Tres hechos sucedieron esta semana. Algunas palabras:
1. Los comentaristas de fútbol son irresponsables. Se les permite serlo porque prácticamente a nadie le importa que sean de otra manera. No importa si confunden Suecia con Suiza o Irán con Irak; no importa si pronuncian mal los nombres de los jugadores de la liga de Inglaterra o de Albania. Importa un poco si con un par de palabras le dañan la vida a un jugador, inflándolo o destruyéndole la moral. Pero al final tampoco importa mucho, que al fin y al cabo jugadores hay muchísimos en cambio comentaristas sólo hay cuatro o cinco desde los legendarios años de la panela. En fin, la diferencia entre lo que pueda decir un taxista hablador un domingo por la tarde y un comentarista deportivo es la misma que hay entre un alfiler y una aguja.
Esos mismos comentaristas irresponsables, en virtud de los hechos del miércoles en El Campín, se convierten en sociólogos y analistas políticos. Apenas atinaron a decir lo mismo de siempre: «son esos jovencitos que van al estadio a ser vándalos, a hacer fechorías, malandrines, pillos que ni van a ver fútbol».
Por supuesto, hay que ser más que malandrín para apuñalar a alguien hasta matarlo. Pero lo más importante es que eso no sólo implica un grado de criminalidad que va mucho más allá del vandalismo, sino las razones. A pesar de la cara de enajenamiento y furia de los criminales —que pueden verse en las fotos—, debió haber algún motivo para que tres personas fueran apuñaleadas en el estadio.
Pero como los comentaristas viven en el tercer piso de El Campín y nunca pagan boleta, no saben todas las porquerías que pasan y han pasado en las tribunas sur y norte del estadio de Bogotá y de las mafias que, fuera el estadio, favorecen que tales cosas pasen. Tampoco saben de los grados de organización de esas barras; ni siquiera los intuyen. No se les ocurre preguntarse por qué unos garsas apuñalearon a otros garsas iguales. «Es la misma violencia de nuestros campos que se vive en los estadios», habrán dicho alguna vez.
Punto aparte, hace años que llevan echándole la culpa «a la violencia» de espantar al hincha del estadio. Pero no saben que desde hace más o menos ocho años los precios de las boletas han subido espantosamente y, claro, la calidad va en dirección diametralmente opuesta. Tampoco se les ocurre que, curiosamente, el estadio se llena más cuando hay partidos que —mira qué chistoso— resultan potencialmente más peligrosos: los clásicos, como el del miércoles.
Pero bueno, a quién le importa eso al fin y al cabo. Ah, sí: es que resulta grave que por ser un hecho relacionado con el fútbol sean ellos quienes lo comenten, claro, irresponsablemente.
2. Alberto Santofimio fue detenido porque podría ser el autor intelectual del asesinato de Luis Carlos Galán. A pesar de lo que pone Vladdo en su última caricatura, a mí sí me sorprendió el asunto. Primero, porque no estaba al tanto de los chismecitos. Segundo, porque no pensaba que ese politiquero ladrón fuera capaz de eso. Creía, acaso ingenuamente, que era un gran ladrón más.
Buenísimo que algo se sepa. Como puso Caballero hoy, al menos hay interés en saber quién es el autor intelectual de un magnicidio en Colombia. Pero el más grave magnicidio sigue no sólo sin resolverse sino prácticamente olvidado: la masacre sistemática de la UP.
3. En El Tiempo salió ayer un artículo en el que se muestra que el cuentico de la corrupción podría estar comenzando a pasarle factura a Uribe. ¿Qué se puede decir? Que ya era hora. Ojalá le cancelen la cuenta en mayo del próximo año. O antes. Si es antes, mejor.