El muro y el aborto
Monday, October 26th, 2009Hablaba hace poco sobre el muro de Berlín con un profesor de Ciencia Política en los Andes nacido en Alemania Oriental cuando era la RDA. Me hizo entender que la mayoría de la gente del lado oriental no hubiera partido definitivamente hacia el lado occidental. No son sus palabras y necesariamente tampoco son sus conclusiones, pero me sugirió que el arraigo de los orientales iba más allá de pertenecer al «lado comunista». Es algo que puede ser difícil de comprender cuando la idea de identidad se reduce a una categoría de ideología política y más si esta es superficial.
Antes de la división, antes del fin de la Segunda Guerra, había socialismo en Alemania ―«¿acaso dónde se lo inventaron?», podría decirse―. Pero este socialismo fue perseguido por los nazis y, después de la guerra, por los soviéticos. Así que hubo varias formas de ser socialista o de acabar marginado. La reunificación fue una nueva derrota del socialismo alemán, esta vez casi borrado de plano. Pero incluso antes de eso, o al tiempo, había vínculos familiares, regionales y culturales. Son tonterías identitarias varias, pero la mayoría de las veces estas pueden ser motivo suficiente para que la gente deje de salir de un lugar o para que regrese. En otras palabras, una fuerza más poderosa.
Así que el muro de Berlín no es sólo el típico símbolo de la opresión y la falta de libertad ―la única manera como convenientemente lo ha plasmado y sigue plasmando el liberalismo capitalista― sino del complejo de inferioridad de los comunistas, que solo sigue dándole la razón a su opuesto y entiende el capitalismo como algo tentador e irresistible por «natural». Claro, también puede estar conscientes de su propia maldad.
Este complejo de inferioridad se replica en prohibiciones absurdas como Cuba y Corea, donde una vez más se demuestra que en su forma de pensar prevalece la ideología «política» sobre esa otra ideología que es el nacionalismo. O simplemente la nación. O la cultura.
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Parece que todos los que cuestionan el aborto parten de la maldad intrínseca del ser humano, de la «debilidad de su carne». Pretenden construir los mismos muros que igual se van a poder saltar de maneras tan peligrosas como metiéndose en el baúl de un carro, haciendo túneles con cucharas o construyendo globos aerostáticos artesanales. Creen que cruzarán la frontera para no volver jamás, a pesar de que la mayoría de la gente, al fin y al cabo, se coma el cuento de los «principios y valores» que toda la vida han embutido en los colegios y las iglesias. Saben que toda la vida han hecho mal la tarea. Están conscientes de su propia estúpida maldad.
Esos hijueputas creen que una vez abierta la puerta todos querrán irse corriendo a abortar, a tirar como locos para quedar embarazados y además poder abortar. Parece que pensaran que abortar es algo que produce una inmensa alegría o simplemente burdo placer. Piensan que el aborto es un ritual en que los padres ―o solo la madre, ¡lo que es peor!― se bañan en la sangre de una «criatura inocente» para expiar ―pero sobre todo celebrar y renovar― la irresponsabilidad y el pecado. O sólo el pecado, que es en lo único en que realmente están pensando.
Comunistas y seguidores de José Galat, ambos piensan igual: son conservadores.