricamente se invoca el auxilio de una cosa no material.
raba.
(De or. inc.; cf. fr. raves y rabes, al. Rogen, huevas).
1. f. Cebo de pesca hecho de huevas de bacalao.
2. f. Cantb. y P. Vasco. Trozo de calamar rebozado y frito. U. m. en pl.
Así se conoce hoy la gente. Un día me contacta una vieja en el Hi5, nos metemos mutuamente al Messenger. *Pasa* un par de semanas y, por supuesto, la vieja no es nada interesante y yo no soy nada interesante para ella pero me dice sorprendida un día «¿tú conoces a Fulano?» —sin el De Tal—. Fulanos conozco muchos. «Fulano De Tal». Sí, lo conozco. ¿O lo conocía? Pasan por mi mente imágenes de hace ocho años, acaso cuatro cuando lo vi apenas por un par de minutos.
Hoy, aunque sospecho que desde entonces, la vieja y Fulano De Tal son novios. Y me doy cuenta por su apodo en el Messenger. Y la foto. «¡Jueputa, esta muy viejo Fulano! ¿Me veré así de viejo?». La molesto un rato y ella se achanta. Y finalmente hoy me pregunta qué tal me cae De Tal. Dilema.
A Fulano lo conocí a los cinco, o sea hace casi veinte años. Y estuve a su lado por doce años en una relación amistosa, que no amistad verdadera. Desde transición fue igual: un solapado, como este. Pinta el niño, de rostro tierno, además muy inteligente, se volvió «el preferido» y lo siguió siendo siempre. Un profesor le cogía los cachetes y decía en público que él era su «manzanita de la felicidad».
Pero el maldito esclavizaba a sus amigos, los ponía a cargarle la maleta en los recreos, se hacía en grupos y otros terminaban haciendo el trabajo. A veces él se sacaba la E y los demás del grupo B. Y en el bachillerato fue igual, entonces pelando el cobre, volándose del colegio, llegando borracho, incluso incurriendo en vandalismo; diciendo cosas como que su modelo era el matón del colegio, que quería tener un expediente en la Fiscalía como él… porque así lo decía la leyenda. ¿Y yo qué podía pensar de este man? ¿Cómo me podía caer? Me repugnaba y la relación era cada vez más lejana, menos amistosa y sumamente hipócrita.
Así que le respondí a la vieja de la manera más sincera: hace ocho años que no sé de él: si me preguntas me voy a remitir a lo que vi cuando éramos niños, adolescentes. No tenía sentido. Y ella insistió. Insistió. Le dije que era así y así. «Pero le doy el beneficio de la duda, porque no lo conozco.» La vieja se molestó, me gritó con mayúsculas «¡ESO! ¡NO LO CONOCES!» y se puso ausente.
Y hace dos meses mi ex de la vida me manda un mensaje de texto «¿A ti te decían Omar en el colegio?». ¿Para qué negar los hechos?
Hace muchos años, cuando era tan joven que iba al colegio, en lo que era antes Señal Colombia y entonces se llamaba *Cadena 3* —y también, recuerdo, en la llamada «Franja maldita»—, pasaban animaciones de países de más allá de la Cortina de Hierro, de esas que tuvo que poner Krusty cuando Tomy y Dally se pasaron al programa de Gabo. Recuerdo que me daban mucho miedo. Eran una mezcla de sin sentido, un idioma y unas situaciones para nada familiares y sobre todo una estética difícil de entender, ajena. Creo que producía más temor por su exagerada belleza. Ganas de llorar de emoción.
De las mismas tierras, el estudio Amanita, de Brno, República Checa —antigua Checueslovaquia para los comentaristas de fútbol—, nos trae el jueguito llamado Samorost en su dos versiones y además animaciones tan apabullantes y sorprendentes como Plantage. He renovado las puras emociones de cuando tenía siete años y mi mamá me ayudaba con las tareas.
Todos los días sale su viñeta en El País. Un grande en su estética y su sarcasmo más que inteligente.
Entre sus maestros cuenta a Goya. Su crítica —tan divertida como amarga: se siente uno mal al reírse— se orienta principalmente en contra del capitalismo y sus —perjudiciales— efectos en la ecología. Admirable El Roto, antes reseñado aquí hace casi un año.
¡Ay, la crítica! Que va y que viene. Mejora también con el tiempo. El perro tricéfalo me declaró objetivo de su Cruzada y por fin ladró. Ladró bien, por fin. Es decir, se inventó algo mejor que los insulticos fenotípicos, dignos de bebé que comienza a hablar, con que se ha manifestado aquí o su pose de adolescente que acaba de leerse El mundo de Sofía y tiene que andar mentando a algún Fulano para decir cualquier cosa. Por fin nos hace saber que él puede argumentar, señalar. ¿La única pifia? Lo de «golem mongólico», que me parece una redundancia pues el Golem es esencialmente torpe; tanto así que eso es lo que significa esa palabra. Veamos:
Se autoproclama “periodista”: ¡qué cosa más estúpida, estrafalaria y corrupta conlleva esa afirmación! Este apasionado lector -de diccionario- supo atraer la atención de un público poco explorado y poco interesante: los bloggers. Es como el golem mongólico que se ha construido en el imaginario de los blogs para representar el colombiano chévere, de bien, con voz crítica y escritura linda: su caricatura en el DILTV es el tótem más respetado de esta pseudocultura de semialfabetas. Para no faltar a la verdad, nadie se encarga más de su idolatría que él mismo. Algunas secciones vienen con el rótulo de fan stuffs. Él mismo se encarga de crear su propio hall de la fama en su misma página. Encontramos el famoso poema de la chica chonqueta, poema inspirado por la chicha y el guayabo de una mala calentura; otros textos más que Miguel no quiere que olvidemos, todos escritos en un lenguaje triunfal y arcaico que se desarrollan en una extraña dinámica de demencia prematura y lugares comunes de la vida política diaria. Este majadero no reconoce las críticas ni su incompetencia en la vida. ¡Me orino en la gran boca de este burro montuno!
Mejor reconocimiento para la crítica no puede haber. Arrodillado ante su contundencia, tendré que seguir bebiéndome todas sus micciones. Quiera dios que Luis Cermeño no mee nunca fuera del tiesto.
Lo del plagio de Jerónimo Uribe se sabía desde hace rato en los corrillos uniandinos a manera de chisme. Se supone, lógicamente, que la prensa también tenía conocimiento de estos asuntos. Pero todo tuvo siempre el típico tufillo de teoría de la conspiración: «no van a hacer nada porque Uribe ya los amenazó», «Echeverry —el decano de Economía— no va a dejar que sancionen al chino porque después se queda sin sombrilla», «la rectoría puso un abogado de la Universidad para defender a Jerry», etc.
Cuando estuvo a punto de saberse públicamente, también sonó el chisme como muchos lo querían oír: que al muchacho lo habían echado. Pero de acuerdo con los criterios con los que el Comité de Asuntos Estudiantiles de la Universidad de Los Andes decide las sanciones, para que alguien sea expulsado tienen que concurrir varias faltas en una misma situación o haber reincidencia. Esto último fue lo que La Nota Económica —el primer medio que se refirió al respecto— dijo que había pasado —y que una secretaria había mandado mal un email y otras pendejadas—. Aquí comienza lo chistoso.
Lo que sí pasó, de acuerdo con las actas del Consejo de la Facultad de Economía (18 de noviembre de 2005 y 6 de diciembre de 2005), fue que Jerónimo usó bolígrafo para tachar el nombre de otro compañero y poner el suyo en un trabajo que presentó en alguna clase. Lo del bolígrafo así no más parece escandaloso y podríamos hacer muchísimas hipótesis. Pero como este blog ya se graduó supuestamente en eso de arruinar vidas y sobre todo cualquier cosa la pueden tomar como calumnia, mejor que nuestras curtidas y retorcidas mentes universitarias o ex universitarias nos den ideas sobre qué fue lo que pudo haber pasado.
Lo que quedó a los ojos del Consejo fue que Uribe y el otro sujeto presentaron, cada uno de manera individual, un trabajo que habían hecho en grupo, con párrafos, tablas y datos similares entre sí. Y el tachón, claro. Jaime Lombana, el abogado que se encargó de Uribe, mantuvo la posición de que nunca hubo intención de cometer fraude como uno puede tener intención de, por ejemplo, matar a alguien. Pero aquí bastaba omitir algo: no decir que lo «habían hecho en grupo» —ah sí, esa es mi hipótesis—. Se supone que esa es la gran diferencia entre el derecho penal y el disciplinario, algo que en las actas Lombana no parece entender y tampoco Uribito en su carta a La Nota. Tal vez, confundido terriblemente por esto, se sometió al polígrafo. Además en el derecho penal normalmente la gente va a la cárcel y nadie quiere que lo manden allá por haber hecho un manchón con un esfero.
A partir de diciembre hay un vacío documental pues el caso pasó a la última instancia (el Consejo de Asuntos Estudiantiles), que aún no ha publicado las actas correspondientes. ¿Razón para sospechar? Es igual. La sanción se hizo pública y, de nuevo, no lo expulsaron porque no es lo que se usa, aunque a muchos les hubiera gustado.
Y sin embargo, hasta la fecha, Lombroso —qué digo, Lombana— sigue con la cantaleta, patente en las actas y en una entrevista de radio, de que todo es un montaje para perjudicar la figura de quien ahora resulta que es, en sus palabras, apenas un niño que abre los ojos a la luz de la vida adulta y cuya única culpa es ser el hijo del presidente —quien no supo de esto hasta hace muy poco.
Por supuesto, eso es lo mismo que uno dice cuando la revista Caras, Jet-Set o Semana hace un reportaje sobre cómo yo soy el delfín y voy a estar irremediablemente en la política quién sabe si mañana o en unos años. (Sobre eso salió una columna en El Tiempo el 4 de diciembre del año pasado pero se perdió el enlace.) Ahí sí no nos vamos a negar porque es lo más natural. Entonces cuando me pregunten también diré que nadie nunca me dio nada en la vida y que todo me lo he ganado a pulso, incluso el riesgo de que una sanción disciplinaria cualquiera se volviera, para propios y extraños, una novela de conspiraciones.
Agradezca, joven, que no lo han acusado de violar muchachas o de usar favores paternos para comprar empresas.
Desde hace casi dos meses Conexión dejó las instalaciones principales de la Casa Editorial Semana para establecerse en un edificio en Teusaquillo, en uno de los extremos de la hermosa avenida llamada Parkway: un separador con prado, caminitos y altos árboles. Este es un parque de verdad, muy diferente al agitado y sobre todo pretencioso parque en el que estábamos antes y que ni siquiera llaman por su apellido: 93.
En uno de los costados de la avenida, en lo que antes era una casa, se encuentra el Café Pausa. Que un lugar se llame «café» —como las otras dos paradas de este camino— ya debería levantar sospechas entre el distinguido público pues en estos lugares se le suelta tanto la rienda a la creatividad que la calidad termina sacrificada. Y los precios por las nubes, claro. En el Pausa eso no termina ahí: se hace llamar «restaurante pintoresco».
Según el diccionario, «pintoresco» es algo que «se dice de cuanto puede presentar una imagen peculiar y con cualidades plásticas» o «estilo con que se pintan viva y animadamente las cosas» o, sencillamente, «estrafalario, chocante». El Café Pausa es especialmente pintoresco en este último sentido.
Todo comienza por su diminuto tamaño: en todo el sitio caben ocho personas acomodadas entre pufs, cojines, butacas y sillas. Unos entenderán que esta situación lo convierte en un lugar acogedor, pero el intenso color rojo de sus paredes hace sentir que es mejor huir antes de salir asfixiado. Mientras tanto, un único mesero se vuelve un ocho intentando atender cuatro mesas y la carta se demora una eternidad —pausada eternidad— en llegar.
Aprovechamos el paréntesis para ver qué hay en las paredes, qué compone la decoración, y nos damos cuenta de que nunca supieron qué diablos querían hacer con ese lugar. O sí, ¡algo súper loco! Por un lado una máscara africana; de otro, alguna deidad hindú; faroles chinos -o japoneses-, cortinas hippies; y, como no, también se asoman algunos representantes de las tendencias catolikitsch, siempre tan en boga: el Sagrado Corazón y compañía.
Llega por fin el mesero y ofrece la carta. Típico de cualquier «café»: sánduches, pastas, cocteles y algún café creativo. Un experimento: un mojito y un capuchino. Pausa. Pausa larga con una selección de música tan ecléctica como la decoración del restaurante: de drum and bass a downbeat en un segundo. Detrás de nosotros un mostrador con artículos para la venta. Todo muy a la moda, como parte de la decoración: carteras de tubos de succión odontológica, escapularios, tela satinada vintage, «cultura popular» y gráfica paila por todas partes. Y bien caro, como debe ser.
Finalmente llega lo que se pidió. Pero no es lo que uno espera, claro. El capuchino perdió la espuma en el pausado viaje desde la cocina. O tal vez nunca tuvo. La canela está flotando sobre el café con leche. ¿Es canela? Sabe a aserrín. La copa del mojito es de margarita. No importa. Importa que la hierbabuena hubiera sido licuada con el limón, el ron y el azúcar y hay algo que parece grasa en toda la copa. Y está caliente, tibio. Probémoslo con la mentalidad de que es algo completamente diferente a un mojito, una nueva creación de un espontáneo pero talentoso barman. Pausa para pensar. No. Mejor huir y no volver jamás a tan pintoresco lugar.
El General Belgrano nos comparte una de las primeras cosas chéveres que se pueden hacer:
Y no se pierdan El ritmo de la U, divertida cancioncita que se debate esquizofrénicamente entre la champeta y el vallenato y que «baila hasta el presidente». Me muero por verlo.
Adenda: El General no se queda quieto y nos ofrece más palabritas.
