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juglar del zipa » 2007 » April

Archive for April, 2007

Tiempos, costumbres

Tuesday, April 24th, 2007

Entiendo que les haya parecido simpático quitarles los brazos para ponérselos donde estaba la cabeza. Entiendo que ahora tengan que reducirlos a su mínima expresión para poderlos ocultar fácilmente. ¿Pero tienen que hacerlo cuando están vivos?

Mensaje al pueblo argentino

Friday, April 20th, 2007

Ya fue, chicos: como Perón, su Diego también se va a morir algún día.

Respuesta a «Premisa oculta»

Thursday, April 19th, 2007

Tal como decíamos, ni al Gobiero ni a la gente patriotera de bien le interesa que Petro sea un guerrillero bueno. Respuesta: el mejor guerrillero es el guerrillero muerto.

Ahora Uribe dice, o sugiere, que Petro es un «guerrillero mediocre». ¡Claro! ¡Si por eso mismo él es presidente! ¡Mejor agradezca, doctor! ¡Por favor! ¡Nunca se le ocurriría decirles eso a los nobles luchadores por la libertad del proletariado! ¡Esos si son guerrilleros perfeccionistas!

Se largó con toda

Wednesday, April 18th, 2007

Tenía razón Diana cuando me dijo que Buenos Aires era un lugar «poético». Es maravilloso cuando estás en el centro y de un momento esta 0interminable masa urbana de anchas avenidas y calles adoquinadas, esta ciudad que nunca duerme, te transporta instantáneamente a Venecia o Ámsterdam.

Basta con ir a la intersección de la avenida Santa Fe y la avenida Pueyrredón —donde hace una semana se abrió la calle, al lado de una estación del metro— para que comience la aventura, para que haya que hacer de tripas corazón y, en particular, de los zapatos una piscina. No hablo de los charcos que se hacen en la séptima de vez en cuando sino de profundidades de más de diez centímetros imposibles de evadir.

El metro no funciona, entonces vamos a coger el bus cercano en la calle Charcas. Pero cuando llego al paradero me encuentro con un camión en llamas, en el cruce con Ecuador, como estimaba desde que comencé a sentir el olor del caucho quemado antes de dar la vuelta. Detrás del camión, una hilera de buses y, de segundo, el 111, el que me deja a una cuadra de la casa.

Así que me voy a pie hasta la avenida Córdoba, paralela a Santa Fe. Para entonces ya cruzo los charcos sumergiendo felizmente los pies en el agua, como si tuviera botas pantaneras. En Córdoba podría tomar el 140, pero no pasa nunca. Claro que cuando decido quedarme en la esquina para parar un taxi pasan dos. Y en cambio los taxis no paran y los que paran preguntan adónde voy —que ya es pésima señal—, hacen mala cara, mueven las manos y gritan porteñamente y se van.

Por fin para un tipo y le digo que voy a Juan B. Justo —aunque en realidad es un par de cuadras más allá— y dice que está muy difícil pero va a intentarlo, que en cualquier momento nos vamos a quedar ahí trancados. Yo le digo que me lleve hasta donde pueda, porque sé que un taxista es tan escandaloso aquí como en Bogotá.

El taxi va bien, pienso, porque igual Córdoba es un paquidermo y cualquier viaje, especialmente a esa hora, se demora un huevo. Y si llueve, pues normal que se demore. Pero comienza el taxista a contarme del agua, del agua en todas partes, de la piscina que se hace en las vías del tren al lado de Juan B. Justo, que yo no sé nadao sencillamente que no sé, que mirá hasta donde va a estar el agua allá adonde voy y yo me río y el tipo cree que me estoy burlando pero estoy comenzando a creerle.

Se desvía de Córdoba para ir por Aráoz y bajar por Honduras y las cosas parecen mejor, al menos van más rápido. Y Honduras ya está más lleno de carros, pero avanza, poco a poco. Claro que el taxista a cada rato dice que aquí nos quedamos, que estamos jodidos, que se arrepiente de haber tomado esto, que ni me va a cobrar. Yo le digo que siga, que fresco, que hasta donde pueda.

