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juglar del zipa » 2005 » December

Archive for December, 2005

Balance 2005

Saturday, December 31st, 2005

Saludos desde Viterbo, Caldas, ciudad de las mujeres prohibidas.

El año que hoy se acaba…

Me quitó:

Tres computadores, dos cámaras, un televisor, etc.
Dos tragas.

Me dejó:

Un papá viejo rejuvenecido y con mayor esperanza de vida.
Un amigo.
Un pregrado.
Un posgrado.
Unos pantallazos.
Un trabajo, dinero y poder (jajaja).

Resultado:

Bien, bien. Por eso no olvidaré el año viejo. Y que viva el porro.

Este


Por cortesía de Castpost. La letra es del compositor colombiano Crescencio Salcedo y la voz, para mi sorpresa, es de un afro-mejicano: Tony Camargo.

y los otros…

Feliz año y un muy aburrido 1 de enero de 2006.

Un año

Wednesday, December 28th, 2005

Hace un año publiqué el primer post en este blog. Dago García fue el homenajeado. En ese entonces usé un html bastante artesanal que era auténtico pero engorroso. Ahora agradezco a Wordpress, especialmente por lo de los comentarios. Hace un año tuve 18 visitas diarias en promedio, hoy hay 280 visitas diarias de amigos, familiares, conocidos, seguidores anónimos, incautos navegantes y detractores de todas las calañas.

Aquí seguiremos porque es chévere.

Felices fiestas

Thursday, December 22nd, 2005

Candela, Rumba y Olímpica desempolvan sus archivos fonográficos y nos ponen a jugar los aguinaldos. Es diciembre, es Navidad en Bogotá.

Las calles y los andenes del Prado veraniego, de La Paz, de San Fernando y de Toberín están pintados con vinilos de los colores más pasteles. Es diciembre, es Navidad en Bogotá.

El Sol resplandece, son pocas las nubes que lo cubren, y el asfalto se derrite. Es diciembre, es Navidad en Bogotá.

Las calles y carreras, las avenidas y los andenes, todos están tapados de carros y gente. Es diciembre, es Navidad en Bogotá.

Las casas de mis vecinos están plagadas de luces que me deslumbran cuando salgo en la noche. Es diciembre, es Navidad en Bogotá.

Los taxistas cobran más de lo que dice el taxímetro y mienten afirmando que les dejaron cobrar la prima. Es diciembre, es Navidad en Bogotá.

Más mendigos en las calles, ofertas en los centros comerciales, catálogos de venta en el buzón de la casa. Es diciembre, es Navidad en Bogotá.

Excusa2 y Mai lirol darlin se unen para sacar una Novena irreverente y censurable, sana diversión para kitscheros esnobistas. Es diciembre, es Navidad en Bogotá.

San Agustín: Índice general

Wednesday, December 21st, 2005

Como tuve que publicar todo de una vez, mejor hago un índice con lo que escribí sobre San Agustín y así no se pierden nada.

  • Ayudantes: sobre la forma como los ayudantes de las flotas se comportan.
  • Valle cañón: la geografía del valle del Magdalena, el viaje a San Agustín.
  • Tutú, el pájaro más talentoso del mundo: pues eso.
  • Agusturismo: generalidades y bastantes fotos.
  • «Una belleza, hermano»: la cabaña.
  • «Una belleza, hermano»

    Wednesday, December 21st, 2005

    ***DISCLAIMER***

    ¡VAYAN A SAN AGUSTÍN! ¡ES MUY BONITO! YO NO ODIO A SAN AGUSTÍN NI LA REGIÓN DEL ALTO MAGDALENA. ¡ME GUSTA TANTO QUE HE IDO TRES VECES! BUSQUEN A CHRISTIAN SCHMALBCH Y ARRIÉNDENLE ALGUNA DE SUS CABAÑAS PORQUE QUEDAN EN UN LUGAR MUY BONITO QUE ME GUSTÓ MUCHO Y POR ESO PUBLICO FOTOS PARA QUE SE PROVOQUEN Y LES DOY EL CELULAR PARA QUE LO CONTACTEN, TENIENDO LA SEGURIDAD DE QUE ÉL LOS HOSPEDARÁ AMABLEMENTE. PERO, POR SI ACASO, NO DIGAN QUE ENCONTRARON LA INFORMACIÓN AQUÍ: TAL VEZ LE RESULTE DEMASIADO PARADÓJICO AL SEÑOR SCHMALBACH.

