Lo del plagio de Jerónimo Uribe se sabía desde hace rato en los corrillos uniandinos a manera de chisme. Se supone, lógicamente, que la prensa también tenía conocimiento de estos asuntos. Pero todo tuvo siempre el típico tufillo de teoría de la conspiración: «no van a hacer nada porque Uribe ya los amenazó», «Echeverry —el decano de Economía— no va a dejar que sancionen al chino porque después se queda sin sombrilla», «la rectoría puso un abogado de la Universidad para defender a Jerry», etc.
Cuando estuvo a punto de saberse públicamente, también sonó el chisme como muchos lo querían oír: que al muchacho lo habían echado. Pero de acuerdo con los criterios con los que el Comité de Asuntos Estudiantiles de la Universidad de Los Andes decide las sanciones, para que alguien sea expulsado tienen que concurrir varias faltas en una misma situación o haber reincidencia. Esto último fue lo que La Nota Económica —el primer medio que se refirió al respecto— dijo que había pasado —y que una secretaria había mandado mal un email y otras pendejadas—. Aquí comienza lo chistoso.
Tal como sucedió una vez que me referí a Uribito y sus guardaespaldas en La Silla Eléctrica —cuando salió una nota en El Espectador—, apareció una carta de Jerónimo en la edición siguiente de La Nota —que seguramente él lee todos los días, tal como debe de escuchar sin falta La Silla—. Ahí decía que se había sometido al polígrafo para demostrar que no había reincidido. Me sorprende saber que Los Andes tiene polígrafo, pero parece una herramienta muy importante en una institución donde los casos de fraude han aumentado notablemente en los últimos cinco años. Tanto que han tenido que recurrir a la ayuda de superhéroes para atacar el problema.
Lo que sí pasó, de acuerdo con las actas del Consejo de la Facultad de Economía (18 de noviembre de 2005 y 6 de diciembre de 2005), fue que Jerónimo usó bolígrafo para tachar el nombre de otro compañero y poner el suyo en un trabajo que presentó en alguna clase. Lo del bolígrafo así no más parece escandaloso y podríamos hacer muchísimas hipótesis. Pero como este blog ya se graduó supuestamente en eso de arruinar vidas y sobre todo cualquier cosa la pueden tomar como calumnia, mejor que nuestras curtidas y retorcidas mentes universitarias o ex universitarias nos den ideas sobre qué fue lo que pudo haber pasado.
Lo que quedó a los ojos del Consejo fue que Uribe y el otro sujeto presentaron, cada uno de manera individual, un trabajo que habían hecho en grupo, con párrafos, tablas y datos similares entre sí. Y el tachón, claro. Jaime Lombana, el abogado que se encargó de Uribe, mantuvo la posición de que nunca hubo intención de cometer fraude como uno puede tener intención de, por ejemplo, matar a alguien. Pero aquí bastaba omitir algo: no decir que lo «habían hecho en grupo» —ah sí, esa es mi hipótesis—. Se supone que esa es la gran diferencia entre el derecho penal y el disciplinario, algo que en las actas Lombana no parece entender y tampoco Uribito en su carta a La Nota. Tal vez, confundido terriblemente por esto, se sometió al polígrafo. Además en el derecho penal normalmente la gente va a la cárcel y nadie quiere que lo manden allá por haber hecho un manchón con un esfero.
A partir de diciembre hay un vacío documental pues el caso pasó a la última instancia (el Consejo de Asuntos Estudiantiles), que aún no ha publicado las actas correspondientes. ¿Razón para sospechar? Es igual. La sanción se hizo pública y, de nuevo, no lo expulsaron porque no es lo que se usa, aunque a muchos les hubiera gustado.
Y sin embargo, hasta la fecha, Lombroso —qué digo, Lombana— sigue con la cantaleta, patente en las actas y en una entrevista de radio, de que todo es un montaje para perjudicar la figura de quien ahora resulta que es, en sus palabras, apenas un niño que abre los ojos a la luz de la vida adulta y cuya única culpa es ser el hijo del presidente —quien no supo de esto hasta hace muy poco.
Por supuesto, eso es lo mismo que uno dice cuando la revista Caras, Jet-Set o Semana hace un reportaje sobre cómo yo soy el delfín y voy a estar irremediablemente en la política quién sabe si mañana o en unos años. (Sobre eso salió una columna en El Tiempo el 4 de diciembre del año pasado pero se perdió el enlace.) Ahí sí no nos vamos a negar porque es lo más natural. Entonces cuando me pregunten también diré que nadie nunca me dio nada en la vida y que todo me lo he ganado a pulso, incluso el riesgo de que una sanción disciplinaria cualquiera se volviera, para propios y extraños, una novela de conspiraciones.
Agradezca, joven, que no lo han acusado de violar muchachas o de usar favores paternos para comprar empresas.