Hoy me fui a cobrar la pensión sin tener en cuenta que era primero de mes. Antes de parar en la oficina me metí a una fotocopiadora a hacer copia de mi cédula y ahí había unos cuantos ancianos. Tampoco eso me sirvió para percatarme de lo que vería al dar vuelta a la esquina: una larga fila de cabezas canosas o calvas y, por supuesto, algunos sombreros. Afortunadamente puedo cobrar la pensión cualquier día porque de otro modo me vería envuelto en esa situación que tan magistralmente registró mi amigo Dago en su última película.
Ya hablé una vez del Espíritu Santo, pero repito: no es que las cosas sucedan de la nada o porque sí. Todo es obra de Él. No es ninguna entidad teológica ni metafísica sino las relaciones entre las personas. O sea, pura ciencia, puro tercer estadio del conocimiento o al menos su objeto de estudio. ¿Nunca les pasa que están leyendo alguna vaina y dicen «¡esto ya lo había pensado yo!»? Es el Espíritu Santo. Cuando dicen que fue por obra y gracia de Él no es que salga de la nada, más bien sale de todas partes.
Bien, aparte del episodio del autor que piensa lo mismo que uno, hay dos situaciones de la vida diaria que también se explican con la omnipresencia del Espíritu Santo. Estas son «la buena espalda» y «la paradoja del puente festivo».
Buena espalda: Cuando uno llega a un restaurante vacío o casi vacío y comienza a llenarse apenas uno se sienta no es que uno tenga buena espalda. Sencillamente uno llegó al restaurante el mismo día y hora en la que a miles de personas se les pasó por la cabeza la misma idea pero unos segundos antes. ¿Coincidencia? No. ¿Por qué? Porque Él los iluminó a todos. De la misma manera que uno puede llegar cuando el restaurante está teto, ahí pasó que uno fue el último en llegar. Pero la explicación es la misma: Él.
Paradoja del puente festivo: Por fortuna viví muy pocas veces lo que es irse de puente pero recuerdo el infierno que esto representaba cuando me iba con mis primos. Normalmente se decide dejar la ciudad un viernes por la noche porque «el sábado sale todo el mundo». Y sale uno el viernes por la noche a encontrarse con todos los que no salieron el sábado porque el sábado salían todos. ¿Y quién tiene la culpa? Él. Pero supongamos que uno previó la situación y decide salir el sábado. Paila: ya todos pensaron igual y actuaron en consecuencia. Lo mismo se aplica para el regreso.
De la misma manera es probable que la próxima vez que vaya a recoger mi pensión otros hayan pensado que hoy era primero de mes y se dirijan algún otro día no muy cerca de quincena, más bien lejos, y así todos nosotros que pensamos exactamente igual, iluminados por Él, nos veremos las caras ese día y nos reconozcamos fraternalmente como iguales.
Si no fuera por lo cortico, esto salió muy Patton. Saludos, profe.
Entristece saber que los votantes que pensábamos hacerlo ya no tendremos la emoción de jugar una apretada semifinal contra Patapalo para llevar a Papá Noel a la gran final, a la gran fiesta democrática de mayo. Alegra que ahora el mejor está más cerca. Pero las emociones se enfrían cuando, tras una mirada más detenida, el hecho es solo otra señal de que el Polo se derrite en virtud de sus propios calores.
Sorprende saber que Mockus guardaba bastante bien sus tesoros. La propuesta del señor como presidente me parece bonita pero no suficiente; sobre eso hablamos una vez con Sentido Común. Así que me alegra que el tipo tenga entre los suyos gente seria y de trayectoria para el Congreso, cosa que igual se sabía. El movimiento de Mockus merece vivir por su cuenta pero si él se lanza por la Alianza Social Indígena no da esa impresión. ¿Finalmente lo hará así? Además él es tan indígena como los del Resguardo Muisca de Suba
En marzo se quedó un noruego en mi casa y me contó que había visto un documental de un tipo que, nacido en Colombia, fue adoptado por una pareja de noruegos. La semana pasada en el consejo, Wiesner dijo que había visto un documental sobre… sí, el mismo. Hoy por fin lo vimos en la oficina. Se llama Nuevo comienzo.
Aleksander Dario Nilsen nació en Armenia en 1980 y fue adoptado a los diez meses por una pareja de noruegos. Hoy lleva una buena vida en Noruega y vive en Oslo, que hoy quedó como la ciudad más cara del mundo. Con eso en mente se viene aquí a estos misteriosos territorios latinoamericanos a mochilear con un amigo que alguna vez vivió en Venezuela y habla español «mejor que yo», dice el protagonista. Ahí de paso, entonces, Aleksander viene a Colombia, más exactamente a Armenia, para ver si puede encontrar a su mamá.
Las cosas no resultan muy difíciles y encuentra a su mamá biológica en menos de una semana. De paso, si bien lo tenía previsto, la señora resulta siendo una ex prostituta que no ha dejado el gremio porque ahora administra un prostíbulo. Conoce a su abuela, le hablan de su papá biológico y le cuentan la triste historia de su medio hermano. El man se va y lo llaman a Noruega y le dan una terrible noticia: su mamá ha vuelto a ejercer por falta de plata. Él regresa y ayuda con unas cuantas coronas y en el camino se da cuenta de que menos mal lo adoptaron en Noruega. Queda el tufillo de que se lo marranearon, tal como la abuela le dijo a la mamá que hiciera con quien se volvió su papá.
La historia es bastante lacrimosa y nos hace pensar profundamente en los contrastes de este mundo injusto. Uno, por ejemplo, que señaló el noruego: «la mamá era más rubia que cualquier persona de mi país». El producto es bastante malo y es que creo que ni siquiera el tipo se creía el cuento. Para la muestra un botón: el tema central es Time of your life de Green Day, que suena y suena y suena.
Vamos a ver qué dice Wiesner. Mientras tanto, ¿cuál es la opinión de Álvaro Ramírez? ¿Ya lo vio?
Adenda: Wiesner dijo esto. Una entrevista, no lo esparaba
La categoría dice que es «porque sí» pero esto es por encargo, por cortesía, por no quedar fuera de la tendencia que viene fuerte esta temporada.
El miércoles pasado me vi con el Señor Atómico y me dijo que no me había puesto en esta tarea de las cinco mañas porque sabía que me iba a importar un carajo. Además, menos debería importarles a quienes puedan leer y después salgo regañado con grandes palabras como «abyecto». Supuse que tal vez la gente que resolvía eso pensaba lo mismo de mí que Atómico, pero una de las personas que mejor me conoce y otra que no tanto me lo terminaron encargando, haciéndome sentir especial y, en el caso de la primera, seguramente porque quiere que me distraiga de al menos una o dos de estas mañas:
Llevar el ritmo de la música que tengan en la buseta: ¿Y qué música ponen en la buseta? Pues no es la que me gusta, pero ahí entiende uno por qué los ritmos de moda «pegan».
En la mañana, leer el periódico en el baño mientras la ducha se desocupa: Pues eso. Sube el recibo del agua, el de la luz… y así.
Echarle siempre alcaparras al ajiaco o rechazar un arroz con pollo sin arvejas, aunque nunca me las coma: Me gusta su sabor sutil que impregna toda la composición, pero no cuando las muerdo. Las trago, pero nunca todas porque no soy capaz. Entonces al final queda el plato lleno de cositas verdes.
Tener neurosis del tiempo: Todo el tiempo veo el reloj y sin embargo soy de lo más impuntual.
Tragarme siempre de la misma vieja aunque en diferente presentación individual: Lo más importante para el final. Me he tragado de viejas que crean deseo y nunca lo satisfacen. Y ni siquiera me refiero al sexo —aunque termina siendo así— sino que sencillamente son estas personas que llaman concientemente la atención de uno aunque no saben lo que quieren, siempre están confundidas, no saben por qué camino irse pero al final siempre se van por el mismo por el que iban. Uno nunca es el elegido porque uno es un aparecido. Y, lo peor, yo mismo he terminado por convertirme en una persona así: nótese lo de las arvejas y las alcaparras. Por eso mismo otras teorías indican que yo solo puedo tragarme de viejas imposibles. En este caso, si bien ellas demuestran algún interés explícito, en el fondo sé que un día me van a salir con alguna pendejada como «tú me das miedo», «creo que aún hay mucho por qué luchar con Fulanito» o sencillamente se espantan y no dicen nada.
Habiendo resuelto esto, se supone que hay que dejarle este encarte a alguien más y yo aplico la misma lógica que el señor Atómico así que prefiero dejar así, no ser inoportuno para nadie y tener —¿cómo es?— cinco años de mala suerte. Pero María Paula, por amargada, se lo ganó. Ah… y ya lo hizo. Bueno, el de malas soy yo.
Entre tantas cosas, Dago García es malísimo porque quiere parecerse a Álex De la Iglesia. Y lo malo de De la Iglesia es que los finales de sus películas son apenas ligeramente mejores que los de Dago García. Pero nos hizo reír, algo que jamás podrá lograr Dago, y eso era lo importante.
La vida no es el cine. En la vida pasan cosas y pasan y pasan y al final nunca pasa nada y si hay banda sonora es porque uno pone un disco. Buen disco el de Flores rotas.
pasquín. (Del it. Pasquino, nombre de una estatua en Roma, en la cual solían fijarse libelos o escritos satíricos). 1. m. Escrito anónimo que se fija en sitio público, con expresiones satíricas contra el Gobierno o contra una persona particular o corporación determinada. 2. m. El Salv., Nic., Ur. y Ven. Diario, semanario o revista con artículos e ilustraciones de mala calidad y de carácter sensacionalista y calumnioso.
Primer pasquín: El Pasquín de la Nacho
El Pasquín se comenzó a publicar en la Universidad Nacional a finales de 2002 o comienzos de 2003. En ese entonces tenía un humor bastante inteligente para burlarse de fachos, mamertos y todas las demás especies políticas de la Nacional, de los personajes cotidianos y de la vida pública y diaria de Bogotá y de Colombia.
Los artículos no han dejado de estar escritos con pésima ortografía —quién sabe si a propósito— y el ejemplar es una sencilla hoja oficio diagramada de la manera más burda e impresa por lado y lado. Su estrategia de distribución es sencilla y por tanto sumamente exitosa. Uno va a la fotocopiadora de la Facultad de Sociología y allá pide que le fotocopien El Pasquín. Los editores solo incurren en el gasto de la hojita de papel, la impresión y el tiempo de escribir los articulitos. Esto les ha bastado para estar ahí durante ya tres años o más.
El éxito fue tal que alguna vez sacaron una edición Bogotá en gran formato —hasta donde yo sé, la única que ha salido— y sé que pensaron en hacer una edición radial con UN Radio cuando todavía no se llamaba así. Les perdí la afición y por tanto la pista cuando decidieron alinearse con Lucho para las elecciones de la alcaldía en 2003. Me pareció que El Pasquín perdía con eso su espíritu crítico, sarcástico y jodente y efectivamente comenzaron a publicar unos ladrillos ahí de lo más mamertos y cansones.
Habría querido comentar la última edición de El Pasquín pero la niña de la fotocopiadora de Sociología estaba almorzando y yo me tenía que ir. Una gente ahí me dijo que se conseguía en no sé qué dirección de internet pero no resultó. Este es el PDF de la última edición de noviembre y, por cierto, cuando comenzaron le dije al director o al dueño o como se llame que publicara en internet cuanto antes. Pero de malas, también hasta donde yo sé.
Segundo pasquín: Un Pasquín de Vladdo
El lunes salió el número 1 de Un Pasquín; en diciembre salió el número 0, cuyo contenido está colgado en internet. Como dice su definición, es «el periódico de la O». Si se consulta la bandera solo sale el nombre de Vladimir Flórez, alias Vladdo. El periódico no tiene ningún tipo de publicidad y no deja saber, aparte de las firmas de sus colaboradores, quiénes están detrás de esta publicación.
Alegra saber que existe algo como Un Pasquín porque es una oposición frentera a Uribe y no de manera mamerta o que recurra a falacias o afirmaciones indemostrables. Ni siquiera es del perfil más o menos chismográfico de Así gobierna Uribe, que igual es bueno para hacerse una idea de Uribe como persona pero no necesariamente para discutir lo que ha hecho o dejado de hacer. El antiuribismo de este pasquín es «ilustrado»: escriben académicos y otros opinadores en un tono franco y directo.
No se sabe si el uribismo va a seguir después de Uribe. Así parece, si hoy en día ya se sabe que va más allá de él. Ha de suponerse que la crítica a la política de Uribe es ya la crítica a la opinión o al criterio que lo dejó como presidente y que ahora va a reelegirlo —aunque una última encuesta, tan representativa como las demás, ya resulta esperanzadora— y, naturalmente, a toda la síntesis de vicios políticos que él representa. Comerse el cuento de que hay que criticar a Uribe es seguir alimentando el cuento de que es él y solo él, de que es solo este momento determinado y no todo un proceso, una historia, de lejos puerca. La idea de que la oposición debe ser propositiva y alternativa se desarrolla en alguno de los artículos.
La personalidad de Vladdo aparece en el número 1 en los comentarios que él mismo le hizo a Uribe. Van entre corchetes —de la misma manera que los siempre pertinentes comentarios de Isabella Santodomingo en Carrusel— pero se quedan muy cortos ante la verborrea de Uribe, que es el mismo de siempre en las entrevistas con su lora eterna y con su callar al entrevistador. Yo, engañado, esperaba más humor de parte del caricaturista, especialmente si la definición de pasquín incluye lo de satírico. Pero hace rato se sabe que él no es humorista.
Para finalizar, en esta edición en particular, en cada página, hacen alguna mención a lo de Santos, Ternura y Uribe y Pardo. Los comentarios suelen criticar la estúpida táctica de este episodio pero cae en que entonces hay que apoyar a Pardo y decir que él es una maravilla. ¿La respuesta? Tal vez que Pardo está ahí metido. Al menos escribió en la edición 0.
Por fin «mi» espacio no es prestado sino «propio». Ahora es a mí a quien piden prestado el computador. Nunca había tenido una oficina, un cubículo. Tampoco me molestaba no tenerlo.