    Quería pasar la última noche en Pitalito. Cuando nos bajamos allí tras las diez seguidas horas de flota, me di cuenta de que en nueve años el pueblito aburrido se había convertido en una ciudad. Pequeña, claro, pero ciudad. Hace nueve años no había edificios de más de cuatro pisos, no había discotecas, no había tanta juventud en la calle, tantas tiendas de tenis y ropa deportiva.

    Todo me pareció fascinante y encontré la respuesta en los dos socios regionales de la ciudad: Florencia y Mocoa. O más exactamente, Caquetá y Putumayo y lo que eso significa, es decir, drogas. Los edificios tenían fachadas algo heterodoxas, las discotecas eran de corridos y narco-vallenato, la juventud en la calle eran niñas bastante arregladas y la ropa deportiva… prejuicios. Pero a partir de los prejuicios —que yo prefiero llamar intuiciones en estos casos— se pueden construir verdades.

    La dueña de la pensión me dijo que Pitalito había crecido porque se lo habían pedido. Se planeaba, según ella, dividir el departamento del Huila en dos nuevos departamentos. Huila, que sería la región de influencia de Neiva y La Gaitana, el sur del Huila, con capital en Pitalito. Sin embargo, para que esto sucediera, Pitalito debería tener más de cien mil habitantes. Aparte de que jamás había oído hablar de este proyecto, me seguía pareciendo más plausible la idea de una ciudad a la que habían llegado remesas del narcotráfico, cuando además es el nodo de transporte de la región.

    La última noche, le proponía a Christian, nos iríamos de farra a esas discotecas, a ver a las niñas vestidas veraniegamente, a ver qué más podría olerse en una ciudad que, por la razón que fuera, está creciendo.

    Entonces apareció el hippy, Christian Schmalbach ***CENSURADO***. Nació en Bogotá, pero su origen alemán puede intuirse si se mira más allá de sus larguísimos dreads. Hace veinte años es agustiniano y todos en el pueblo lo conocen por su solo nombre. Christian —el amigo con el que iba, este sí alemán— lo había conocido en Bogotá pues es amigo de la dueña de la casa donde vive.

    Llegó el penúltimo día del Putumayo, de tomar yagé con los taitas. Lo encontramos en el café internet. Cuando le contamos que nos íbamos a Pitalito nos dijo que era una pésima idea. Lo argumentó así: «Pitalito es Chapinero, en cambio mi cabaña es La Candelaria». O sea que me estaba dando la razón. Pero siguió hablando de su cabaña. Una simple cabaña de bahareque, sin luz y sin agua, a quince minutos del pueblo. ¿Qué la hacía tan especial? Está justo frente al cañón del Magdalena, en un lugar donde el Sol sale a la derecha y se oculta exactamente a la izquierda. E igual la Luna. En un lugar donde el agua se ve caer de las montañas. En el lugar se oye el río. «Es una belleza, hermano».

    La idea de Pitalito murió con tan importantes argumentos. La Candelaria para mí no es magia porque me acostumbré a su triste vida de todos los días. La magia es precisamente eso y suena tan cursi como cierto. Por fortuna era luna llena, así que habríamos podido quedarnos viendo cómo cambiaba el paisaje cada segundo: sube la niebla, llueve; baja la niebla al cañón, hay luz; llueve otra vez y se oscurece. Pero el aguardiente y la cerveza —también— dan sueño.

    Y toda la noche, tontamente, pensando en lo solo que estoy porque no está ella, la que sea, porque ella no existe más. Pensando que algún día habrá por fin, de nuevo, una ella para estar ahí, mucho más feliz y emocionado de lo que estaba. Una belleza, hermano.

    Para quedarse en la cabaña hay que llamar a Christian Schmalbach al 312 461 78 91. La noche cuesta $4.000 y a menudo menos. Si es imposible vivir sin las comodidades mínimas del mundo moderno la opción es La casa del Sol, que queda justo al lado de las cabañas. De hecho la misma persona administra ambos lugares.