Mientras tanto me dice que si soy colombiano y me sorprende porque no me dice mejicano ni puertorriqueño, como hasta ahora, y me cuenta que había llevado a una colombiana, que lo había enloquecido porque muy linda y que el cantito y todas esas chimbadas y le digo que las de aquí no están mal aunque estoy de acuerdo con la apreciación de Kieran de que parecen yeguas por sus caras largas y facciones finas. Silencio. Aparece entonces un árbol caído y debajo un carro ya partido en dos. «¡Huy! ¡Lo mató!», exclamo, queriendo ser más local. «Y sí, ¿viste? Es lo que te decía.»

Llegamos a plaza Cortázar, centro del proyecto macarenesco que son los Palermos Soho y Hollywood, y hay un enjambre de carros que dan la vuelta, los que vienen de Serrano huyendo de Córdoba y quieren irse a Santa Fe quién sabe por qué, porque debe estar igual o peor que Córdoba. O quieren seguir por Honduras, entonces ya no podemos seguir por Honduras y hay que irse hasta El Salvador. «¿Y si va por Paraguay?», le digo. Y algo me dice para bajarme de esa nube e igual se va hasta El Salvador y sigue bajando pero ya ahí me dice que se acabó el paseo, que no hay nada que hacer, que por cortesía me deja de nuevo en Honduras pero que ahí quedó yo por cuenta propia. Pago y agradezco y me llevo mi maleta, mi paraguas y las bolsas del supermercado.

Ya no llueve, no caen gotas y pienso que está muy bien eso, que los taxistas son exagerados en cualquier lugar del mundo y doy vuelta a la cuadra para bajar por Honduras y ahí está el panorama, el destino que me espera. Los carros parados van haciéndose más pequeños a lo lejos porque cada vez se sumergen más y más. Pero no hay más remedio que seguir andando, especialmente porque Juan B. aún se ve lejos. No está tan lejos en realidad, pero el agua ya me llega a las rodillas y camino entre los carros, que comienzan a intentar tomar la calle en contravía porque más adelante las cosas no están mejor.

La calle está trancada por el paso a nivel. Pero el tren no pasa. Logro cruzar y llego a la avenida Juan B. por fin. La cruzo sin poner atención a los semáforos. Creo que el caos es responsabilidad de todos. Estoy en un estado contemplativo o estoy atónito porque aún no puedo creer todo lo que veo. Y mucho más sorprendido cuando llego al otro lado y me encuentro con que tanto Honduras como Gorriti están inundadas hasta casi un metro y tengo que seguir caminando así al menos por tres cuadras más.

Al otro lado, por Gorriti, teniendo como marco los árboles que están en todos los andenes de Buenos Aires, ahora amarillentos y verdosos, como supongo que deben estar en los primeros días del otoño, se ve un inmenso e interminable océano oscuro del que apenas sobresalen un par de carros con el agua hasta la mitad de la ventana y un contenedor de basuras en el que puede leerse, como en todos esos contenedores, «a+BA».

Hay que amar a Buenos Aires y sus mierdas de perro que ahora forman parte de un caldo oscuro en el que me encuentro metido hasta casi la cintura. En la esquina de Humboldt voy a meter mi billetera y mi MP3 en la maleta pero los manes del chuzo están sacando el agua y no entienden que me estoy haciendo ahí por un ratico. El perro, grandísimo, quiere salir y alguien lo regaña, lo putea. Vale huevo entonces y así igual me eché al agua una vez más hasta llegar al otro lado.

Allá había un restaurante que debía estar putiando de la misma manera y una vieja muy chusca se queda mirándome con lo que me gustaría que fuera sorpresa, admiración, pero seguro era triste lástima. Al llegar a Fitz Roy todo es más familiar. Por esa calle, que ahora es cabeza de playa, debería pasar el 111. Pero no va a ser así porque, a pesar de que aquí ya no hay más agua que la que guardan mis zapatos, el camión incendiado debe estar todavía achicharronándose.

