Tut mir Leid

Habemus papam. Proh dolor, qualem papam! Papa de transición, dicen. Pero se ve sanísimo. Serán quince o veinte años de papado pronunciando un nombre enredadísimo: «benedictodieciséis».

Benedicto. Homenaje a uno de los dictadores chéveres del siglo XX —un tal Benito—, me imagino. Aumentará el número de Benedictos en el mundo. Benedicto Ángel, delantero del Aston Villa. Benedicto Montoya, corredor de Fórmula 1. Benedicto Manigua, compañero de curso de algún descendiente mío o de cualquiera de sus descendientes, amigo lector.

El Roto lo dice todo.

Negro, negro panorama. Este era el «papa negro» del que hablaban, al fin y al cabo. Yo no creo que las propuestas del cardenal anteriormente conocido como Ratzinger difieran mucho de las que irónicamente propuso el «Popular» Sergio Méndez (ahora elogiado blogger). Así que realmente debe esperarse a un papa hablando de que la mujer debe quedarse en la casa, de que la misa debe ser en latín y de las virtudes de la guerra contra los judíos —es bávaro, al fin y al cabo, y perteneció a las juventudes nazis— y los musulmanes.

En mi caso de miembro de una familia de herejes —compuesta por dos personas— es difícil pesar la desgracia a la que se enfrenta la Iglesia católica. Pero se la merece. En cambio la iglesia con minúscula no, como nunca se ha merecido todas las desgracias que ha vivido.

Por una parte, da risa que la razón por la que uno es hereje se haya visto institucionalizada hoy de la manera más radical. Por fortuna va a dar más risa cuando Benedicto XVI comience a hacer grandes discursos sacados de baúles de siglos pasados y la gente se le ría en la cara y le dé la espalda.

Por otra, da lástima, porque desde la herejía no se desconoce la pertenencia o la empatía, todo lo contrario. Entonces se sufrirá con la desgracia del rebaño ciego que seguirá las enseñanzas de Benedicto XVI, se seguirá odiando a la gente que lo puso donde está —gente que al fin y al cabo siempre ha estado ahí, como él— y se llorará la clausura de un ciclo que comenzó cuando nació la esperanza en el Concilio Vaticano II.

Sólo me queda concluir algo haciendo honor a mi deformación profesional de historiador: el hecho de hoy y la reelección de Bush en Estados Unidos son signos de los tiempos. Y no es chiste. A mi pesar, pronto aparecerán más signos.

2 Responses to “Tut mir Leid”

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