El puesto está ahí desnudo. Claro que cuando regresé lo primero que hice fue poner el calendario del Bestiario del Balón, única compra hecha expresamente para este gran día, ritual de paso. Y esa misma tarde decidí dejar el par de libros que llevaba en la maleta.
Teléfono. Me da miedo contestar el teléfono. Aún no siento que sea «mío». Igual, poco ha sonado y ambas veces se han equivocado. ¿Llamarán algún día? ¿A qué? ¿Terminaré hablando paisa, como parece que todos hacen en las oficinas para parecer más «amables»?
El escritorio sigue solo. Encima, la maleta, botella de agua y vaso de tinto ya bebido: la señora aún no pasa a darme más aunque le he dicho que me traiga tanto como pueda. Tal vez no puede traerme más y eso es todo. Unos papeles que ya leí y rayé un poco… me los llevaré a la casa.
¿Vale la pena «apropiarme estéticamente» de esta esquina? Ni siquiera tengo pendejadas en mi cuarto. El vaso de plástico podría ser mejor un pocillo. Podría poner algunas fotos de cosas que me gusten. ¿Y qué me gusta realmente? ¿Qué querría ver ahí «para escaparme»? ¿Qué ídolo de la infancia para inspirarme? ¿Qué frase importante de algún libro que haya leído? ¿La letra de qué canción? No importa. Cuando iba a poner la lista de teléfonos de la oficina los chinches no se dejaron clavar en la división.
Adenda (23-01-06):
El primer día, cuando fui a entregarle el otro calendario del Bestiario a Wiesner, vi un llamativo impreso: otro calendario, «Calendario “En cuerpo ajeno 2006”». Se había entregado a manera de invitación a las gentes de Semana para que participaran en una fiesta de fin de año.
Wiesner lo había botado. Pero yo lo recogí por parecerme de un simpático digno de los «muchachos de arte», los mismos que hacen las excelentes infografías y los montajes de las portadas de la distinguida publicación. Cada foto era el cuerpo de alguna muchacha de SoHo pero sus caras eran las señoras de los tintos y las secretarias. Pero la portada del calendario, que además servía de voz exhortadora era Shrek.
Fue difícil saber que era ese simpático y verde monstruo. Fue difícil reconocer esas orejas, esas pecas en la calva, esos cachetes. Pero hoy me lo hicieron saber. Ahora Shrek decora el corcho que puse en la pared, siguiendo la idea de Toposauro. Ahora Shrek está ahí para espantarme o para verme o, sobre todo, para protegerme con su increíble valentía.
Va uno por la calle y se encuentra con este letrero:
Solo pueden pensarse dos cosas. Por una parte, puede que Colombia esté muy bien porque han llegado a desarrollarse especialidades laborales de esta envergadura. Por otra, da tristeza porque tal vez el subdesarrollo académico en el que está sumido el país dificulta conseguir a alguien con este perfil. ¿O es que con qué diplomas o certificados se puede demostrar que se es experto en confección de perros calientes? ¿Cómo, por dios, si aquí ninguna institución académica está preparada para estos retos que anteceden bastante a la Globalización?
De todos modos, los interesados pueden llamar a estos teléfonos, en la ciudad de Manizales…
… o decirles a sus amigos o conocidos en paises serios que aquí en el Tercer Mundo estamos esperando su prometéica antorcha de sabiduría.
El partido rastafárico creó una simpática campaña de expectativa en la que sale en una valla el letrero que titula este sencillo post. Miles de personas se preguntan diariamente qué significará eso, qué extraña y ajena palabra está oculta entre esas líneas. La respuesta, a pesar de todo lo que han especulado los mugrosos y conspirativos medios nacionales, se encuentra en la página 2256 de la última edición del diccionario de la Real Academia: urape.
Ven. Arbusto leguminoso, con tallo espinoso y flores blancas de cinco pétalos. Se cultiva con fines ornamentales.
No se sabe si, en su calidad de venezolanismo, el dicho arbusto es escuálido o *espacio para poner la palabra con la que los escuálidos llaman a los chavistas*. Está en las manos de los serios analistas de la realidad nacional determinar si esto tendrá alguna incidencia en el futuro del partido del León de Aburrá o sencillamente se trata de la única coincidencia que puede haber.
Pero desde aquí nos limitamos a decir que probablemente el nombre del Emperador se haya declarado sagrado en la secta por lo que apenas puede sugerirse, pero nunca decirse. Total, él es quien es y nadie más puede ser él. ¿O si no quién?
Hace un año publiqué el primer post en este blog. Dago García fue el homenajeado. En ese entonces usé un html bastante artesanal que era auténtico pero engorroso. Ahora agradezco a Wordpress, especialmente por lo de los comentarios. Hace un año tuve 18 visitas diarias en promedio, hoy hay 280 visitas diarias de amigos, familiares, conocidos, seguidores anónimos, incautos navegantes y detractores de todas las calañas.
Candela, Rumba y Olímpica desempolvan sus archivos fonográficos y nos ponen a jugar los aguinaldos. Es diciembre, es Navidad en Bogotá.
Las calles y los andenes del Prado veraniego, de La Paz, de San Fernando y de Toberín están pintados con vinilos de los colores más pasteles. Es diciembre, es Navidad en Bogotá.
El Sol resplandece, son pocas las nubes que lo cubren, y el asfalto se derrite. Es diciembre, es Navidad en Bogotá.
Las calles y carreras, las avenidas y los andenes, todos están tapados de carros y gente. Es diciembre, es Navidad en Bogotá.
Las casas de mis vecinos están plagadas de luces que me deslumbran cuando salgo en la noche. Es diciembre, es Navidad en Bogotá.
Los taxistas cobran más de lo que dice el taxímetro y mienten afirmando que les dejaron cobrar la prima. Es diciembre, es Navidad en Bogotá.
Más mendigos en las calles, ofertas en los centros comerciales, catálogos de venta en el buzón de la casa. Es diciembre, es Navidad en Bogotá.
Excusa2 y Mai lirol darlin se unen para sacar una Novena irreverente y censurable, sana diversión para kitscheros esnobistas. Es diciembre, es Navidad en Bogotá.
¡VAYAN A SAN AGUSTÍN! ¡ES MUY BONITO! YO NO ODIO A SAN AGUSTÍN NI LA REGIÓN DEL ALTO MAGDALENA. ¡ME GUSTA TANTO QUE HE IDO TRES VECES! BUSQUEN A CHRISTIAN SCHMALBCH Y ARRIÉNDENLE ALGUNA DE SUS CABAÑAS PORQUE QUEDAN EN UN LUGAR MUY BONITO QUE ME GUSTÓ MUCHO Y POR ESO PUBLICO FOTOS PARA QUE SE PROVOQUEN Y LES DOY EL CELULAR PARA QUE LO CONTACTEN, TENIENDO LA SEGURIDAD DE QUE ÉL LOS HOSPEDARÁ AMABLEMENTE. PERO, POR SI ACASO, NO DIGAN QUE ENCONTRARON LA INFORMACIÓN AQUÍ: TAL VEZ LE RESULTE DEMASIADO PARADÓJICO AL SEÑOR SCHMALBACH.
Quería pasar la última noche en Pitalito. Cuando nos bajamos allí tras las diez seguidas horas de flota, me di cuenta de que en nueve años el pueblito aburrido se había convertido en una ciudad. Pequeña, claro, pero ciudad. Hace nueve años no había edificios de más de cuatro pisos, no había discotecas, no había tanta juventud en la calle, tantas tiendas de tenis y ropa deportiva.
Todo me pareció fascinante y encontré la respuesta en los dos socios regionales de la ciudad: Florencia y Mocoa. O más exactamente, Caquetá y Putumayo y lo que eso significa, es decir, drogas. Los edificios tenían fachadas algo heterodoxas, las discotecas eran de corridos y narco-vallenato, la juventud en la calle eran niñas bastante arregladas y la ropa deportiva… prejuicios. Pero a partir de los prejuicios —que yo prefiero llamar intuiciones en estos casos— se pueden construir verdades.
La dueña de la pensión me dijo que Pitalito había crecido porque se lo habían pedido. Se planeaba, según ella, dividir el departamento del Huila en dos nuevos departamentos. Huila, que sería la región de influencia de Neiva y La Gaitana, el sur del Huila, con capital en Pitalito. Sin embargo, para que esto sucediera, Pitalito debería tener más de cien mil habitantes. Aparte de que jamás había oído hablar de este proyecto, me seguía pareciendo más plausible la idea de una ciudad a la que habían llegado remesas del narcotráfico, cuando además es el nodo de transporte de la región.
La última noche, le proponía a Christian, nos iríamos de farra a esas discotecas, a ver a las niñas vestidas veraniegamente, a ver qué más podría olerse en una ciudad que, por la razón que fuera, está creciendo.
Entonces apareció el hippy, Christian Schmalbach ***CENSURADO***. Nació en Bogotá, pero su origen alemán puede intuirse si se mira más allá de sus larguísimos dreads. Hace veinte años es agustiniano y todos en el pueblo lo conocen por su solo nombre. Christian —el amigo con el que iba, este sí alemán— lo había conocido en Bogotá pues es amigo de la dueña de la casa donde vive.
Llegó el penúltimo día del Putumayo, de tomar yagé con los taitas. Lo encontramos en el café internet. Cuando le contamos que nos íbamos a Pitalito nos dijo que era una pésima idea. Lo argumentó así: «Pitalito es Chapinero, en cambio mi cabaña es La Candelaria». O sea que me estaba dando la razón. Pero siguió hablando de su cabaña. Una simple cabaña de bahareque, sin luz y sin agua, a quince minutos del pueblo. ¿Qué la hacía tan especial? Está justo frente al cañón del Magdalena, en un lugar donde el Sol sale a la derecha y se oculta exactamente a la izquierda. E igual la Luna. En un lugar donde el agua se ve caer de las montañas. En el lugar se oye el río. «Es una belleza, hermano».
La idea de Pitalito murió con tan importantes argumentos. La Candelaria para mí no es magia porque me acostumbré a su triste vida de todos los días. La magia es precisamente eso y suena tan cursi como cierto. Por fortuna era luna llena, así que habríamos podido quedarnos viendo cómo cambiaba el paisaje cada segundo: sube la niebla, llueve; baja la niebla al cañón, hay luz; llueve otra vez y se oscurece. Pero el aguardiente y la cerveza —también— dan sueño.
Y toda la noche, tontamente, pensando en lo solo que estoy porque no está ella, la que sea, porque ella no existe más. Pensando que algún día habrá por fin, de nuevo, una ella para estar ahí, mucho más feliz y emocionado de lo que estaba. Una belleza, hermano.
Para quedarse en la cabaña hay que llamar a Christian Schmalbach al 312 461 78 91. La noche cuesta $4.000 y a menudo menos. Si es imposible vivir sin las comodidades mínimas del mundo moderno la opción es La casa del Sol, que queda justo al lado de las cabañas. De hecho la misma persona administra ambos lugares.
Esta fue mi tercera visita a San Agustín. La última fue hace nueve años con el colegio y antes en 1993, cuando fui con mis papás. También estuve antes de agosto de 1981, pero era muy poco lo que podía ver entonces a través del útero de mi mamá. Regresaba a San Agustín porque recordaba, como le decía a Christian, lo emocionante del viaje, porque el sur del Huila era lo más bonito que había conocido de Colombia porque las montañas eran verdes y el agua salía de ellas en cualquier esquina. Por fortuna no me equivoqué.
Por «la costumbre» las estatuas ya no emocionan. Antes, además, uno podía abrazarlas, cosa que regocijaba el espíritu. Pero hoy están protegidas por una reja de palos y se pierde el sabor. Eso se entiende, es pro protección. Lo que no tiene mucho sentido es que las estatuas, están solas en medio de la nada. Apenas un tablero en cada mesita —en el caso del Parque Arqueológico— más o menos explica qué pasaba ahí en muy pocas y vagas palabras. Si se lee el libro Estatuaria del macizo colombiano (Uribe, Sotomayor) se tiene una idea mejor. Al menos se sabe dónde encontraron la piedra, que disposición tenía y hay algunas especulaciones. En conclusión, la museografía es terriblemente mala.
Malas también son las trochas que hay que recorrer para llegar a todos los lugares y que son señal de que la platica que le ha entrado al municipio y a la región quién sabe en qué bello chalet ha sido invertida. Así haciendo cuentas alegres con mentalidad de liberal, de creyente en el progreso: ¿no le conviene a esta comunidad que su pueblo esté muy bien unido al occidente colombiano por una carretera pavimentada a Popayán? ¿No les conviene a los dueños de los camperos y colectivos que hacen las rutas de la zona que las vías estén en mejor estado para que los carritos no se les dañen? Termina un hecho un polvero después de tanto ir y venir.
Pero lo que se ve en esos tortuosos trayectos es maravilloso, la razón por la que volví a San Agustín y por la que haré lo posible por regresar otra vez. Y más. Y más.
Les dejó las fotos. Las que tienen una estrellita pueden ser ampliadas, o sea todas.
Parque arqueológico
La primera tumba dolménica que se ve. Como decía, la tercera vez no es tan emocionante.
Es una tierna figura. Parece un muppet.
La Fuente de Lavapatas, que probablemente era usada para atender partos. Cuando no hay muchos visitantes, no dejan que corra agua.
La Mesita B es la más popular. Ahí se encuentran lo que probablemente es una representación del Sol —la cara de payaso—, el águila —símbolo del aguardiente Doble Anís— y una estatua que seguramente representa a un guerrero —por la calavera.
Me gustan estas cariátides… su sonrisa y su rugosidad es evocadora…
Estas estatuas estaban en la plaza del pueblo y sufrieron las naturales consecuencias. Ahora ni siquiera se les puede tomar fotos pero ya ven que sí.
Símbolo de progreso.
Esta es mi favorita. Tiene unos rasgos que después usaría el maestro Alberto Acuña en toda su obra escultórica.
Un detalle de la misma estatua.