    Agusturismo

    Wednesday, December 21st, 2005

    Esta fue mi tercera visita a San Agustín. La última fue hace nueve años con el colegio y antes en 1993, cuando fui con mis papás. También estuve antes de agosto de 1981, pero era muy poco lo que podía ver entonces a través del útero de mi mamá. Regresaba a San Agustín porque recordaba, como le decía a Christian, lo emocionante del viaje, porque el sur del Huila era lo más bonito que había conocido de Colombia porque las montañas eran verdes y el agua salía de ellas en cualquier esquina. Por fortuna no me equivoqué.

    Por «la costumbre» las estatuas ya no emocionan. Antes, además, uno podía abrazarlas, cosa que regocijaba el espíritu. Pero hoy están protegidas por una reja de palos y se pierde el sabor. Eso se entiende, es pro protección. Lo que no tiene mucho sentido es que las estatuas, están solas en medio de la nada. Apenas un tablero en cada mesita —en el caso del Parque Arqueológico— más o menos explica qué pasaba ahí en muy pocas y vagas palabras. Si se lee el libro Estatuaria del macizo colombiano (Uribe, Sotomayor) se tiene una idea mejor. Al menos se sabe dónde encontraron la piedra, que disposición tenía y hay algunas especulaciones. En conclusión, la museografía es terriblemente mala.

    Malas también son las trochas que hay que recorrer para llegar a todos los lugares y que son señal de que la platica que le ha entrado al municipio y a la región quién sabe en qué bello chalet ha sido invertida. Así haciendo cuentas alegres con mentalidad de liberal, de creyente en el progreso: ¿no le conviene a esta comunidad que su pueblo esté muy bien unido al occidente colombiano por una carretera pavimentada a Popayán? ¿No les conviene a los dueños de los camperos y colectivos que hacen las rutas de la zona que las vías estén en mejor estado para que los carritos no se les dañen? Termina un hecho un polvero después de tanto ir y venir.

    Pero lo que se ve en esos tortuosos trayectos es maravilloso, la razón por la que volví a San Agustín y por la que haré lo posible por regresar otra vez. Y más. Y más.

    Les dejó las fotos. Las que tienen una estrellita pueden ser ampliadas, o sea todas.

    Parque arqueológico

    La primera tumba dolménica que se ve. Como decía, la tercera vez no es tan emocionante.

    Es una tierna figura. Parece un muppet.

    La Fuente de Lavapatas, que probablemente era usada para atender partos. Cuando no hay muchos visitantes, no dejan que corra agua.

    La Mesita B es la más popular. Ahí se encuentran lo que probablemente es una representación del Sol —la cara de payaso—, el águila —símbolo del aguardiente Doble Anís— y una estatua que seguramente representa a un guerrero —por la calavera.

    Me gustan estas cariátides… su sonrisa y su rugosidad es evocadora…

    Estas estatuas estaban en la plaza del pueblo y sufrieron las naturales consecuencias. Ahora ni siquiera se les puede tomar fotos pero ya ven que sí.

    Símbolo de progreso.

    Esta es mi favorita. Tiene unos rasgos que después usaría el maestro Alberto Acuña en toda su obra escultórica.

    Un detalle de la misma estatua.

    El estrecho

    2.20 metros entre orilla y orilla del río Magdalena. Hay gente que salta de un lado al otro y también gente que se cae y se muere instantáneamente —y tontamente.

    Obando

    Los tures hacen parada en este pueblo —que, sin mentir, tiene apenas unas veinte casas— para ver las tumbas que hay en lo que habría sido la plaza. No vale la pena. Pero este personaje —Don Delfín— entretiene a los visitantes con sus cuentos de que él ha descubierto la mitad de las guacas de la región y cómo lo han curado de las maldiciones que se ha ganado por eso.

    Alto de los ídolos

    —¿Jugamos golf?
    —No, no sé.

    Salto de Bordones

    Es difícil mostrar en una sola foto toda la caída.

    Se llevan la leña del monte.

    Ídem.

    Horror: RBD × 100pre.

    Chivas de a lo bien. Era una excursión de una escuela de Pitalito.

    Alto de las piedras

    Cuatro yoes: Christian, Doble-yo y Yo.

