Tras un edificante puente —como hace tanto tiempo no había— regreso a este lugar —que es mi casa y donde también se lava ropa sucia para que cuando llamen a hacerme pegas no me digan «cochino»— y encuentro que la estúpida porquería que puse el viernes ha crecido como bola de nieve y nos revela que Gustavo Gómez podría ser o no ser él, o ser todos. ¡Y hasta ninguno! Es decir, lo que sea que es eso que dice llamarse Gustavo Gómez —un gremlin, tal vez— podría estar actuando como el Espíritu Santo: es síntesis de una multitud, o un parecer común, una revolución latente, el calor de una multitud alevosa, o un poderosísimo Zeitgeist. Además hay que contar que como el Espíritu Santo es Dios mismo, no se puede demostrar ni su existencia ni su inexistencia y que es cuestión de fe ver qué cosa cree.
Pero a lo largo de la historia a la voz del Espíritu Santo solo le han hecho caso los locos o, más bien, han terminado por enloquecerse quienes la oyen. O los enloquecen los demás. Así que en un hecho sin precedentes —porque ya ven cómo soy yo de huevón— haré buen uso del poderoso mantra que recitaba la Chilindrina: «no oigo nada, soy de palo, tengo orejas de pescado».
Bueno, no tanto. En verdad me he reído mucho, como cuando leo las animadas «discusiones» que se forman en el blog del Dr. Barbarie. Ha resultado muy divertido todo lo que han hecho a partir de algo que yo ingenuamente, como siempre, pensé que era en serio. No sabe uno, como dice Cermeño entre sus comentarios, cuándo la insignificante propia vida resulta convertida en una mediocre imitación de una novela de Auster —e. g. Ricardo Silva— o de Palahniuk o un guión de Charlie Kaufman dirigido por Jairo Pinilla. Lo único que me parece relevante, por ser la base documental de este episodio, es que la primera de esas manifestaciones —apócrifa o real— de Gómez, el comienzo de este profano Pentecostés, llegó aquí por medio del servidor de Semana. Esto necesita análisis.
Sin embargo, en vista de las quejas serias que me han hecho llegar algunos lectores recurrentes y el divertido tratamiento que ha dado el súbito caudal de lectores que llegaron de la nada, el asunto no se tratará públicamente.
Pude haberlo pensado en primer lugar. Pero yo estoy convencido, como lo he manifestado aquí y en Semana, de que uno hace con su blog lo que quiera, incluso con la posibilidad de arriesgarse, así sea valiente, irresponsable, ingenua o pendejamente. Más bien, todo blog es un riesgo: desde hacer públicas cosas que seguramente a nadie le gusten o interesen hasta denunciar hechos graves que por una u otra razón no divulgan los medios tradicionales —los medios como medios: prensa, televisión— y hegemónicos —los medios con nombre propio. El Tiempo, Semana… ¿alguno más?—. En fin, la cosa implica un regreso a la pregunta primaria de todo bloguero cuando abre su casita: «¿Para qué hago un blog?» En mi caso una respuesta es «pues no para autocensurarme».
En los blogs lo más importante es que casi siempre —porque hay blogs que restringen los comentarios o tienen unas políticas de censura que parecen susceptibilidad disfrazada de fascismo— hay un diálogo público entre quien escribe y quienes leen —idea de la difunta (?) Jazz, aunque la desarrollan más en este artículo—. Y siento que este blog —o sea yo— está aparentemente en riesgo de perder su prestigio —que lo tiene— por esa puerta que uno le abre a ese diálogo, por las libertades infinitas que he querido dar en este lugar tanto a quienes lo visitan como a mí. Aquí el que quiera dice lo que se le dé la gana como se le dé la gana, con los riesgos que impliquen.
Me resulta interesante que lo que hice en el post anterior haya producido un comentario como el de Sentido Común, cuyo precursor fue Velvet hace como tres meses. Palabras más o menos, el agregado en Chisinau me decía que los blogs debían acudir a la cortesía y al buen lenguaje para que los tomaran en serio, para que no perdieran su «status profesional». Este blog no tiene hasta ahora pretensiones profesionales —lo que también es sinónimo de que no es periodístico, ni académico—. O sea, este blog pertenece a la categoría a la que la inmensa mayoría de los que están registrado en BlogsColombia pertenece: es de opinión y es personal. Eso implica que haya tanto desaciertos como genialidades, cosas bien hechas y pésimamente desarrolladas, cosas sin importancia o que den mucho de qué hablar, cosas necesarias y otras perfectamente prescindibles y, como en todo, cosas que gustan o no gustan. El público también se arriesga a encontrarse con eso, pero no pagan tan caro.
El comentario de Sentido Común me hace pensar que a la larga uno se gana responsabilidades con sus lectores: que publicar cada tanto, que no ser grosero, que no meterse con no-sé-qué. Pero sigue siendo cuestión de cada uno —como todo en un blog— ver si eso es importante o no, si uno lo aplica o no, si influye a la hora de definir lo que uno publique. Y a mí eso sí me importa, porque está directamente relacionado con mi prestigio.
Antes de publicar el post anterior yo ya estaba avergonzado con algunos de mis lectores, es decir, me sentí responsable por ellos, aunque en realidad estaba temiendo por mi propio prestigio. Sabía que el asunto les iba a incomodar, a parecer innecesario e inútil, como supongo que pasa cuando cada vez que hablo de mi vida. Pero esta vez la vergüenza era más grande porque sabía que lo que después dijo STiRER terminaría convirtiéndose en realidad: «…no entendí nada. Pero teniendo en cuenta que en Colombia se “compra” una pelea, pues por ahí sí entiendo la cosa.»
Evidentemente, «vendí» una pelea —claro, yo también la había «comprado»— o sea, la publiqué. Bien barata ha salido. Qué feria. Como decía, qué cantidad de lectores que han salido de quién sabe dónde. Qué cantidad de detractores que se han revelado, aunque sin dar la cara. Es sencillamente sorprendente que hayan hecho tantos comentarios, y tan largos, en cuestión de días. Y todo por esta pendejada. La pendejada mía y del santo espíritu de Gustavo Gómez. ¿No querría ver uno eso mismo cuando escribe las cosas que uno cree que están llenas de seriedad, argumentos, cortesía y «profesionalismo»? Claro, porque no hay otra forma de saber que a uno lo están leyendo, no hay otra forma de hacerse una idea concreta del prestigio propio.
Las peleas parece la evidencia de la falta de «profesionalismo» del público de los blogs, a la que finalmente también se refería Sentido Común. Todo implica una paradoja respecto a su universo: sí, los blogs son puertas abiertas a escritores y lectores de todo el mundo, puertas abiertas que poco tienen los demás medios. Pero fácilmente entramos a decir o buscar pendejadas. El resultado, desde luego, es que la gente con licencia para opinar comenta que en la blogosfera solo se dicen pendejadas. Y va uno a ver, y en la mayoría de los casos esas acaloradas olas de participación se resumen muy bien en lo que Tío Rojo dijo una vez en el blog de Eduardo Arias: «las discusiones de internet son como los Paralímpicos: ganemos o perdamos, todos seguimos siendo mongólicos».
Por eso me gusta la contundencia de los blogs de humor.