Camino una cuadra más hasta Bonpland, la calle familiar. Y ahí está el otro cyber al que voy, el de los hermanos que siempre tienen la boca abierta. Y allá el negocio de pizza y empanadas y el supermercado de los chinos. Y todo está tan seco y todo tan normal, tan Buenos Aires. Y solo resta poner los zapatos en el microondas, secarse y ponerse a ver las pendejadas que dan en los noticieron, como esa pobre gente de Palermo que está con el agua al cuello. Pero paila porque no hay cable.

Casi 2

Wednesday, April 18th, 2007

Hoy, cuando volví, el chino estaba de nuevo aquí, por fin. Al parecer, el chino es libre.

Premisa oculta

Wednesday, April 18th, 2007

Yo creo que el Gobierno, o la gente que sí ama a la Patria en general, está empeñado en que Petro siga siendo un mal guerrillero y por eso no lo matan todavía. Qué inconsecuentes.

Mi gente confundida

Tuesday, April 17th, 2007

Como tantas cosas, el funcionamiento de Google, para mí, pertenece aún al estadio teológico o al metafísico del conocimiento. Es como saber que si toco el interruptor se enciende la luz y se acabó: el buscador es poner la palabra, dar enter y ya. Por ejemplo, no entiendo el Google bombing y considero que quienes lo hacen son unos ñoños desocupados, como los que hacen applets con scripts que roban números IP obtenidos honestamente.

Entonces no sé ahora por qué si alguien busca imágenes de Bogotá en Google sale en primer lugar una foto que alguna vez enlacé desde aquí —precisamente cuando escribía sobre las imágenes «googleadas» de Bogotá—, que remite a este chuzo y que muestra un procedimiento quirúrgico, al parecer muy difundido, llamado bolsa de bogotá o Bogotá o bogota. La foto es muy desgradable pues muestra a un tipo abierto por el estómago, con una capa de plástico que hace las veces de peritoneo.

De un momento a otro comenzaron a llegar comentarios por montones a esa entrada, casi dos años después de haberla publicado. Un comentario dice que debería borrar la entrada por andar difundiendo una mala imagen de Bogotá; los demás me agradecen por el supuesto intento que hago por mejorar su imagen con lo que escribí. Y curiosamente todos están escritos en ese ridículo e ingenuo lenguaje de «indignación capitalina» que es la razón de ser de la entrada. No es la primera vez que sucede (e.g. «Una belleza, hermano»), pero cada vez que pasa me aburre muchísimo.

Así que de nuevo agradezco a quienes saben dialogar con lo que escribo, porque han llegado a conocer mi faceta escrita después de relacionarse con ella por un cierto tiempo. Agradezco a esos lectores que no necesitan notas con explicaciones, a los que ofrecen interpretaciones inesperadas, aportes novedosos o críticas de cualquier tipo; a los que se molestan o se ríen con razón. Incluso, y lo saben, agradezco a los que ofrecen, cortesmente y por igual, sicoanálisis y amenazas. Todos son muy apreciados por su paciencia y fidelidad y siempre es un placer tener motivos para darnos en la jeta en los comentarios, en otros blogs o en la inhóspita calle, según salga.

Bueno, igual nunca me van a hackear.

Una película épica

Monday, April 16th, 2007

Esta es una historia verdaderamente triste, un viaje fantástico que va a acabar mal porque quienes lo emprendieron nunca pensaron que fuera a ser así porque seguramente nunca pensaron.

Es un road-trip por el río Magdalena —sí, incluso usaron el cliché pirryesco— de una pareja de hermanos afrocolombianos que fueron desplazados del oriente antioqueño por un sanguinario líder local. Esperanzados, solo siguen la brújula del instinto, que les ordena seguir vivos. Pero nada los librará de la fatalidad pues siempre estarán lejos de los suyos.

Incluye persecusiones armadas.