El estrecho
2.20 metros entre orilla y orilla del río Magdalena. Hay gente que salta de un lado al otro y también gente que se cae y se muere instantáneamente —y tontamente.
Obando
Los tures hacen parada en este pueblo —que, sin mentir, tiene apenas unas veinte casas— para ver las tumbas que hay en lo que habría sido la plaza. No vale la pena. Pero este personaje —Don Delfín— entretiene a los visitantes con sus cuentos de que él ha descubierto la mitad de las guacas de la región y cómo lo han curado de las maldiciones que se ha ganado por eso.
Alto de los ídolos
—¿Jugamos golf?
—No, no sé.
Salto de Bordones
Es difícil mostrar en una sola foto toda la caída.
Se llevan la leña del monte.
Ídem.
Horror: RBD × 100pre.
Chivas de a lo bien. Era una excursión de una escuela de Pitalito.
Alto de las piedras
Cuatro yoes: Christian, Doble-yo y Yo.
Salto de Mortiño
Lo único que puedo decir sobre esto es que mi cámara es muy bonita porque tomé esta foto a las 6 de la tarde… y un poquito de Photoshop.
La Chaquira
Osito cariñosito.
Le dicen «Diosa de la Chaquira». Chaquira con Ch y con Q, la original.
Majestad. El sitio es un montón de piedras en uno de los lugares más bonitos que pueden verse. Aunque tal vez Andrés Hurtado tenga otra opinión…
El Purutal
Las únicas estatuas que aún conservan todo su color original. Se les encontró en 1984. El guía acusó a Mauricio Puerta de robarse el oro que había en las tumbas.
Últimamente he sido acusado de hacer afirmaciones totalizantes sin fundamento. La que hago sobre Tutú tiene toda la razón de ser y no me importa que sea un acto de discriminación —este sí absolutamente consciente y deliberado—. Tutú es el pájaro más talentoso del mundo y pare de contar. Esta es la razón:
Cortesía de Castpost y Residencia Menezú, San Agustín.
¡Este pájaro hacía virtualmente cualquier sonido!
Tutú, según su dueña, es un pájaro que se conoce como quinquina o templón. De acuerdo con eso, su nombre científico sería cyanolyca viridicyana y estaría emparentado con los azulejos.
El buen Tutú vivía en el patio donde estaban los baños en la pensión donde nos quedamos en San Agustín. Iba yo al baño en la mañana del primer día y salio de su jaula para gritarme y espantarme con su particular gritería. Lamentablemente no quedó registrada, pero es algo como una campana, un sonido metálico —quin, quin, quin—, que daría origen a su nombre popular. Cuando uno lo asustaba, gritaba histéricamente. Pero lo más bonito era cuando bailaba, que fue lo que pude grabar.
Adenda: Finalmente logró determinarse que el pájaro es un cyanocorax yncas.
Siempre había visto el mapa de Colombia en relieve que hay en el estudio, pero nunca me había llamado más la atención como en los últimos años, desde que comencé a viajar por mi cuenta y por la deformación en la universidad, que me ha hecho interesar de alguna manera por la geografía del país o la geografía en general.
Por eso las otras dos veces que había ido a San Agustín no me había dado cuenta de cómo el Magdalena da forma al Tolima y al Huila y, en consecuencia, al resto de Colombia. Es decir, no me había detenido a pensar en cómo estando uno cerca de El Espinal, habiendo pasado el río Magdalena, habiendo bajado de la Cordillera Oriental, están ahí las dos cordilleras —Oriental y Central— que más adelante se verán «unidas» en el Macizo Colombiano.
Desde Flandes, Tolima, no hay relieve, no hay subidas ni bajadas y las montañas se ven lejos, aunque cada vez más cerca. Antes de Hobo, Huila, el ascenso comienza, la distancia entre las cordilleras se hace más pequeña y el río Magdalena, antes ancho, se estrecha, se comienza a ver el cañón. La carretera se aleja del Magdalena y regresa a él y el paisaje, agreste, no puede fotografiarse bien porque el bus va afanado.
Antes de Timaná, un poco después de Altamira —tierra de la achira—, comienza el ascenso del Pericongo, pero ya es de noche y no hay manera de ver qué pasa. Mi mamá le tenía miedo al Pericongo y decía que ahí el viaje se hacía más lento. El bus sigue a más de ochenta, el ayudante sigue pasando de la cabina de pasajeros a la del chofer. Quién le teme al Pericongo.
Saliendo de Pitalito, el taxi se acerca de nuevo a los riscos y allá abajo se intuye su presencia. En el pueblo de San Agustín, por fin, las montañas separan al río más importante de Colombia apenas por metros. Veinte minutos a pie, al norte, y allá se ve, escuálido, el río que «hizo posible» a Colombia.
¿Cómo no iban a hacer de una región así un lugar sagrado? El agua parece salir de las montañas, de cualquier lugar, de ninguna parte. Baja y se une al Río Grande de la Magdalena. Las montañas son todas verdes, desde ellas se adivina el recorrido, los meandros, las caídas. Y al occidente está el nacimiento, separado de ahí por dos días de excursión a caballo hasta el Páramo de las Papas. Allá no hay cañón, pero la niebla, dicen, tumba hasta los caballos. Algún día continuaré el recorrido. Recordar a Kapax.
Los transportadores colombianos parecen ser todos criados en la misma familia, vengan de donde vengan. Cuando se viaja en flota se suma al irresponsable talento del chofer la oscura figura del ayudante.
El señor ayudante siempre está de afán por lo que nunca sabe qué decir. Miente con facilidad. Sus cálculos horarios no parecen basarse en su experiencia de días y días de hacer el mismo maldito viaje sino en un deseo de llegar rapidito. Es el mismo deseo que manifiesta el chofer al ir a toda mierda por carreteras llenas de curvas, de las que dan la cara a los precipicios.
Al ayudante le hace falta el látigo de los capataces para poder sentirse completo. Él es la autoridad en el bus. Él ordena dónde acomodarse; acomoda a los que ya no podrían ir en una silla; saca cojines y bolsas para el vómito; restringe las idas al baño o el comprar algo para picar o almorzar; amenaza con que no van a esperar a nadie pero se toma su tiempo para charlar con los amigos del terminal o comerse su buen tamalito en algún estadero.
De ida nos fuimos con la empresa huilense Coomotor. El ayudante, opita, tenía la misma cara de preocupación de Giovanni Hernández y era difícil saber si cuando hablaba lo hacía con timidez o arrogancia. Estando en Neiva, donde había dicho que íbamos a almorzar, nos ordenó no permanecer más de quince minutos porque se iba sin nosotros. Habían pasado cinco horas de viaje y faltaban otras cinco, aunque en sus palabras iban a ser solo tres hasta Pitalito. A lo largo del viaje, incluso cuando ya era oscuro, este ayudante pasó unas veinte veces de la parte de los pasajeros a la cabina del chofer por la parte de afuera: era un colectivo.
Para regresar usamos los servicios de Taxis Verdes, empresa del occidente cundinamarqués. Esta vez el capo era un tipo calvo, pequeño, arrugado y sudado, como el que siempre ponen de capataz en los libros de Astérix. Iba sentado en un cojín redondo en el único espacio que había en todo el colectivo. Miraba atentamente cada vez que entrábamos a algún pueblo, como un cazador, viendo a cuántos podía convencer de entrar al bus. Cuando así sucedía, cogía la maleta y la ponía en el baúl de cualquier manera. Si los nuevos pasajeros aún no se acomodaban, él los arriaba, literalmente, con regaños, gritos y disculpas. Para el almuerzo fue igual. El bus paró en Castilla, Tolima, y nos amenazó a todos: «¡Aquí paramos por última vez hasta Bogotá! ¡Si van a comer o a ir al baño lo hacen ya! ¡Después no jodan!» El bus paró después, por supuesto, para recoger más gente y, antes de llegar a Silvania, para arreglar el resorte del acelerador. Lo último me pareció paradójico.
Poco hay que decir de la cuna de la raza paisa. Por eso apenas dejo unas foticos a manera de decoración.
La plaza de Jesús Nazareno durante una proyección
Cuando el mariscal Robledo fundó a Antioquia en 1538 nunca se imaginó que un día feliz, casi cinco siglos después, su republiquita de españoles se iba a convertir en algo como el Carmen de Apicalá. Tampoco se le ocurrió que sus tres callecitas empedradas y las casitas tipo patio harían al pequeño pueblo merecedor del título de «joya colonial».
Para mí las palabras colonial y tierra caliente no cuadran, a pesar de que haya pruebas materiales —como Cartagena— de que es posible que se dé este fenómeno. Mientras que «colonial» me suena a solemnidad, a ropas discretas, a aburrido y vida en policía, «tierra caliente» tiene que ver con piscina, prendas vaporosas, lujuria, carnaval y bajas pasiones.
Un gato duerme la siesta a casi 30 grados
Fui al Festival de cine de Antioquia en Santafé de Antioquia con la promesa de que iba a disfrutar de ese aspecto tierracalentano, a ver lo mejor de la chonquetería —femenina— paisa hablando mierda y bebiendo en los parques y plazas. Me dijeron que se iba a respirar cine y cultura a toda hora, que las discusiones iban a estar a la orden del día, que lo más selecto del mundillo del cine local estaría presente para participar en las conferencias. Me animaron con que en la Caja de Pandora vería el cine colombiano del siglo XXI. En fin, que Santafé de Antioquia es el Sundance colombiano.
La catedral, en el parque central
Es verdad que el pueblo estaba bastante movido, pero no había tanta gente. Igual tiene solamente once mil habitantes que gustan del vallenato. Seguramente por eso en el hotel donde me quedé sonaba lo mejor de lo mejor de este prostituido género, acompañado de reguetón y merengue y salsa de alcoba. Ancianas en sus cincuenta años movieron sus flojas y abundantes carnes al son de esta música mientras yo desayunaba. Pero ellas no eran del pueblo sino que venían de las montañas al oriente del río Cauca.
El puente de occidente, la principal atracción turística
En algún momento en el siglo XVIII o XIX los antioqueños primigenios decidieron migrar masivamente de sus pueblitos de españoles y sus campamentos mineros en el occidente hacia el abrevadero de mulas que se conocía como Medellín. Debieron ascender la montaña y volver a bajar hasta el extenso valle de Aburrá a convertir al estadero no solo en una ciudad sino un mito.
No sé el nombre del Prometeo de la historia, pero todos sabemos quién y cómo es el paisa. La evidencia indica que en su proceso de migración del occidente al oriente el protopaisa sufrió una impresionante trasformación que, como todo en este mundo, solo puede explicarse con sólidos argumentos deterministas como eso del clima, de la raza y de la pureza del agua. Si uno va a Carmen de Viboral o a Rionegro o a La Ceja o sencillamente a la metrópoli, el individuo paisa intentará vender el polvo del piso o la mugre de sus calzoncillos y así nos hace entender que el protagonista de tanto trabajo de la U de Antioquia sobre comerciantes antioqueños en el siglo XIX tienen sentido en la explicación de la nacionalidad colombiana.
La cordillera occidental
Sin embargo al otro lado del Cauca el dizque paisa hace cosas de esas por las que se quejan los paisas de verdad cuando vienen aquí. Tiran el menú en el restaurante y no preguntan qué quiere uno. Se demoran una eternidad en atender y servir. Cierran la tienda de licores a la una de la madrugada, cuando la gente que va a tomar océanos de alcohol apenas está comenzando a comprarlo. Y lo más impresionante, lo que mejor me demostró que no estaba donde creía estar: no me quisieron vender algo.
A punto de coger el bus de regreso a Medellín en el Terminal de Santafé, estuve buscando unas arepas de bola. Me encantan las arepas de bola, tan quemaditas por fuera, tan cruditas por dentro. Sal y mantequilla para desayunar. Me iba a llevar unas veinte o quince, que en realidad son muy pocas y me acerqué a un puesto de chicharrón y chorizos.
Arepas de bola y fritanga
—¿Cuánto cuesta la arepa?
—Doscientos.
—Deme quince.
—Un momento.
La vieja se fue un rato.
—No le puedo vender las arepas.
—¿Cómo? ¿No puede?
—Es que son para darlas con el chorizo o con el chicharrón.
—Le voy a comprar quince arepas. No me haga rebaja ni me dé ñapa.
Pude haberle sugerido que me cobrara más.
—Pero no puedo vendérselas porque son para el chorizo.
Esto en rolo se dice «por eso le digo».
—¿Usted es paisa?
—Claro.
—No parece.
En realidad nadie en Santafé de Antioquia parece paisa. Será el calor, será la vegetación, será que son mestizos o mulatos y no blancos civilizados descendientes directos de los adelantados, será que es un pueblo de diez mil personas. Ya en serio, vistas así las cosas, me pregunto de dónde nació ese espíritu legendario si esta es la madre que los parió.
Con Felipe, que presentaba un corto, en el parque central
Compromisos de orden más o menos profesional, el inquebrantable deseo de mostrarle a un distinguido visitante de tierras extranjeras —aunque a Masturbaca no le guste— la más bella región que hasta ahora he conocido, la misteriosa voluntad de verme rodeado nuevamente de niebla y frailejones y una promesa de luna de miel con mi mejor amigo son las razones por las que en próximos días el Juglar del Zipa llevará a cabo la Gira Nacional 2005-2006.
La caravana partirá el jueves a las once de la noche rumbo a la metrópoli del imperio paisa —Medellín, se llama— de donde nos desviaremos al mediodía hacía la antigua metrópoli del mismo imperio, cerca del río Cauca. Un calor de los mil demonios nos dará la bienvenida a la pequeña población que otrora fuese capital de la región a la que heredó su nombre. Sí señores. Estaremos en el Festival de cine de Antioquia en Santafé de Antioquia.