    Salto de Mortiño

    Lo único que puedo decir sobre esto es que mi cámara es muy bonita porque tomé esta foto a las 6 de la tarde… y un poquito de Photoshop.

    La Chaquira

    Osito cariñosito.

    Le dicen «Diosa de la Chaquira». Chaquira con Ch y con Q, la original.

    Majestad. El sitio es un montón de piedras en uno de los lugares más bonitos que pueden verse. Aunque tal vez Andrés Hurtado tenga otra opinión…

    El Purutal

    Las únicas estatuas que aún conservan todo su color original. Se les encontró en 1984. El guía acusó a Mauricio Puerta de robarse el oro que había en las tumbas.

    Tutú, el pájaro más talentoso del mundo

    Wednesday, December 21st, 2005

    Últimamente he sido acusado de hacer afirmaciones totalizantes sin fundamento. La que hago sobre Tutú tiene toda la razón de ser y no me importa que sea un acto de discriminación —este sí absolutamente consciente y deliberado—. Tutú es el pájaro más talentoso del mundo y pare de contar. Esta es la razón:


    Cortesía de Castpost y Residencia Menezú, San Agustín.

    ¡Este pájaro hacía virtualmente cualquier sonido!

    Tutú, según su dueña, es un pájaro que se conoce como quinquina o templón. De acuerdo con eso, su nombre científico sería cyanolyca viridicyana y estaría emparentado con los azulejos.

    El buen Tutú vivía en el patio donde estaban los baños en la pensión donde nos quedamos en San Agustín. Iba yo al baño en la mañana del primer día y salio de su jaula para gritarme y espantarme con su particular gritería. Lamentablemente no quedó registrada, pero es algo como una campana, un sonido metálico —quin, quin, quin—, que daría origen a su nombre popular. Cuando uno lo asustaba, gritaba histéricamente. Pero lo más bonito era cuando bailaba, que fue lo que pude grabar.

    Adenda: Finalmente logró determinarse que el pájaro es un cyanocorax yncas.

    Valle cañón

    Wednesday, December 21st, 2005

    Siempre había visto el mapa de Colombia en relieve que hay en el estudio, pero nunca me había llamado más la atención como en los últimos años, desde que comencé a viajar por mi cuenta y por la deformación en la universidad, que me ha hecho interesar de alguna manera por la geografía del país o la geografía en general.

    Por eso las otras dos veces que había ido a San Agustín no me había dado cuenta de cómo el Magdalena da forma al Tolima y al Huila y, en consecuencia, al resto de Colombia. Es decir, no me había detenido a pensar en cómo estando uno cerca de El Espinal, habiendo pasado el río Magdalena, habiendo bajado de la Cordillera Oriental, están ahí las dos cordilleras —Oriental y Central— que más adelante se verán «unidas» en el Macizo Colombiano.

    Desde Flandes, Tolima, no hay relieve, no hay subidas ni bajadas y las montañas se ven lejos, aunque cada vez más cerca. Antes de Hobo, Huila, el ascenso comienza, la distancia entre las cordilleras se hace más pequeña y el río Magdalena, antes ancho, se estrecha, se comienza a ver el cañón. La carretera se aleja del Magdalena y regresa a él y el paisaje, agreste, no puede fotografiarse bien porque el bus va afanado.

    Antes de Timaná, un poco después de Altamira —tierra de la achira—, comienza el ascenso del Pericongo, pero ya es de noche y no hay manera de ver qué pasa. Mi mamá le tenía miedo al Pericongo y decía que ahí el viaje se hacía más lento. El bus sigue a más de ochenta, el ayudante sigue pasando de la cabina de pasajeros a la del chofer. Quién le teme al Pericongo.

    Saliendo de Pitalito, el taxi se acerca de nuevo a los riscos y allá abajo se intuye su presencia. En el pueblo de San Agustín, por fin, las montañas separan al río más importante de Colombia apenas por metros. Veinte minutos a pie, al norte, y allá se ve, escuálido, el río que «hizo posible» a Colombia.

    ¿Cómo no iban a hacer de una región así un lugar sagrado? El agua parece salir de las montañas, de cualquier lugar, de ninguna parte. Baja y se une al Río Grande de la Magdalena. Las montañas son todas verdes, desde ellas se adivina el recorrido, los meandros, las caídas. Y al occidente está el nacimiento, separado de ahí por dos días de excursión a caballo hasta el Páramo de las Papas. Allá no hay cañón, pero la niebla, dicen, tumba hasta los caballos. Algún día continuaré el recorrido. Recordar a Kapax.

