Emprendimiento
Friday, March 16th, 2012Braudel, teta que da de mamar en algún momento a todos los historiadores, define al empresario de una manera muy escueta. Aquel que en Colombia ahora se define (autodefine, normalmente) como constructor de país es, para el historiador francés, un organizador. No dice mucho más. Pero me gusta más la definición de papá Braudel, sobre todo porque, a diferencia de la otra, da a entender algo.
***
Hacer cualquier cosa, organizar la hechura de algo, es como hacer camisetas. Ser empresario es como hacer camisetas. Cuando hice camisetas con otra gente —es decir, cuando fui empresario—, sencillamente buscamos «camisetas» en el directorio, llamamos y averiguamos quién nos hacía el trabajo más barato. Después preguntamos qué colores tenían y nos hablaron en términos fáciles de comprender: «el rojo, el azul, el amarillo». ¿No tiene negro? «No, es que el negro no circula tanto». Entonces no se puede hacer negro esta vez. Cagada y otra vez será. «Usemos azul oscuro en vez de negro, la gente no se da cuenta».
Cuando llegamos con la camiseta azul la gente pregunta por la camiseta negra y decimos que se agotó. Y eso es parcialmente cierto: se agotó antes de que la compráramos nosotros. Unos lo piensan dos veces y la compran. Otros saben bien qué quieren y no hacen negocio. No nos hacen el negocio. Al final se venden muchas camisetas y disfrutamos la aventura. (A estas aventuras ahora le dicen emprendimiento porque la palabra tiene al mismo tiempo un significado con sabor a irse de aventuras a territorios desconocidos pero un significante afín a la seriedad que supuestamente tiene una sociedad anónima o compañía limitada.)
Después queda el sabor de que lo que se hizo no se parece tanto a lo que se buscaba, de que se quiere mejorar el producto. Esa vez había que hacerlo rapidito y facilito porque Rock al Parque era la semana siguiente y la oportunidad estaba ahí y no se podía dejar ir porque así son los negocios. Pero cuando se llama de nuevo la respuesta es la misma de la vez pasada: «el azul, el rojo, el verdelimón, del verdecali de pronto hay algunas, el amarillo…». ¿Y no tienen amarillo ocre? «No, señor. Es que ese no circula». ¿Azul rey? «No se vende casi». ¿Verde oliva? «De pronto nos llega un pedido». ¿Vinotinto? «No, pero hay turquesa, que lo lleva mucho». ¿Gris? «Ja ja ja, ¿quiere parecer un ratón?».
Digamos que se logra averiguar cuánto cuesta un rollo de tela. Pero después de hacer cuentas, alcanzaría para hacer un millón de camisetas. Un millón de camisetas blancas con el logo de la administración de turno. O un millón de camisetas negras, aquel color que no se vende casi, para tenerlas guardadas, quién sabe en dónde, por toda la eternidad.
La alternativa es negociar los acabados. ¿Realmente tiene que ponerle cuatro capas de plastisol a la camiseta para que quede agrietada? «Claro, porque si no se va a ver la tela». ¿Si le digo que esa capa del estampado va con PMS 209 usted me entiende? «Sí, tranquilo que aquí le dejamos ese morado igual así como el que usted puso». Trajimos esta camiseta que conseguimos en otro lado más barata… «No, señor, es que esa es tela burda. Vea: puede ver a través. En cambio la nuestra es tela de excelente calidad, que abriga, véala a trasluz, no puede ver nada, es como cuero». ¿Y el cuello tiene que ser de un centímetro de diámetro y no dejar respirar? «Claro, es un cuello de calidad, que no se desjeta, con triple refuerzo que se fija bien al cuello y le va a durar toda la vida, más que la tela de la camiseta».
No es fácil hacer camisetas. O sí es fácil, pero hay que ser chambón. Pero no una vez, no un poquito, sino eternamente chambón porque nadie sabe nada sobre el otro lado y nadie del lado del triste empresario, el organizador, tiene el suficiente poder para cambiar las circunstancias. Si se quiere hacer camisetas bonitas hay que esperar que alguien importe camisetas bonitas de China. O podría importarse una tela de tal color y mandar a hacer la camiseta en un taller en Bellavista que quién sabe si siga ahí la próxima semana. Y la camiseta ya no costaría tanto sino dos veces tanto. O tres. Tal vez un día se habrán vendido suficientes camisetas chambonas para haber reunido suficiente dinero para cambiar las circunstancias.
***
Hacer libros es como hacer camisetas: hay que buscar en el directorio a ver qué tienen. Pero casi todos tienen lo mismo porque muy poca gente produce o importa bobinas de papel o tiene máquinas litográficas pequeñas y mucho menos rotativas. Todos tienen lo mismo, es decir, bond blanco o beige (o equivalente propalibros), propalcote y, de pronto, propalmate. Y por consiguiente casi todos hacen lo mismo.
Las cosas no cambian mucho si uno hace salida de campo a las plantas. Allá el gerente de calidad solo sabe que en su máquina entran papeles de tales gramajes. Después es fácil darse cuenta de que es el gramaje del papel que les sale más barato importar: por eso nos dicen. Siempre nos dirán, por eso, que muchas cosas no se pueden hacer. A veces no «se puede» porque no es razonable económicamente para ellos. Por ejemplo, un formato con un centímetro menos de lo normal. O un troquel. A veces no «se puede» porque eso nadie nunca lo ha hecho antes y es imposible que a alguien se le haya ocurrido. Por ejemplo, imprimir el otro lado de una carátula. «¿Con un color de proceso? ¿Por qué? ¿Para qué? No entiendo, no entiendo, ¡no entiendo!». O barnizar los filos de las páginas. O encuadernar con cartón burdo de esqueleto de bloc.
***
¿Cuántas camisetas chambonas hay que hacer antes de poder hacer camisetas como las que uno siempre quiso hacer? ¿Cuántos libros convencionales, intrascendentes o cuántos best-sellers vergonzosos? ¿Cuánto arroz chino hay que vender antes de poder montar el restaurante con concepto e ingredientes de primera calidad que uno siempre soñó?