Sorprendente

Friday, April 13th, 2007

¡Huy! ¡Don Jaime debe de estar saltando en su única pierna! ¡Por fin le dieron la razón!

Y si por allá llueve aquí está seco ya.

Casi

Friday, April 13th, 2007

El tipo, que atendía este internet en el que estoy —un ciudadano chino de quién sabe si la República Popular o de la que no tiene apellido—, acababa de empujar a un niño por las escaleras. O al menos esa fue la versión que quedó, porque el chino (el mozuelo, el niño) era el único involucrado que hablaba español. El otro chino (el han) solo mucho después se dio cuenta de que habían llamado a la Policía. Y al final se lo llevaron.

«¡Chino de mierda! ¡Volvete a tu país, hijo de puta!», le gritaba una y otra vez la mamá del chino (mozuelo) al chino (han). Después de todo esto sí es como Europa.

Mal de vereda

Thursday, April 12th, 2007

1. Dolencia típica de las mujeres colombianas que, estando aquí o allá, pero habiendo estado aisladas del mundo exterior mientras oían demasiadas historias fantásticas sobre el hombre ario europeo, encuentran en cualquier especimen argentino un epítome de belleza, buen gusto, porte, clase, distinción y, en resumen, «partidazo» que las lleva a entregárseles instantáneamente en cuerpo y alma en cuanto les oyen decir «Y… sí», en patente contradicción con su comportamiento normal frente a los varones paisanos y que lleva a los varones argentinos a creer y afirmar, de manera equívoca, que la mujer colombiana es por naturaleza fogosa y manifiesta su sexualidad sin prevenciones ni ataduras de ningún tipo; eso cuando no dicen que son putas. Por extensión, actitud generalizada del pueblo colombiano frente al argentino que se manifiesta como una desproporcionada admiración. Por ejemplo: «Matías, cuando te digo que puedes ser modelo, presentador de espectáculos, comentarista deportivo, locutor de radio y televisión, actor, futbolista, músico, director de arte, creativo publicitario o parrillero profesional en Colombia con solo mostrar tu pasaporte no te estoy mamando gallo» o «No es joda, Martín: si le mandas cualquier porquería a Daniel Samper Ospina él te la publica en SoHo sólo porque eres argentino» o «Ahora todos los niños parecen jugadores de la selección Argentina»*. U. t. c. varones colombianos frente a las mujeres de aquí. Por ejemplo: «¿Y qué tal las minas, profe? ¿Si es verdad lo que dicen? ¡Uf!» u «Hola, soy Valeria, soy argentina y estoy en “Las niñas lindas bailan Rock and Roll” de Radioactiva. ¡Chau!».

2. Curioso y siempre desagradable percance que afecta por igual a peatones propios o extraños cuando, recorriendo la ciudad de Buenos Aires, uno de cada tres pasos que se dan no zafa de estrellarse con un pedazo de mierda que siempre está re zarpado y cubierto por hojas secas, muy otoñales. A pesar de lo que sugieren las guías turísticas vendehúmos, es mucho más fácil, típico y frecuente hacer esto en Buenos Aires que bailar tango, por lo que el hecho aparece reseñado en anuncios comerciales que afanan las ideas cinematográficas de Wes Anderson y que la gente al final no se banca.

*Se premiará con asado de tira a quien sepa quién se expresó de esta manera.**

**Solo vale para residentes en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (no vale la Barcelona de a lo bien) o el conurbano.

Desviaciones estándar

Tuesday, April 10th, 2007

¿Qué es un nombre raro? Cuando las nuevas vacas sagradas de la Facultad de Economía de la Universidad de Los Andes hicieron este simpático estudio, ¿en qué estaban pensando? ¿En Nepomuceno, en Nicanor, en Juliett, en Eriksander, en Onedolar, en Emaíl, en Manzana o en Arcoiris? Es solo una pregunta, porque no estoy seguro de la idea que tenía quien escribió el artículo.