    Ayudantes

    Wednesday, December 21st, 2005

    Los transportadores colombianos parecen ser todos criados en la misma familia, vengan de donde vengan. Cuando se viaja en flota se suma al irresponsable talento del chofer la oscura figura del ayudante.

    El señor ayudante siempre está de afán por lo que nunca sabe qué decir. Miente con facilidad. Sus cálculos horarios no parecen basarse en su experiencia de días y días de hacer el mismo maldito viaje sino en un deseo de llegar rapidito. Es el mismo deseo que manifiesta el chofer al ir a toda mierda por carreteras llenas de curvas, de las que dan la cara a los precipicios.

    Al ayudante le hace falta el látigo de los capataces para poder sentirse completo. Él es la autoridad en el bus. Él ordena dónde acomodarse; acomoda a los que ya no podrían ir en una silla; saca cojines y bolsas para el vómito; restringe las idas al baño o el comprar algo para picar o almorzar; amenaza con que no van a esperar a nadie pero se toma su tiempo para charlar con los amigos del terminal o comerse su buen tamalito en algún estadero.

    De ida nos fuimos con la empresa huilense Coomotor. El ayudante, opita, tenía la misma cara de preocupación de Giovanni Hernández y era difícil saber si cuando hablaba lo hacía con timidez o arrogancia. Estando en Neiva, donde había dicho que íbamos a almorzar, nos ordenó no permanecer más de quince minutos porque se iba sin nosotros. Habían pasado cinco horas de viaje y faltaban otras cinco, aunque en sus palabras iban a ser solo tres hasta Pitalito. A lo largo del viaje, incluso cuando ya era oscuro, este ayudante pasó unas veinte veces de la parte de los pasajeros a la cabina del chofer por la parte de afuera: era un colectivo.

    Para regresar usamos los servicios de Taxis Verdes, empresa del occidente cundinamarqués. Esta vez el capo era un tipo calvo, pequeño, arrugado y sudado, como el que siempre ponen de capataz en los libros de Astérix. Iba sentado en un cojín redondo en el único espacio que había en todo el colectivo. Miraba atentamente cada vez que entrábamos a algún pueblo, como un cazador, viendo a cuántos podía convencer de entrar al bus. Cuando así sucedía, cogía la maleta y la ponía en el baúl de cualquier manera. Si los nuevos pasajeros aún no se acomodaban, él los arriaba, literalmente, con regaños, gritos y disculpas. Para el almuerzo fue igual. El bus paró en Castilla, Tolima, y nos amenazó a todos: «¡Aquí paramos por última vez hasta Bogotá! ¡Si van a comer o a ir al baño lo hacen ya! ¡Después no jodan!» El bus paró después, por supuesto, para recoger más gente y, antes de llegar a Silvania, para arreglar el resorte del acelerador. Lo último me pareció paradójico.

    Cuna de la raza

    Tuesday, December 13th, 2005

    Poco hay que decir de la cuna de la raza paisa. Por eso apenas dejo unas foticos a manera de decoración.

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    La plaza de Jesús Nazareno durante una proyección

    Cuando el mariscal Robledo fundó a Antioquia en 1538 nunca se imaginó que un día feliz, casi cinco siglos después, su republiquita de españoles se iba a convertir en algo como el Carmen de Apicalá. Tampoco se le ocurrió que sus tres callecitas empedradas y las casitas tipo patio harían al pequeño pueblo merecedor del título de «joya colonial».

    Para mí las palabras colonial y tierra caliente no cuadran, a pesar de que haya pruebas materiales —como Cartagena— de que es posible que se dé este fenómeno. Mientras que «colonial» me suena a solemnidad, a ropas discretas, a aburrido y vida en policía, «tierra caliente» tiene que ver con piscina, prendas vaporosas, lujuria, carnaval y bajas pasiones.