De regreso a la ciudad del Zipa el lunes que viene, la caravana se dirigirá pronto al Macizo Colombiano, al sur de las tierras del aguardiente Tapa Roja, habiendo atravesado primero las tierras de donde proviene la mitad de «la sangre» de quien les habla: Tolima y Huila, valles del alto Magdalena. Allí, por cerca de una semana, se llevarán a cabo las actividades tradicionales de cualquier visita al patrimonio arqueológico nacional con esas otras que las cosas de la edad ya permiten hacer.
De nuevo en la metrópoli de metrópolis, la caravana subirá más allá de la circunvalar para llegar al Parque Nacional Natural Chingaza, dadora de vida y aguas a las vastas tierras del Zipa. Atraviésase el parque de norte a sur, buscando la carretera que lleva a La Unión, Fómeque y Choachí para regresar por donde están las mejores vistas de la ciudad que me vio nacer. O esa es la idea…
Pausa para aburrirse durante una semana entera porque en el hogar de un servidor el ateísmo y la falta de familia no nos dejan celebrar las alegres fiestas decembrinas como lo haría cualquier unidad básica constitutiva de la sociedad. Pero no hay que olvidar que el 28 del mismo mes se celebra un año de esta humilde morada y el tradicional Día de San Herodes en la casa del Dr. Barbarie.
El plato fuerte cerrará el mes de enero de 2006 y es lo que constituye realmente la actividad de la gira. Originalmente estaba planeada para comenzar en Cartagena, pero hechos acaecidos en los últimos días hicieron resolver que comenzará en Medellín —de nuevo— para terminar en la australísima ciudad de Pasto, pasando por Manizales —a visitar amigas que estén en feria—, Pereira —cuna del acompañante el amadísimo Dauchoroma—, Armenia —a ver si las ex novias se dejan ver de sus… ¿serán novios?—, Cali —a ver si por fin conozco por allá— y Popayán —paraíso del aburrimiento… no, esto… «joya colonial».
Intentaré reportar los ires y venires de esta gira nacional mientras se piensa qué diablos hacer en este año que viene, tantas promesas, tantas esperanzas y tanta misma mierda de siempre.
A los 24 años uno ya es grande y sabio para poder pontificar sobre la vida. Se necesita muy poco tiempo para darse cuenta de que las situaciones con que nos enfrentamos son siempre las mismas, con las mismas variables, solo que a veces uno es la X, otras la Y, otras la Z, etc. Por eso cuando uno habla con los amigos les puede decir en qué lugar de la ecuación están. Igual pasa, claro, cuando uno vuelve a una situación y dice «según lo que me pasó».
Pero a los 24 años uno todavía no sabe que definitivamente no hay que volver a meterse en las situaciones que antes han llenado la vida con el más estúpido sufrimiento o en las que uno ha hecho sufrir a los demás estúpidamente. A los 24 años uno conoce el modelo, pero todavía no conoce todas sus posibilidades, sus combinaciones, las infinitas permutaciones. En mi caso, lo peor ha sido enfrentarme a la misma situación cuatro veces —dos veces de un lado, dos del otro— y seguir sin aprender que hay que salirse a tiempo, pronto, esté uno donde esté. Es más, todavía no aprendo que ni siquiera hay que meterse. No en vano existen bellos adagios como «al perro no lo capan dos veces» o «soldado advertido no muere en guerra». Pero es mucho más frecuente aquello de que la burra vuelve al trigo.
Uno es terco. La fe es una forma sublimada de terquedad. Cuando uno mismo, en un ejercicio de solemne sensatez, deja de tener fe en algo, los demás le piden que la tenga. Y si no es uno, es la vocecilla —judeocristiana o hollywoodesca— que dice «espera, ten fe, ten paciencia, recuerda las epístolas de San Pablo, recuerda la película romántica que te pusieron en el avión». Entonces, con soberbia estupidez, uno comienza a tenerla. La fe. Y tome. Que una persona tenga fe es el mejor indicador de que no está en sus cabales o que es pendeja, que desconoce la realidad. O sea, uno es así todo el tiempo. Así de pendejo y loco.
A veces basta que uno les dé una oportunidad a los individuos. Dice uno «no va a pasar como antes porque esta es una persona diferente y todos somos diferentes, únicos». Y tome. ¡Claro que somos diferentes! Pero igual estamos desempeñando el papel de variable en la ecuación y eso implica allanarle el camino a una regularidad, a una realidad innegable. Un día uno es el malo, otro día el bueno; pero malos y buenos se comportan siempre de la misma manera.
De la teoría a la práctica. ¿Qué pasó? Me dijeron que esperara, que tuviera fe. Y esperé y tuve fe… algo tuve. Y claro, nada salió como yo quería, como me habían pedido que pensara que iba a pasar, porque nunca es así. Porque así pasó cuando otra vez me pidieron lo mismo. Porque así pasó cuando yo fui quien le pidió a otra persona que tuviera fe, que esperara. Y lo peor es haberle dicho a la persona que ahora me ocupa todo esto, haberle dicho que sabía qué iba a pasar, paso por paso, saber que tenía toda la razón, decirle que yo tenía toda la razón y aun así, seguir teniendo fe.
Me dijeron que estaba feliz, con el pelo pintado de rojo. Por ahora la única dama de ígneos cabellos que conozco me la presentó Dauchoroma. Pero con ella no se me ha ocurrido la idea de pasar un día entero, una semana, un mes, la vida y esas otras chimbadas. Además termina uno con sed y qué pereza.
La fe mueve montañas y nada más.
Con toda esta porquería así, esto sí parece un «blog de verdad».
«Imagínense el cuerpo del pobre niño con sus brazos y sus piernas desmembrados, ensangrentados y regados por todas partes, en pedazos tras haber sido destrozados por los filosos colmillos de esos perros. Debe ser muy doloroso para usted, don Héctor.» Inocente ignorancia la de Darío Arizmendi que permite preguntar cosas en absoluto lejanas a lo que va entre esas comillas, como acaba de hacer hace cerca de una hora. La misma inocente ignorancia —estúpidamente respaldada en el deber de informar del periodista— que nos ha condenado a presenciar el espasmódico «¿cómo se siente?» en boca de los reporteros que se encuentran cubriendo una catástrofe, un accidente, un atentado, un asesinato.
Hoy no sé por qué odiar más a Dario Arizmendi. Si por haber hecho lo que acaba de hacer o por mamársela al aire a Uribe —con efecto retardante— cada vez que puede, o por pensar que hace ambas cosas muy en nombre de la libertad de expresión, de la desinteresada voluntad de tener más informado al público colombiano.
Intro: Busqué en Google «el partido de la U» pero me salen cosas de fútbol peruano.
Al ver las vallas del partidito, con su simpático tricolor, se pregunta uno si tienen tendencias panafricanas o si dentro de su plan de gobierno estará legalizar la bareta o venerar a su majestad Haile Selassie.
Pero no. El partidito ya tiene su propia encarnación de dios —su propio rey de reyes, señor de señores, león de Aburrá— para venerar. Pronto veremos a Juan Manuel con rasticas y a José Obdulio cantando sabrosos regués que inviten a levantarse, siempre protegidos por el poderoso emperador.
Hail Ailvire Uribassi. Chop ‘em down, lion of Aburraion.
Sencilla composición que debe ser emotivamente declamada en La Modelo, Magnolia, ¡¡¡Socorro!!!, Sub Royal —si aún existe— o cualquier alegre jolgorio tipo Fan Fatal, Breakbitch o por el estilo.
Quiero una chica chonqueta
de esas que bailan new wave
de esas que no tienen tetas
Quiero una chica chonqueta
que se perfore los labios
que use tatuajes y cresta
Dime ya dónde te encuentro,
hermosa chica chonqueta
Te he buscado en la Tadeo
cruzada está tu maleta
¿Por qué no estás en la calle,
mi esquiva chica chonqueta?
¿Por qué solo en Chapinero,
mi amada chica chonqueta?
¿Por qué no llenas mi vida
con medias de malla y taches?
Yo quiero llegarte al alma
como un live act, como un flyer
Quiero una chica chonqueta
con camiseta rasgada
de las que se meten pepas
Quiero una chica chonqueta
que busque ser ochentera
que me ustedee coqueta
¿Qué quieres tú que yo haga,
mi terca chica chonqueta?
Por ti me quito la barba
por ti me vuelvo famélico
por ti yo estudio diseño
o artes plásticas o cine
Pero no me digas «¡ábrase!»
tú no, mi chica chonqueta
Me acabo de encontrar con Colombia Guide, una antiquísima guía de viajes por Colombia hecha principalmente por extranjeros. Desde mi punto de vista es sencillamente una mina de oro, como las mil y un crónicas de viajeros del siglo XIX que tan bien explotan mis colegas historiadores.
Con tanta vaina acerca de esa utopía que es «nuestra verdadera identidad» y los chorros de chauvinismo con aquello de «la cara positiva que Colombia le da al mundo», qué mejor que esta colección de impresiones para darnos cuenta de lo que normalmente pasa inadvertido aunque resulte sumamente curioso y verdaderamente único. Uno dificilmente sabe qué o quién es hasta que le dicen.
En octubre de 1923, con la fundación de la República de Turquía, Mustafa Kemal decidió que Ankara, su base de operaciones en medio de la península de Anatolia, fuera la capital del naciente país para olvidar a Estambul, ciudad bella y gloriosa, pero manchada por el tiránico pasado de los sultanes otomanos y los emperadores romeos.
Hoy, ocho décadas después, el comentarista deportivo Luis A. Hernández del noticiero Telepaís, siguiendo los pasos de su colega Álvaro Gómez Zafra, es protagonista de un cambio radical en la geopolítica mundial al declarar, desafiante y sin necesidad de jenízaros, que la capital de Turquía es ni más ni menos que Estocolmo. La patria turca no conocía gloria más grande desde que en el siglo XVII los ejércitos del visir Kara Mustafa perdieron la Batalla de Viena, con la que comenzó el vergonzoso repliegue del otrora extenso imperio otomano.
«Ahora no es que se pongan a hacer referendos en su club cristiano a ver si la proeza de Hernández Atatürk vale o no. Ya saben que si no nos dejan entrar, nosotros entramos. ¡Y vean hasta dónde llegamos! ¡Que se cojan allá en Francia!», dijo Ahmed Köprülü, vecino del pintoresco puerto egeo de Esmirna.
Ahora en serio, la parte triste y dolorosa: eliminaron a Turquía, maldita sea —en Estambul, por supuesto, jamás en Estocolmo—, en un partido emocionante. Qué dolor ver el infierno tan callado y triste. Igual hicieron bien los suizos al irse directamente a los camerinos. Y claro, el mismo glorioso conquistador reseñado párrafos atrás no dudó en decir que Suiza —que de milagro no confundió con Suecia, otro gazapo frecuente entre estos genios de la geoestrategia, aunque igual Suecia ahí— era el equipo de «el colombiano Johan Vonlanthen». Ya saben, pues, por qué no fui a echarme Maizena en la cara con mis amigos a pesar de que el mundial tendrá «identidad colombiana».
Mi candidato para Alemania 2006 es la República Checa. Esta vez no hay ninguna asquerosa y tacaña Grecia que se le aparezca.
Adenda: ¿Hasta cuándo van a decir que el gol de visitante en Europa «vale doble»? Nunca vale doble, es ítem de desempate (la regla 5). Una serie nunca se va a penaltis si un equipo pierde 2-1 de visitante y en el de local queda 0-0. Incluso una vez en El pulso del fútbol Peláez le estuvo explicando la regla que se comenzó a usar este año en la Copa Libertadores: «ahora si quedan empatados el ítem de desempate es el gol de visitante. Pero no es como en Europa, que vale doble.» Agh…
La marcha que hubo hoy entre el Planetario y la Plaza de Bolívar en Bogotá tuvo un poco de Caminata por la solidaridad. Al fin y al cabo es la única oportunidad que uno tiene para ver a «la gente del arte» ahí por la calle, marchando —es decir, siendo gente «de a pie»— y gritando alevosas consignas. Y de paso unos cuantos sapos —entre los que me incluyo, por razones puramente jodenciales— que quién sabe si estaban ahí por la lluvia, por la ciclovía o por apoyar la causa.
¡Ah! ¡La causa! ¡La cultura! «La cultura no se vende», fue la frasecita que más boliaron. Yo pensaba que a los artistas no les pagaban porque el arte siempre se considerada como una vaina de segunda, prescindible, accesoria, etc. Pero resulta que es por convicción, porque ellos no quieren venderse, cosa que sin duda es sinónimo de prostituirse. Los que piden plata en la calle «por amor al arte» no son artistas sino que se creen artistas. Si fueran artistas no se venderían.
César Mora —el único de los presentes que salía en la propaganda de TV— y el loco de los poemas de la 19. El hijo de A. Obregón, que ha sido la identidad colombiana de algunas películas de serie B. Gustavo Angarita
Luigi Aycardi. ¿O no? Es que yo no veo TV nacional
Víctor Mallarino y este man que es cada vez más extra. Nótese la calidad de la pancarta de los extras con respecto a las pancartas figurantes
El tipo este que salía en Perro amor —¡esa novela se vio en todo el mundo!— y nos hacía reír así muchísimo con su amigazo el Sanint
«¡Huy! ¡Los de la televisora!»
¡Este man salía en Betty la fea! ¡Él es identidad nacional!
Más Víctor Mallarino
«Por el derecho constitucional al trabajo». Amigo artista, no debes preocuparte: tu derecho está garantizado porque a nadie le disgusta el no pagar por el trabajo
No entiendo por qué dejan participar franceses en esta marcha. ¿No se estaban movilizando para defender nuestra cultura, nuestros valores, nuestras tradiciones?
Glorias del ayer
Amigos artistas: a pesar de lo que todo el mundo cree, la mayoría de los diseñadores gráficos si venden su trabajo porque no lo consideran arte. Ah, la vaina es que tú no tienes plata porque no vendes tu trabajo
¿Y diciendo no al TLC ellas tendrán su cuota de pantalla?
Amada Rosa Pérez es una obra de arte que dios nos regaló porque él tampoco vende su trabajo: sería simonía en primerísimo grado
¡Esto es otra cosa!