Ojo: aquí en Argentina todos los varones se llaman Martín o Matías, mientras las mujeres tienen nombres tan raros como Emilce, Sol o Muriel. En Colombia es claro que todas las mujeres de mi edad se llaman Diana, Natalia, Carolina, Angélica, Andrea y, en menor medida, Marcela y Liliana.

Oh, no, se parece demasiado a La pelota… esa.

Este país

Friday, April 6th, 2007

Argentina es un país del siglo XIX. La bandera celeste y blanca ondea en cada esquina, frente a cada monumental edificio público. Los seis billetes están decorados con retratos de los constructores de esta nación: Mitre, San Martín, Belgrano, Rosas, Sarmiento y Roca; todos los reconocen y recuerdan y además dan su nombre a las principales avenidas de Buenos Aires y, sin duda, cualquiera otra ciudad de este país. Estado e historia que huelen a viejo en cada esquina de una nación que no parece haber sido refundada a pesar de sus evidentes y profundos cambios.

Muchos argentinos, cuando hablan, reflejan ese sentimiento, tan común a muchos de los colombianos, de no saber cuál es su identidad, de no creer que tengan nada «auténtico», a pesar de que uno les señale obviedades como el tango. Es común el sentimiento de desgarro, de pensar que nada de lo que hacen es natural a esta tierra, y ese nada es el mestizaje hispano-indiano: desde las corridas de toros hasta comer, digamos, sancocho.

Igual, estoy en Buenos Aires.

Ahora con los 25 años de Malvinas, el escritor José Luis Mangieri se pregunta, apelando al lugar común, «¿cómo entender a este país?». Cuando los militares deciden invadir —o recuperar— las islas, el supuestamente «mismo pueblo» que días antes se había movilizado en contra de la dictadura, ahora exhibía actitudes patrioteras así:

¿Cómo entendemos ese comportamiento súbitamente “patriótico” de la población de un país que apoyó a los que secuestraron, torturaron y mataron tanta gente? ¿Cómo entendemos esa vuelta de tuerca que, de la noche a la mañana, hizo de nuestros tiranos hombres razonables y, de nosotros, frenéticos adalides de la justicia? ¿Acaso no se sabía que la reacción popular contribuía a sustentar a una dictadura que jamás había disimulado ni sus objetivos ni sus métodos para ejercer el poder? ¿Qué clase de país tenemos? La dictadura argentina no se equivocó al comenzar esta siniestra aventura bélica. Mal que nos pese, la Tatcher nos liberó pues, si Galtieri se hubiera salido con la suya, habría contado con un apoyo de buena parte de la ciudadanía y se hubiera perpetuado en el poder por largos años.

Los que, como quien escribe, discutía en su barrio con los vecinos, expresando su punto de vista contrario a esta aventura belicista, éramos denostados y despreciados. Recuerdo un día que en un cine de Flores (…) se ejecutó la “Marcha de San Lorenzo”, precedida por una alocución a favor de la guerra. Todo el mundo se puso de pie. Yo no. Si no me salvan los acomodadores, ahí mismo esos espectadores de barrio me linchan…

Cuando pienso en la gente que se queja porque no se respetan en Colombia los símbolos patrios —cantar barras mientras suena el himno en el estadio—, que no entiende por qué en los billetes aparecen científicos desconocidos, escritores o caudillos recientes, o que se mueren de la ira porque Bolívar está desnudo en la plaza de una ciudad importante, me siento orgulloso, pero no por quienes se quejan sino por quienes han trasgredido. Me parecen indicios de un lento proceso de laicidad frente a la religión civil que propuso Comte y que ayudó a fundar las naciones de este continente, en el siglo XIX.

Entonces me da mucho miedo cuando salen banderas tricolores en todas partes, en pulseras y collares, cuando hay que hablar bien del país para no molestar a Posada-Carbó, cuando la gente parece estar más cerca de querer linchar a quienes nos vale verga más o menos todo. Y mucho más miedo me da cuando me doy cuenta de que FARC y AUC han sido siempre tan patrioteras como el enano mandón y por eso la última letra de sus siglas es una C: todos en todas partes se han comido el cuento.