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    Un gato duerme la siesta a casi 30 grados

    Fui al Festival de cine de Antioquia en Santafé de Antioquia con la promesa de que iba a disfrutar de ese aspecto tierracalentano, a ver lo mejor de la chonquetería —femenina— paisa hablando mierda y bebiendo en los parques y plazas. Me dijeron que se iba a respirar cine y cultura a toda hora, que las discusiones iban a estar a la orden del día, que lo más selecto del mundillo del cine local estaría presente para participar en las conferencias. Me animaron con que en la Caja de Pandora vería el cine colombiano del siglo XXI. En fin, que Santafé de Antioquia es el Sundance colombiano.

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    La catedral, en el parque central

    Es verdad que el pueblo estaba bastante movido, pero no había tanta gente. Igual tiene solamente once mil habitantes que gustan del vallenato. Seguramente por eso en el hotel donde me quedé sonaba lo mejor de lo mejor de este prostituido género, acompañado de reguetón y merengue y salsa de alcoba. Ancianas en sus cincuenta años movieron sus flojas y abundantes carnes al son de esta música mientras yo desayunaba. Pero ellas no eran del pueblo sino que venían de las montañas al oriente del río Cauca.

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    El puente de occidente, la principal atracción turística

    En algún momento en el siglo XVIII o XIX los antioqueños primigenios decidieron migrar masivamente de sus pueblitos de españoles y sus campamentos mineros en el occidente hacia el abrevadero de mulas que se conocía como Medellín. Debieron ascender la montaña y volver a bajar hasta el extenso valle de Aburrá a convertir al estadero no solo en una ciudad sino un mito.

    No sé el nombre del Prometeo de la historia, pero todos sabemos quién y cómo es el paisa. La evidencia indica que en su proceso de migración del occidente al oriente el protopaisa sufrió una impresionante trasformación que, como todo en este mundo, solo puede explicarse con sólidos argumentos deterministas como eso del clima, de la raza y de la pureza del agua. Si uno va a Carmen de Viboral o a Rionegro o a La Ceja o sencillamente a la metrópoli, el individuo paisa intentará vender el polvo del piso o la mugre de sus calzoncillos y así nos hace entender que el protagonista de tanto trabajo de la U de Antioquia sobre comerciantes antioqueños en el siglo XIX tienen sentido en la explicación de la nacionalidad colombiana.

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    La cordillera occidental

    Sin embargo al otro lado del Cauca el dizque paisa hace cosas de esas por las que se quejan los paisas de verdad cuando vienen aquí. Tiran el menú en el restaurante y no preguntan qué quiere uno. Se demoran una eternidad en atender y servir. Cierran la tienda de licores a la una de la madrugada, cuando la gente que va a tomar océanos de alcohol apenas está comenzando a comprarlo. Y lo más impresionante, lo que mejor me demostró que no estaba donde creía estar: no me quisieron vender algo.

    A punto de coger el bus de regreso a Medellín en el Terminal de Santafé, estuve buscando unas arepas de bola. Me encantan las arepas de bola, tan quemaditas por fuera, tan cruditas por dentro. Sal y mantequilla para desayunar. Me iba a llevar unas veinte o quince, que en realidad son muy pocas y me acerqué a un puesto de chicharrón y chorizos.

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    Arepas de bola y fritanga

    —¿Cuánto cuesta la arepa?
    —Doscientos.
    —Deme quince.
    —Un momento.

    La vieja se fue un rato.

    —No le puedo vender las arepas.
    —¿Cómo? ¿No puede?
    —Es que son para darlas con el chorizo o con el chicharrón.
    —Le voy a comprar quince arepas. No me haga rebaja ni me dé ñapa.

    Pude haberle sugerido que me cobrara más.

    —Pero no puedo vendérselas porque son para el chorizo.

    Esto en rolo se dice «por eso le digo».

    —¿Usted es paisa?
    —Claro.
    —No parece.

    En realidad nadie en Santafé de Antioquia parece paisa. Será el calor, será la vegetación, será que son mestizos o mulatos y no blancos civilizados descendientes directos de los adelantados, será que es un pueblo de diez mil personas. Ya en serio, vistas así las cosas, me pregunto de dónde nació ese espíritu legendario si esta es la madre que los parió.