Lamentablemente no vi a Dago. Yo quería tomarme una foto con él.
Ya lo ven. La vaina es que los artistas se están movilizando porque los quieren comprar. Yo estaba convencido de que la gente soñaba con participar en TV para hacerse rica y famosa. Pero va uno a ver y no.
Banda sonora: «La cultura no la vendo yo porque no me da la gana» con la música de La gota fría cuando dice «Me lleva él o me lo llevo yo». Menos mal no somos indios churrecas —¿chumecas?— como Lorenzo Morales y sí tenemos cultura.
La palabra «horror» fue usada por el lector de nombre Libardo, de Manizales, y después por Soledad Moliner hoy en Lecturas fin de semana para referirse a la dequefobia. Y horror fue lo que me causó leer que, según esta señora, decir «estar seguro que» no es ningún crimen —aunque igual le moleste— porque Cervantes y otros clásicos lo usaron alguna vez.
Ese es el peligro de sustentar las cosas en la autoridad en vez de enfrentarla cuando se equivoca. Resulta pecado decir que cuando Cervantes prescindía de esa importante y necesaria preposición la estaba embarrando. No, no, no, es que era Cervantes, era Dios. «¿Usted sabe quién es ese tipo? ¿Sabe con quién se está metiendo? Mejor coma callado, hermano, que le va mal.» ¿Y más adelante cuando la autoridad no sea Cervantes sino Carlos Antonio Vélez o Alejandra Azcárate o Alberto Carrasquilla o Andrés Pastrana o el que le haga las letras a Juanes? ¡Qué va! Ellos ya son la autoridad, los que le ponen de ejemplo a uno cuando corrige.
*Señal que cabalgamos es el título de una serie de folletos que publica la Faultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia. El título se basa en el famoso supuesto pasaje de El Quijote en el que el ingenioso hidalgo le dice a Sancho Panza «Ladran, luego cabalgamos». A algún ingenioso hidalgo de la dicha facultad le dio por parafraser acudiendo a la dequefobia. Por eso parece que están cabalgando un semáforo. Lo correcto habría sido decir «señal de que cabalgamos», pero parece ser fácilmentemercadotecnificable.
LOS CREADORES Y ARTISTAS, DEFIENDEN LA RESERVA CULTURAL
La Coalición Colombiana para la Diversidad Cultural, está organizando para el próximo lunes 14 de noviembre, a partir de las 2 de la tarde, una gran marcha del sector cultural.
Músicos, teatreros, actores de cine y televisión, guionistas, directores, escritores y en general, la gente del mundo de la cultura, caminarán desde el Planetario Distrital y la Plaza de Bolívar, para llamar la atención del Gobierno Nacional y de la ciudadanía sobre la necesidad de defender la cultura colombiana en el Tratado de Libre Comercio que se está negociando con Estados Unidos.
“Una reserva cultural amplia es la garantía para que los principios constitucionales de promoción y protección de la identidad cultural y el acceso a la diversidad cultural, cobren plena vigencia. Y esto sólo se hace posible en la medida en que dentro del TLC se preserve la soberanía para establecer políticas de promoción y desarrollo de las industrias y actividades culturales colombianas”, expresó un vocero de la Coalición, conformada por personajes como Robinson Díaz, Vicky Hernández, Marcela Carvajal, Miguel Varoni, Dago García y Fernando Gaitán, sólo por mencionar algunos.
El creciente movimiento del sector cultural, es reflejo de la tendencia mundial que busca que los asuntos de la cultura no se negocien en los tratados de libre comercio. En octubre pasado, 148 países del mundo dieron un primer paso en ese sentido al adoptar la Convención de Unesco para la Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales.
La cultura se constituye, junto con los asuntos de agricultura y medicamentos, en los temas críticos de la última etapa de negociación del TLC, que se inicia la próxima semana en Washington.
Habrá que ir para exigirles a ellos también. Que si van a joder tanto con el cuento de la cultura y la diversidad, que entonces ellos mismos se encarguen de que efectivamente cobren vigencia; de que los diversos valores y costumbres de este extenso país aparezcan de la manera más correcta políticamente en cada rincón de la parrilla; de que los socialmente excluidos no sean objeto de caricatura; de que los medios se usen como espacios de difusión de la cultura nacional y universal; de que los medios sean espacios de participación de todos los colombianos. En fin, todo eso tan bonito que ellos a todas luces están defendiendo vehementemente con sus marchitas, sus cuñitas, sus columnitas y sus entrevisticas.
Hace poco comenzó a verse en televisión la propaganda —o comercial o anuncio o cuña, no sé la diferencia entre todo eso— bastante pachuca en la que salen connotados representantes de la pantalla chica y empujan entre todos el TLC para sacarlo de nuestro margen de visión. Al menos ya no son solo Dago y Navas los que hablan, pero pues están diciendo lo mismo, o sea el cuentico de la identidad cultural.
Ayer en El Tiempo salió una entrevista con Dago —simpática la foto en la que sale con pinta interesante— en la que dice que la televisión es importante porque es «…parte de la cultura … no hay un medio que genere tantos íconos de identificación como la televisión por una razón muy simple: en cada hogar hay un aparato de televisión. Por eso consideramos que se debería manejar como reserva cultural.» La afirmación es bastante exagerada: ¿un televisor en cada hogar? Tal vez Dago se estaba dando una licencia poética. Pero lo dudo mucho, porque todos los argumentos que este sujeto mostró en la entrevista son igual de absurdos:
¿A qué identidad se refiere? La programación no muestra la identidad nacional.
Por el lado de Caracol, la única telenovela extranjera es La tormenta. De resto todo es nuestro.
Al sujeto le interesa Caracol, no la televisión, porque Dago y Caracol son lo mismo. Y Caracol y telenovelas —telenovelas gringas— son lo mismo, cosa muy interesante, porque lo que se entiende de esto es que cuando a Dago le dicen televisión piensa inmediatamente en telenovelas y nada más. Otro punto, que más adelante queda más claro, es que a Dago le basta que la producción sea colombiana para que esto sea sinónimo de identidad. Bastante fácil.
Usted habla del horario estelar. Pero en el resto…
En la tarde está pasando algo históricamente importante: se están emitiendo telenovelas con ingredientes colombianos como La mujer en el espejo o Anita no te rajes en las que hay participación de actores colombianos.
Volvemos a que todo es telenovelas. Pero con esta afirmación queda más claro que no es tanto culpa de Dago como de quienes hagan la parrilla de Caracol. En fin. Es histórico que haya «participación de actores colombianos». Así que ya saben, películas como Proof of Life o las mil y un películas en que ha estado Sofía Vergara son colombianas y representan «nuestra identidad» porque han participado actores colombianos. Y pues ingredientes colombianos hay en Dos bribones tras la esmeralda perdida y Peligro inminente, etc. Eso es lo mismo que estaba pasando por la cabeza del entrevistador cuando preguntó esto:
¿Que haya nacionales las convierte en colombianas?
Quién los entiende. Si hay participación de actores extranjeros en telenovelas colombianas decimos que nos están invadiendo y que vamos a perder nuestra identidad. Pero si hay actores colombianos en las extranjeras entonces no creemos que nosotros estemos poniendo una buena cuota. Tampoco podemos ser tan chovinistas y cerrarnos al mundo y no permitir nada extranjero.
Eso es lo que se percibe que ustedes pretenden…
Eso es lo que quieren hacer creer los enemigos del tema.
¿Quiénes son los enemigos del tema? ¿A quién le conviene que se negocie, por ejemplo, la cuota de pantalla?
Esto no favorece a nadie. Pero uno percibe resentimientos e incomprensiones que parte de cierta clase intelectual ‘artistoide’, que todavía entiende el concepto de cultura como la ilustración o la llamada alta cultura. Para ellos obviamente la TV no es cultura, como no lo son los vallenatos o el ‘chucuchucu’. Pero el hecho de que esto no esté avalado por los intelectuales mediocres, como lo son el 80 por ciento de ellos y de los intelectuales que escriben columnas, no significa que la TV no lo sea.
Esto es lo mismo que dijo Navas precisamente en una columna que ya había mencionado hace muy poco, aunque este no parece que esté diciendo, como sí decía el otro, que nuestra identidad es ser mediocres o pachucos o algo así. Igual hizo bien el entrevistador al decirle esto a Dago:
Pero gente del común también dice que lo que está en la pantalla nada tiene que ver con nosotros…
Estoy convencido de que el éxito mundial de Pasión de gavilanes no se está dando porque tenga a tres tipos extranjeros. Ahí está el sello de Julio Jiménez. El éxito es por la historia que cuenta, independientemente de los actores o la producción.
Pero se debe reconocer que no se trata de las telenovelas que le abrieron las puertas a Colombia afuera.
Los últimos grandes éxitos en América Latina, si bien no son las colombianas, sí son inspiradas en nuestro estilo. Mi gorda bella, claramente está basada en Betty la fea; los creadores de Los Roldán (aquí son Los Reyes) reconocen que se inspiraron en nuestra manera de hacer telenovelas.
El tipo es muy bueno saliéndose por la tangente. Pero finalmente el entrevistador hizo que Dago se ahogara en su propio chorro de babas:
¿Cuál es el temor de que se modifique la cuota de pantalla, si actualmente ni siquiera hay un uno por ciento de producción extranjera en el ‘prime’?
Es que simplemente no podemos dar papaya. Hoy en día tenemos condiciones de mercado muy favorables para hacer telenovelas y recibir beneficios. Si mañana a algún canal que no hace telenovelas (que cuestan cerca de 30 mil dólares por capítulo) le da por meter películas (de 8 mil dólares) no necesita tener altos puntos de rating para recuperar su inversión. Y si viene un tiempo de crisis y los canales privados les da por incluir sólo películas o las telenovelas de Telemundo o Univisión no habrá legislación que se los prohíba. Hoy los canales están en posición de hacer producción nacional, pero en este tipo de escenarios, como el TLC, debemos ponernos en el peor de los casos.
Bien dicho. La papaya que se da es que les dejen de dar trabajo a guionistas como él y a los actores que salen en la propaganda o comercial o cuña o pauta o lo que sea que sale en televisión. Hace mucho dejó de mencionarse la palabra «cultura» y nunca pudo demostrar cuál es la tal identidad cultural de la que tanto habla.
Pero para seguir con esta caricatura, tal vez los que defienden el campo deberían dejar de hablar de que se van a quebrar los campesinos sino de que vamos a perder patrimonios materiales como la papa sabanera, la gallina campesina radioactiva, el peto y el postre de natas de leche de vacas colombianas. Y de paso el patrimonio inmaterial que implica consumirlos. Sonaría igual de ridículo.
Mientras tanto podrán seguirse escudando en argumentos tan pendejos como que lo nuestro tiene que ser de mala calidad porque así es como somos. Seguramente también piensan que cualquier cosa diferente al formato telenovela está por fuera del campo del entendimiento del colombiano y cualquier otra cosa es ajena a nuestra identidad. ¿Cuál? Ni idea. Entonces no hay que pensar en hacer series, miniseries, películas para televisión, magazines o tantas otras cosas —que curiosamente se hacían antes de los canales privados— porque lo nuestro es la telenovela y no existe vida fuera de ella.
Me llamaba la atención que este año no jodieran tanto con el reinado. Pero me advirtieron que era una sensación provocada por mi alejamiento de la televisión. Claro, es que hasta ahora lo que había visto de impresos no decía nada al respecto. O sea, ya no había fotos de reinas en Carrusel desde agosto. Tal vez es porque le quitan protagonismo a Isabella Santodomingo.
Pero hoy por fortuna salió un interesante suplemento en El Tiempo y ahora me siento informado, completo, listo para emitir una opinión seria y relevante: con nuestra señorita Bogotá convertida en desinhibida y sensual Chica Águila, la candidata de Cundinamarca parece que aguanta. Pero le falta algo muy importante para ganar: ser alegre, descomplicada y tener todo ese sabor que identifica a nuestro litoral caribe; o tener la candencia y altivez de esa raza pujante y madrugadora de los paisas. Eso le pasa por ser una rola solapada y desabrida.
Tras un edificante puente —como hace tanto tiempo no había— regreso a este lugar —que es mi casa y donde también se lava ropa sucia para que cuando llamen a hacerme pegas no me digan «cochino»— y encuentro que la estúpida porquería que puse el viernes ha crecido como bola de nieve y nos revela que Gustavo Gómez podría ser o no ser él, o ser todos. ¡Y hasta ninguno! Es decir, lo que sea que es eso que dice llamarse Gustavo Gómez —un gremlin, tal vez— podría estar actuando como el Espíritu Santo: es síntesis de una multitud, o un parecer común, una revolución latente, el calor de una multitud alevosa, o un poderosísimo Zeitgeist. Además hay que contar que como el Espíritu Santo es Dios mismo, no se puede demostrar ni su existencia ni su inexistencia y que es cuestión de fe ver qué cosa cree.
Pero a lo largo de la historia a la voz del Espíritu Santo solo le han hecho caso los locos o, más bien, han terminado por enloquecerse quienes la oyen. O los enloquecen los demás. Así que en un hecho sin precedentes —porque ya ven cómo soy yo de huevón— haré buen uso del poderoso mantra que recitaba la Chilindrina: «no oigo nada, soy de palo, tengo orejas de pescado».
Bueno, no tanto. En verdad me he reído mucho, como cuando leo las animadas «discusiones» que se forman en el blog del Dr. Barbarie. Ha resultado muy divertido todo lo que han hecho a partir de algo que yo ingenuamente, como siempre, pensé que era en serio. No sabe uno, como dice Cermeño entre sus comentarios, cuándo la insignificante propia vida resulta convertida en una mediocre imitación de una novela de Auster —e. g. Ricardo Silva— o de Palahniuk o un guión de Charlie Kaufman dirigido por Jairo Pinilla. Lo único que me parece relevante, por ser la base documental de este episodio, es que la primera de esas manifestaciones —apócrifa o real— de Gómez, el comienzo de este profano Pentecostés, llegó aquí por medio del servidor de Semana. Esto necesita análisis.
