Bélgica es un país que tiene una hermosa capital donde no funcionan los teléfonos públicos y en su lugar la gente usa las cabinas para cagar después de haber comido lo que en español se conoce como gofre, platillo nacional al lado de los mejillones con crema. Cerca de dicha capital también hay un horrible monumento al átomo y un parque temático donde hay miniaturas de otros monumentos de otras partes de Europa. Básicamente por eso la gente sabe que existe ese país porque los Pitufos y Tintín son o gringos los unos o francés el otro.
Bélgica es un país cuyo símbolo nacional es un niño que orina. También es un país con un sistema de transportes incomprensible pero limpio y eficiente porque es un país muy pequeñito.
Aun así, Bélgica es un país dividido en dos facciones «étnicas», aunque étnico es un adjetivo que se usa para la gente salvaje, incivilizada, es decir, la que vive lejos de Europa. Entonces, Bélgica es un país dividido en dos facciones lingüísticas y más o menos religiosas, pero ambas igual de fascistas.
Se supone que lo único que une a los belgas, lo único que los hace belgas, y no valones o flamencos, es un rey gordo, con gafas y viejo que se llama Alberto.
El Reino de Bélgica tiene una embajada en Bogotá, en aquel reducto de intelectuales progresistas conocido por eso mismo como Bosque Izquierdo. En el mismo barrio, el señor representante de los intereses del rey Alberto en esta hermosa tierra enclavada en los andes, Joris Couvreur según la información de la página de la embajada, tiene una modesta residencia al frente de un parque abierto y al lado de un parquecito enrejado.
Este último parquecito, abierto al público, es un extraordinario mirador donde hay una banquita de piedra para sentarse y ver pasar los carros que van por la carrera quinta, el parque de la Independencia o la torre Colpatria. Pero también desde ahí pueden verse, tan bellos como son, los cerros tutelares de Bogotá. Qué bellos planos. Qué ganas dan de registrarlos con la cámara fotográfica, herramienta constructora de relatos en estos días dospuntocerescos.
Pero Joris, como si fuera un colombiano más y no un súbdito de su majestad don Alberto, le tiene miedo a la cámara, la cree un elemento de terrorismo, una amenaza y tal vez una prueba de que pronto habrá algún interesado en atentar contra su vida.
Al lado de la casita del embajador hay una caseta ocupada por unos señores agentes cuya tarea es velar por el buen sueño del señor embajador y eso implica amedrentar a todos los antisociales que por ahí se acerquen y se atrevan a tomar foticos para vendérselas al mejor postor terrorista. O a una revista de chismes, o al blog más visto de Colombia, porque a todos nos interesa saber qué es de la vida de Joris. Es más, todos sabemos que ahí vive ese señor.
Como era de esperarse, al increpar a la ley hecha carne sobre las razones por las que había que borrar las fotos y firmar, con cédula, una minuta, solamente pudieron apelar a las cosas más imbéciles como «usted no me trate como alguien de su casa» (yo en mi casa suelo razonar con la gente, por cierto, pero está claro que eso no se puede hacer con esta casta del poder), «yo puedo tenerlo aquí 36 horas si quiero porque ya después hay habeas corpus» (si no estaba cometiendo ninguna contravención eso es mentira, punto) y «usted no me puede hablar así porque tengo un uniforme y estoy armado» (el argumento más paraco de todos).
Pero entre tanta imbécil muestra de autoridad y poder, claro está, señalaron la dignidad del residente de la casa, que no solamente era embajador sino sobre todo… ¡extranjero! Es la misma razón pendeja por injusta, ilegítima y maldeveredosa que aducía el policía cualquiera en Séptimo Día cuando le preguntaban por qué no encanaban a los turistas que disfrutaban las bellezas narcóticas y venéreas de Colombia en el siempre abierto de piernas barrio de La Candelaria o la siempre presta a ser sodomizada ciudad de Cartagena: «a los extranjeros no hay que molestarlos».
En vez de hacer pendejadas como ir a darse almohadazos a un parque propongo que hagamos un flashmob en ese parque, una vez consideradas las posbilidades y subterfugios legales. Imagino una montonera de gente que llega ahí y toma fotos de Monserrate y de Guadalupe y de la Litografía y de Andigraf sin tocar la casa de este llorón que está que se orina del susto por ver una puta cámara, artículo que en Bélgica aún no deben conocer porque están sumidos aún en la irracionalidad de las etnias (se parecen a sus ex súbditos de Ruanda) y en el retrógrado sistema de gobierno conocido como monarquía.
Vaya a llorarle al rey, embajadorcito.