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    Con Felipe, que presentaba un corto, en el parque central

    Gira Nacional 2005-2006

    Wednesday, December 7th, 2005

    Estimados lectores:

    Compromisos de orden más o menos profesional, el inquebrantable deseo de mostrarle a un distinguido visitante de tierras extranjeras —aunque a Masturbaca no le guste— la más bella región que hasta ahora he conocido, la misteriosa voluntad de verme rodeado nuevamente de niebla y frailejones y una promesa de luna de miel con mi mejor amigo son las razones por las que en próximos días el Juglar del Zipa llevará a cabo la Gira Nacional 2005-2006.

    La caravana partirá el jueves a las once de la noche rumbo a la metrópoli del imperio paisa —Medellín, se llama— de donde nos desviaremos al mediodía hacía la antigua metrópoli del mismo imperio, cerca del río Cauca. Un calor de los mil demonios nos dará la bienvenida a la pequeña población que otrora fuese capital de la región a la que heredó su nombre. Sí señores. Estaremos en el Festival de cine de Antioquia en Santafé de Antioquia.

    De regreso a la ciudad del Zipa el lunes que viene, la caravana se dirigirá pronto al Macizo Colombiano, al sur de las tierras del aguardiente Tapa Roja, habiendo atravesado primero las tierras de donde proviene la mitad de «la sangre» de quien les habla: Tolima y Huila, valles del alto Magdalena. Allí, por cerca de una semana, se llevarán a cabo las actividades tradicionales de cualquier visita al patrimonio arqueológico nacional con esas otras que las cosas de la edad ya permiten hacer.

    De nuevo en la metrópoli de metrópolis, la caravana subirá más allá de la circunvalar para llegar al Parque Nacional Natural Chingaza, dadora de vida y aguas a las vastas tierras del Zipa. Atraviésase el parque de norte a sur, buscando la carretera que lleva a La Unión, Fómeque y Choachí para regresar por donde están las mejores vistas de la ciudad que me vio nacer. O esa es la idea…

    Pausa para aburrirse durante una semana entera porque en el hogar de un servidor el ateísmo y la falta de familia no nos dejan celebrar las alegres fiestas decembrinas como lo haría cualquier unidad básica constitutiva de la sociedad. Pero no hay que olvidar que el 28 del mismo mes se celebra un año de esta humilde morada y el tradicional Día de San Herodes en la casa del Dr. Barbarie.

    El plato fuerte cerrará el mes de enero de 2006 y es lo que constituye realmente la actividad de la gira. Originalmente estaba planeada para comenzar en Cartagena, pero hechos acaecidos en los últimos días hicieron resolver que comenzará en Medellín —de nuevo— para terminar en la australísima ciudad de Pasto, pasando por Manizales —a visitar amigas que estén en feria—, Pereira —cuna del acompañante el amadísimo Dauchoroma—, Armenia —a ver si las ex novias se dejan ver de sus… ¿serán novios?—, Cali —a ver si por fin conozco por allá— y Popayán —paraíso del aburrimiento… no, esto… «joya colonial».

    Intentaré reportar los ires y venires de esta gira nacional mientras se piensa qué diablos hacer en este año que viene, tantas promesas, tantas esperanzas y tanta misma mierda de siempre.

    Reflexiones acerca de la historia

    Friday, December 2nd, 2005

    A los 24 años uno ya es grande y sabio para poder pontificar sobre la vida. Se necesita muy poco tiempo para darse cuenta de que las situaciones con que nos enfrentamos son siempre las mismas, con las mismas variables, solo que a veces uno es la X, otras la Y, otras la Z, etc. Por eso cuando uno habla con los amigos les puede decir en qué lugar de la ecuación están. Igual pasa, claro, cuando uno vuelve a una situación y dice «según lo que me pasó».

    Pero a los 24 años uno todavía no sabe que definitivamente no hay que volver a meterse en las situaciones que antes han llenado la vida con el más estúpido sufrimiento o en las que uno ha hecho sufrir a los demás estúpidamente. A los 24 años uno conoce el modelo, pero todavía no conoce todas sus posibilidades, sus combinaciones, las infinitas permutaciones. En mi caso, lo peor ha sido enfrentarme a la misma situación cuatro veces —dos veces de un lado, dos del otro— y seguir sin aprender que hay que salirse a tiempo, pronto, esté uno donde esté. Es más, todavía no aprendo que ni siquiera hay que meterse. No en vano existen bellos adagios como «al perro no lo capan dos veces» o «soldado advertido no muere en guerra». Pero es mucho más frecuente aquello de que la burra vuelve al trigo.