Sin embargo, en vista de las quejas serias que me han hecho llegar algunos lectores recurrentes y el divertido tratamiento que ha dado el súbito caudal de lectores que llegaron de la nada, el asunto no se tratará públicamente.
Pude haberlo pensado en primer lugar. Pero yo estoy convencido, como lo he manifestado aquí y en Semana, de que uno hace con su blog lo que quiera, incluso con la posibilidad de arriesgarse, así sea valiente, irresponsable, ingenua o pendejamente. Más bien, todo blog es un riesgo: desde hacer públicas cosas que seguramente a nadie le gusten o interesen hasta denunciar hechos graves que por una u otra razón no divulgan los medios tradicionales —los medios como medios: prensa, televisión— y hegemónicos —los medios con nombre propio. El Tiempo, Semana… ¿alguno más?—. En fin, la cosa implica un regreso a la pregunta primaria de todo bloguero cuando abre su casita: «¿Para qué hago un blog?» En mi caso una respuesta es «pues no para autocensurarme».
En los blogs lo más importante es que casi siempre —porque hay blogs que restringen los comentarios o tienen unas políticas de censura que parecen susceptibilidad disfrazada de fascismo— hay un diálogo público entre quien escribe y quienes leen —idea de la difunta (?) Jazz, aunque la desarrollan más en este artículo—. Y siento que este blog —o sea yo— está aparentemente en riesgo de perder su prestigio —que lo tiene— por esa puerta que uno le abre a ese diálogo, por las libertades infinitas que he querido dar en este lugar tanto a quienes lo visitan como a mí. Aquí el que quiera dice lo que se le dé la gana como se le dé la gana, con los riesgos que impliquen.
Me resulta interesante que lo que hice en el post anterior haya producido un comentario como el de Sentido Común, cuyo precursor fue Velvet hace como tres meses. Palabras más o menos, el agregado en Chisinau me decía que los blogs debían acudir a la cortesía y al buen lenguaje para que los tomaran en serio, para que no perdieran su «status profesional». Este blog no tiene hasta ahora pretensiones profesionales —lo que también es sinónimo de que no es periodístico, ni académico—. O sea, este blog pertenece a la categoría a la que la inmensa mayoría de los que están registrado en BlogsColombia pertenece: es de opinión y es personal. Eso implica que haya tanto desaciertos como genialidades, cosas bien hechas y pésimamente desarrolladas, cosas sin importancia o que den mucho de qué hablar, cosas necesarias y otras perfectamente prescindibles y, como en todo, cosas que gustan o no gustan. El público también se arriesga a encontrarse con eso, pero no pagan tan caro.
El comentario de Sentido Común me hace pensar que a la larga uno se gana responsabilidades con sus lectores: que publicar cada tanto, que no ser grosero, que no meterse con no-sé-qué. Pero sigue siendo cuestión de cada uno —como todo en un blog— ver si eso es importante o no, si uno lo aplica o no, si influye a la hora de definir lo que uno publique. Y a mí eso sí me importa, porque está directamente relacionado con mi prestigio.
Antes de publicar el post anterior yo ya estaba avergonzado con algunos de mis lectores, es decir, me sentí responsable por ellos, aunque en realidad estaba temiendo por mi propio prestigio. Sabía que el asunto les iba a incomodar, a parecer innecesario e inútil, como supongo que pasa cuando cada vez que hablo de mi vida. Pero esta vez la vergüenza era más grande porque sabía que lo que después dijo STiRER terminaría convirtiéndose en realidad: «…no entendí nada. Pero teniendo en cuenta que en Colombia se “compra” una pelea, pues por ahí sí entiendo la cosa.»
Evidentemente, «vendí» una pelea —claro, yo también la había «comprado»— o sea, la publiqué. Bien barata ha salido. Qué feria. Como decía, qué cantidad de lectores que han salido de quién sabe dónde. Qué cantidad de detractores que se han revelado, aunque sin dar la cara. Es sencillamente sorprendente que hayan hecho tantos comentarios, y tan largos, en cuestión de días. Y todo por esta pendejada. La pendejada mía y del santo espíritu de Gustavo Gómez. ¿No querría ver uno eso mismo cuando escribe las cosas que uno cree que están llenas de seriedad, argumentos, cortesía y «profesionalismo»? Claro, porque no hay otra forma de saber que a uno lo están leyendo, no hay otra forma de hacerse una idea concreta del prestigio propio.
Las peleas parece la evidencia de la falta de «profesionalismo» del público de los blogs, a la que finalmente también se refería Sentido Común. Todo implica una paradoja respecto a su universo: sí, los blogs son puertas abiertas a escritores y lectores de todo el mundo, puertas abiertas que poco tienen los demás medios. Pero fácilmente entramos a decir o buscar pendejadas. El resultado, desde luego, es que la gente con licencia para opinar comenta que en la blogosfera solo se dicen pendejadas. Y va uno a ver, y en la mayoría de los casos esas acaloradas olas de participación se resumen muy bien en lo que Tío Rojo dijo una vez en el blog de Eduardo Arias: «las discusiones de internet son como los Paralímpicos: ganemos o perdamos, todos seguimos siendo mongólicos».
Por eso me gusta la contundencia de los blogs de humor.
Qué pereza hacer esto pero vamos a hacer de cuenta que este es un «blog periodístico». Igual esto es un blog, es internet, entonces los únicos que le ponen cuidado son los desocupados. Como Gustavo Gómez, el editor de SoHo, que ahora se revela como «asiduo lector de esta interesante página».
Mira qué bien, ahora me vengo a enterar que tengo por oficio, además de ser asiduo lector de esta interesante página, el de amenazador profesional.
Hombre, Gustavo, no exagere. Primero, yo sé que usted tiene mejores cosas que hacer como mandar cadenas de mails a toda la gente de Publicaciones Semana acerca de sus berrinches con Sistemas porque hacen mantenimiento cuando su revista tiene cierre o porque la impresora del cuarto piso sacó la mano. Me da mucha risa cada vez que los leo. De hecho debería aprovechar y ganarse una platica adicional con un show de stand-up comedy, que todos sabemos que cualquier cosa es mejor que lo que hace Andrés López. Segundo, aunque usted no lo crea, aunque con su narcisismo se pueda empapelar la Tierra, usted no es la única persona en Semana que lee esta página. Pero si lo considera un oficio, lo más justo es que me pida que le pague.
Sigue:
Espero que las personas que tal cosa dicen tengan los cojones de denunciarme penalmente.
No, hombre, si los cojones sólo sirven para… mejor sigamos:
Y me hubiera gustado que todos los que navegan en esta página oído la conversación telefónica que sostuve con el señor Olaya, a quien, con palabras muy duras increpé por cobardón, por jugar con la honrra de la gente escudándose en su bloguismo.
Hombre, yo tengo un blog. Si los demás no se pueden «escudar» en nada para decir lo que dicen en el ascensor, en la cafetería o mientras almuerzan, allá ellos. Como si no fuera divertidísimo decir vainas de los demás:
Adivinen qué: casi se caga del susto en los pantalones el valiente Miguel… lo hubieran oído. Parecía un pollito austado y no el férreo editor de esta página. Los cojones solo le funcionan en el mundo virtual. [énfasis mío] Saludo, compae Migué, y a ver si te crecen los cojones. Riégalos con un tris de agua fría. Me cuentas, mijo. Y pásale el dato a Cacique, quien también tiene todo el derecho de molestarse únicamente porque lo traté con decencia y educación, pero no le presté mayor atención. Abrazo acojonante para los dos… digo, los dos cojones.
A mí también me hubiera encantado que todos oyeran la conversación para que se dieran cuenta del carácter de Gustavo. Por fortuna él no solo usa este vilipendiado medio y nos lo revela impreso en lo que escribió en la última SoHo, donde cuenta lo bien que se siente con su uniforme de chupa, de autoridad. Claro, tal vez entre los episodios no registrados en la crónica, Gustavo gozó de lo lindo «increpando con palabras muy duras» a cuanto infractor se le apareció para hacerlo cagar del susto; y también cuando lo putiaban. Me lo imagino feliz de la pelota —o en sus pelotas— porque seguramente así pudo demostrarse a él mismo, y demostrarles a los demás, que tiene un par de balas de cañón entre el escroto, como tan bien nos hacen saber todos los policías del mundo.
Felicidades, Gustavo. Logró su cometido porque sí me asustó haciéndome creer que había cometido quién sabe qué crimen. Igual no se lo escondí ni a usted ni a nadie y hasta lo hice público aquí. Machito, machito, digno de usted, si lo hubiera putiado o sencillamente preguntado «¿entonces qué va a hacer?». Lamento informarle, eso sí, que no me cagué.
Pero también usted quedó en ridículo, como acaba de hacerlo de nuevo con lo que puso en su enriquecedor comentario: al editor de una de las revistas más leídas —aunque todos sepamos cómo es esa revista— le gusta pasar las tardes de los viernes llamando a amenazar gente —porque eso fue lo que hizo, no tiene que mandar a alguien a partirme las piernas aunque se le triplicaría el tamaño de sus gónadas— o «jugando con la honra» de autores de blogs.
Además, de una manera muy valiente y digna de macho. Primero, él sí lo hace de frente y dice «yo, Gustavo Gómez, voy a ser grosero y voy a increpar con palabras fuertes». Segundo, estaba cabalgando hacia mí en su caballo blanco para salvar la dizque mancillada honra de una dama. La próxima vez mejor no ande meneando sus hipertrofiadas huevas y mande de una a sus abogados para que comiencen el «engorroso proceso» en que con tanto dolor no se quería meter, seguramente porque no tenía ningún fundamento.
Aquí yo tengo seudónimo pero lo primero que sale es mi nombre real y a lo largo de la página hay abundantes datos sobre mí, por lo que es muy fácil que cualquier persona me ubique. Valiente trabajo el de «sus fuentes», cuya identidad usted protege para demostrar su seriedad como periodista —porque ni hablar del sermón que me dio sobre lo que es hacer periodismo serio, sobre «crecer» y no sé qué más pendejadas—. Es que, claro, después a lo mejor me vengo de ellos «escudado en mi mundo virtual». No, hermano. Ese honor ya se lo ganó usted, que hasta sugirió, orinando a kilómetros del tiesto, que yo estaba mordiendo la mano que me daba de comer —¿de cuándo acá uno tiene que agradecer que le publiquen algo?— cuando, al final del ameno monólogo, supo con quién estaba hablando.
Recibo con gusto su caluroso y acojonante abrazo en mis diminutos cojones. Pero ojo, que por hacerlo lo podrían tomar por sodomita y realmente no creo que eso le guste, ni que le convenga. Y sobre todo gracias por darme una razón para volver a escribir, aunque sea por tamañas huevonadas.
Me fui a ver Goal! con cero escepticismo. Creo que era la primera película de la que sabía cómo iba a terminar pero de ninguna manera cómo comenzaría. De hecho lo que uno ve en el trailer corresponde a los últimos 15 minutos o menos de la película, que dura casi dos horas.
Pero aquí la idea es prevenir, cumplir una labor social, servir a la atenta blogosfera, ávida de información y opiniones acertadas: definitivamente no vale la pena ver la película. ¿O sí? No… ¿Sí? No sé… uno sabe que es malísima, pero no me dejó esa sensación. Me divertí, me identifiqué, sentí una vergüenza increíble, me sentí uno mismo con el protagonista como cuando en la tierna infancia veía superhéroes. Maldito fútbol, creador de vanas ilusiones.
Goal es el american dream que se lleva a cabo en Inglaterra. Además de que uno siempre cuestiona la validez de hacerse un Perú en «América», ya era relativamente inverosímil la situación propuesta: el protagonista es un joven mejicano que es llevado a Los Ángeles cuando aún era niño. Allá trabaja arreglando jardines con su papá, pero también juega fútbol para un equipo aficionado. Y claro, el man es un crack.
En uno de esos partidos lo ve un antiguo jugador del Newcastle que inmediatamente se lo recomienda al entrenador del equipo quien le dice que lo va a ver por una mañana y ya. Por fortuna no se esmeraron en crear una situación aún más inverosímil, como que el inmigrante llega a la selección gringa y la lleva de la mano a su primer título mundial. ¿Por qué no? Porque la selección gringa es propiedad de Nike y esta película es ciento por ciento Adidas. ¡Pero el equipo Adidas por excelencia es el Real Madrid! Paila: ahí no hablan inglés. De hecho no creo que hablen ningún idioma. No importa: igual hay una secuencia en la que salen Beckham, Raúl y Zidane en un bar, muy juiciosos y de lo más simpáticos, yéndose temprano a sus casitas. ¿Y por qué no sale Ronaldo? ¿Y Roberto Carlos? Adidas, Adidas, Adidas.
El caso es que el papá del chino le roba la plata que con tanto esmero estaba ahorrando para abrirse allende el mar océano rumbo a la muralla de Adriano. Ese papá, que no cree en sus sueños, que no lo deja ser independiente, que lo condenará a un futuro ilegal y subdesarrollado en el campo de la jardinería, ni siquiera le va a contestar el teléfono cuando el héroe lo llame a decirle «papá, estoy triunfando». Menos mal la abuela del muchacho, como toda abuela, tiene unos ahorritos ahí muy guardados que le terminan alcanzando para enviar al sucesor de Pelé a Inglaterra.
Y bueno, allá se suceden una serie de cosas, de ires y venires muy del mundo del fútbol. Encuentras un amor, te toman fotos con viejas casi empelotas, te la montan, te pasan a las reservas del club y finalmente a la titular, aunque estén muy por fuera de etapa de incorporaciones. Y, cómo no, en el decisivo partido contra Liverpool, llevas a tu equipo a la Champions League con gol —que aunque no de chilena, sí de gran factura— en el último minuto: como en Supercampeones, el partido se acaba justo después del gol. Y claro, llamada de la abuela quien te dice que tu padre, justo antes de morir de infarto, había visto tu debut en la Premier League contra el Fulham.
