Ya que venimos hablando de la sabrosa gente de color, por qué no citar esta joya de la correctez política de nuestro agobiado pueblo —en este caso con un ejemplo que enorgullecería a una de sus campeonas, Florence Thomas—, enunciada en uno de los comentario de Semana a propósito de la holandesa que se pasó de socialbacana:
Lo que pasa es que en ciertos países de Europa, tanta calma y sosiego cansa a ciertos seres. Por eso hacen cosas para nosotros raras, como irse a Taganga o casarse con chocoanas(os). Pero todo eso es poesía, simplemente tienen que saber que como en el país de origen hay reglas que se harán cumplir o terminan en una misma jaula como de donde vienen. Sencillamente en todo el mundo debe regir el dicho inglés para los que la quieren hacer, han de saber que algo les costará: If u wanna do the crime, u gotta take the time.
Y los(as) chocoanos(as) que se casan entre ellos(as), por ejemplo, ¿también están haciendo «cosas raras»? Digo, ¿o definitivamente son «el otro» del «nosotros»? ¿Son todavía más raros los «nosotros» que se casan con esos «otros»?
Además, no nos digamos mentiras, los señores que el Doctor Barbarie llama «americanos» no se casan con los chocoanos(as). Solo vienen a tirar y ya. (Y además suelen ser negras(os), y más exactamente negritas(os), de Cartagena, no del Chocó.) Sería bueno saber cuántos(as) terminan tan decepcionados(as) como esta vieja con las(os) FARC.
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Y la verdad es que si uno lee las selecciones del Reader’s Digest del diario de esta nueva Ana Frank lo único que uno puede pensar es que está tan aburrida con la monotonía y arbitrariedad castrense —y, claro, hambrienta de sexo— como los «soldaditos colombianos» de cualquier batallón.
Una vez caminaba por la carrilera por Puente Aranda y un par de chinos del distrito 51 me llamaron desde una garita y me preguntaron qué hacía ahí. Después de intercambiar algunos datos sobre nuestras vidas, ambos coincidieron en decir que estaban aburridos de hacer guardia, ejercicio y recibir órdenes bobas todos los santos días: querían estar en el monte cargando kilos de equipo y echando bala. Es exactamente lo mismo, no me jodan.
También hace un mes estuve cocinando en el batallón Simón Bolívar de Tunja y en la cocina no tenían botiquín. Todavía más grave: todos los días les sirven el mismo arroz, la misma papa, la misma verdura hervida y la misma carne o pollo con guiso. Yo, como burgués que soy, me aburro resto con eso. Pero como ellos son pobres, están acostumbrados a vivir resignados.
Es igual. Cuando alguien exige un poquito, pues paila. Cuenta mi papá que cuando era capellán en el Cantón Norte, un soldado terminó muerto después haberle estado pidiendo a su superior permiso para ir al médico unas cuantas veces. Claro que puede suponerse que esas son cosas que pasan, hombre, que no jodan. Como cuando salieron a la luz los casos aislados de torturas en el mismísimo glorioso ejército de la patria.
Dirán que pretendo argumentar a favor de la guerrilla, pero más bien es un argumento a favor de los que se alienan combatiendo en cualquier hijueputa bando.