    Uno es terco. La fe es una forma sublimada de terquedad. Cuando uno mismo, en un ejercicio de solemne sensatez, deja de tener fe en algo, los demás le piden que la tenga. Y si no es uno, es la vocecilla —judeocristiana o hollywoodesca— que dice «espera, ten fe, ten paciencia, recuerda las epístolas de San Pablo, recuerda la película romántica que te pusieron en el avión». Entonces, con soberbia estupidez, uno comienza a tenerla. La fe. Y tome. Que una persona tenga fe es el mejor indicador de que no está en sus cabales o que es pendeja, que desconoce la realidad. O sea, uno es así todo el tiempo. Así de pendejo y loco.

    A veces basta que uno les dé una oportunidad a los individuos. Dice uno «no va a pasar como antes porque esta es una persona diferente y todos somos diferentes, únicos». Y tome. ¡Claro que somos diferentes! Pero igual estamos desempeñando el papel de variable en la ecuación y eso implica allanarle el camino a una regularidad, a una realidad innegable. Un día uno es el malo, otro día el bueno; pero malos y buenos se comportan siempre de la misma manera.

    De la teoría a la práctica. ¿Qué pasó? Me dijeron que esperara, que tuviera fe. Y esperé y tuve fe… algo tuve. Y claro, nada salió como yo quería, como me habían pedido que pensara que iba a pasar, porque nunca es así. Porque así pasó cuando otra vez me pidieron lo mismo. Porque así pasó cuando yo fui quien le pidió a otra persona que tuviera fe, que esperara. Y lo peor es haberle dicho a la persona que ahora me ocupa todo esto, haberle dicho que sabía qué iba a pasar, paso por paso, saber que tenía toda la razón, decirle que yo tenía toda la razón y aun así, seguir teniendo fe.

    Lecturas recomendadas:

    CIPOLLA, Carlo. «Las leyes fundamentales de la estupidez humana» en Allegro ma non troppo.

    PAPINI, Giovanni. «El camino de los dioses» en Gog.

    PARETO, Vilfredo. Optimalidad.

    Ya. Simpático, apropiado, que sean autores italianos. Esta es la referencia propia.

    Reflexiones posteriores:

  • La sensación de que alguien es intenso con uno es inversamente proporcional a cuánto quiera uno estar con esa otra persona.
  • Uno se molesta porque todos los fracasos son iguales y en cambio no acepta que los éxitos pueden ser diferentes.
  • Mejor sentido pedagógico tiene Patton.
  • Me dijeron que estaba feliz, con el pelo pintado de rojo. Por ahora la única dama de ígneos cabellos que conozco me la presentó Dauchoroma. Pero con ella no se me ha ocurrido la idea de pasar un día entero, una semana, un mes, la vida y esas otras chimbadas. Además termina uno con sed y qué pereza.
  • La fe mueve montañas y nada más.
  • Con toda esta porquería así, esto sí parece un «blog de verdad».

    Libertad de expresión

    Friday, December 2nd, 2005

    «Imagínense el cuerpo del pobre niño con sus brazos y sus piernas desmembrados, ensangrentados y regados por todas partes, en pedazos tras haber sido destrozados por los filosos colmillos de esos perros. Debe ser muy doloroso para usted, don Héctor.» Inocente ignorancia la de Darío Arizmendi que permite preguntar cosas en absoluto lejanas a lo que va entre esas comillas, como acaba de hacer hace cerca de una hora. La misma inocente ignorancia —estúpidamente respaldada en el deber de informar del periodista— que nos ha condenado a presenciar el espasmódico «¿cómo se siente?» en boca de los reporteros que se encuentran cubriendo una catástrofe, un accidente, un atentado, un asesinato.

    Hoy no sé por qué odiar más a Dario Arizmendi. Si por haber hecho lo que acaba de hacer o por mamársela al aire a Uribe —con efecto retardante— cada vez que puede, o por pensar que hace ambas cosas muy en nombre de la libertad de expresión, de la desinteresada voluntad de tener más informado al público colombiano.

    Me expreso libremente: que se lo coma el perro.