Final con aprobación paterna pero necesaria y merecida muerte freudiana, abuela amorosa y compinche, novia muy linda (nótese que la actriz se parece a Carolina Acevedo, lo que hace que las comparaciones con De pies a cabeza crezcan), éxito total, amigo al que sacas de una vana vida sibarita y otras cosas así. Eso es el éxito en el fútbol. Lo dice Adidas.
Y ojo: ya están haciendo segunda parte y no me la voy a perder.
Mi papá me levantaba y me llevaba al primer piso, prendía el radio, me cargaba sobre sus hombros y comenzaba a marchar dándome palmadas en el culo al ritmo del himno nacional. Me agarraba de su cuello y veía los libros desde la altura a la que ahora los puedo ver. Es uno de los primeros recuerdos que tengo, de cuando tenía un año más o menos. Y lo que sonaba en el radio era la HJCK, la emisora con la que literalmente me criaron y prácticamente la única que oí hasta los diez años, cuando descubrí a su vecina recientemente fallecida.
El domingo en la noche mi papá bajó a darme la noticia y a preguntarme cómo podía ser lo de que la emisora funcionara en internet. Me sorprendí al darme cuenta de que lo que había anunciado Federico de la Regueira era, por lo visto, cierto. Me dio un dolorcito, aunque hace rato que no oigo El Mundo en Bogotá sino mp3 o discos. Y desde que nos robaron el equipo, ni se diga.
El dolorcito era el mismo dolor que me dio cuando supe que a la HJCK la estaban llenando de New Age y no sé qué más pendejadas. Cadena Melodía, pues. Tampoco faltaban las noticias para ejecutivos, cortesía del Canal Caracol. ¿Y cuando se acabó la sede al frente del Andino? Eso había sucedido antes. Pero me dio el mismo dolor. Sí, se fueron solo unas cuadras más al norte, pero ahí habían estado desde hacía rato, a pesar de lo que le pasa a esa zona de Bogotá.
Evidentemente estaban pataleando, vendiéndose a pedacitos. Parece que la inmensa minoría se estaba inmensificando cada vez menos y para remediarlo vendían su identidad, esa parte fundamental —a mí entender— de la dignidad de cualquier persona o cosa.
Es una lástima que tantas cosas no puedan funcionar sin plata. Es una lástima que la falta de plata —quién sabe cuánta plata— haya terminado por desterrar a la HJCK de su estado natural hasta llevarla a un medio que no es ingrato pero que en estas tierras es subvalorado o sencillamente considerado ilegítimo. Como mi papá, muchos de sus oyentes se confundirán a la hora de oír su emisora predilecta y posiblemente la olvidarán al no poder sintonizarla en sus radios, sus equipos de sonido o sus carros: ¿cuántas veces se han subido a un bus o taxi que la tenga puesta? Recuerdo muy bien que en mi caso han sido tres veces.
Mi papá se toma su avena con pan de por la noche mientras oye el programa de música antigua y barroca: nuestra música favorita. ¿Y ahora? Queda la Tadeo, cuyo sonido es cada vez peor. Porque hace un tiempo, tal vez un año, mataron la Frecuencia Clásica de la Radiodifusora Nacional porque desde que acabaron Inravisión, al señor presidente —o su agencia de propaganda— le dio porque era mejor retrasmitir en esa frecuencia los consejos comunales. Y, de paso, vallenatos muy pachucos, diferentes de los que pasaban antes. Pensar que Bogotá tenía cinco emisoras dedicadas a la música clásica (Tadeo, Nacional, Radiodifusora, Javeriana y El Mundo en Bogotá), muchas más que las que pude oír en Roma, París o Berlín.
Igual no es culpa del maldito morcillón. ¿Acaso hay que buscar culpables? ¿Como la ramera universal o la falta de público? ¿Cincuenta y cinco años es mucho tiempo para una emisora o es suficiente para considerarla patrimonial? Ah sí… en esta tierra tan dada a cuidar sus patrimonios. Habrá que confiar tanto como Álvaro Castaño en que la nueva etapa va a servir para seguir. Pero sabiendo que, en su magazín de los domingos, el tipo y sus amigos frecuentemente se lamentan, con su voz de ultratumba, por el tamaño de Bogotá en estos días, por los tantos calentanos que se han venido y otras cachacadas absurdas, desesperantes y anacrónicas, es de suponer que ese optimismo es sólo de dientes para afuera.
A mí me dan muchas lástimas. Se va del espectro radial una parte muy importante de mi vida, aunque, como a mi tía enferma que también me vio crecer, lleve mucho tiempo sin ir a visitarla.
Las palabras existen pero no tienen necesariamente sentido intrínseco. Tampoco tienen estrictamente un solo sentido. Las palabras son objetos que se arrojan a los oídos o a los ojos, que como pueden ser ruidos, pueden ser garabatos y no por eso ser un estorbo. Es lo contrario cuando sobra. Los sobrados son horrores.
Eso me enseñó Meme. Pero uno nunca sabe realmente qué le han prestado hasta que quiere. Ella dice que olvidó lo que me prestó. Creo que en realidad me lo dio porque es generosa, porque es cariñosa. Fue eso lo que me dio, más que el llamado a observar las palabras con más de dos ojos.
Le dije una vez que me había cambiado la vida. Debería retractarme y decirle que me la organizó. Ella me devolvió, creo, una vida que estaba hecha pedazos, maltratada, enajenada. Hizo de mí otra vez yo. Rescató un brote que estaba sepultado, latente, y lo hizo germinar de nuevo. Seguramente no fue ella. Seguramente todo estaba tomando camino desde antes. Pero ella quedará ahí; será para siempre el nombre propio del proceso, la heroína de la gesta, de quien se habla cuando la historia se cuenta a quienes deben oírla.
Sabemos que la tristeza que compartimos fue lo que nos unió.
Hace poco hablé con ella porque está triste. Pero de otra tristeza, que supo hacer que entendiera. Y que la compartiera con sus palabras. Hasta que el viernes me sentí tan triste que no quería levantarme de la cama. Me preguntaba para qué sirve saber qué se es si nadie más lo sabe ni lo valora, si el lugar que hay para uno es muy pequeño o esta lejos de donde debería estar: cambian los nombres para ahorrarse el pensar. Parece que nadie quiere saber realmente qué es uno. Tercos, llevan su mirada a lo que no importa y creen que es un oficio que se alimenta de necedades. O que es una indigna necedad. Pero las verdaderas necedades se quedan en detrimento del orden y la coherencia. Se abandona lo necesario a favor de lo bonito. Hacen de nuestra vida una miseria.
Esta miseria se funda en las mismas bases de una opuesta alegría y que me enseñó a ver también. Le adeudo los ojos que tengo ahora. Son los mismos de siempre, aunque operados: ya habían cortado y quemado mi cornea. Ella me los operó de nuevo. Entró por los oídos y me tocó con sus manos de dedos largos, heridos, experimentados, amantes del papel. Son ojos ajenos, pero han aprendido a intuir lo que antes sencillamente ignoraban.
Como ignoraba la respiración de un gato.
Esta mañana amanecí con un gato que, sobre mí, respiraba, en un lugar que tiene la impronta de su sombra.
Bien se sabe que estamos viviendo el Apocalipsis desde que al Caribe lo están acabando los huracanes, tormentas y otras bestias de siete cabezas; desde que a la gente le da gripa después de comer en Kokoriko; desde los aviones se están cayendo uno tras otro; desde que está temblando en cada esquina. Aquí en la tierra de la pasión ya podemos dejar de temer por el fin del mundo porque Uribe con toda seguridad va a ser de nuevo presidente. Así que todo bien.
Pero «apocalipsis» es una palabra griega que significa «revelación». No es, como se cree, «fin del mundo». Se conoce como literatura apocalíptica a la que refleja críticamente el presente haciendo uso de relatos que suceden en el pasado pero con una estructura idéntica a la del presente. El libro de Daniel, por ejemplo, era una crítica al régimen helenístico de Antíoco en el siglo II a. de C. Pero la narración sucede en lo tiempos de la dominación asiria sobre Israel: el «malo» es Nabucodonosor, quien había estado por allá en el siglo VI a. de C. En el caso del famoso libro de San Juan, los hechos de su tiempo —fundamentalmente la persecución de los romanos contra los cristianos— son convertidos en alegorías. Por eso tanta confusión con los dragones, el fuego, las putas…
Esta mañana logré oír el programa de Diana Uribe. Todavía sigue hablando de la Segunda Guerra Mundial, aunque ya está hablando de cómo los rusos acabaron con Berlín «tumbando un muro de esa ciudad por cada muro que los alemanes habían tumbado en Stalingrado». Me llamó la atención que dijo cosas que ya se habían mostrado en La caída pero que para el caso vienen muy bien: el señor Hitler pensaba y decía —y así mismo sus seguidores— que Alemania no podía existir sin el Partido Nacional Socialista y mucho menos sin la dirección del líder, del guía, del Führer, por quien había que dar la vida.
¡Sí! Los tres párrafos tienen algo que ver. Y como esto no es más que un lugar común, incluso bastante añejo, no creo que haya que darle premio a quien sepa qué estoy queriendo decir, qué opinión estoy, sencillamente, reivindicando. Así que es mejor decir que estoy dando testimonio.
Pero si alguien está confundido, como suele pasar cuando se encuentran estas crípticas revelaciones, basta ver todo el bosque y no solo el árbol.
Turquía, lo turco, era mía antes de 2003. Aber wir sind alleIm Juliverliebt.
Soy Cahit Tomruk. Soy el que se acaba de dar Gegen die Wand. Contra la pared. Una vez más. Tal vez deliberadamente, tal vez confiando, como siempre, en que esta vez no iba a doler.
Intermedio musical.
Pero, por lo general, todo es mentira. La paciencia puede durar siglos, solo para traernos decepción. ¿Vale la pena esperar? Si siempre terminamos recorriendo el mundo en un bus con la silla de al lado vacía…
Está llena de sangre. No es de acción: estas son las heridas que sí duelen.
Hacer lo que voy a hacer implicaría muchos cuestionamientos morales. Se pregunta uno dónde queda la independencia, la autocrítica, la diferencia entre un aspecto de la vida y otro. Y así. ¿Es ético hacer autopauta? ¿Es ético hacerlo en un blog?
No importa: como el Juglar del Zipa y uno de los socios de Buseta es la misma persona —yo—, pues paila.
Que estamos estrenando página —otra vez por cortesía de un servidor y en esta oportunidad con la ayuda de Juan Manuel Urbina— y que ojalá la vean y sobre todo lleven porque el sueño de Buseta es que Colmbia sea un país de propietarios… de camisetas.
Qué bueno. Primero logró solucionar la grave falta del pequeñín arrodillado y ya logró la reelección. No hay obstáculo que lo venza ni situación que lo haga estremecer. Este nuestro Mesías realmente se merece el título.
Qué bueno. Ahora ya tiene los cuatro añitos que le faltaban para comenzar a gobernar. Hubo que gastar tres buscando la forma de que lo dejaran trabajar por fin: cuarenta y ocho meses para levantarse muy temprano a limpiar los baños de los aeropuertos, a dar órdenes por megáfono, decir palabritas y tantas cosas más.
Qué bueno. Demostróse que las instituciones políticas colombianas no existen porque son entelequias a las que nadie les come cuento. No hubo mejor forma de demostrarlo. Porque había que demostrarlo, porque fortalecer unas instituciones débiles no sirve para nada.
Qué bueno. Un hombre y sus ideales han cambiado el curso de la historia de un país, como sucede con las grandes figuras. A ningún otro presidente en esta tierra olvidad se le había ocurrido antes tamaña gesta.
Qué bueno.
Lo mejor que puede pasar es que no pase nada. Como hasta ahora.
Un computador de última generación seleccionó al azar una fecha y un IP para que, desde esta página, yo enviara un caluroso saludo de cumpleaños a algún lector o lectora. La fecha es precisamente hoy, 16 de octubre, y el servidor seleccionado fue el de KPMG en Bogotá, uno de los que más visitas ha registrado a lo largo del año.
Así que ahí va:
Feliz cumpleaños señor(it/a) lector(a) elegido/a al azar.
Puesto que se desconoce por completo la identidad de quienes leen Juglar del Zipa en KPMG y tampoco puede confirmarse que haya alguien allí que esté cumpliendo años hoy, no se espera que, de haber habido efectivamente un(a) ganador(a) del sorteo, este/a pase a reclamar su premio*, que este año no es una caja de chocolates.
¡Y lo nunca antes visto! Juglar del Zipa copia el formato impuesto por otros importantes blogs como Pure Energy (y sus franquicias muertas), En la ciudad de la furia (y sus franquicias muertas), Rancho Relaxo (pronto con franquicias muertas) —y en cierta medida El umbral de la incoherencia y Pan y cine— y propone un soundtrack para este post (¡agh! ¡demasiados extranjerismos en una sola frase!), porque, cuando uno así lo quiere, hasta el Pato Donald ofrece interesantes reflexiones:
Al menos ahora reconoce que les duele el bolsillo. Pero no dejan de ser cínicas afirmaciones como «con la televisión, como con los gobernantes, pasa exactamente lo mismo: tenemos los que nos merecemos. Cultura y calidad no son términos que se correspondan» o «esta televisión que tenemos es el síntoma más visible de cómo sentimos, cómo pensamos y cómo nos mentimos; taparla […] es tapar la llaga para que parezca que no estamos enfermos».
Comprendido. No van a dejar el caballito de batalla de «la cultura». Pero desde este momento resulta que la televisión es producto directo de la idiosincrasia nacional y no al revés, como decían al comienzo.
Antes no había que tocar las excelentes novelas y series de producción local porque estas estaban formando la nación desde tiempos de Rojas Pinilla —ah no… sólo desde Betty, la fea y Pedro el escamoso… porque sólo de esas novelas hablaban— en este país que