Herramientas
Monday, January 31st, 2005(NOTA: Iba a hablar de Las trillizas de Belleville, pero con el pasar de la noche sucedieron cosas más interesantes. Sólo me queda decir que vale mucho la pena ir a verla, que se divertirán mucho, siempre y cuando quieran. En todo sentido es una película excelente, con una historia sencillísima que explota todo lo sublime que hay en la realización del cine. Y no es para niños, aunque la música también se les queda pegada a ellos.)
Hoy (ayer y hoy) fue un día de diálogo con homónimos; dos homónimos míos que, además de ser colegas entre sí (economistas), han terminado estudiando también matemáticas por la gran pasión que sienten por ellas. ¿Cómo no sentirla?
Todos tenemos algún amorcillo matemático, aunque no lo sepamos: nos gusta que las cobijas queden bien tendidas, con simetría; nos gusta que el reloj tenga la hora que es. ¿Qué se yo? Todos somos un poco obsesivo-compulsivos por las matemáticas. Y quien no lo sea, igual necesita contabilizar o ha contabilizado algo en su vida. Yo me encuentro entre los primeros, si bien soy sumamente desorganizado.
De estos dos homónimos, el primero me preguntó mi opinión por las matemáticas. Le dije que sentía un respeto —que en griego se designa con la misma palabra que temor— bíblico por ellas. Y todo lo de siempre: es un lenguaje elástico, tanto que permite denotar todo y por eso parece inquebrantable. Pero sí puede serlo, en la medida en que es lenguaje y, como tal, humano. ¿Útil? ¡Muchísimo! Su utilidad también radica en su elasticidad. Y en su infinita utilidad, su mistificación. Le dije que por eso sabía que los economistas de Planeación Nacional y los tecnócratas de la Universidad de Los Andes —i. e. lo mismo— obraban siempre de buena fe.
Mucho más tarde —y con unas cervezas encima—, el otro homónimo defendía lo que decía sobre las patentes biológicas: el mundo no es justo, el mercado es competencia y si los indios que tienen en su poder el conocimiento sobre las propiedades de las plantas no lo patentan, es su problema. ¿Y el país donde están las plantas y los animales? Etcétera. Con mucho interés estuve toda la noche preguntándole sobre el origen de las crisis económicas de los noventa y sobre el porvenir. Se arriesgó a decirme cuándo nos íbamos a volver ricos, siempre y cuando se dieran tales y cuales condiciones políticas. Obra de buena fe. Lo interesnate fue cuando le dije por qué no creía en las matemáticas, en las que él tanto creía. Repetí lo mismo que le dije al primer homónimo. Entonces él dijo «si no puedo creer en las matemáticas, no puedo creer en nada». Obra de buena fe. Las matemáticas, por encima de la humanidad, son infalibles; si fallan es por culpa de la especie y sus vicios. Como la economía. ¿No sucede igual con Dios?
Alguna vez le pregunté a un amigo posmoderno si era posible deconstruir a Dios. Me dijo que el concepto de Dios estaba tan arraigado en lo humano que era prácticamente imposible, que apenas podía hacerse temblar la creerncia, pero que eso es lo que se ha hecho a lo largo de la existencia de los humanos. Igual sucede, al parecer, con las matemáticas. En su evidente condición de infinitas, seguirán creciendo y proporcionando las respuestas a cualquier pregunta, a manera de oráculo. Pero, como oráculo, deberán recurrir siempre a la intercesión de los humanos.
Me encantan los momentos en que tengo grandes ideas. Pero sigue la decepción de saber que no puedo responder a los que necesitan para ser sólidas. Por ahora planteo: no sólo las matemáticas se han mistificado y se les teme «como a Dios». La idea de matemática —o, mejor, su idea de perfección— ha estado vinculada fácilmente con la idea de Dios. ¿No es esto curioso?
Dios y la matemática. Las herramientas más universales de la historia. Una justificando a la otra. No está mal creer en algo. No está mal sobre todo si, como para mi segundo homónimo, no es posible concebir el no creer en algo. Pero no está de más pensar que son creencias y que, aunque no parezca, pueden estar lejos de ser verdades.